Procede comenzar esta reseña hablando de Ni un Pelo de Tonto (Nobody’s Fool, 1994) y Al Caer el Sol (Twilight, 1998), quizás dos de las películas que más me gustan de la década de los noventa. Ambas tienen en común unas cuantas cosas: sus guiones fueron escritos por Richard Russo en colaboración con Robert Benton, que también las dirigió y ambas cuentan con dos estupendas interpretaciones de un Paul Newman que, si exceptuamos Camino a Perdición, apenas ha vuelto a dejarse ver por la gran pantalla. No resulta excesivamente complicado darse cuenta de que hay en dichos filmes una serie de elementos que delatan su común procedencia, en especial el tono sumamente cínico y sin embargo tierno que las preside y unas trabajadas líneas de diálogo, auténticas perlas que retratan de forma más que certera a sus personajes con apenas unas pinceladas de ingenio. Si a esa colaboración profesional que tan buenos frutos dio en el pasado y que ahora repite desde el guión y la producción le sumamos la presencia de un director especializado en el terreno de la comedia como Harold Ramis – autor, recordemos, de la maravillosa Atrapado en el Tiempo (Groundhog Day, 1993), otra de mis obras favoritas de los 90 - y una pareja de actores tan eficaces como John Cusack y Billy Bob Thornton, que además ya dieron buena prueba de que la química entre ellos funcionaba en aquella curiosa propuesta que era Fuera de Control (Pushing Tin, 1999) no cabe duda que La Cosecha de Hielo reunía, a priori, un buen montón de argumentos a su favor para hacer pensar que podíamos estar ante una buena película. Y eso que aun no he mencionado a Connie Nielsen, debilidad confesa del que escribe estas líneas.Y lo cierto es que La Cosecha de Hielo, sin ser una obra notable, es una muy buena película. Y lo es porque sabe, en apenas hora y media de duración, construir una entretenida historia plagada de un buen puñado de tópicos del cine negro pero que sabe llevarse a su terreno de un modo muy parecido a como lo hicieron en su momento los hermanos Coen en esa obra maestra llamada Fargo (vaya, otra de mis favoritas de los 90: está saliendo una reseña de lo más monotemática), una película a la que es obligado referirse ya que sin duda ha servido de gran fuente de inspiración a los creadores de este filme cínico y resultón. Al fin y al cabo, la historia de La Cosecha de Hielo es la de un par de personajes de poca monta a los que desde luego les viene francamente grande la empresa de estafarle más de dos millones de dólares a un mafioso local, tal y como le sucedía al personaje de William H. Macy al idear el secuestro de su mujer para cobrar de su acaudalado suegro el montante del rescate y los parajes helados de Wichita bien podrían confundirse con los de Minnesota.
El abogado de pocos escrúpulos pero aun menos valor para enfrentarse a las previsibles consecuencias de sus actos que encarna con su habitual solvencia John Cusack podría en cierto modo verse como un trasunto de aquel vendedor de coches, si bien la motivación principal de Charlie para hacer lo que hace es escapar de esa situación de punto muerto emocional en la que se encuentra: divorciado de su mujer – que le dejó por su mejor amigo –, con unos hijos con los que apenas tiene relación y harto de su trabajo como abogado de la mafia – y la reputación que eso conlleva – Charlie se agarra al clavo ardiendo del deseo de Renata (Connie Nielsen, claro, siempre espectacular) de salir de Wichita para siempre con el dinero suficiente para emprender una nueva vida en algún lugar paradisíaco. Una motivación tan clásica del género como habitualmente destinada al fracaso. Que se lo digan a Carlito Brigante, por ejemplo. Lo interesante de La Cosecha de Hielo, sin embargo, no es tanto la trama criminal que sustenta el entramado argumental como la descripción de esa insoportable ‘normalidad’ a la que Charlie debe aferrarse durante unas cuantas horas más de la noche de Navidad antes de partir definitivamente. Así, no resulta sorprendente que algunos de los mejores momentos de la película tengan lugar cuando aparece en pantalla el excelente Oliver Platt encarnando a ese antiguo mejor amigo de Charlie ahora casado con su ex y desesperado por estar viviendo una pesadilla con su ambiciosa esposa – cuyo momento cumbre en una más que catártica Cena de Navidad, uno de los momentos más furiosamente antinavideños que ha proporcionado el cine de los últimos años –, en los continuos encuentros con ese policía local bienintencionado con el que Charlie se cruza una y otra vez durante esa noche eterna o la cotidianeidad con la que se muestra la soledad de Charlie en sus desesperados intentos de acercarse a esa improbable promesa de redención que es Renata, toda una diabólica femme fatale.
Por supuesto, Ramis no renuncia en ningún momento a darle cierto toque cómico, su punto fuerte de siempre, a su incursión en el género negro y sabe extraer de algunas secuencias terribles lecturas sumamente divertidas y macabras que parecerían más propias de algunos momentos del cine de Tarantino o de Scorsese que del autor de los Cazafantasmas, tal y como sucede con todo lo que rodea al arcón donde el frío y violento Vic – un Billy Bob Thornton igualmente solvente – ha encerrado al matón enviado para detenerles, la un tanto surrealista escena del lago helado donde pretenden deshacerse de dicha carga o el sangriento encuentro con el gangster estafado, un Randy Quaid dando rienda suelta a ciertos excesos interpretativos, un poco en la línea del William Hurt de la reciente Una Historia de Violencia. Todo tiene, eso si, una atmósfera cínica y un sentimiento de amoralidad muy de agradecer, además de un notable sentido del humor, elementos que ayudan no poco a sobrellevar el hecho de que, con un argumento tan deudor del cine negro clásico, uno es bastante capaz de predecir de antemano todo lo que va a acontecer en pantalla, por lo que el verdadero interés de La Cosecha de Hielo no reside tanto en lo que cuenta sino la forma desprejuiciada en la que lo hace, invitando al espectador a ser cómplice del continuo del juego de homenajes en que consiste la propuesta.
Así pues, depende de la buena voluntad y la paciencia del espectador entrar o no en dicho juego, por lo que puede resultar perfectamente comprensible que haya una parte del público a la que La Cosecha de Hielo no consiga convencer del todo bajo el bastante irrebatible argumento de que es una obra que no resiste la comparación con joyas del estilo como la ya mencionada Fargo o incluso Un Plan Sencillo (A Simple Plan, Sam Raimi, 1998) donde por cierto ya pululaba Billy Bob Thornton. Quizás el elemento diferenciador más notable de esta Cosecha de Hielo con respecto a ambas resida en una parte con la que un servidor, por afinidad propia, conecta muy bien como es ese trasfondo navideño que, lejos de inspirar a algunos de sus personajes los sentimientos de buena voluntad y felicidad que se les presupone a esas entrañables fechas, no hace sino acentuar aun más la soledad, la melancolía y el cinismo con el que contemplan esos parajes helados inundados de lucecitas brillantes del que pretenden huir a toda costa. Desde ese punto de vista no cabe sino agradecerle a la distribuidora de la película que haya decidido estrenarla en estos días en los que muchos nos tememos lo que se nos viene encima. Y es que convendrán conmigo que viene de maravilla tener en cartelera alguna película como ésta que sirva de refugio equilibrando un poco tanto buen rollito y tanto espíritu navideño de las narices.
1 comentario:
Amigo Aethros.
Siempre te leo en la Butaca... soy Jordi. Hace tiempo que no escribo, por falta de tiempo y esas cosas...
Ahora te leeré en tu blog. Así voy más a lo directo.
Gracias por estar ahí
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