lunes, marzo 14, 2011

RANGO, La Crisis Existencial del Camaleon

He aquí una de las películas más desconcertantes en lo que va de año: un filme de animación que no solo se atreve a seguir su propio camino alejado de la sombra de la omnipresente Pixar, sino que no se corta un pelo a la hora de desarrollar un argumento que bajo la apariencia del homenaje al western esconde una más que curiosa reflexión de corte casi existencialista al obligar a su personaje principal a hacerse las preguntas más esenciales de la vida, a saber: quienes somos, cuál es nuestra función en la vida, qué podemos hacer con nuestra identidad y cómo llegaremos a definirla. No hay nada de casual en el hecho de que su protagonista sea un camaleón, reptil que sobrevive camuflándose con su entorno, adaptándose a lo que le rodea hasta fundirse con el mismo.

Un camaleón que ha pasado toda su vida aislado en un apacible terrario, con sus rutinas ordenadas y alimentando su existencia con desbordantes fantasías en las que se permite ser todo aquello que desea, liberado de repente en mitad de un desierto donde ha de aprender a marchas forzadas a relacionarse con los habitantes de un arquetípico pueblo del Oeste. Como si se tratara de una versión animada del Zelig de Woody Allen, Rango no solo se inventará un nombre, sino una actitud y una identidad que vienen dadas a partes iguales por una serie de catastróficas coincidencias y la necesidad de satisfacer los deseos de aquellos que ven en él lo que más desean ver.

Desde ese punto de vista, tampoco resulta ni mucho menos casual que Verbinski haya elegido el territorio del western porque más allá de las jugosas posibilidades que encierra es complicado dar con un género donde sea más sencillo asumir un rol cuyas características estén tan definidas de antemano. Un camaleón en plena crisis de identidad – por la falta de ella - encuentra así el terreno abonado para la búsqueda de sí mismo, en una especie de huida hacia delante que obliga a una lectura adulta insólita que empareja a esta inclasificable película con los logros alcanzados en ese terreno por joyas como Toy Story o Los Increíbles.


Por supuesto, todo esto no sería posible si no estuviéramos hablando de un filme cuya animación resulta simplemente sensacional, con uno de los trabajos de iluminación más exquisitos alcanzados por el género, que consigue el imposible de generar una fuerte sensación de realismo en una obra cuyos protagonistas son animales de todo tipo – gran parte del mérito hay que atribuírselo a Roger Deakins, director de fotografía de los Coen y aquí asesor visual como ya lo fuera en la extraordinaria Wall-E – pero que uno siente tan real como si se hubiera rodado en Almería.


Y es que otra de las cosas notables del filme es su desenfadada apuesta por el spaghetti- western. Rango es algo así como la película que Sergio Leone habría podido hacer si fuera animador hoy en día: no en vano Verbinski enfatiza las semejanzas de su protagonista con aquel Hombre sin Nombre al que daba vida Clint Eastwood haciéndolos coincidir en la culminación de una alucinada escena en la que, como si de un mal viaje de peyote se tratara, nuestro protagonista alcanzará la iluminación necesaria para asumir finalmente su rol de improbable héroe hasta las últimas consecuencias.

Cuando uno llega a ese momento, que casi es como si en el filme se hubiera colado de improviso un David Lynch desquiciado, Rango ya ha preparado sobradamente al espectador para que sea capaz de aceptar casi cualquier cosa: más allá de su cuidadísimo diseño de personajes, de las referencias cinéfilas y unas cuantas secuencias de acción – los dos brillantes encuentros con el halcón y la magnífica persecución en el cañón – la película hace bandera de un gamberro y marciano sentido del humor (¡ese coro griego formado por búhos mariachis de lo más agoreros!) que hace que a menudo uno agradezca tal libertad creativa a sus artífices.


Verbinski y la ILM han demostrado que hay vida más allá de Pixar, que se puede aprender de sus lecciones sin por ello dejar de explorar caminos nuevos. Quizá los logros de Rango pasen desapercibidos a primera vista. Pero no son ni mucho menos desdeñables. Más bien todo lo contrario.



Este artículo se publicó en el periódico Voz Emérita el 14 de Marzo de 2011

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