martes, septiembre 26, 2006

JARHEAD, lo perverso de lo ambiguo

La cosa empezaba mal. Esto de un sargento instructor gritando y humillando a saco a un bulto listillo ya nos lo había mostrado Kubrick de forma estremecedora - inolvidable Robert Lee Ermey - en La Chaqueta Metálica. Como siempre me ocurre cada vez veo estas cosas no acababa de decidir si la intención del director era homenajear o plagiar con descaro, buscando el golpe de efecto. Pero, la verdad, no me hacía ni puñetera gracia... Tenía cierta curiosidad por ver la última peli de Sam Mendes, director de dos obras tan distintas como American Beauty y Camino a Perdición. Me llamaba la atención que las críticas que leí en su momento me resultaron de una extraña indiferencia, dados los antecedentes.
Jarhead no es ni mucho menos una mala película. Pero resulta de un ambiguo bastante perverso. No se si se deberá al hecho de que está adaptando una novela de un ex-marine que sabe muy bien de lo que habla y quiere respetar al máximo su voz – que se muestra quizás demasiado comprensiva en exceso con los personajes – o es el producto de una película sobre la primera guerra de Irak que vio la luz justo cuando la segunda empezaba a mostrar su cara más oscura, pero el caso es que el posicionamiento de Mendes no solo sobre el conflicto, sino sobre la guerra, cualquier tipo de guerra, es casi inexistente, lo que tiene toda la pinta de ser algo buscado de forma premeditada. Supongo que la defensa de Mendes consistirá en que a él como director solo le interesaba mostrar el proceso de formación de un marine cualquiera y su mentalidad – o mejor dicho, la forma en la que se les enseña a no cuestionar nada y a carecer de criterio propio, que para el mundo castrense es algo que resulta de lo más molesto – pero no deja de resultar chocante que Jarhead siga paso a paso la demoledora conversión de un tipo inteligente como Swofford - por cierto, estupenda interpretación de Jake Gyllenhaal - que soñaba con ir a la universidad en un francotirador deseoso de entrar en acción y cargarse a alguien y a la vez mantenga un discurso en ciertos pasajes bastante elogioso del Cuerpo de Marines, principalmente como familia sustituta de esos tipos que no parecen haber sido capaces de encontrar un mejor destino en sus vidas.
Lo curioso de Jarhead es que no acaba de funcionar del todo en ninguno de sus aspectos, pero a la vez provoca una cierta reflexión sobre los géneros que toca. Como película bélica casi resulta dudoso que se la pueda incluir en el género, dada la ausencia casi total de escenas de acción, ya que lo interesante de la experiencia de Tony Swofford y sus colegas fue lo mucho que se aburrieron en el desierto durante la primera Guerra de Irak para al final no participar en ninguna contienda. Claro que eso provoca la reflexión de hasta qué punto tiene sentido afrontar conflictos bélicos desde el cine hoy en día, cuando la omnipresente aviación y los avances de la tecnología moderna reducen casi al mínimo el papel de los marines en los conflictos, entre otras cosas porque eso reduce el número de bajas de forma considerable. Como denuncia del vaciado y posterior reciclado del personal que suele ser norma en cualquier ejército profesional del mundo tampoco acaba de ser redonda, ya que si las putadas y humillaciones que sufren los soldados resultan de lo más contundentes y aberrantes – y su cada vez más primitivo comportamiento parece una consecuencia de ello – también pululan por la película personajes que se cuestionan en todo momento lo que pintan en Arabia Saudi, se enfrentan a los mandos e incluso desafían abiertamente las instrucciones recibidas, casi como si se defendiera la vieja máxima de ‘lo que no te mata te hace más fuerte’, lectura positiva más que cuestionable del rol del Ejército en las vidas de los marines.Claro, Jarhead funcionaría muchísimo mejor si no tuviésemos en el cine multitud de ilustres precedentes en los diversos géneros que toca, algunas incluso citadas sin disimulo en el mismo filme – dos de las secuencias más interesantes son la de los marines jaleando la conocida escena del ataque de los helicópteros al son de La Cabalgata de las Valkirias en Apocalypse Now, con lo que se cuestionan las motivaciones últimas de Coppola y la inesperada conversión de El Cazador de Michael Cimino en una película de muy distinto signo, dos detalles de una perversidad no del todo coherente con la asepsia general del film de Mendes – y si el conjunto del filme no careciera de una visión personal sobre el tema que aportara algún tipo de interés a una película tan vista que cuando Swofford reflexiona sobre el hecho de que todas las guerras son la misma – ¿No tenemos derecho a tener nuestra propia música?” dice Swofford en voz alta al escuchar el clásico Break on Through de The Doors que remite a Vietnam – el espectador no puede sino concluir que el mismo razonamiento puede aplicarse a las películas que se hacen sobre dichos conflictos, con algunas honrosas excepciones.
Pero más allá de los tópicos, la ambigüedad moral y la falta de originalidad, hay que reconocer que Jarhead tiene una serie de virtudes que merecen la pena destacarse. Sam Mendes sabe como dotar de cierta garra una historia en la que la inmovilidad y el paso del tiempo sin que nada ocurra provoca la sinrazón y el desquiciamiento de unos soldados que, sin la guerra para la que han sido entrenados, pierden por completo lo único que da sentido a sus existencias, hasta el punto de considerar una tragedia o una afrenta personal que no se les autorice a disparar cuando tienen un blanco claro en su punto de mira. Es un contrasentido, afirma la película, crear máquinas para la guerra y privarles luego de lo único que puede justificar semejante proceso. En el abrasador paisaje del Kuwait invadido, con sus pozos ardiendo en el horizonte y el petróleo cayendo sobre los soldados en forma de lluvia – secuencias maravillosamente fotografiadas por un más que inspirado Roger Deakins – no es extraño que la película derive por momentos hacia un surrealismo más propio de alguna película de David Lynch (la escena del caballo o del cadáver desenterrado) o a desoladoras situaciones que remiten a Coppola o, más recientemente, al Malick de La Delgada Línea Roja, en las que no resultaría especialmente extraño que más de uno de esos marines cruzara la frágil frontera que separa la cordura de la locura colectiva.
Así, esta película deliberadamente ambigua consigue elevarse por encima de sus propios defectos en algunos pasajes de su última media hora, gracias a detalles como ese castigado veterano de los marines subiéndose al autobús donde viaja la compañía en su desfile de regreso para felicitarles y, al tiempo, reclamar un pequeño hueco entre los que considera ‘los suyos’ como si de un fantasma de las navidades futuras se tratara o la elegante forma en la que Mendes visualiza el falso ‘regreso a la normalidad’ de los veteranos de una Guerra que apenas pareció existir, aderezadas con las melancólicas reflexiones en off de Swofford, tan nostálgicas de aquella experiencia como terriblemente tristes. El principal problema de Jarhead es precisamente ese. A medio camino entre la denuncia y la exaltación de una forma de vida elegida, uno no consigue jamás saber que opina el propio Mendes, que parece esconderse tras la voz de Swofford, incapaz de condenar su propia vida. Prestarse a ese juego en un tema tan delicado resulta en mi opinión algo sumamente perverso.

1 comentario:

Nesdy dijo...

Hola!!

Ésta la fui a ver cuando se estrenó en pantalla grande... y la verdad es que poco me acuerdo de ella (bueno, cierta escena incluyendo dos gorros de Papa Noel se me quedó grabada). Sé que salí del cine un poco... no decepcionada, más bien indiferente. No es aburrida y tenía algún momento gracioso y tal... pero tampoco es entretenida. Y no siempre se llegaba a saber qué pensaba el protagonista y tal... Pero vamos, que necesitaría otro visionado para tener una opinión clara, porque ya no me acuerdo...

Besitos

P.D. Sé que es una cutrada de comentario, pero es que me estoy comiendo la cabeza y no me acuerdo de la peli...