lunes, julio 19, 2010

SHREK FELICES PARA SIEMPRE Formula corrompida y agotada

En un futuro no demasiado lejano alguien podría hacer con las cuatro películas de la franquicia Shrek la perfecta tesis sobre esa extraña capacidad que tiene Hollywood a veces de corromper propuestas que una vez fueron originales a base de repetir y explotar la misma fórmula hasta hacerle perder su gracia por completo o, lo que es aun más grave, domesticar su capacidad de trasgresión hasta hacerla irreconocible y conseguir un producto familiar que defiende valores muy distintos de los que perseguía inicialmente. Recapitulemos ¿Quién no celebró la irrupción en nuestras pantallas hace ahora nueve años de ese ogro políticamente incorrecto cuyo original universo subvertía la esencia de los cuentos tradicionales de forma tan grosera como brillante?

Semejante mezcla de desfachatez, inteligencia y mala leche fue recompensada con un éxito tan atronador que hizo inevitable una segunda parte que ya hizo enarcar algunas cejas, pues se limitaba a repetir conflictos sin aportar casi nada nuevo y rebajando considerablemente sus cargas de profundidad lo que no impidió un nuevo éxito y una flojísima y olvidable tercera entrega en la que, convertido ya en una simple máquina de hacer caja y desaprovechando el gran potencial que tenía la idea de reinterpretar los cuentos por una vez desde el punto de vista del villano, Shrek se resignaba y nos resignaba a aceptar sus responsabilidades como padre y marido mientras los chistes, desgastados y repetidos, cada vez tenían menos gracia.


En Shrek Felices Para Siempre el proceso se torna definitivo e irreversible: la engañosa rebelión del ogro verde contra su aburguesamiento de padre de familia le hace añorar aquellos tiempos mejores en los que se dedicaba simplemente a ser un ogro feliz en su ciénaga y asustar a todo el mundo hasta firmar un fáustico pacto con el villano de la función -un pegajoso, repulsivo y sin embargo divertido Rumpelstilkin que bien podría ser uno de esos banqueros que nos hacen firmar hipotecas sin explicarnos bien la letra pequeña, uno de los aspectos positivos de la función – que lo lleva a un universo paralelo en el que nunca liberó a Fiona del castillo ni conoció al resto de personajes secundarios.


Se conforma así una suerte de fábula digna del Frank Capra de ¡Que Bello es Vivir! que esconde una defensa a ultranza de los valores familiares más conservadores, un cuento tradicional que supone la excusa perfecta para volver por los caminos anteriormente recorridos con mínimas variaciones para solaz de los incondicionales de la saga y desesperación del que busque en vano los restos de la provocación trasgresora que nos conquistó hace una década. Y es que, francamente, no hay nada demasiado estimulante a estas alturas en ver como se descubren de nuevo Asno y Shrek, en el ahora orondo Gato con Botas poniendo ojitos por enésima vez o en cómo conquistar un beso de amor de una Fiona convertida en guerrera de armas tomar con el corazón cerrado. Todo tiene cierto aire de refrito, de fórmula agotada recocinada con bastante poca gracia


Una de las razones del éxito de Shrek es que en cierta forma proponía una fórmula capaz de seducir a los más pequeños mientras los adultos podían disfrutar de las referencias cafres que dinamitaban los cuentos tradicionales desde dentro. Lo extraño es que esa fórmula se ha ido desequilibrando con cada entrega hasta el punto de que muchos de los temas tratados iban teniendo un contenido cada vez más serio, un proceso paralelo al de la evolución de ese niño grande y gamberro que en el fondo es Shrek para convertirse en un adulto responsable.

Hasta tal punto es la cosa que en esta cuarta película los autores parecen haberse olvidado de los niños, capaces de aburrirse soberanamente durante largos tramos de una película en la que no abundan precisamente los golpes divertidos ni las escenas de acción desbordante - en el pase en el que yo estuve hasta hubo unos cuantos que obligaron a sus padres a sacarlos de la sala antes de que terminara - y que juega con elementos como universos paralelos, personajes reconocibles en apariencia que no se comportan como se espera de ellos y frustraciones vitales que aventuro que no les debe resultar nada fácil desentrañar.

Por supuesto Shrek Felices Para Siempre contiene momentos inspirados – la repetición de insufribles escenas familiares del comienzo está narrada con cierta gracia, el flautista de Hamelin y su forma de convertir una emboscada de ogros en una especie de baile masivo digno del Día del Orgullo Gay es sin duda uno de los mejores golpes del filme – y sigue teniendo un excelente gusto para los temas que jalonan su BSO – mención especial al Top of the World de los Carpenters que suena en el día de esparcimiento de Shrek o al atrevimiento de usar el ochentero Hello de Lionel Ritchie – pero es tal la deriva de la franquicia que esperemos que sea cierto que esta cuarta entrega sea la definitiva. De seguir así, no sería de extrañar que Shrek volviera convertido en un verde cristiano renacido fiel votante de Bush. Y tampoco es eso.


Este artículo se publicó en Voz Emérita el Lunes 19 de Julio

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