martes, julio 31, 2007

BERGMAN La Muerte ganó la partida

Me pasa una cosa curiosa con Bergman. Cada vez que pienso en él, el rostro que se forma en mi mente no es el suyo sino el del actor Erland Josephson, protagonista de dos de los últimos guiones firmados por el director, las maravillosas Infiel (Trolösa, Liv Ullman, 2000) y Saraband (I.Bergman, 2003). En ambas películas Josephson interpretaba un personaje que no podía sino ser un trasunto de ese ermitaño recluido feliz en su isla en el que Bergman se había convertido desde su retirada – nunca definitiva – del cine tras Fanny y Alexander, aquella joya en la que rememoraba parte de su dolorosa infancia. Tengo que hacer un esfuerzo para recordar que el anciano Bergman que se desnudaba emocionalmente y se confesaba al fantasma de su antigua pareja en Infiel, (ese maravilloso regalo que el director le hizo a su antigua musa y amante Liv Ullman) o el iracundo viejo a la vez que temeroso de la muerte que se refugiaba en su antigua esposa – otra vez Liv Ullman – en la terrible Saraband no era Bergman de verdad, sino Josephson.

Bergman consiguió así plenamente su objetivo de escapar a las miradas del mundo tras haberse ganado por derecho propio un lugar privilegiado como uno de los maestros del cine: pienso que cuando uno permanece en la memoria del cinéfilo no con su verdadero rostro sino con el de aquel al que prestó su alma consiguió algo sumamente difícil de superar. Decía en 1989 en una esplendida entrevista con Juan Cruz que hoy publica El País que en la Isla de Faro donde se había apartado del mundo, un sitio en el que apenas hay 400 habitantes, rehabilitó un viejo establo para convertirlo en una sala de cine para 25 espectadores y que como en la isla había una filmoteca increíble con un fondo de más de 1500 películas y contaba con la ayuda de un colaborador que renovaba el catálogo y a la vez se las proyectaba, iba puntualmente todos los días a las tres de la tarde y se veía una o dos películas. Entre eso y su voluntad de pasarse los últimos años cultivando la lectura de todo aquello que aun le faltaba por leer, no me parece una mala forma de acabar sus días. Y no es que le hubiera faltado compañía si así lo hubiera querido: un hombre que a lo largo de su vida se casó cinco veces – la última falleció en 1995 y nunca se casó con Liv Ullman - y tuvo ocho hijos habría podido ahuyentar el fantasma de la soledad como el de la muerte pero prefirió abrazarlo de forma plenamente consciente y vivir de esa forma hasta el final.

A mi con Bergman me pasa un poco lo que el admirable Borja Hermoso cuenta hoy de manera mucho mejor de lo que yo podré hacerlo en estas líneas: adivino que en su cine hay multitud de cosas que me interesan, incluso que me apasionan, pero su forma de contármelas me produce muy a menudo una modorra de mucho cuidado. Y si, me maravilla su forma de entender el mundo, su falso pesimismo que escondía un profundo conocimiento de las miserias del ser humano – creo que Bergman es uno de esos que, como un servidor, pensaba que un optimista es básicamente una persona a la que aun le falta mucho por aprender sobre si mismo y sus semejantes – su obsesivo estudio de las relaciones humanas y la forma en que el hombre intenta escapar de su mortalidad refugiándose en la religión y la búsqueda de un Dios que de sentido a sus vidas, su perenne angustia existencial de la que no la sacaban ni las maravillosas mujeres de las que siempre supo rodearse, ni sus hijos ni mucho menos sus numerosas obras maestras. Mucho me temo que Bergman fue uno de esos autores que un buen día se dijo que cuánto más creaba, cuánto más escribía y compartía con nosotros, más interrogantes abría y menos seguro estaba de nada. Y ese día dijo “Hasta aquí hemos llegado” y nos dejó con un palmo de narices y cientos de preguntas sin respuestas. Y ahí os las apañéis, amigos, porque en esa búsqueda en el fondo todos acabamos estando un poco solos…

Hoy me he puesto a ver un rato Gritos y Susurros. La he quitado a los veinte minutos para leer lo que sale hoy en los periódicos - ¿qué pensará Woody Allen, uno de sus admiradores más famosos y devotos, al que la noticia le habrá pillado rodando en Barcelona o por Asturias? – y venirme a escribir estas líneas. Me he dado cuenta que no estoy familiarizado con la mitad de la filmografía del cineasta que hoy ha desaparecido – esa odiosa desgana para con algunos clásicos: tanto por ver y tan poco tiempo para hacerlo -, ni siquiera con la mitad de la mitad. Cuando El Septimo Sello (1957) Bergman llevaba ya dirigidas 17 películas que creo que desconozco. Además de esa esencial obra maestra puedo recomendar Fresas Salvajes (1957), premonitorio ejercicio de honestidad donde el hombre ya barruntaba cual era su futuro más probable cuando apenas estaba empezando la parte más fecunda de su filmografía; El Manantial de la Doncella (1960) tremebunda fábula sobre las ironías del destino, la brutalidad y el muy humano sentimiento de placer que provoca la venganza imponiéndose a las imposturas del perdón y la compasión que en teoría deberían regir nuestras vidas; Persona (1966) un salvaje y visionario ejercicio de vanguardia que aun hoy guarda visos de modernidad absoluta; Gritos y Susurros (1972) un drama que escondía agudas reflexiones sobre la represión, la culpa y el autoengaño; la tremenda Secretos de un Matrimonio (1973) esencial para comprender mejor las posteriores Infiel y Saraband, obras con las que mantiene un vinculo ineludible; la durísima Sonata de Otoño (1978) donde retrataba con suma crueldad la tensa relación entre una madre y una de sus dos hijas y la brillante Fanny y Alexander (1982) donde Bergman exorcizaba de forma brillante parte de sus demonios infantiles – el ajuste de cuentas quedaría mucho mas completo con su guión para la excepcional Las Mejores Intenciones (Bille August, 1992) donde sus padres quedaban bien retrataditos para la posteridad) – en la película que marcó el final de su fecunda trayectoria y el comienzo de su feliz exilio. He nombrado apenas una decena de películas: Bergman realizó 62. Creo que necesitaría un retiro como el suyo para poder ver la mayoría de las que no conozco. Y, la verdad, no se si podría.

Además del rostro de Josephson, inmediatamente ha aparecido en mi mente aquella partida de ajedrez. Esa con la que Block, Max Von Sydow, intentaba escapar de La Muerte en El Séptimo Sello. Creo que todos los ajedrecistas rezamos por tener una oportunidad similar, aunque mucho me temo que la actitud de La Muerte, llegado el caso, sería la de “Oh, no, otro idiota que se cree que puedo jugar a cualquier gilipollez en lugar de cumplir sin más mi cometido en el Universo” Es más, no creo que Bergman haya estado interesado en jugar esa última partida.
En su
crítica de Sarabande en Kane nº 3 (Feb 2006) Javier Tolentino decía “Sarabande es la definitiva entrega de todo su cine y, sobre todo, síntesis de su propio drama que no es otro que el rechazo que siente por la sociedad en la que vive y por la poca fe que tiene en el ser humano (…) nos habla de un paso del tiempo devastador en el ser humano, un paso del tiempo que no reconcilia, que no aporta conocimiento y que no resuelve (…) Bergman es el más duro e inflexible de los analistas del ser humano, es además implacable y agresivo, cínico y árido al reconocer que odia a su hijo porque con su simple presencia le revela su drama que no es otro que el fracaso como hombre y como padre” Demoledor y probablemente cierto. Pero también debe ser cierto lo que le contaba a Juan Cruz allá por 1989:

“Soy un niño. Ya lo dije una vez: toda mi vida creativa proviene de mi niñez. Y emocionalmente soy un crío. La razón por la que a la gente le gusta lo que hago o hacía es porque soy un niño y les hablo como un niño. me gusta cuando la gente ve y lee algo que he hecho, siempre que se me escuche con el corazón y con las emociones. En teoría, no tiene mucho que ver con el intelecto. Todo lo que he hecho en mi vida ha sido emocional y lo emocional se lo he entregado a mis películas. Pueden crear emociones para la gente que las ve y recibe. Pero no son mis emociones. A veces, incluso pueden llegar a ser negativas. Lo que detesto es la indiferencia. Cuando conozco a alguien que es indiferente me hace sentirme muy infeliz”

Adios, Block. Al final La Muerte siempre gana su partida. Y nosotros siempre perdemos
PD: Si quieren ver más sobre Bergman y su obra, no se pierdan el muy interesante post que Carlos Robledo, Letboy, se marcó ayer lunes 30 de Julio en su Blog. Contiene unos videos magnificamente seleccionados que ofrecen una excelente visión sobre parte de la obra de Bergman - como él mismo dice, intentar abarcarlo todo es una tarea del todo punto inútil - Así de paso me ahorra a mi la tarea de colgar videos en este post.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amo a Bergman. Y es que si Dios existe realmente, bajo forma humana, es a Ingmar a quien le corresponde ese puesto.

Siempre estarás presente en nosotros mientras perdure tu obra... y nuestras memorias.

Un saludo afectuoso de una mangurrina.

Y gracias por el blog y por este post dedicado a este gran cineasta y hombre.

K.