miércoles, junio 12, 2013

VII CINES DEL SUR J03 Half Life Nairobi y Pies en la Tierra

NAIROBI HALF LIFE, La ciudad no es para mí. O si.

Reconozcamos de entrada que una película que arranca con un desenvuelto vendedor de películas piratas, representando para un grupo de delincuentes la escena final de Kill Bill II con tanto apasionamiento como variedad de recursos expresivos (¡antes de colocarle a uno de ellos la susodicha peli de Tarantino!) es algo que mueve a la simpatía inmediata. Algo que se corrobora cuando, en la escena siguiente, este mismo vendedor que vive en un pueblo diminuto del interior de Kenya y sueña con ser actor, aprovecha el intermedio de una representación teatral en su poblado para marcarse ante la audiencia allí reunida una desopilante versión del discurso del Rey Leonidas a sus espartanos en 300 de Zack Snyder. Irresistible.


Nairobi Half Life (Mi Otra Vida en Nairobi) comienza pues dibujándote una sonrisa cómplice que consigue que te enganches a la peripecia de este hombre inocentón pero con no pocos recursos que, llevado por su sueño de ser actor, parte a Nairobi para ser desvalijado sin contemplaciones de todas sus pertenencias y enviado a la cárcel nada más llegar a la ciudad que algunos denominan no sin buenas razones NaiRobbery, con lo que se verá obligado a empezar de cero en una doble vida que mezcla delincuencia para sobrevivir con la determinación por conseguir ser actor, lo que podría decirse que compone algo así como una metáfora nada desdeñable de gran parte del cine africano.


Tenía mucha razón Mirito Torreiro, director de programación de Cines del Sur, cuando en su presentación de este filme de David ‘Tosh’ Gitonga avisaba sobre dos circunstancias que hacían de esta película elegida por Kenya para representar a su país en la carrera a los Oscars una obra interesante. La primera es que surge no ya de una co-producción con un país europeo, algo imprescindible a estas alturas para conseguir el objetivo de saltar más allá de sus fronteras, sino de un taller de guión impartido por el director Tom Tykwer. Si, ya saben, el de Corre Lola Corre y El Atlas de las Nubes, la última de los Wachowski. La otra es que, a diferencia de la mayor parte del cine africano que suele llegar a los ojos de los programadores de festivales, Half Life Nairobi no parece tener la más mínima intención de contentar el gusto occidental ni utilizar en su beneficio su imagen habitual de primitivismo“cine de choza y hechicería” en afortunada definición del propio Mirito – sino más bien limitarse a mirar a la realidad de la vida cotidiana sin esconder sus ciertas dosis de delincuencia y corrupción en una historia simple pero narrada de forma más que correcta. Especialmente para tratarse de una primera película.


Half Life Nairobi es pues una película que cae simpática tanto por el encanto de su protagonista con el que resulta difícil no empatizar como por la sensación de propio conocimiento del medio que tienen sus autores. Es verdad que adolece de ese defecto casi generalizado del cine africano como es esa excesiva simpleza e inocencia en sus tramas, con algún giro de guión un tanto forzado, pero aun así resulta un filme digno que se apoya bien en el buen trabajo de su resuelto protagonista Joseph Wairimu, que demuestra manejar un buen puñado de registros, incluyendo un plano final de lo más efectivo.


Esta decisión consciente de contar sus propias historias para su gente sin necesidad de atar sus formatos narrativos al gusto del primer mundo pero tampoco escondiendo la inevitable influencia que el cine occidental tiene en ellos no parece a priori una mala fórmula a seguir por el cine subsahariano. Aunque solo sea para huir de ciertos indeseables lugares comunes.



PIES EN LA TIERRA Lo épico y lo entrañable.


Siguiendo con esto de las primeras películas, parece inagotable la capacidad del cine argentino para seguir reinventándose y experimentando con formatos narrativos que permiten reconocer ciertas saludables herencias e influencias pero sin por ello dejar de mostrar una voz personal y propia. La forma más simple (e incompleta) de definir la primera película de Mario Pedernera es que Pies en la Tierra es una película que mezcla lo mejor del cine de Carlos Sorín – ya saben, el autor de Historias Mínimas, Bombón El Perro, La Ventana o Días de Pesca – con aquella rareza (por su clasicismo y su naturalidad  que aun hoy constrasta fuertemente con el resto de su filmografía) en clave fordiana que rodó el inquieto David Lynch en The Straight Story, que en España se llamó Una Historia Verdadera. Por si no la recuerdan o han cometido el imperdonable fallo de no haberla visto todavía, Una Historia Verdadera contaba el largo viaje en una cosechadora de un anciano para visitar a su hermano al que no veía en largo tiempo, sin importarle la lentitud con la que se dirigía a su destino, sino el viaje en sí y sus experiencias con aquellos que se iba encontrando.


Pues bien: el protagonista de Pies en la Tierra es Juan, un hombre en silla de ruedas de carácter hosco y reservado, poco amigo de verbalizar cualquier cosa más allá de los estrictamente necesario, que vive vendiendo pescado en un puesto junto a una carretera poco transitada y que tras la muerte repentina de su madre, decide ir en su silla de ruedas en busca de la única familia que le queda, una prima y la hija de ésta, que residen en una ciudad bastante alejada de donde Juan reside. Pedernera no esconde en ningún momento sus influencias. Es más, las abraza alegremente en sin importarle lo más mínimo las posibles críticas que pudiera recibir por ello.


Del cine de Sorín toma la naturalidad de algunos actores no profesionales, irresistibles personajes en sí mismos, que dotan al conjunto de una verosimilitud irrebatible, al tiempo que, sin ser sentimental, no le duelen prendas a la hora de afrontar los sentimientos. De la película de Lynch toma ese aliento entre épico y poético, ese inevitable proceso de crecimiento que implica todo viaje y la interacción con esos tipos que se cruza en el camino que proporcionan momentos inolvidables tanto de puro surrealista como por su capacidad de conmover con unos elementos mínimos pero de una efectividad indudable a la hora de tocarte el corazón.


Cuesta quizás un poco entrar en la propuesta en su arranque, quizás porque el personaje de Juan no resulta de entrada alguien particularmente atractivo para el espectador sino más bien al contrario. Pero una vez que se pone en movimiento, la película alcanza rápidamente mucho vuelo con muy pocos elementos y ya no baja en ningún momento, manteniendo con soltura un tono de lo más elevado. Los sucesivos encuentros de Juan con tipos como ese ex – boxeador que ha vivido tiempos mejores, la pareja de campesinos (brillante el recurso de colocar en el mismo plano a un tipo hosco y reservado al que le cuesta hablar como Juan y uno que se desvive por comunicarse pero al que su condición de casi mudo le dificulta en igual medida el hacerlo) o ese inolvidable cantante cristiano, Paco de Los Zorzales (¡queremos el disco de Los Zorzales ya!) que tiene a su cargo algunas de las secuencias más maravillosas de la propuesta, incluso el papel determinante en el filme que juega un simple perro.


Todo ayuda para llevar a buen puerto una película tan entrañable como a la postre notable que por cierto también contiene en su interior un homenaje al propio cine – y es casi una constante de este año: ya las hemos tenido en Talgat o Nairobi Half Life, por ejemplo – en una emotiva secuencia en la que Juan ve una proyección al aire libre de un clásico de Leonardo Favio, Juan Moreira (1973) perfectamente encajada en la historia que se está contando: no es un simple homenaje sino otra referencia más de la que no se esconde este prometedor director al que habrá que seguirle la pista muy de cerca: un cine tan sutil e inteligente como el que demuestra Pies en la Tierra no puede ser fruto de la casualidad, sino de un talento muy particular.



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