Esta película que recibió el Premio del Jurado en el pasado Festival de
Cannes y que está dirigida por Wang Xiaoshuai (La Bicicleta de Pekín) parte de un material autobiográfico para construir un drama sobre los conflictos generacionales de una chica de 19 años con su padre, fuertemente condicionados por unas muy especiales circunstancias políticas que afectan a la vida de esas personas de manera determinante. A mediados de los años 70, la China Comunista vivía inmersa en el miedo a un conflicto con la Unión Soviética, dado que sus relaciones en aquellos años no atravesaban precisamente una buena época. Por el miedo a una futurible invasión, el Gobierno chino dispuso que una serie de fábricas consideradas de cierta importancia para el país fueran trasladadas al interior, una zona mucho más pobre de la China Continental, para formar lo que entonces se denominó “La Tercera Línea de Defensa”. Por supuesto, un gran número de trabajadores abandonaron su vida en las grandes ciudades y se trasladaron con sus familias a los nuevos emplazamientos de dichas fábricas, lugares mucho más atrasados donde debían iniciar una vida que se suponía iba a tener un carácter temporal. El problema es que una vez allí, a los trabajadores se les impidió, salvo contadas excepciones, regresar a sus lugares de origen y esa nueva vida que, en principio, tenía carácter temporal se convirtió en definitiva. Tanto es así que muchos de los descendientes de aquellos trabajadores aun siguen en esas zonas del interior, aunque ya no sueñan con volver a sitios como Shangai algún día y se han resignado a su suerte.




Xiaoshuai se aplica a la descripción de una historia bastante cargada de momentos dramáticos con una puesta en escena contemplativa y de ritmo pausado – acaso quizás demasiado en algún que otro pasaje a mitad del metraje – pero su propio ajuste de cuentas con el pasado no carece de valor ni de momentos inspirados, más allá de alguna que otra exageración en el relato. Son sumamente divertidos, para el ojo europeo, la forma en la que los jóvenes de ese pueblo van descubriendo e incorporando la moda occidental – para evidente disgusto de sus mayores – o se reúnen en la clandestinidad para escuchar lo último llegado de aquellos lares (¡cielo santo, Abba!) en unos inenarrables guateques clandestinos en los que la actitud lo es todo y la curiosidad, la norma. Hay un logrado trabajo de los actores (Yao Anlian, en el papel del sufrido padre, está esplendido) y quizás lo único que cabe reprocharle a esta interesante película es un cierto exceso de tremendismo en un relato que ya de por sí resultaba bastante dramático y que, por qué no decirlo, puede provocar en el espectador cierto hartazgo si llega a la conclusión de que le importa más bien poco todo lo que le están contando dado el innegable carácter localista de la propuesta.
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