Las
vemos cada día. Pasan a nuestro lado, nos cruzamos con ellas, a veces si somos constantes
en nuestros paseos nos llegan a resultar hasta vagamente familiares. Y sin
embargo, como bien indica el título de esta película, quizás la única concesión
a una suerte de reivindicación de género que luego comprobaremos que no existe
como tal, suelen ser invisibles. Adquieren ese superpoder, como se verbaliza en
un diálogo de la película en un tono a medio camino entre la resignación y la
ironía.
Gracia
Querejeta ha construido ante todo una película honesta y coherente. Honesta
porque en ningún momento pretende ir más allá de lo que ‘Invisibles’ establece
desde sus primeros compases: acercarse a las vidas de tres amigas cercanas a
los cincuenta que pasean juntas todos los jueves por la mañana en un parque y
que aprovechan ese breve espacio de libertad e intimidad para contarse sus
cosas del día a día. Desgranan sus problemas, sus miedos, ilusiones y
frustraciones, hablan de su insatisfacción laboral y emocional, se desahogan, riñen,
se desnudan unas a otras y siguen adelante, lidiando con los sinsabores y las
pequeñas alegrías de sus vidas. Es coherente porque su apuesta narrativa
consiste en no salir jamás del espacio donde las encontramos, ese estupendo
Parque del Príncipe de Cáceres por cuyos caminos nuestras protagonistas, de
tres en tres o de dos en dos, pasean y hablan mientras la cámara las sigue en
todo momento, atenta a un guión que privilegia en todo momento los diálogos y
el descomunal trabajo de tres actrices soberbias sobre las que recae en
exclusiva el peso de la propuesta.
Conviene
detenerse aquí un momento porque es de justicia que valorar como se merece esa
coherencia. Supongo que habrá a quien ‘Invisibles’ pueda parecerles algo repetitiva
y que no acaben de entrar en una película que desde el punto de vista puramente
visual quizás ofrezca poco atractivos al espectador pese a que la directora y
su equipo se buscan la vida para hacer de la necesidad virtud y sacar todo el
rendimiento posible de la rígida estructura que se ha autoimpuesto con ciertas
dosis de imaginación. Pero es que es precisamente el mantenerse fiel a esa idea
desde el principio lo que permite primero que la película tenga un punto de
originalidad, alejándose voluntariamente de propuestas similares en temática y
en segundo lugar que alcance unas muy altas cotas de complicidad del espectador
con sus protagonistas, complicidad imprescindible para conseguir la
identificación con ellas y la respuesta emocional que hace que ‘Invisibles’
funcione de forma admirable. Desde ahí, Gracia Querejeta merece un
reconocimiento en lo formal que a veces no ha tenido con anteriores películas
de su filmografía: en ‘Invisibles’ sale triunfante de su apuesta.
Por
supuesto, nada de todo lo anterior funcionaría sin el excepcional trabajo de
sus tres actrices, modélicas en sus arquetipos - que no tópicos: los trasciende
- de mujeres bajo circunstancias muy distintas que evolucionan y crecen en la
escasa hora y media en la que se desarrollan sus historias. Emma Suárez es una
ejecutiva soltera que siempre se ha sentido muy segura tanto de su atractivo
físico como de su posición laboral y a la que el paso de los años comienza a
hacerle mella, resquebrajando esa seguridad y generándole unos problemas que
simplemente no se encuentra preparada para afrontar; Adriana Ozores es una
profesora de matemáticas hastiada, descreída tanto de su trabajo como de un
matrimonio rutinario que no la satisface, pero en los que aguanta por la fuerza
de la costumbre sin esperar demasiado de ninguno de ambos mientras el cinismo y
la ironía con las que tiñe su máscara también comienzan a romperse bajo el peso
de la responsabilidad hasta convertirse en desesperación; por su parte el
personaje de Nathalie Poza comienza un poco a la sombra de las otras dos,
acomplejada y atrapada en una relación en la que trata de mantenerse a flote
negándose a ver la realidad pese a la feroz humillación que a veces le supone
por el simple miedo a quedarse sola de nuevo mientras asume que no ya no va a
cumplirse su deseo íntimo de ser madre, un personaje que va creciendo a base de
ternura y verdad hasta ponerse a la altura de sus compañeras, más fuertes que
ella solo en apariencia.
En
sus conversaciones de jueves a jueves de estas mujeres surgen temas tan
familiares para cualquiera como el acoso laboral y el techo de cristal, la
sexualidad insatisfecha, la maternidad frustrada, las carencias emocionales, el
miedo al fracaso o a la soledad, la resignación a asumir ciertas verdades
innegables por mucho que traten de esconderse, las pequeñas trampas que todos
nos hacemos para salir adelante y también silencios que cuentan a voces aquello
que tratan de esconder. Pero el mérito de todo ello es hacerlo con absoluta y a
veces dolorosa naturalidad, sin alardes y sin enarbolar ningún tipo de bandera
de ejemplaridad, sino más bien al contrario, hasta el punto que uno no puede
sino empatizar con sus problemas, que en el fondo, de otra forma, seguramente
también sean los tuyos si tienes ya una cierta edad y experiencia de vida. Los
pequeños puntos de fuga que suponen los breves cameos de Pedro Casablanc,
Blanca Portillo o Fernando Cayo no hacen sino apuntalar aun más la coherencia interna de la película mientras que la habilidad y el talento de las tres
actrices para dotar de profundidad, sentido cómico y matices esas
conversaciones hacen el resto.
‘Invisibles’
es pues una película engañosamente sencilla, que a plena luz del día, entre
árboles y bancos, desmadeja con asombrosa facilidad las tragicomedias
cotidianas de tres mujeres cercanas a la cincuentena, esas que pasean en ropa
deportiva, zapatillas cómodas y pelo recogido, mujeres a las que rara vez el cine en
general y el español en particular, como fiel y algo triste reflejo de la
sociedad en la que vivimos, presta la atención que merecen y a la que quizás
solo le sobra una desigual BSO de Federico Jusid que a veces peca de intrusiva.
Sería muy hermoso que una película que en realidad es una apuesta arriesgada y
valiente pese a la paradoja que supone el hecho innegable que son muchas de las
mujeres cercanas a esa edad las que sostienen con su entrada semanal este
negocio siempre tocado del cine, consiguiera encontrar a su público y se
mantuviera en la cartelera el tiempo suficiente para recompensar la honestidad
y la coherencia con la que se ha llevado a cabo.
Y
también, por qué no decirlo, para que muchos entiendan que a veces merece la
pena salir de las grandes ciudades y que en pequeñas capitales de provincia
como Cáceres existen espacios maravillosos como ese Parque del Príncipe donde
pueden contarse este tipo de historias sin que eso afecte lo más mínimo a su
credibilidad, sino más bien al contrario. Eso también es algo que ‘Invisibles’
reivindica y de lo que merece la pena hacerse eco, porque desde lo local se
puede ser universal.
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