Hace algunos años el bosnio Daniel Tanovic hizo una de las mejores lecturas de ese desastre que fue la Guerra de los Balcanes con En Tierra de Nadie, una película negrísima en la que dos bosnios y un recluta novato serbio se quedaban atrapados en mitad de un campo perdido y se veían obligados a convivir durante unas cuantas horas interminables, tratando de sobrevivir en medio del gran absurdo que suponía esa guerra civil entre pueblos que llevaban conviviendo muchos años bajo la bandera de Yugoslavia. Tanovic conseguía emocionarnos, divertirnos y, sobre todo, provocarnos una enorme repugnancia ante el sinsentido y el absurdo de una guerra cuyas motivaciones no parecían estar demasiado claras ni siquiera para aquellos que combatían, lo que no impedía que el odio y la ira de ambos bandos se manifestara de una forma terriblemente violenta. Ahora, la directora Elia K. Schneider ha hecho algo muy parecido en Punto y Raya, película ambientada en la frontera entre Venezuela y Colombia en medio de la jungla en la que unos y otros, atendiendo a ese nacionalismo tan exacerbado que es propio de los países de aquella zona, se dedican a enfrentarse defendiendo unos puntos y rayas que, como dicen en la película, "no se ven, pero están ahí" y que hay que defender con la propia vida si es necesario.
La película contrapone las personalidades de un venezolano pícaro, traficante y buscavidas, que es reclutado a la fuerza y mandado a la frontera tras ser pillado con las manos en la masa trapicheando (con lo cual su principal objetivo es desertar lo antes posible) y un humilde campesino colombiano, analfabeto, que cree a pie juntillas en todo eso del honor, la patria y el deber de servir a su país y que, siguiendo esos principios, se ha presentado voluntario para defender la frontera. Pronto uno y otro se verán unidos por el destino, perdidos en medio de la selva, vagabundeando entre la fauna que puebla la jungla (guerrilla, narcotraficantes, indígenas, trabajadores a sueldo del narco y, por supuesto, los ejércitos de uno y otro país) y viendose obligados a mentir constantemente sobre su origen para poder salvar el cuello entre tanto absurdo. La película, con un presupuesto modestísimo, tiene el aire de una comedia desenfadada, aunque en el fondo esté hablando de cosas realmente serias, como el hecho de que haya formas extremadamente fáciles de perder la vida por un quítame allá esas fronteras. Es destacable algunos pasajes vagamente berlanguianos (el partido de fútbol para dirimir quien de los dos ejércitos se queda con tres putas que aparecen de repente por el río que separa ambos países) que recuerdan no poco aquella divertida sátira que era Golpe de Estadio del colombiano Sergio Cabrera, película con la que guarda alguna semejanza que otra y sobre todo, la coña marinera a costa de la 'confraternización' entre ambos países que implica que cada uno de los personajes visite la casa del otro, con previsibles, aunque muy divertidas consecuencia. El principal problema, falta de medios aparte (como se nota en las escenas 'bélicas') es, como por otra parte suele ser habitual en este tipo de producciones, lo que cuesta entender gran parte de los diálogos hasta que el oído se acostumbra. Entre lo mejor, la espléndida interpretación de Roque Valero, Cheíto, que hace una composición sumamente divertida de ese pícaro buscavidas capaz de vender a su propia madre para sobrevivir.
Como curiosidad, decir que la película ha recibido 14 premios internacionaes, entre los que destacan cuatro recibidos en el Festival de cine de Mérida. De la Mérida de Venezuela, claro está ;-D
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