Más allá de todos los hermosos retornos que supone la última película de Almodóvar, que justifican de modo admirable el acertado título con el que ha sido bautizada, Volver supone un interesante punto de enganche con dos de las películas que en su momento supusieron un considerable giro en su filmografía. Por un lado Volver nos devuelve a aquel pueblecito de la Mancha a la que el personaje de Marisa Paredes en La Flor de mi Secreto, tras sufrir una dolorosa ruptura matrimonial, acudía en busca de energía, de esa fuerza perdida, de esa, en fin, serenidad inquebrantable de las mujeres de pueblo que tanto habían alimentado sus sueños de infancia. Pero también nos resulta familiar porque nos hace pensar en aquella lejana y maravillosa vuelta de tuerca a su cine que fue ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, aquel drama urbano cargado de conciencia social y humor surrealista en el que una Carmen Maura luchaba a brazo partido para sobrevivir a una realidad bastante descorazonadora y hostil. La familia de barrio que forman Penélope Cruz, su hija adolescente Yohana Cobo y esa Lola Dueñas que regenta una peluquería clandestina no está tan lejos de aquel estupendo filme como cabría pensar por los años transcurridos y por todo lo que ha evolucionado el cine de Almodóvar en este tiempo.
Curiosamente, hay un tercer elemento nada desdeñable que ayuda a entender algo más esta necesidad de reencontrarse y superarse a si mismo: tras el doloroso ajuste de cuentas con la parte más oscura de su propio pasado que supuso la un tanto incomprendida La Mala Educación, Volver es prácticamente el reverso absoluto de aquel filme tenebroso. Allí donde en su anterior película Almodóvar poblaba la pantalla de personajes sórdidos que dificultaban en grado sumo la más mínima identificación entre el espectador y sus criaturas, Volver nos presenta una galería de maravillosos personajes femeninos a los que, simplemente, resulta imposible resistirse, tal es la humanidad y la pureza de los sentimientos que animan todos sus actos.
Volver resulta un opuesto tan perfecto de La Mala Educación que incluso la linealidad y simplicidad de su argumento, desprovisto de los complejos y brillantes artificios narrativos de tanto éste último como de sus obras inmediatamente precedentes, invita a pensar que ha surgido de una necesidad imperiosa por parte del cineasta de reencontrarse con la parte más luminosa y positiva de su cine, sin que ello signifique en ningún caso que éste renuncie a la trascendencia de los temas tratados – Volver es, por encima de todo, una historia sobre dolorosos secretos del pasado y la muerte que en el fondo resulta toda una celebración de la vida – ni a la trabajada depuración a lo largo del tiempo de su inconfundible estilo.
Porque de lo que no cabe duda alguna es que Almodóvar sigue siendo un director brillante: basta un hermoso travelling inicial que sigue a las mujeres que limpian afanosas las tumbas donde reposan sus seres queridos o las que serán su ultimo reposo, un par de conversaciones más trascendentes de lo que podrían parecer a primera vista sobre las últimas novedades, un buen puñado de besos (de esos besos múltiples que restallan sonoramente sobre las mejillas y que solo la gente de pueblo sabe dar de tan particular forma) y alguna que otra receta casera empaquetada en tarros para que nos veamos transportados a ese particular universo rural donde Almodóvar vivió sus primeros años, ese mundo en el que son las mujeres, auténticas especialistas en sobrevivir a los avatares del destino, quienes sin alzar la voz y usando toda su sabiduría marcan los designios de las familias que crecen a su cargo; ese universo poblado de secretos, supersticiones y certezas más allá de toda lógica que se rige por sus propias reglas.
Los personajes femeninos que Almodóvar ha forjado para esta película son un magnífico regalo tanto para las actrices que se encargan – maravillosamente – de insuflarles vida como para el espectador que tiene el privilegio de asistir a sus vidas. Hay que descubrirse tanto ante esa impresionante Penélope Cruz que derrocha talento y belleza en el que posiblemente sea su mejor papel hasta la fecha, esa Raimunda creada a la imagen y semejanza de las poderosas mujeres del neorrealismo tipo Sofía Loren o, sobre todo, Anna Magnani – la postrera referencia a Bellisima (Visconti, 1951), es toda una declaración de intenciones por otra parte muy del gusto de Almodóvar, muy proclive a este tipo de homenajes a lo largo de toda su filmografía –Asi como delante de esa hermana temerosa e insegura que clava con su habitual buen hacer Lola Dueñas, pasando por esa Carmen Maura que, efectivamente, demuestra con su complejo papel poseer aun la misma sintonía de siempre con el realizador manchego o, sobre todo, la gran revelación de la película, una Blanca Portillo en el mejor momento de su carrera para la que, simplemente, no hay calificativos que puedan hacer suficiente justicia a su increíble forma de apoderarse de un personaje, Agustina, a la vez servicial, metomentodo y conmovedora, esencial para entender la solidaridad y la forma de entender la vida de esas mujeres de pueblo de toda la vida.
El sentido de humor costumbrista, absurdo y tierno, que preside toda la obra se da la mano con un conjunto de interesantes reflexiones sobre la muerte, la culpa y las heridas del pasado que reverberan en el presente para construir una película tierna y profundamente humana a la que solo cabe reprocharle – probablemente porque ese no era en absoluto el objetivo de Almodóvar en el filme, mucho más centrado en el preciso retrato de todos y cada uno de los personajes que aparecen en pantalla – que el espectador atento a ciertas imágenes y situaciones premonitorias sea más que capaz de anticiparse a la naturaleza oculta del conflicto del pasado que atenaza a varias de esas mujeres, algo que resta cierto empaque emocional en algún que otro momento cumbre.
Con todo, lo valioso de una película como Volver no reside tanto en la historia que cuenta como la inteligente forma en la que Almodóvar conduce a sus actrices para que sus personajes aúnen esperpento y trascendencia con una ligereza solo aparente que esconde un muy trabajado guión en el que las líneas de diálogo fluyen con una naturalidad desarmante y en el que, como en la vida misma, comedia y drama no funcionan jamás como compartimientos estancos sino que son parte de un todo indisoluble. Es un mérito indiscutible de Almodóvar el conducir con mano firme este relato al que no faltarán detractores que lo tildarán de simple culebrón televisivo sin caer en la cuenta que no está ni mucho menos al alcance de cualquiera el conseguir que mezclen de forma tan admirable los diversos y a menudo opuestos elementos que la conforman.
Volver, con sus historias de almas perdidas a tiempo aun de reconducir sus existencias, con sus secretos inconfesables, con su vida de extrarradio e integración solidaria, con la enorme fuerza de ese inquebrantable amor filial – hay mucho de irracional intento del director en atraer a su propia madre de nuevo a la vida en esta película – y con esa poderosa celebración de la vida (¡Como se come en esta película, como se disfruta con los sentidos, como se ríe!) alrededor de un argumento a ratos dramático, bien podría servir de magnífico cierre a una muy fecunda etapa del cineasta. Si ya de por si toda su filmografía ha estado marcada por su fuerte personalidad y unas señas de identidad bien reconocibles, Volver funciona igual de bien tanto como evolución de su estilo – nada hay que rompa de forma brusca la narración, como a menudo suele ocurrirle en sus obras: todo es aquí mucho más fluido –, reivindicación no complaciente de su filmografía y, en fin, emocionado retorno a su pasado, desprovisto esta vez de la terrible amargura de su anterior filme. Será interesante ver cual es su próximo paso.
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