MY QUEEN KARO, Aquellos no tan maravillosos años
Sin duda hay algo fascinante en los años 70. Época convulsa como pocas en muchas partes del mundo, durante la primera mitad de la década se vivió una especie de resaca del famoso Verano del Amor hippie y Nixon y el Watergate contribuyeron a darle carpetazo a gran parte de los sueños de libertad y las alternativas a otro tipo de sociedad que tuvieron entonces su apogeo. Muchos pensaron que era factible y hasta obligado organizarse de otra forma compartiendo todo y rebelándose abiertamente contra la sociedad capitalista y uno de los campos donde más se libró esta batalla fue el de la familia tradicional. Las comunas, esa especie de cooperativas del amor libre, resultaban para muchos de lo más atractivas, además de por los motivos más obvios e inmediatos que acuden a la mente, por lo radical de unos planteamientos que afectaban a la esfera más intima: el funcionamiento de la pareja… y la educación de los niños en un ambiente muy alejado de lo tradicional.
Estamos en Ámsterdam en 1974. Raven y Dalia, una pareja belga, llega junto a su hija Karo de 10 años a una casa ocupada donde integran una de estas comunas. La idea es buscar la felicidad de una forma alternativa y al principio la cosa funciona. Pero los problemas no tardan en aparecer. El amor libre tiene esas cosas: Raven, un utópico de esos que siguen sus ideales hasta las últimas consecuencias especialmente cuando le benefician inicia una relación con otra mujer y a Dalia no le queda otra que tragar y compartir si no quiere perder a su pareja. La mirada de la directora nos coloca a la misma altura de los ojos de Karo, que rápidamente se ve dividida entre dos fuerzas que tiran de ella en sentidos opuestos: los ideales de su padre frente al pragmatismo algo más moderado de su madre. No hay vuelta atrás, las cosas no pueden ser como antes y más temprano que tarde, está claro que Karo tendrá que tomar una decisión mientras sus padres se van alejando cada vez más uno del otro, enfrentados en posturas irreconciliables.Sin duda hay algo fascinante en los años 70. Época convulsa como pocas en muchas partes del mundo, durante la primera mitad de la década se vivió una especie de resaca del famoso Verano del Amor hippie y Nixon y el Watergate contribuyeron a darle carpetazo a gran parte de los sueños de libertad y las alternativas a otro tipo de sociedad que tuvieron entonces su apogeo. Muchos pensaron que era factible y hasta obligado organizarse de otra forma compartiendo todo y rebelándose abiertamente contra la sociedad capitalista y uno de los campos donde más se libró esta batalla fue el de la familia tradicional. Las comunas, esa especie de cooperativas del amor libre, resultaban para muchos de lo más atractivas, además de por los motivos más obvios e inmediatos que acuden a la mente, por lo radical de unos planteamientos que afectaban a la esfera más intima: el funcionamiento de la pareja… y la educación de los niños en un ambiente muy alejado de lo tradicional.
My Queen Karo expresa con bastante claridad el inevitable fracaso de un sistema mucho menos libre de lo que aparentaba – Raven proclama defender la libertad, pero es un intolerante con aquellos que no comparten su “pureza de ideales” – pero no tanto desde el punto de vista moralista como desde la imposibilidad de imponer determinadas estructuras por encima de los instintos y las emociones humanas básicas. El proceso de Karo se hace transparente para el espectador, que asiste impotente a su progresiva sensación de pérdida, a su demanda continua de cariño dentro y fuera del núcleo familiar, a sus esfuerzos por asimilar los principios a menudo contradictorios que se le inculcan y adaptarse a una situación que la desborda y le impide ser una niña normal.
Hasta aquí, nada que objetar. El problema es que todo resulta reiterativo y excesivamente previsible. Tanto que es imposible no anticipar todas y cada una de las cosas que suceden en la cinta, como si de una crónica de un fracaso anunciado se tratara y el a todas luces desmesurado metraje de la cinta, más bien escaso de esos conflictos que hagan avanzar la trama – los episodios con la prostituta de abajo, la tía monja que provoca una o incluso los primeros escarceos amorosos de Karo no pasan de lo anecdótico - convierten a My Queen Karo en una película alargada y bastante aburrida en la se puede salvar, como nota curiosa casi antropológica, la lograda ambientación de la época. Asimismo los ocasionales despelotes – los de Deborah François son espectaculares - y refociles amorosos del personal de la comuna ayudan a que uno no se duerma del todo, pero poco bagaje más, la verdad.
UN LUGAR DONDE QUEDARSE, Listillos recorriendo América
La película que fuera de concurso clausura la Sección Oficial – y que nadie sabe muy bien por qué la hemos visto dos días antes de que termine la misma – es una muy divertida comedia sobre una pareja que a punto de ser padres y tras enterarse que no tienen razón alguna para quedarse en el sitio donde viven actualmente, sufren un cierto ataque de pánico y deciden recorrer distintos puntos de los EE.UU y Canadá para visitar antiguos amigos de uno y otro y decidir cual es el mejor sitio donde vivir y criar a su futuro bebé. Se inicia así un improbable itinerario que el inglés Sam Mendes aprovecha para construir una especie de fresco sobre las muy distintas formas de asumir la paternidad, afrontar la educación de los niños y hacer compatible ésta con la a ratos sumamente compleja supervivencia de la propia pareja, a punto de cruzar una línea sobre la que no hay vuelta atrás.
El director de Revolutionary Road parece que necesitaba imperiosamente tras aquella durísima y desencantada visión de cómo atreverse a soñar con un futuro mejor podía destrozar por completo el frágil equilibrio de la vida en pareja compensarse y compensarnos con una película que en cierto sentido es el reverso positivo de aquella. Burt y Verona son una pareja que carece en apariencia de los miedos e inseguridades que todos sufrimos y no les duelen prendas – ni al parecer los recursos económicos – con tal de encontrar ese sitio idealizado donde poner el nido. Muy al contrario, se lo toman con calma y muchísimo sentido del humor. Y hay que reconocerle a los guionistas Dave Eggers y Vendela Vida (que me maten si no es el seudónimo más improbable de la historia, aunque reconozco que desconozco quien se oculta tras él) su capacidad para conseguir no ya la sonrisa cómplice sino abiertas carcajadas a lo largo de los muchos encuentros y desencuentros que tienen con otros padres a cual más estrambóticos con los que viven las situaciones más descacharrantes.
Un Lugar donde Quedarse es una película de listillos. De esos a los que le gusta lucirse, hacer que sus personajes digan algo inteligente, irónico, brillante y divertido en todo momento. Y la verdad es que la cosa funciona, por mucho que resulte imposible tomársela en serio, simplemente porque sus actores tienen una incuestionable vis cómica, los diálogos vuelan de un lado a otro con la precisión y el timing justo riéndose la mayor parte de las veces de cosas que nos resultan muy familiares y sobre todo no se le puede discutir que tiene algunos momentos muy logrados – el gag del carrito en casa de los insufribles seudohippies es francamente memorable – capaces de alegrarle la vida al espíritu más amargado.
Por supuesto, Un Lugar Donde Quedarse no sería los mismo sin el excelente trabajo de dos cómicos de raza, fogueados largamente en algunas de las mejores escuelas del humor estadounidense de los últimos tiempos – Maya Rudolph es una habitual del casting fijo de Saturday Night Live desde hace no sé ya cuantas temporadas, mientras que John Krasinski es una de las razones del éxito de esa maravillosa serie llamada The Office que está entre lo mejor que ha dado la pequeña pantalla en el campo del humor en años – que sostienen con su saber hacer una película que, a poco que se reflexione sobre ella, se caerá en la cuenta que es poco más que una sucesión de sketches divertidos pero con nula progresión dramática que abraza sin complejos la cursilería propia de la comedia romántica, molestas cancioncillas incluidas, cuando es necesario.
LUNA CALIENTE, La caliente niña Ramona
Cuando uno se enfrenta a una película de Vicente Aranda siempre espera encontrar al autor de Amantes o Libertarias y no al de Carmen o Canciones de Amor en Lolita’s Club, obras que en los últimos tiempos son ejemplos claros de esa especie de cine de bragueta al que Aranda se ha entregado por completo con inusitado fervor en los últimos tiempos. Conste en acta que servidor no tiene de entrada problema alguno con el sexo en el cine y me considero tan erotómano como el que más, pero no deja de provocar cierta tristeza que un director que ha dado sobradas muestras en el pasado de conocer bien su oficio parezca no tener mayor interés que poblar la pantalla de suculentas escenas de sexo que más que un medio para conseguir una sensación o contar una historia, son un fin en si mismo. Y para eso, pues que quieren que les diga, servidor prefiere ponerse un porno.
Lo triste es que empieza Luna Caliente y a los veinte minutos de proyección empiezan a sonar las primeras carcajadas. Es normal. Estamos siguiendo en el Burgos del 1974, en medio de toda la tensión por el famoso proceso a varios etarras a Juan, un improbable Eduard Fernández, poeta, funcionario de la UNESCO y ligero izquierdoso de vacaciones en su tierra que al visitar a un viejo colega antifranquista se ve literalmente arrollado por la desbordante sensualidad de su hija de dieciséis añitos y vertiginosas curvas. Como no será la cosa que el propio Aranda obliga a todo un señor actor como Emilio Gutiérrez Caba a soltar una aburrida perorata sobre sus méritos médicos que a nadie interesa porque el director sabe perfectamente que todo el personal heterosexual de la sala no está pendiente de otra cosa que los más que evidentes atributos físicos de Thaïs Blume. Por si a alguien no le ha quedado claro, Aranda nos obsequia con un más que gratuito plano de su pecho, pezón al viento bajo la leve camiseta, que deje claro el tema. A partir de ahí, insinuaciones más o menos veladas, una relación sexual que se parece mucho a una violación con resultados catastróficos y un viaje nocturno que no es sino el comienzo de una tremenda pesadilla por el sistema policial franquista que experimenta el atribulado y eso si, siempre salido cual pico de una mesa Juan.
Es imposible tomarse en serio Luna Caliente. Cuando parece que puede empezar a tomar un camino interesante, Aranda rueda una escena estrambótica tras otra, injustificada salvo para aprovechar los ardores de la niña Ramona para sacar todo el partido que puede del contundente físico de Thaïs Blume – el polvo en el árbol de un jardín en pleno funeral, con un policía interpretado por un inenarrable José Coronado metido a mamporrero es uno de los cúlmenes del surrealismo del cine español de los últimos tiempos, casi a la altura de aquel memorable pase de El Ciclo Dreyer en la Seminci del 2006 – hasta el punto que cuando la madre de Juan, que escucha detrás de la puerta los gemidos procedentes de uno de sus encuentros furtivos y pregunta a voz en grito “Pero, Juan ¿Cómo has podido?” uno se siente tentado a responder por Juan “¿Pero tú la has visto bien?”
El caso es que Luna Caliente podría haber dado para muchas cosas. Hubiera podido ser una lectura interesante sobre los últimos y violentos coletazos represivos del régimen franquista, podría haber contado una posible toma de conciencia política por parte de un personaje que pese a compartir las ideas de izquierda prefirió mantenerse casi por completo al margen de la lucha desde el exilio. Incluso podría haber dado cierto juego como un simple thriller si se hubieran atado bien los distintos hilos argumentales. Pero no: a Aranda solo le interesa el sexo y no hay en el mundo citas literarias suficientes para disimular ese anhelo por más que Aranda se empeñe, hasta tal punto que un actor tan solvente como Eduard Fernández parece totalmente perdido en semejante atolladero. En fin. Hay directores que envejecen mejor y otros que lo hacen peor. Y todo el mundo tiene derecho a filmar películas alimenticias para seguir en la brecha. Pero es una lástima que ofrezcan tan poco cine en su interior, sobre todo tratándose de Aranda.
L’ARMÉE DU CRIME, Guedigian y La Resistance
De la misma forma que el cine español tiene en la Guerra Civil una fuente inagotable – y si, es inagotable, pese a que algunos se empeñen en lo contrario – de historias, lo mismo puede aplicarse a la Francia ocupada por los alemanes en la II Guerra Mundial, ya sea para lavar la conciencia culpable del régimen colaboracionista de Petain, ya sea para mostrar la lucha de la Resistencia contra el invasor y el alto precio que muchos tuvieron que pagar por esa lucha. Guedigian se embarca en un género que en apariencia parece muy alejado de sus historias cercanas, pero a poco que uno se fije con detenimiento, en realidad no lo es tanto: una vez más Guedigian habla de la indignación creciente que desemboca en el levantamiento contra el opresor, una vez más el director se detiene en contar el día a día de los distintos personajes que acabarán, a veces incluso contra sus primeros deseos, integrando las filas de ese ejército clandestino que recurre al terrorismo, una vez más, Guedigian aboga por el entendimiento entre personas de distintas nacionalidades, credos y extracción social como forma de unirse contra un mal mayor. Como ven, el Guedigian de siempre.
Desde la primera escena se nos informa del destino final de todos y cada uno de los protagonistas de la película. Así pues el interés de la propuesta no reside en lo que finalmente ocurrirá, sino en el proceso por el que un grupo de individuos que por muy diversas circunstancias inician la guerra por su cuenta, acaban por engrosar las filas de la Resistencia. En ese sentido Guedigian tampoco es que se distancie demasiado de cierta mirada costumbrista: nos familiarizamos con los diversos personajes a base de conocer su entorno, sus hábitos, sus conflictos, sus deseos… Donde Guedigian sí puede patinar un poco es en el viejo talón de Aquiles de toda película que muestra el terrorismo como forma de lucha justificada porque está muy claro que los nazis son el mal y punto. La película no evita una mirada glorificadora de aquellos mártires y es comprensible que así sea. Pero a uno le cabe preguntarse si pongamos por caso un terrorista islámico no justificaría de la misma forma sus actos. Al fin y al cabo puede que las cosas cambien y algún cineasta venga dentro de cuarenta años a rendirle un sentido homenaje por volar un autobús o una librería llena de gente. Territorio peligroso éste.
Uno de los aspectos positivos L’Armée Du Crime es que consigue ir creciendo en interés y en intensidad según avanza el metraje y el cerco se va cerrando cada vez más sobre los protagonistas hasta ahogarlos por completo. Le sobran algunos maniqueísmos que afean el conjunto - los papeles de la chica judía que se vende por supervivencia o el húngaro que delata a sus compañeros convirtiéndose así en una figura negativa, cuando todo el mundo sabe que bajo tortura no hay heroísmos que valgan y todo el mundo termina cantando tarde o temprano – pero el buen trabajo de los actores, alguna idea inspirada – la historia real del armenio convertido en jefe de grupo que hace suya una causa que para él es la misma que la de su pueblo cuando el genocidio turco o la acertada descripción de la policía colaboracionista haciendo el trabajo sucio – y una acertada BSO del gran Alexandre Desplat convierten El Ejército del Crimen en una seria candidata a trincar algo en el Palmarés de mañana.
Y eso es todo en lo que a la Sección Oficial se refiere. Mis muy personales apuestas para el Palmarés quedan de la siguiente forma:
- GUIÓN: Enrique Urbizu por Castillos de Cartón
- MÚSICA: Por sorprendente, Pau Recha por Petit Indi. Aunque Gabriel Yared por El Erizo, Desplat por El Ejército del Crimen o Elena Karaindrou por Dust of Time son todas excelentes opciones.
- FOTOGRAFÍA: Andreas Sinanos por Dust of Time. La alternativa sería Soderbergh por The Girlfriend Experience o incluso Pere Pueyo por Estigmas.
- MEJOR ACTOR: Jeff Goldblum por Adam Resucitado. Y cualquier otra cosa – componendas a actores españoles incluidos – será una injusticia
- MEJOR ACTRIZ: Josiane Balasko por El Erizo. Aunque Trine Dirholm por Lille Soldat es otra opción que nadie protestaría. Si quieren premiar a un español en el apartado de interpretación Adriana Ugarte en Castillos de Cartón o Candela Peña en La Isla Interior son buenas opciones.
- PREMIO NUEVOS DIRECTORES: Mia Love Hansen por Le Pere des Enfants. Aunque la favorita es Mona Achache por El Erizo.
- ESPIGA DE PLATA: Adam Resucitado de Paul Schrader
- ESPIGA DE ORO: Honeymoons de Goran Paskaljevic – improbable porque ya tiene dos espigas de Oro, pero a mi es la que más me ha gustado –
Aqui la tradicional porra de este año del Colombo, con los votos de los alli reunidos por categorías, para que veais lo que piensa el personal:
Pase lo que pase, la conclusión es clara: puede que ésta haya sido, con sus inevitables patinazos, la mejor selección de títulos que ha tenido la Seminci en los últimos años. Puede que no haya ninguna obra maestra, pero el nivel medio ha sido en general bastante alto.
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