lunes, marzo 21, 2011

EL RITO, Puerilidad Irritante


No sé que pensarán ustedes, pero a un servidor le producía de entrada una pereza considerable ver otra de exorcismos. Con razón. Hasta el diablo tiene que estar aburrido de un género con una obra tan canónica que parece tarea imposible escaparse de su alargada sombra (El Exorcista, William Friedkin, 1973) y desmarcarse así de esa cansina legión de secuelas y sucedáneos que en general con más bien escasa fortuna asoman cada cierto tiempo el alzacuellos por la cartelera reproduciendo hasta la nausea las dos principales columnas sobre las que se apoya argumentalmente el género: la eterna lucha entre ciencia y religión por un lado, que siempre empieza por discutir la posibilidad de que no estemos ante una verdadera posesión demoníaca, sino ante un trastorno psicológico no suficientemente bien diagnosticado para acabar abrazando la explicación sobrenatural que por supuesto da mucho más juego de cara a las posibilidades comerciales del producto, y la propia crisis de fe del sacerdote al que le toca el marrón de enfrentarse cara a cara con el maligno por otro, ya que a menudo los protagonistas de estas historias se hallan inmersos en el escepticismo que les produce el insoportable silencio de Dios ante las maldades que desata el ser humano, a veces incluso en su nombre. Nada hay como tener de frente una prueba palpable de la existencia del Diablo para reforzar esa conveniente fe en Dios, no vaya a ser que caigamos en las fauces de un indeseable ateismo.


La primera media hora de El Rito juega al despiste. No porque no mezcle de forma hábil los dos ingredientes arriba descritos, con un seminarista al que como premio por intentar colgar los hábitos antes de ordenarse sacerdote le mandan a Roma a formarse como exorcista diplomado (?) y un especialista en dichos ritos encarnado por un actor del que sabemos de sobra su capacidad para generar inquietud como Anthony Hopkins, sino porque en el primer exorcismo que vemos en pantalla resulta harto desconcertante ver a éste último interrumpir el rito para contestar al móvil – un gag anticlimático que deja al espectador en tierra de nadie, sin saber muy bien si a partir de ese momento debe tomarse en serio o no todo lo que vendrá después – y tras concluir la sesión, ante la mirada interrogante del neófito, preguntarle socarrón si esperaba cabezas girando o puré de guisantes.
Lo que podría interpretarse como una forma de marcar distancias respecto a la película de Friedkin y acercarse a terrenos algo más “realistas” a la hora de afrontar el tema – no olvidemos que la película se abre con el inevitable aunque luego matizado “basado en una historia real” y una frase de Juan Pablo II que nos sitúa en el contexto justo en el que el Vaticano impulsó la formación de exorcistas en su seno – genera unas expectativas interesantes que por desgracia se ven cada vez más defraudadas según avanza el metraje.

Y es que Mikael Hafström, que en la resultona 1408 ya pifió de la misma forma adaptando un relato de Stephen King, nos miente de forma descarada: arropado por una fotografía tenebrosa y una atmósfera inquietante, Hafström en realidad no siente el más mínimo deseo de esquivar los manidos esquemas del género, sino de revolcarse en ellos. No faltan en El Rito ni la joven aspirante a contorsionista que habla en lenguas que no debería conocer y provoca a los curas de palabra y obra, ni las explicaciones psicológicas de manual respecto de los comportamientos de la propia joven o el mismo protagonista, dominado por la sombra de un padre embalsamador que generó en él no pocos traumas – curioso Rutger Hauer – hasta desmadrarse por completo en un disparatado y desesperante tramo final en el que un paródico Anthony Hopkins dispone de luz verde para dar rienda suelta a todo su histrionismo. Lo que tratándose de Hopkins, créanme, no es precisamente poco.

El Rito tiene así el dudoso mérito de ser una película profundamente irritante por pueril: un guión previsible y aburrido lleva al espectador por caminos opuestos a los que parece querer transitar en su planteamiento, para acabar configurando esa lamentable y temible “El Exorcista de los Corderos” que uno intuía desde el mismo principio.


Este artículo, levemente modificado, se publicó en el periódico Voz Emérita el lunes 21 de Marzo

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