jueves, enero 26, 2006

LAS TORTUGAS TAMBIÉN VUELAN, De la infancia arrebatada

Anoche me pillé un buen cabreo. Estaba tranquilamente viendo el fútbol cuando por culpa de uno de esos energúmenos que pululan por los campos de fútbol, un linier fue alcanzado por un monedazo y el árbitro, con buen criterio, dijo aquello de 'Hala, todos para casa'. Me pongo a zapear y de repente, sin previo aviso, me encuentro conque la 2 de TVE ha cambiado el día de emisión de off cinema (antes era los jueves, justo precediendo a Dias de Cine) y que están poniendo en ese momento Las Tortugas También Vuelan, un peliculón de Bhaman Ghobadi que se llevó la Concha de oro de San Sebastián el año pasado y que en mi opinión es una de las películas imprescindibles del pasado año. Me dio rabia porque, de haberlo sabido, la habría grabado, aunque creo que tardaré lo mío en volver a querer pasar la dura experiencia de verla. En su momento escribí lo siguiente sobre ella:

“La vida no resiste una mirada demasiado profunda” Joseph Conrad, escritor (El Corazón de las Tinieblas, Nostromo) 1857-1925

Utilizar la mirada de un niño y adoptar su punto de vista para narrar historias y describir el mundo es un recurso casi tan antiguo como el propio cine. Las características que suelen ir asociadas a la infancia, ya sea inocencia, curiosidad e inevitable proceso de aprendizaje, visión de la realidad ajustada a los estrechos márgenes de lo que uno ha conocido hasta ese momento, vitalismo, juego, pureza, fantasía y, por supuesto, la ingenuidad y el atrevimiento son una herramienta de incalculable valor para cualquier realizador que pretenda contar de una forma más o menos indirecta hechos sobre los que los adultos prefieren guardar silencio, a través del proceso de ese juego del descubrimiento paralelo al que un niño hace en un día cualquiera de su existencia. Por supuesto, pocas cosas causan tanta incomodidad y desazón en el espectador que exponer a los niños a los muchos peligros y sufrimientos de este mundo. El dolor o la muerte, sobre todo cuando son causados de una forma tan arbitraria como injusta, nos resultan mucho más difíciles de tolerar cuando acechan a aquellos a los que por naturaleza nos sentimos en la obligación de proteger.
Bahman Ghobadi sabe mucho de eso. Este realizador iraní de origen kurdo, ese pueblo utópico sin país cuyo territorio se extiende a lo largo de cuatro naciones distintas y que ha sufrido persecución y numerosos genocidios a lo largo de su historia vivió, como muchos de sus coetáneos, una infancia bruscamente truncada por la temprana muerte de su padre que le obligó a trabajar desde los quince años para sacar adelante a una familia de ocho miembros. Tuvo más suerte que otros: encontró su vocación en el cine y perseveró a base de cortos, esfuerzo y mucha determinación hasta conseguir ser ayudante de dirección de Abbas Kiarostami, nombre clave del cine iraní, en la película El Viento Nos Llevará. Dos largometrajes presentados con cierto éxito en varios festivales le han llevado a una posición de cierto privilegio desde la que ha acometido la complicada tarea de sacar adelante esta película tan terrible como imprescindible en la que ofrece su particular visión, llena de escepticismo (cuando no claro pesimismo) sobre el futuro de su pueblo y que denuncia de manera harto contundente los infinitos horrores de la guerra desde una sencilla historia protagonizada por un grupo de niños, eternos supervivientes instalados en una tierra de nadie perdida entre la frontera de Turquía e Irak, pocas semanas antes del comienzo de la invasión del país por parte del ejército estadounidense.
Allí, en ese campo de refugiados, se mueve un ejército de niños comandados con mano férrea por Satélite, un avispado adolescente que se aprovecha de sus conocimientos sobre la colocación de las ansiadas antenas que traerán las noticias de la inminente invasión para convertirse en una pieza clave de esa comunidad formada por niños, ancianos y mujeres (ocioso es preguntarse donde están los adultos, pues no resulta difícil de imaginar en este contexto). Este líder organiza el trabajo de los niños, nada menos que desenterrando minas para después revenderlas, lo que explica que su fiel corte de seguidores esté compuesta de un batallón de tullidos a los que suele faltar algún miembro. A ese campamento llegan una niña que encierra en su mirada toda la tragedia que es capaz de generar una guerra, un hermano sin brazos que tiene visiones sobre el futuro que se cumplen de forma irremisible y un niño prácticamente ciego de apenas un par de años que está a su cargo y que a su vez supone una pesada carga para ambos. La película sigue el devenir cotidiano de esos niños que sobreviven como pueden bajo la amenaza constante de esa muerte que puede llegar en cualquier momento, pegándose a ellos y dejando caer a través suyo reflexiones acerca de la impresionante capacidad de adaptación de esos niños al medio en el que viven, el cotidiano mercadeo de armas, máscaras de gas y deshechos de las sucesivas guerras que forman parte inseparable de ese paisaje desolado, la imprescindible necesidad de información fiable como arma de supervivencia o la sensación de tragedia inmediata y futuro imposible que se adivina en la mirada de esos niños a los que tampoco parece que el próximo advenimiento de los soldados americanos vaya a solucionarles en nada su situación, por más que su vitalismo o cierto sentido del humor puntual, picaresco, ayuden a paliar tanto sufrimiento.
De Kiarostami aprendió sin duda Ghobadi las ventajas no solo de articular su historia a través de la mirada de los niños (algo frecuente en su filmografía) sino también a aprovechar tanto las posibilidades de los desolados escenarios en los que se ambienta la película como la desarmante naturalidad de sus actores no profesionales para crear una especie de neorrealismo que obliga al espectador a preguntarse continuamente donde está esa difusa frontera entre la ficción y la realidad, porque Ghobadi construye su ficción sobre la base de unos niños que en el fondo están interpretándose a si mismos y contando sus propias y terribles experiencias, de tal forma que uno percibe, incómodo, la enorme sensación de verdad que inunda cada fotograma de una película desgarradora que apunta directamente hacia nuestras acomodadas conciencias y las sacude sin permitir en ningún momento que se libere ese progresivo nudo en la garganta que se va formando en el espectador por medio de las lágrimas. No, aquí no hay sitio para el sentimentalismo ni el lloriqueo y mucho menos para las ilusiones. No hay sino espacio para una realidad terrible a la que Ghobadi nos obliga a mirar cara a cara sin ningún tipo de componendas emocionales a través de esos niños paradójicos, contradictorios, envejecidos prematuramente, obligados a madurar mucho antes de tiempo para sobrevivir y que son capaces de tomar decisiones trágicas, insoportables. Crónica de una infancia dolorosamente arrebatada.
Ghobadi cuenta todo esto con una narrativa mucho más vigorosa de lo que cabría esperar a priori de una película iraní. Afortunadamente se aleja no poco del minimalismo formal de Kiarostami en cuanto a la puesta en escena y a la forma de desarrollar los elementos que pone en juego: se suceden con brío la relación que se establece entre ese líder natural y esa niña horrorizada incapaz de superar la tragedia que lleva en su interior; la dependencia de ese niño casi ciego de ésta última, un vínculo que provoca las imágenes más perturbadoras de toda la película - hay que ver la brillantez con la que está narrada tanto la espeluznante escena de ese niño perdido en el campo de minas como su anterior abandono en medio de la niebla -; las visiones del chico al que le faltan los brazos - especialmente terribles en el tramo final de la película, con las espectrales imágenes de su hermana - o la forma en la que se nos van mostrando las razones por las que Satélite es un pilar esencial de esa comunidad con un poder y una madurez impropios de alguien de su edad, madurez en el fondo solo aparente: véase ese torpe galanteo que hace a la niña o la forma en la que su mundo se derrumba a su alrededor, demostrando que, pese a todo, sigue siendo poco más que un niño. Hay un eficaz manejo de los materiales dramáticos que se van inclinando, lenta pero de forma inexorable, hacia la negrura.Las Tortugas También Vuelan es una experiencia dura, insoportable incluso en sus impresionantes veinte minutos finales, pero al mismo tiempo imprescindible. Su valor radica no ya en consideraciones estéticas que, ante la gravedad de los temas que se tratan, podría ser considerado algo un tanto frívolo – pero que sin embargo ahí están: no hay más que ver el plano del borde del precipicio con el que se inicia la película, el bosque de antenas que intentan ser orientadas o incluso ese aterrador cementerio de casquillos y despojos de la guerra en el que trabajan los niños, por no mencionar algunos planos aéreos de la gente dirigiéndose hacia las colinas o las tomas del manantial para darse cuenta que se mantiene intacta la voluntad de crear una mirada cargada de cierto aliento tan trágico como poético, extrañamente hermosa a ratos – sino en la fuerza de esa realidad que, reconozcámoslo, no nos gusta vernos obligados a mirar de frente. En la locura de la guerra los más perjudicados acaban siempre siendo los mismos, los eslabones más débiles de la cadena, sostiene Ghobadi más allá de consideraciones políticas: contra lo que se pudiera pensar, no es una película pro-invasión USA por más que queden bien retratados los desmanes del sanguinario Hussein y sus baazistas, sino más bien la crónica de una, otra más, decepción anunciada, como queda bastante claro en el desolador plano final con el que Ghobadi cierra su película.
No faltará quien argumente que utilizar a estos niños, estas auténticas víctimas de la guerra, como forma de denuncia de los horrores de la misma es un recurso fácil que busca llegar a la conciencia del espectador por el camino más directo. Tampoco faltará quien advierta que, ya que Ghobadi parece contar con bastantes más recursos que sus predecesores en el siempre tan bien considerado cine iraní y dado que existe una clara voluntad por parte del director de alejarse un tanto de estos referentes a través de una narrativa más convencional y dinámica, puede estar traicionando en parte los principios más austeros sobre los que dicha cinematografía ha asentado su fama internacional. Por último, a lo mejor alguien echa en falta un mayor compromiso político por parte de Ghobadi, cuya película no entraría desde esta óptica a analizar el complejo entramado de relaciones políticas, religiosas, económicas o sociales que han conducido a esa situación, limitándose a ser un filme antibelicista cargado de buenos sentimientos(1).Todas estas consideraciones pueden ser argumentadas, pero las dos primeras me parecen reparos menores e incluso algo carentes de sentido a la vista de la contundencia de la denuncia de alguien que conoce tan sumamente bien esas circunstancias como el propio Ghobadi y en cuanto a lo último, no creo que sea tarea de éste ofrecer un conjunto de explicaciones – que por otra parte siempre serían subjetivas e insuficientes en una serie de conflictos cuyas raíces se remontan a varios siglos atrás – sino que la película se sostiene por sí misma como poderosa llamada de atención sobre la realidad, por más que su formato sea el de la ficción y no el puramente documental. Basta con ver obras como La Espalda del Mundo, En el Mundo a Cada Rato o la reciente y de triste actualidad Invierno en Bagdad para obtener sensaciones parecidas, aunque quizás no con la inquietante fuerza que produce la ficción forjada por Ghobadi. Para eso también está el cine, aunque a menudo se nos olvide desde nuestra confortable indolencia.(1) A este último respecto, véase la crítica de José Enrique Monterde en Dirigido nº 342, Febrero del 2005, Pág. 17, titulada Neorrealismo poético

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente pelicula, un logro increible de expresiones que no podian ser mas naturales que las que ha logrado el director, si se quiere ver una pelicula que remueva "algo" esta es la indicada.

Slds
Oron

David Garrido Bazán dijo...

He tardado en darme cuenta que había aquí escrito un comentario, pero más vale tarde que nunca... Sin duda que Las tortugas también vuelan es una esplendida película: sería interesante que se estrenara de una vez una película que arrasó en el I Festival de Cines del Sur de Granada llamada Crossing the Dust que, sin llegar a la brillantez de la peli de Ghobadi, si resulta una crónica interesante de lo sucedido justo en el momento en que cae el regimen de Saddam Hussein y antecede bien todo lo que vino después...

Enlace al canto, para saber más:

http://blogs.ep3.es/cine_sur/

Anónimo dijo...

Gracias por la reseña, se trata sin duda de una de mis películas favoritas. Su siguiente "Media Luna" no es tan directa e impactante pero me parece un Ghobadi en un estado de madurez superior.

Espero que Crossing the dust se estrene pronto, le dieron un pastón para ayudar a su distribución en nuestro país y de momento, nada de nada...

Te invito a ver de un vistazo una antología del cine kurdo que acabo de terminar, para que veas de un solo vistazo la historia de este cine (Ghobadi se lleva todo el protagonismo, ejem...):

http://zinarala.blogspot.com/2008/07/antologa-de-cine-kurdo-1978-2007.html

Un saludo
Azad Kanjo