Me siento frustrado. No me tengo por una de esas personas que pierden el oremus por los famosos que año tras año visitan Donosti, aunque reconozco que me hizo una especial ilusión coincidir en mi primer año con mi ídolo Woody Allen, disfrutar de la inteligencia de los dos últimos Premios Donostia Meryl Streep y Sir Ian McKellen, de la impresionante belleza de Naomi Watts, de la simpatía de Miranda Otto (Eowyn de El Señor de los Anillos, que uno también tiene su lado friki) o las ganas de cachondeo de Ben Stiller, Robert Downey Jr, Quentin Tarantino o Brad Pitt. Pero sin embargo en esta edición debo ser uno de los pocos acreditados que se ha quedado sin ver de cerca a la reina Julia Roberts y no es algo que me quite el sueño. Pero hoy llegaba para presentar Barney’s Version el gran Paul Giamatti, uno de los actores a quien más admiro: Entre Copas, American Splendor, La Joven del Agua, Cinderella Man… y me sentía inquieto. Me apetece estrechar su mano, saludarle, decirle lo mucho que le admiro, hacerme una foto con él y, si se deja, hasta charlar un poco. Mientras escribía la crónica de ayer un compañero me dijo “Voy al Maria Cristina, a ver si pillo al Paul Giamatti, que llegaba a mediodía”.
Mi primer impulso, lo juro, fue acompañarle. No tenía película hasta un par de horas después pero enseguida juzgue que iba a ser complicado que estuviera por allí, tenía una crónica por acabar, un video que subir, etc. Servidumbres autoimpuestas algo absurdas. El caso es que me fui a mi cafetería con Wi-Fi a terminar el trabajo y a la media hora se presenta mi colega Toni Llena con una foto con Paul Giamatti. “Pues sí que estaba” me cuenta “Le he pillado al vuelo en el hall del Hotel…” Ahorraré al lector la sarta de improperios que pudieron salir de mi boca en ese instante por no haber seguido a mis instintos y traté de concentrarme en terminar la tarea pendiente. Toni volvió a irse. Al cabo de quince minutos, un breve sms: “Aun está por aquí” Huelga decir que dejé lo que estaba haciendo, recogí los bártulos lo más rápido que pude y enfilé hacia el Maria Cristina. Por supuesto ya se había marchado apenas cinco minutos antes de mi llegada al Hotel. De nuevo, les ahorraré la segunda sarta de improperios. Y aquí estoy, rumiando mi mala suerte y buscando huecos en el plan de mañana, a ver si consigo pillar a mi ballena blanca antes de su rueda de prensa. Cosas que pasan. Mañana les cuento como termina esta película.
Vamos con el cine, que es lo que importa. La penúltima película de la Sección Oficial, la argentina Cerro Bayo, ha sido una agradable sorpresa. No solo porque sea una buena película, sino también porque resulta amena y divertida, lo que no deja de resultar chocante si pensamos que todo su argumento se desata alrededor de un hecho en principio tan poco proclive a la comedia como un intento de suicidio. Estamos en un pequeño pueblo patagónico cercano a Bariloche, un par de días antes de que comience la temporada de esquí, uno de los acontecimientos más esperados de cada año. Todo se trastoca cuando la matriarca de la familia protagonista intenta suicidarse inhalando gas sin conseguir su objetivo. Solo consigue un coma irreversible. A partir de aquí todos los demás miembros de la familia ven alteradas sus vidas y sus pequeños planes de futuro.
La hija solícita de la matriarca se vuelca en cuidados sin entender muy bien lo que ha pasado, su hermana un poco cabeza loca y con problemas de dinero vuelve de Buenos Aires al poblacho del que siempre quiso salir para cumplir con su obligación de hija, el marido de la primera, que trabaja en una inmobiliaria, ve como se paraliza su negocio por el percance mientras que la hija de ambos, aspirante a modelo, persigue peculiares métodos para mejorar su aspecto físico y ganar un concurso de belleza y su hermano sueña con reunir el dinero suficiente para poder volar a Europa. Ah, y por ahí circulan rumores sobre una jugosa cantidad de pasta que la anciana habría ganado en el casino antes de intentar su viaje hacia el otro barrio.
Cerro Bayo es una de esas películas sencillas, bien construidas, que resultan irresistiblemente simpáticas porque todo lo que pretende contar lo cuenta muy bien, porque los actores están estupendos – ojo a Verónica Llinas, que el Jurado podría tenerla en cuenta para el premio de interpretación, incluso por encima de Adriana Barraza e Inés Efrén que también están soberbias – y porque la narración avanza ligera y fluida mientras se va construyendo el entramado de relaciones entre todos ellos, sin dejar de lado un tan saludable como puntual sentido del humor que funciona de maravilla. Las pequeñas rencillas, las envidias, los deseos, las debilidades y flaquezas en las que tropiezan los personajes victimas simplemente de su naturaleza humana los hace entrañables y cercanos al espectador, que se implica con ellos como pocas veces han tenido ocasión en esta desesperante Sección Oficial, dando como resultado una de las películas acaso más redondas que hemos tenido ocasión de ver. No deja de ser una película pequeña, pero no le quitemos méritos, que al fin y al cabo solo es la segunda obra de la realizadora Victoria Galardi tras aquella Amorosa Soledad que ganó aquí el Premio de la Juventud hace dos años. Conviene tenerla en cuenta.
También ha estado bien Addicted to Love, la película china de Liu Hao que ha cerrado la Sección Oficial a competición. Crispa un poco los nervios porque tiene un sentido del ritmo un poco comatoso y abunda en cierta repetición de planos fijos de la desvencijada casa del protagonista que por momentos me hizo temblar recordando la pavorosa experiencia de Aita de ayer. Pero no, afotunadamente Addicted to Love tiene una historia interesante que contar, aunque se tome su tiempo hasta llegar a ella. La protagoniza un obrero jubilado, padre de tres hijos ya mayores, que pasa su tiempo comprando en el mercado con un viejo amigo y esperando pacientemente a que llegue su hora. Un día reconoce una cara familiar, un antiguo amor al que hace décadas que no ve. Y de repente encuentra un sentido a su aburrida existencia: reconquistar aquel viejo primer amor largo tiempo perdido. Ambos comienzan a verse en secreto, pero han de vencer las reticencias tanto de la hija de ella como de la propia, que no ven con demasiados buenos ojos este nuevo comportamiento, que juzgan impropio de su edad, de ambos ancianos.
La capacidad de convicción de Addicted to Love habría sido mucho mayor, estoy seguro, si no fuera porque precisamente ayer vimos en Perlas otra película china, Apart Together con muchos, demasiados puntos en común con ésta. Sin embargo, y pese a que lo ya mencionado del ritmo lastra los logros de la propuesta, tampoco conviene quitarle ciertos méritos. Por ejemplo la interpretación de su protagonista principal Niu En Pu, magnífico en su sobriedad y especialmente acertado en uno de los mejores tramos del filme, aquel en el que resuelve pasar todas las mañanas en una guardería en compañía de niños porque la nieta de su amada está allí y espera así tener la ocasión de reencontrarla. Hay ahí una jugosa reflexión sobre la forma en la que los ancianos pueden llegar con el tiempo a comportarse como auténticos niños. Tampoco está mal su sentido del humor, entre tierno y absurdo, con esos juegos mentales algo chorras pero muy divertidos que se trae con su nieto. Ni su mirada socarrona a la forma de progresar de los funcionarios en la China Comunista. Y sobre todo, la enorme delicadeza y ternura de la que hace gala en el último tramo del filme, con ambos ancianos metidos a fondo no solo en su amor otoñal, sino en una tarea aun más importante: enfrentarse al incipiente Alzheimer cuyos primeros síntomas ella está empezando a sufrir. No es un filme en absoluto desdeñable aunque resulte comprensible que pueda crispar los nervios a más de uno con sus largos planos fijos, sus silencios y su ritmo pausado. Hay poesía, humor, inteligencia… son cualidades que han estado ausentes en muchas películas de la Sección Oficial.
Mi primer impulso, lo juro, fue acompañarle. No tenía película hasta un par de horas después pero enseguida juzgue que iba a ser complicado que estuviera por allí, tenía una crónica por acabar, un video que subir, etc. Servidumbres autoimpuestas algo absurdas. El caso es que me fui a mi cafetería con Wi-Fi a terminar el trabajo y a la media hora se presenta mi colega Toni Llena con una foto con Paul Giamatti. “Pues sí que estaba” me cuenta “Le he pillado al vuelo en el hall del Hotel…” Ahorraré al lector la sarta de improperios que pudieron salir de mi boca en ese instante por no haber seguido a mis instintos y traté de concentrarme en terminar la tarea pendiente. Toni volvió a irse. Al cabo de quince minutos, un breve sms: “Aun está por aquí” Huelga decir que dejé lo que estaba haciendo, recogí los bártulos lo más rápido que pude y enfilé hacia el Maria Cristina. Por supuesto ya se había marchado apenas cinco minutos antes de mi llegada al Hotel. De nuevo, les ahorraré la segunda sarta de improperios. Y aquí estoy, rumiando mi mala suerte y buscando huecos en el plan de mañana, a ver si consigo pillar a mi ballena blanca antes de su rueda de prensa. Cosas que pasan. Mañana les cuento como termina esta película.
Vamos con el cine, que es lo que importa. La penúltima película de la Sección Oficial, la argentina Cerro Bayo, ha sido una agradable sorpresa. No solo porque sea una buena película, sino también porque resulta amena y divertida, lo que no deja de resultar chocante si pensamos que todo su argumento se desata alrededor de un hecho en principio tan poco proclive a la comedia como un intento de suicidio. Estamos en un pequeño pueblo patagónico cercano a Bariloche, un par de días antes de que comience la temporada de esquí, uno de los acontecimientos más esperados de cada año. Todo se trastoca cuando la matriarca de la familia protagonista intenta suicidarse inhalando gas sin conseguir su objetivo. Solo consigue un coma irreversible. A partir de aquí todos los demás miembros de la familia ven alteradas sus vidas y sus pequeños planes de futuro.
La hija solícita de la matriarca se vuelca en cuidados sin entender muy bien lo que ha pasado, su hermana un poco cabeza loca y con problemas de dinero vuelve de Buenos Aires al poblacho del que siempre quiso salir para cumplir con su obligación de hija, el marido de la primera, que trabaja en una inmobiliaria, ve como se paraliza su negocio por el percance mientras que la hija de ambos, aspirante a modelo, persigue peculiares métodos para mejorar su aspecto físico y ganar un concurso de belleza y su hermano sueña con reunir el dinero suficiente para poder volar a Europa. Ah, y por ahí circulan rumores sobre una jugosa cantidad de pasta que la anciana habría ganado en el casino antes de intentar su viaje hacia el otro barrio.
Cerro Bayo es una de esas películas sencillas, bien construidas, que resultan irresistiblemente simpáticas porque todo lo que pretende contar lo cuenta muy bien, porque los actores están estupendos – ojo a Verónica Llinas, que el Jurado podría tenerla en cuenta para el premio de interpretación, incluso por encima de Adriana Barraza e Inés Efrén que también están soberbias – y porque la narración avanza ligera y fluida mientras se va construyendo el entramado de relaciones entre todos ellos, sin dejar de lado un tan saludable como puntual sentido del humor que funciona de maravilla. Las pequeñas rencillas, las envidias, los deseos, las debilidades y flaquezas en las que tropiezan los personajes victimas simplemente de su naturaleza humana los hace entrañables y cercanos al espectador, que se implica con ellos como pocas veces han tenido ocasión en esta desesperante Sección Oficial, dando como resultado una de las películas acaso más redondas que hemos tenido ocasión de ver. No deja de ser una película pequeña, pero no le quitemos méritos, que al fin y al cabo solo es la segunda obra de la realizadora Victoria Galardi tras aquella Amorosa Soledad que ganó aquí el Premio de la Juventud hace dos años. Conviene tenerla en cuenta.
También ha estado bien Addicted to Love, la película china de Liu Hao que ha cerrado la Sección Oficial a competición. Crispa un poco los nervios porque tiene un sentido del ritmo un poco comatoso y abunda en cierta repetición de planos fijos de la desvencijada casa del protagonista que por momentos me hizo temblar recordando la pavorosa experiencia de Aita de ayer. Pero no, afotunadamente Addicted to Love tiene una historia interesante que contar, aunque se tome su tiempo hasta llegar a ella. La protagoniza un obrero jubilado, padre de tres hijos ya mayores, que pasa su tiempo comprando en el mercado con un viejo amigo y esperando pacientemente a que llegue su hora. Un día reconoce una cara familiar, un antiguo amor al que hace décadas que no ve. Y de repente encuentra un sentido a su aburrida existencia: reconquistar aquel viejo primer amor largo tiempo perdido. Ambos comienzan a verse en secreto, pero han de vencer las reticencias tanto de la hija de ella como de la propia, que no ven con demasiados buenos ojos este nuevo comportamiento, que juzgan impropio de su edad, de ambos ancianos.
La capacidad de convicción de Addicted to Love habría sido mucho mayor, estoy seguro, si no fuera porque precisamente ayer vimos en Perlas otra película china, Apart Together con muchos, demasiados puntos en común con ésta. Sin embargo, y pese a que lo ya mencionado del ritmo lastra los logros de la propuesta, tampoco conviene quitarle ciertos méritos. Por ejemplo la interpretación de su protagonista principal Niu En Pu, magnífico en su sobriedad y especialmente acertado en uno de los mejores tramos del filme, aquel en el que resuelve pasar todas las mañanas en una guardería en compañía de niños porque la nieta de su amada está allí y espera así tener la ocasión de reencontrarla. Hay ahí una jugosa reflexión sobre la forma en la que los ancianos pueden llegar con el tiempo a comportarse como auténticos niños. Tampoco está mal su sentido del humor, entre tierno y absurdo, con esos juegos mentales algo chorras pero muy divertidos que se trae con su nieto. Ni su mirada socarrona a la forma de progresar de los funcionarios en la China Comunista. Y sobre todo, la enorme delicadeza y ternura de la que hace gala en el último tramo del filme, con ambos ancianos metidos a fondo no solo en su amor otoñal, sino en una tarea aun más importante: enfrentarse al incipiente Alzheimer cuyos primeros síntomas ella está empezando a sufrir. No es un filme en absoluto desdeñable aunque resulte comprensible que pueda crispar los nervios a más de uno con sus largos planos fijos, sus silencios y su ritmo pausado. Hay poesía, humor, inteligencia… son cualidades que han estado ausentes en muchas películas de la Sección Oficial.
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