jueves, febrero 23, 2006

LOS TRES ENTIERROS DE MELQUIADES ESTRADA

Cumplamos primero con el tópico más recurrente que inunda todas y cada una de las reseñas de este sorprendente debut como director del actor tejano Tommy Lee Jones: efectivamente, a Sam Peckinpah le hubiera encantado esta película. Y no solo por algún que otro inevitable parecido argumental que trae a la memoria uno de sus proyectos más personales, Quiero la Cabeza de Alfredo García (Bring Me the Head of Alfredo García, 1974), sino porque el autor de Grupo Salvaje, La Balada de Cable Hogue o Junior Bonner hubiera sabido apreciar perfectamente varios de los rasgos característicos de parte de su cine – y ciertas debilidades menos confesables – que se hallan muy presentes en esta película fronteriza que, por encima de cualquier otra consideración, es una muy hermosa historia de amistad y lealtad.
No se puede hablar de Los Tres Entierros de Melquíades Estrada sin hacer una inmediata referencia a su guionista, el mexicano Guillermo Arriaga. Autor de los libretos de las notables películas de Alejandro González Iñarritu Amores Perros y 21 Gramos, la mano de este peculiar escritor que siente debilidad por esas estructuras narrativas deliberadamente fragmentadas que se han convertido a estas alturas en una indiscutible marca de fábrica es más que patente sobre todo en la primera hora de película, aquella que se dedica a contarnos los pormenores de la muerte – estúpida, accidental, inútil – del Melquíades Estrada del título desde una pluralidad de puntos de vista y situaciones temporales que a la vez sirven de carta de presentación de los distintos personajes que pueblan la película. Esta forma tan poco ortodoxa de narrar puede que tenga un mínimo de justificación en el hecho de que al autor le interesa resaltar – y es algo sobre lo que insiste de manera particular a lo largo del metraje – que la situación que se vive en aquella parte del mundo hace que pasado, presente y futuro sean intercambiables, ya que nada tiene trazas ni de haber cambiado gran cosa en décadas ni que lo vaya a hacer en años venideros.
Ambientada en ese territorio difuso a medio camino entre México y Estados Unidos que ha sido tan a menudo visitado por el cine y cuyos elementos esenciales – el paisaje árido, los vaqueros rudos y de pocas palabras, los rastros de un modo de vida aun no del todo desaparecida, los espaldas mojadas, el propio Río Grande… – resultan familiares a cualquier espectador con una mínima cultura cinematográfica, Los Tres Entierros de Melquiades Estrada aporta una mirada que, por debajo de la historia principal que actúa como motor de la película, se empeña en denunciar una situación de continuo contraste social entre los que están obligados a convivir de uno y otro lado de la frontera, sin olvidar por un instante la relación de dependencia que fusiona ambas culturas. Nadie pondrá en duda que Jones sabe perfectamente de lo que está hablando, más allá de que sus referentes sean más o menos reconocibles: el actor y director pone en juego toda una serie de elementos que describen un lugar en el que a la vez que el tiempo parece haberse detenido aquellos que lo habitan se esfuerzan por seguir adelante con sus vidas, a menudo engañándose a si mismos sobre sus expectativas o esperanzas y otras veces llevados por el imparable impulso de perseguir la promesa de un mundo mejor que habitar que el que dejan a sus espaldas. Como el fallecido Melquíades Estrada, un espalda mojada capaz de forjar en poco tiempo una amistad tan sólida que inspira al personaje de Jones la suficiente lealtad como para cumplir el último deseo de aquél: ser enterrado en México.La mirada de Jones y Arriaga resulta particularmente incisiva en la acertada descripción de los que pueblan la pantalla, cuya relación siempre se muestra al espectador por parejas que descubren algún aspecto de su personalidad que esconden a otros personajes, como sucede en la relación entre Lou Ann (January Jones), la joven e insatisfecha esposa del policía Mike Norton y la camarera de vuelta de todo Rachel (una estupenda Melissa Leo) capaz de mantener una relación a tres bandas con su esposo Bob, el sheriff Belmont y el propio Pete, en la que Lou Ann ve un claro reflejo de ese futuro nada alentador que le espera si se queda en aquel lugar. Lo mismo sucede con la evolución de la amistad entre Pete y Melquíades, vista en sucesivos flashbacks a lo largo del metraje y, por supuesto, en todo ese viaje de redención de la culpa que emprenden Pete y su prisionero Mike en compañía del cadáver de Melquíades. Asimismo, la película no pierde ocasión de retratar, de forma a menudo descarnada y socarrona ( “¿Cuántos espaldas mojadas han escapado?”- dice un sheriff - “Dos”, responde un ayudante - “Bueno, alguien tiene que recoger las fresas…” zanja el primero) la compleja relación entre mexicanos y estadounidenses.Merece capítulo aparte la ruptura narrativa que puede apreciarse entre las dos partes que tan fácilmente pueden apreciarse en la película. Si la hora inicial resulta fragmentada y dispersa y puede costar un tanto entrar en la misma, la segunda hora de película, presidida por un clasicismo narrativo (entendido en la mejor de sus acepciones) que podría venir firmada por el mismísimo Clint Eastwood, resulta deslumbrante. Una de las grandes virtudes de la película – por demás bastante infrecuente en el cine de hoy, más proclive a todo lo contrario –es que gana en intensidad, emoción y belleza según avanza su metraje, desarrollando esa preciosa historia de amistad más allá de las barreras culturales y de redención por encima de la simple ignorancia.
Punteada por un sentido del humor a veces irónico y a veces un tanto salvaje – son inenarrables algunas de las cosas que le ocurren a ese cadáver en tan agotadora peripecia – que tiene su momento álgido en la fantástica secuencia protagonizada por un viejo ciego (Levon Helm) capaz de hacer reír y conmocionar al espectador a un tiempo, Los Tres Entierros de Melquíades Estrada es una obra magnífica que puede dejar cierto poso de tristeza - esas desoladoras escenas de soledad compartida en una patética habitación de un motel, esa secuencia de la última y desesperada llamada de Pete a Rachel, ese lugar final de reposo a la vez imaginado y recreado… - a la vez que emociona por la fuerza y la pureza de los sentimientos que la animan.
Si, sin duda Peckinpah hubiera amado hasta la medula a Pete, ese personaje duro a la vez que tierno, capaz de abandonarlo todo por cumplir la última voluntad de su amigo sean cuales sean las consecuencias mientras enseña una valiosa lección de humanidad a su forzado compañero de viaje; hubiera aplaudido el gesto cansino y cansado de ese sheriff que, pese a sus desavenencias con Pete, prefiere incumplir sus obligaciones y dejar que la historia siga su curso y, por encima de todo, hubiera disfrutado del canto al entendimiento entre estadounidenses y mexicanos en ese territorio fronterizo que ambos pueblos comparten. Tommy Lee Jones puede estar más que orgulloso de haber conseguido una obra capaz de mostrar la belleza salvaje de los parajes que tan bien conoce como el fondo del corazón de aquellos que lo habitan, para lo bueno y para lo malo. No cabe ninguna duda que estará bien en el futuro. Y nosotros que lo veamos.

Por cierto, resulta más imprescindible que de costumbre ver esta película en versión original subtitulada para poder captar toda la esencia de esos continuos saltos del inglés al castellano en los diálogos (hay que ver a ese Tommy Lee Jones chapurreando español con su fuerte acento tejano), otro de los elementos que refuerza más la idea de los fuertes lazos que unen a ambos pueblos, clave como ya se ha dicho en esta más que estimable película.

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