Soy de los que creen firmemente en la pasión, ya sea en el cine o en la vida, como motor fundamental de nuestros actos. También creo que a menudo sentimos miedo de esos lugares a los que nuestra pasión puede llevarnos y tratamos de ponerle límites conteniéndola con la razón, siguiendo las normas sociales o contemporizando con ella. Ágora es una película compleja y ambiciosa que nace de una pasión muy concreta: la que siente Alejandro Amenábar por la astronomía. Me resulta admirable a la vez que fascinante el proceso por el que alguien puede llegar, partiendo de esa pasión, a poner en pie una superproducción destinada a meter de cabeza al espectador en la Alejandría del siglo IV d.C. y enhebrar alrededor de la figura casi desconocida de Hipatia un discurso más que coherente sobre los peligros, tan actuales hoy como entonces, del fanatismo y la intolerancia que surgen del fundamentalismo religioso.
Amenábar nos embarca así en una empresa monumental y rodeada de peligros: para contar la historia que le interesa necesita reconstruir con una fisicidad alejada de las imposturas de lo digital esa ciudad crisol de culturas, sectarismos y odios, sumergir al espectador en ella hasta que éste pueda sentir ese mundo lejano como propio. Lo consigue con una pasmosa facilidad no solo gracias al presupuesto que maneja, sino en su habilidad narrativa para mostrarlo en todo su esplendor. Amenábar sitúa en su centro a Hipatia, una mujer cuya única y desbordante pasión es el ansia de conocimiento, la preservación del saber, el encontrar respuestas a las más altas preguntas. Su educación le obliga a cuestionarse de forma continua sus creencias, algo que la convierte en alguien muy peligroso para un mundo que se hace progresivamente más dogmático.
Pero es lo que rodea a Hipatia – magnífica Rachel Weisz, ojos y alma de la película - lo que verdaderamente importa. La terrible descripción de la absurda necesidad del ser humano de imponer su fe a punta de espada, el rampante cristianismo que con tanta facilidad pasa de ser víctima a verdugo, la resistencia igualmente amparada en la violencia de paganos y judíos que prende la llama, rompe el frágil (¿imposible?) equilibrio y genera ciegas turbas capaces de arrasar en un instante siglos de sabiduría y derramar ríos de sangre, la superposición del poder terrenal con el espiritual buscado por esa incipiente Iglesia que desafía abiertamente al poder político, la locura en fin de un puñado de hormigas – los continuos planos cenitales de Amenábar no dejan lugar a duda sobre ese concepto vital – empeñadas en devorarse unas a otras.
Junto a todo eso conviven en Ágora reminiscencias del Cosmos de Carl Sagan en su didáctica investigación del heliocentrismo, la lucha interior de un liberto dividido entre un amor imposible – con algún momento, como aquel en el que roza levemente el pie de su ama, de genuina emoción - y la necesidad de defender irracionalmente la fe que le ha dado la libertad, el desafío que supone la misma libertad de Hipatia a un mundo que pretende condenarla al ostracismo… Amenábar es ambicioso: quiere hablar de lo grande y lo pequeño, mezcla espectáculo y reflexión, apunta muy alto en los muchos temas que toca y, temeroso de ir demasiado lejos, deja que la razón se imponga a la pasión acabando por ofrecer una aparente sensación de frialdad que puede que a algunos le impida emocionarse demasiado con ella. Les aseguro que no es mi caso en absoluto.
Sería una injusticia y una verdadera lástima que una película tan recomendable se juzgara en función de detalles a la postre tan irrelevantes como el dinero que ha costado o ciertos prescindibles coqueteos con el maniqueísmo (¡esos parabolanos vestidos como talibanes!) cuando hay en ella tanto sobre lo que reflexionar. Amenábar consigue una obra compleja cuyo notable mérito, ojalá me equivoque, mucho me temo que no será reconocido ni gozará del favor de la mayor parte del público, al que cada vez parece gustarle menos que le hagan reflexionar desde la pantalla. Sobre todo si lo que se muestra puede causar tanto desasosiego al comprobar que, por desgracia, la humanidad sigue sin haber evolucionado demasiado en los últimos dos mil años.
Amenábar nos embarca así en una empresa monumental y rodeada de peligros: para contar la historia que le interesa necesita reconstruir con una fisicidad alejada de las imposturas de lo digital esa ciudad crisol de culturas, sectarismos y odios, sumergir al espectador en ella hasta que éste pueda sentir ese mundo lejano como propio. Lo consigue con una pasmosa facilidad no solo gracias al presupuesto que maneja, sino en su habilidad narrativa para mostrarlo en todo su esplendor. Amenábar sitúa en su centro a Hipatia, una mujer cuya única y desbordante pasión es el ansia de conocimiento, la preservación del saber, el encontrar respuestas a las más altas preguntas. Su educación le obliga a cuestionarse de forma continua sus creencias, algo que la convierte en alguien muy peligroso para un mundo que se hace progresivamente más dogmático.
Pero es lo que rodea a Hipatia – magnífica Rachel Weisz, ojos y alma de la película - lo que verdaderamente importa. La terrible descripción de la absurda necesidad del ser humano de imponer su fe a punta de espada, el rampante cristianismo que con tanta facilidad pasa de ser víctima a verdugo, la resistencia igualmente amparada en la violencia de paganos y judíos que prende la llama, rompe el frágil (¿imposible?) equilibrio y genera ciegas turbas capaces de arrasar en un instante siglos de sabiduría y derramar ríos de sangre, la superposición del poder terrenal con el espiritual buscado por esa incipiente Iglesia que desafía abiertamente al poder político, la locura en fin de un puñado de hormigas – los continuos planos cenitales de Amenábar no dejan lugar a duda sobre ese concepto vital – empeñadas en devorarse unas a otras.
Junto a todo eso conviven en Ágora reminiscencias del Cosmos de Carl Sagan en su didáctica investigación del heliocentrismo, la lucha interior de un liberto dividido entre un amor imposible – con algún momento, como aquel en el que roza levemente el pie de su ama, de genuina emoción - y la necesidad de defender irracionalmente la fe que le ha dado la libertad, el desafío que supone la misma libertad de Hipatia a un mundo que pretende condenarla al ostracismo… Amenábar es ambicioso: quiere hablar de lo grande y lo pequeño, mezcla espectáculo y reflexión, apunta muy alto en los muchos temas que toca y, temeroso de ir demasiado lejos, deja que la razón se imponga a la pasión acabando por ofrecer una aparente sensación de frialdad que puede que a algunos le impida emocionarse demasiado con ella. Les aseguro que no es mi caso en absoluto.
Sería una injusticia y una verdadera lástima que una película tan recomendable se juzgara en función de detalles a la postre tan irrelevantes como el dinero que ha costado o ciertos prescindibles coqueteos con el maniqueísmo (¡esos parabolanos vestidos como talibanes!) cuando hay en ella tanto sobre lo que reflexionar. Amenábar consigue una obra compleja cuyo notable mérito, ojalá me equivoque, mucho me temo que no será reconocido ni gozará del favor de la mayor parte del público, al que cada vez parece gustarle menos que le hagan reflexionar desde la pantalla. Sobre todo si lo que se muestra puede causar tanto desasosiego al comprobar que, por desgracia, la humanidad sigue sin haber evolucionado demasiado en los últimos dos mil años.
5 comentarios:
Lo peor no es que hayamos avanzado poco en los últimos 2000 años, lo peor es que todo apunta que vamos a seguir así unos cuantos más.
ganas de verla, ganas de verla, ganas de verla, ganas de verla, y aún más ganas de verla...
La ponen en Mérida?
Estaré por allí de miercoles noche a domingo...
Pd.:pa que luego digas que no te leo, :P
Ppd.: no me ha gustado ni mucho ni poco la de Woody..
Al hilo del final de mi comentario y el de Eledhwen, resulta curiosa y apropiada la referencia que hace Enrique a Si La Cosa Funciona, la última película de Woody Allen. En ella el genio neoyorquino expresa con meridiana claridad y sobrada lucidez un hecho incuestionable que Amenábar también aborda en Ágora: la raza humana es una especie ciertamente fracasada y estúpida que se está ganando plenamente su futura extinción. De hecho, la vida cada vez me parece más un doloroso camino de continuas frustraciones en los que los momentos de felicidad, los que hacen que la cosa milagrosamente funcione, son sumamente escasos (y no lo digo con ánimo pesimista sino, como diría Woody, con una visión realista).
Enrique, podrás ver Ágora en Mérida cuando vengas. Es más, no me importara acompañarte a verla una segunda vez...
Lamento que Woody te haya dejado indiferente. A mi, fijate, me apetece verla una segunda vez aunque solo sea porque el cine de Allen es una de esas cosas que hacen que la vida merezca la pena. Su Whatever Works me hizo reir tanto en el cine que consigue reconciliarme con el mundo, aunque puedo entender que a algunos le parezca una obra menor por su aparente ligereza. Match Point aparte, creo que Si la Cosa Funciona es la mejor obra de las 10 que ha hecho en lo que va de siglo XXI...
Es un alegato contra el fundamentalismo y por la razón, a favor del equilibrio, la inteligencia y la sabiduría y en contra de la ignorancia y superstición, una presentación de la Edad Media que empezará ya de la mano de la Iglesia Cristiana. bellísimamente rodada, ya con ver las fotos del blog se aprecia la "armonía apolínea", la luz perfecta, los planos impresionantes, es entretenida, tiene amor y actores llamativos, emociona...peerooo, sí, hay peros, se pasa en el hincapié del mensaje que ya hemos entendido desde el principio. Amenábar subestima al público evidenciando una y otra vez su desesperanza en la Humanidad a nivel cósmico con otro plano más de la tierra en el universo y una música excesiva para mi gusto, que te está diciendo ¿ves? esto es trascendente, con demasiada evidencia, sin dejarte tiempo para emocionarte de verdad. Esta grandeza forzada me irrita un poco, la verdad.
Una vez más: las críticas, aparte de la de David, que había leído, eran bastante negativas, quizás por eso me ha sorprendido gratamente. Ojalá pudiéramos llegar "vírgenes" a la sala de cine...(y no admito chistes sobre lo de vírgenes)
Excelente crítica. Pese a algunos fallos, la cinta merece y mucho la pena. Amenábar tiene talento y valentía... la historia, la reflexión sobre las religiones y fanatismos y la Hypatia de Rachel Weisz son una propuesta de altura.
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