ADAM, Amor Incomunicado
Una película de las características de Adam, comedia romántica tradicional aunque uno de sus protagonistas no lo sea, la convierte en una rara avis dentro de la Sección Oficial a concurso. Si bien es justo reconocer que casi todos los años suele colarse un filme de este tipo, más de uno en el Calderón esta mañana pensó al escuchar la popular sintonía de la Fox que se había metido por error en el cine comercial más cercano. La segunda película dirigida por el director teatral Max Mayer es, como decía, una comedia romántica más o menos de libro: chico al parecer algo retraído conoce a chica que es su nueva vecina, chica se queda pillada con la peculiar sensibilidad que intuye se esconde tras el tímido comportamiento de chico, chico revela que tiene un problemilla en cuanto a sus relaciones sociales, chica decide que venga, que sigamos adelante y a ver qué pasa e inevitable crisis en el horizonte.
El elemento original de la película reside en el extraño comportamiento del chico, que uno en principio asocia a una simple (y a ratos divertida) falta de habilidades sociales y que se nos revela como un Síndrome de Asperger, una forma de autismo que consiste en una tremenda falta de empatía con el otro y con sus sentimientos, incapacidad para expresar los propios y obsesión por datos y cosas que no exijan interacción social. Vamos, que el muchacho tiene un serio problema de inteligencia emocional. Como me comentaba con no poca sorna una buena amiga a la salida del pase, al fin y al cabo es algo que les pasa a todos los hombres, solo que éste lo tiene un poco más acusado que la mayoría. Pese a eso y como Beth arrastra también unos cuantos fracasos amorosos – sin que se expliquen demasiado bien las razones – la chica decide tirar del carro y embarcarse en una relación francamente difícil. Pero la tesis de Mayer es sencilla: ¿acaso no lo son todas?Una película de las características de Adam, comedia romántica tradicional aunque uno de sus protagonistas no lo sea, la convierte en una rara avis dentro de la Sección Oficial a concurso. Si bien es justo reconocer que casi todos los años suele colarse un filme de este tipo, más de uno en el Calderón esta mañana pensó al escuchar la popular sintonía de la Fox que se había metido por error en el cine comercial más cercano. La segunda película dirigida por el director teatral Max Mayer es, como decía, una comedia romántica más o menos de libro: chico al parecer algo retraído conoce a chica que es su nueva vecina, chica se queda pillada con la peculiar sensibilidad que intuye se esconde tras el tímido comportamiento de chico, chico revela que tiene un problemilla en cuanto a sus relaciones sociales, chica decide que venga, que sigamos adelante y a ver qué pasa e inevitable crisis en el horizonte.
En un momento determinado del filme, Adam dice a modo de chiste “No soy Forrest Gump ¿sabes?” Y efectivamente, no lo es. De hecho el personaje de Tom Hanks, aunque con sus facultades disminuidas, interactuaba emocionalmente mucho más con su Jenny que esta especie de manejable espárrago hasta tal punto que resulta más que razonable necesario preguntarse las razones por las que, dejando aparte lo guapito que es Hugh Dancy, un personaje como Beth se mete en semejante embolado. Y la verdad, hay motivos para removerse inquieto en la butaca pues en cuanto uno empieza a hacerse esas preguntas toda la estructura sobre la que se asienta la película se tambalea peligrosamente. De acuerdo, puede que Adam sea una versión algo extrema del tema inagotable del amor y la dificultad que siempre supone hacer sitio en nuestra vida al otro aceptando sus defectos en la misma medida que sus virtudes, pero que quieren que les diga: a mi me parece rizar un tanto el rizo y no creo que la comedia romántica sea el mejor género para hablar de ese plus añadido a la dificultad de comunicación que supone el Asperger.
En cualquier caso, la película está bien contada, sin demasiadas estridencias y siguiendo el manual de las comedias románticas al uso. Funciona gracias a su inicial sentido del humor y al correcto trabajo de sus actores: Hugh Dancy se muestra comedido en un papel que en otras manos podía haber dado lugar a todo tipo de excesos y la hermosa Rose Byrne saca adelante un personaje en ocasiones difícil de justificar. No es nada del otro mundo pero preferible a los muchos engendros que nos da últimamente el género.
THE GIRLFRIEND EXPERIENCE, Soderbergh desactiva el morbo.
Había cierta expectación por ver el último trabajo del prolífico Steven Soderbergh que parecía volver de nuevo ese lado más independiente de su filmografía – ya saben, Bubble, Full Frontal o Schizopolis enfrentado a sus más comerciales Ocean’s o Ché - con esta película sobre la prostitución de lujo para la que escogió como protagonista a la estrella del cine porno Sasha Grey. Los que esperaran encontrarse con una película llena de morbo por este hecho se habrán quedado con un palmo de narices: The Girlfriend Experience es una película muy racional y acaso especialmente diseñada para desactivar semejantes expectativas. Muy al contrario, los desnudos presentes en esta película son más bien de tipo emocional, se desarrollan en ambientes fríos que no invitan al más mínimo calentamiento, ni mental ni del otro, y el resultado es un artefacto narrativo no especialmente original pero sí muy bien construido que lleva de la mano al espectador por dos estados de ánimo acaso conectados entre sí: el que refleja la desolación generada por la crisis económica y aquel que se refiere a la desolación emocional de los que no encuentran la forma de salir del circulo vicioso en el que se han metido, condenándose a si mismos al fracaso en el campo de las relaciones personales.
Chelsea es una escort, una acompañante de lujo que ofrece a sus adinerados clientes algo más que simple sexo. Parece tener su vida bajo control, tiene una pareja de lo más comprensiva que acepta su peculiar modo de vida y con la que ha alcanzado cierto tipo de equilibrio. No tiene excesivos motivos para desconfiar de su futuro, ya que su trabajo le permite llevar un alto nivel de vida con cierta comodidad. Sin embargo en un negocio como el suyo siempre hay temor a la competencia, surgen razonables dudas y además como nos pasa a todos, sueña con algo más, algo indefinible que su instinto la obliga a perseguir. Por su parte su pareja Chris, un entrenador físico que trabaja ocasionalmente en gimnasios y no dispone de ingresos fijos, sufre la lógica desazón de no estar a la altura de Chelsea en el terreno económico y tener que lidiar diariamente con su modo de ganarse la vida, un frágil equilibrio que puede romperse en cualquier momento.Soderbergh elige una estructura voluntariamente fragmentada en el tiempo – modelo 21 Gramos para entendernos – que la hace francamente interesante. Huyendo de la estructura lineal, consigue el efecto de hacerla imprevisible y obligar al espectador a concentrarse tanto en las conversaciones como sobre todo en las atmósferas y las sensaciones. Resulta extremadamente curiosa la visión que Soderbergh consigue dar de la crisis económica mundial en el primer tramo del filme: todos los clientes de Chelsea andan preocupados en mayor o en menor medida de los efectos que la misma ha tenido, está teniendo o va a tener sobre sus respectivos negocios, mientras que al situar la acción de su filme pocas semanas antes de las elecciones que colocarán a Obama en la presidencia, Soderbergh consigue transmitirnos a través de los personajes que hablan de los candidatos parte de los temas que dominaron la campaña.Sin embargo, a Soderbergh le interesa más la deriva personal tanto de Chelsea como de su novio Chris. Atrapados en un mundo de máscaras de las que no pueden despojarse ni por un instante, nos acercamos de forma progresiva a sus inseguridades, sus miedos, su terror al fracaso personal. Soderbergh aparca por completo los moralismos: Chelsea se dedica a la prostitución de lujo pero con la forma no sensacionalista en que está tratada sería lo mismo a estos efectos que fuera una alta ejecutiva de una empresa en crisis. Y lo mismo ocurre con Chris. Los miedos de ambos, sus soledades, son en esencia los nuestros y su trabajo resulta así irrelevante por mucha importancia que pueda tener en algunos casos para sus clientes o para nosotros como simples voyeurs. Entre medio del solo aparente caos narrativo que es la película, emerge nuestra capacidad de reconstruir los hechos fragmentarios que se nos ofrecen. Y el resultado es un retrato bastante desolador y efectivo – siempre que se consiga conectar con los personajes y lo que Soderbergh está tratando de contar, algo que no hay que dar por sentado – sobre unas personas en el fondo bastante desamparadas y perdidas.
HONEYMOONS, Fronteras Insalvables
Goran Paskaljevic se siente en Valladolid como en casa. No es para menos: el realizador serbio tiene ya en su haber dos espigas de Oro, una por La Otra América (1995) y otra por Optimistas (2006). Pues bien, no hay que descartar que consiga el triplete ya que Honeymoons está sin duda entre las propuestas más notables y sobre todo redondas que ha ofrecido hasta el momento la Sección Oficial. Y eso a pesar del lógico reparo que ponen, no sin cierta razón, aquellos que opinan que el director de El Polvorín vuelve en esta película a afrontar ciertos temas que son una constante en su filmografía: la dificultad de entendimiento entre pueblos condenados a convivir que a menudo desemboca en la violencia, las barreras que desde nuestra confortable posición en Europa ponemos a la libre circulación de personas, la necesidad de buscar la felicidad más allá del peso de las tradiciones, el inevitable vitalismo balcánico teñido de humor negro como forma de enfrentarse a la desesperanza…
Si, Paskaljevic habla de lo mismo de siempre. Pero es que su cine se basa en la realidad que observa, cuyas miserias transporta a la pantalla desde la ficción pero recreando unas historias que nos duelen porque somos conscientes que están reflejando esa realidad. Dudo mucho que el realizador pueda soslayar ese compromiso que tiene asumido consigo mismo. Y en Honeymoons el planteamiento es sencillo, pero su mensaje es contundente: las barreras que seguimos levantando alrededor de los países balcánicos que aun no forman parte de la Unión Europea están ayudando a incrementar un antagonismo cuyas consecuencias – aun no se ha secado la sangre vertida por aquellos parajes y aunque así fuera convendría tomar buena nota - pueden seguir siendo funestas. Y Paskaljevic ya no se limita solo a la antigua Yugoslavia: ahora ha fijado su mirada en Albania y en el conflicto de Kosovo, una herida muy abierta.
Dos parejas. Dos sueños. Dos bodas y dos lunas de miel con el común objetivo de salir del país de origen en busca de un futuro mejor. Para una pareja albanesa que vive atrapada bajo el peso de la tradición de su pueblo, la huida hacia Italia es la única opción para superar una vieja desgracia y ser felices. Para una pareja serbia la salida hacia Hungría no es tanto una cuestión de superar prejuicios, sino que es más sencillo: buscan mejorar su nivel de vida. Viene a ser lo mismo, nos dice Paskaljevic, ya que ambas se estrellan primero en la incomprensión de sus familias, en los prejuicios, en la intolerancia de los que no admiten la disensión y por último, contra las fronteras con las que nosotros los europeos – como si ellos no lo fueran – hemos levantado para evitar que vengan a los patios traseros de nuestras casas.
Creo que Honeymoons es una de las mejores películas de Paskaljevic. Lejos de la irregularidad que corría paralela a la brillantez de los episodios de Optimistas, Honeymoons resulta una propuesta mucho más sólida y coherente, estructurada con una precisión tal que ayuda a la contundencia de su mensaje. Al seguir primero a la pareja albanesa de raíces serbias que vive cerca de Kosovo – que sufre el desprecio social de los albaneses “puros” por así decirlo, como queda de manifiesto en la esplendida escena de la boda en Tirana – y mirar después a una pareja serbia que sufre la misma intolerancia pero al revés al volver desde Belgrado al pueblo de ella en Kosovo, Paskaljevic nos está mostrando las dos duras caras de una misma moneda y al mismo tiempo está dando voz a una juventud que no quiere sufrir por más tiempo los embates de la política y solo quieren un mundo normalizado en el que puedan simplemente ser felices. Aun queda mucho camino por recorrer (Kosovo es un conflicto no resuelto que aun sigue enquistado) pero el mismo hecho que esta película, una producción serbio-albanesa en la que colaboraron equipos de ambos países, haya podido llevarse a cabo es de por si un motivo para soñar con algo mejor para esa zona que lo que Honeymoons muestra con tanta desesperanza como notable acierto.
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