jueves, julio 03, 2008

LA PESADILLA DE DARWIN: Globalización, cinismo y EL HORROR

Hoy jueves tres de julio tengo el honor de participar, por segundo año consecutivo, en los Cursos de Verano de la UNED Mérida. Este año, dentro de un curso general denominado Cine y Derechos Humanos, me ha tocado moderar una mesa redonda sobre el magnífico documental La Pesadilla de Darwin de Hubert Sauper, cuya proyección seguia una conferencia sobre Globalización y Desarrollo desde la perspectiva de los derechos económicos que llevará a cabo Mercedes Gómez Adanero, profesora de la UNED. En la mesa redonda estaremos un servidor, Mercedes y José Luis Múñoz de Baena, al que ya tuve el placer de conocer el año pasado en el ciclo de Cine y Derecho en otra mesa redonda alrededor de M, el Vampiro de Dusseldorf, un cinéfilo tan apasionado por el cine como yo, admirador de la obra de Kubrick y Kurosawa – sobre el que tiene a punto un libro de próxima publicación – y con cuyo cineclub en Madrid, estoy seguro, vamos a colaborar muchas veces en el futuro. Para el periódico digital de la UNED Sin Distancia se me ha pedido que escriba un artículo sobre el documental de hoy, artículo (bueno, más bien crítica) que hoy comparto con vosotros:

Érase una vez un lago, el Victoria, cuyas orillas comparten tres países: Uganda, Kenia y Tanzania. En la década de los cincuenta se introdujo en ese ecosistema una especie exótica, la Perca del Nilo, un depredador sumamente voraz que con el paso de los años acabó por conseguir que unas doscientas especies de peces autóctonas desaparecieran por completo, amenazando el equilibrio ecológico de esas aguas. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, la carne de la Perca del Nilo abrió un suculento mercado para las empresas extranjeras sobre el que en la actualidad gira una industria multimillonaria que abastece a algunos países de Europa y Japón, donde este pescado es de consumo común.

Parecía una gran oportunidad para los habitantes de los tres países de alrededor del lago: los hombres podrían dedicarse a pescar día a día las percas que llevan a las fábricas y en éstas, las mujeres son la mano de obra que lleva a cabo los procesos que permiten que dicho pescado llegue bien empaquetadito a nuestros mercados de forma diaria. Las empresas crean puestos de trabajo, éstas dinamizan las economías de los países que las acogen y los mandatarios de los mismos pueden estar contentos de la buena imagen que tienen de cara al exterior

Idílico ¿no? Pues si escarbamos un poco a lo mejor no, ya que la globalización sirve atroces paradojas y La Pesadilla de Darwin, el documental de Hubert Sauper que hoy se proyecta en la UNED de Mérida en el marco del Curso de Verano “Cine y Derechos Humanos”, es una de las más demoledoras jamás vistas en una pantalla de cine: la perca que alimenta cada día a dos millones de personas en el exterior y engrosa las arcas de las multinacionales, mata literalmente de hambre a los habitantes de Tanzania. La gente que vive alrededor del lago tiene prohibido pescar para consumo privado para no perjudicar la venta – la concesión es en exclusiva para las empresas, y no creo que tenga que especificarle como se consiguen dichas concesiones de los Gobiernos africanos ¿verdad? - y la industrialización ha disparado los precios de este pescado hasta extremos tan inalcanzables para la población civil, que tienen que conformarse con comer sus desechos para sobrevivir. Literalmente.

¿Sorprendidos? Esperen, lo mejor está aún por llegar: el pescado ha de transportarse de alguna forma y hay una flotilla de vetustos aviones de carga rusos y ucranianos que se encarga de dicha labor. Eso significa una continua población flotante pero en el fondo permanente de pilotos, transportistas y demás personal de vuelo masculino que, claro está, después de unos cuantos días de duro trabajo viajando y acarreando cajas de pescado tiene derecho a disfrutar de cierto relax. A su alrededor se crea un florido y prospero negocio de prostitución que se alimenta de la situación de desesperación y miseria creada y sus consecuencias son las previsibles: mujeres que se juegan la vida a diario con hombres de paso a quien nadie pedirá explicaciones si una noche se les va la mano, ETS, SIDA, etc. Ah, también hay una creciente población de niños abandonados que se pelean como salvajes por un tazón de arroz o por esos restos de las percas que nosotros los occidentales jamás consumiríamos y que se drogan… quemando el plástico sobrante del proceso de envasado del pescado, en lo que parece otra siniestra paradoja, otra terrible vuelta de tuerca más de la globalización.

Por cierto ¿conocen ustedes algún transportista que haga un viaje a cualquier destino para cargar mercancías que no aproveche para llevar a dicho destino otro tipo de mercancías allí demandadas? Es curioso, porque el personal de esos vuelos esquiva una y otra vez la cuestión de qué transportan sus aviones cuando llegan para cargar el pescado… Vaya, quizás la respuesta esté en las guerras de países vecinos como Sudán o Congo.

La Pesadilla de Darwin es una de las más sonoras patadas a nuestras tranquilas y anestesiadas conciencias de despreocupados occidentales felices que el que escribe estas líneas ha tenido ocasión de ver nunca en una pantalla de cine. Hubert Sauper, el brillante director y guionista detrás de este escalofriante cuento de terror contemporáneo, tiene el buen sentido de limitarse a exponer los hechos siguiendo el hilo de sus descubrimientos con una seriedad exenta del más mínimo atisbo de sensacionalismo o manipulación. Sauper desgrana todos los elementos que les he descrito – y muchos, muchos más que he guardado y que no tienen cabida en el espacio de este artículo – con un estilo en las antípodas de, pongamos, un Michael Moore cualquiera: sabe de sobra que el material que tiene en las manos es tan explosivo, tan honda su capacidad de conmocionar al espectador, tan impresionantes los hechos que narra que no tiene que añadir su opinión. Le basta con las inevitables conclusiones a las que llegará por su cuenta el espectador.

Pocas veces el cine ha retratado de forma tan admirable los peligros de la globalización, eso que empezó por definirse como un proceso fundamentalmente económico consistente en la creciente integración de las distintas economías nacionales en un único mercado capitalista mundial y que, por supuesto, esconde diariamente historias tan terroríficas como las que se narran en este documental imprescindible que debería ser de obligado visionado en institutos de enseñanza secundaria y universidades para que muchos tuvieran un atisbo de lo que verdaderamente implica.

Ah, un par de detalles que no me resisto a mencionar: si una vez visto el documental usted intenta tranquilizar su conciencia pensando que no forma parte de la cadena de los hechos porque simplemente nunca ha consumido Perca del Nilo, vaya olvidándose: en cualquier Mercadona se puede encontrar al muy razonable precio de 8 € el kilo (y no siempre viene identificado como Perca del Nilo), solo en Mercabarna (Barcelona) se venden cada año del orden de 2 millones de kilos de este pescado y, lo más divertido, en aproximadamente un 32% de los restaurantes de Madrid que ofrecen mero en sus menús del día en realidad es Perca del Nilo lo que consumimos. Si no me creen, echen un ojo a este artículo de El País del 19 de Agosto del 2006:

http://www.elpais.com/articulo/madrid/Perca/Nilo/lugar/mero/elpepuespmad/20060819elpmad_2/Tes

Por otro lado, La Pesadilla de Darwin, ganadora del Premio del Cine Europeo al Mejor Documental además de varios galardones en Venecia, Sydney o México por citar algunos, estuvo nominado al Oscar al Mejor Documental en el 2006. La Academia decidió darle el Oscar a El Viaje del Emperador, ya saben, esa preciosa y enternecedora historia de pingüinos. Saquen sus propias conclusiones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Saludos, David. Desde luego, ver de una tacada La pesadilla de Darwin y El pan nuestro de cada día (y de rebote Fast Food Nation y hasta Supersize Me) dan ganas de irte al campo y cultivar tu propio huerto de tomates y lechugas. En fin, de algo hay que morir, como suele decirse. Por cierto, qué grande es El buscavidas. No me canso de verla, eso sí que es épica deportiva y humana y no lo de Nadal y Federer. Un saludo, colega, y gracias por visitar mi blog y comentar tan sabiamente.