LOS OPTIMISTAS, Cuando una puerta se cierra, ciento se atrancan.
Goran Paskaljevic, que ya se llevó de Valladolid una Espiga de Oro en 1995 por La Otra América, bien podría repetir en el palmarés de este año por la película que cierra su muy particular trilogía sobre los últimos años de su país Serbia, con cuyas autoridades mantiene una relación de lo más tirante por la sencilla razón de que siempre ha sido un autor algo insobornable en sus planteamientos y porque sus películas apuntan al sitio donde más suele dolerle a los dirigentes de cualquier país, señalando sus habituales miserias. Si El Polvorín era una contundente denuncia de la violencia que estaba instalada hasta en los más nimios aspectos de la sociedad serbia y la durísima Sueño de una Noche de Invierno era una evidente metáfora del autismo en el que quedó sumido una parte del país tras el asesinato de su presidente electo Zoran Djindjic, Los Optimistas es el retrato amargo, irónico y punzante de la Serbia que ve hoy en día Paskaljevic, un lugar donde contrariamente a lo que opina la mayor parte de sus habitantes, muchos de los que tenían el poder en la época de Milosevic han vuelto por sus fueros, pero ahora bajo la confortable protección de un sistema democrático que legitima sus desmanes.
La película, compuesta por cinco historias independientes cuyo único nexo de unión es el actor Lazar Ristovski, que hace cinco roles diferentes y que es una apuesta bastante segura para el premio de interpretación masculina se inicia con un largo plano-secuencia que os muestra un pueblo completamente devastado por una inundación (una obra que se llama Los Optimistas y empieza así da una buena idea de por donde van las intenciones del director ¿no les parece?) al que llega un hombre dispuesto a ayudar a los que lo han perdido todo... mediante la hipnosis, que les ayudará a evitar el dolor y coger fuerzas para la dura tarea que tienen por delante. La segunda historia la protagoniza un hombre que pretende vengar el honor de su hija, violada por el dueño de la fundición en la que trabaja. En la tercera, un chaval ludópata y bastante corto de luces que se funde en las tragaperras el dinero del entierro de su padre trata de unirse a una enferma anciana tocada por la suerte para escapar de la vida que lleva. La cuarta es una historia hilarante sobre un médico que es contratado por el dueño de un matadero de cerdos porque su hijo de once años, llevado por la pasión del negocio familiar, se ha convertido en una especie de psicópata que degüella cuanto bicho se cruza en su camino. Por último, en una historia muy buñeliana, Paskaljevic nos cuenta los avatares de un grupo de enfermos y discapacitados que van de camino a manantial con supuestos poderes milagrosos que curará todos sus males como si de un Lourdes agnóstico se tratara. Si tienen fe, por supuesto.
Como pueden ustedes observar, Los Optimistas es una colección de cuentos en los que se insiste una y otra vez en la misma idea: por mal que parezca que están las cosas, siempre hay alguno o algunos dispuestos a decir bien alto y claro que todo va bien o que todo va a mejorar, optimistas bienintencionados a los que la dura realidad les pone en su sitio una y otra vez, a veces de forma sangrante - la conclusión de la segunda historia es puro Paskaljevic, dura, descorazonadora e insoportable - y a veces de forma cómica - hay que ver para creérselo a ese niño obsesionado con la muerte que va por ahí intentando degollar todo lo que se le pone a tiro y siendo a la vez orgullo y quebradero de cabeza de su padre o la gloriosa frase "Yo, a diferencia de todos vosotros, tengo un plan" que suelta en un momento dado uno de los personajes más idiotas del filme, por no mencionar a ese hilarante comisario de policía con dolor de pies de la primera historia - pero siempre con una cosa en común: la estupidez humana, capaz de llevarnos a hacer o al menos intentar las cosas más absurdas para tratar de mejorar las situaciones planteadas.
El único lastre de esta película es su estructura, ya que cinco historias que conforman cinco estupendos cortos no funcionan de la misma forma que un largometraje tradicional por más que la habilidad de Paskaljevic, un señor que además de saber sacarle mucho partido al humor (negrísimo, como es por otro lado muy habitual en la zona balcánica) de las situaciones planteadas, sabe narrar de maravilla, con soluciones de puesta en escena inteligentes y sin excesivos alardes - alguno tiene, pero perdonable - lo que permite sacar todo el partido a la, insisto, estúpida humanidad de sus criaturas. De lo visto hasta ahora en la Sección Oficial, puede que Los Optimistas sea la obra más coherente y redonda, aunque esté lejos del nivel de sus notables obras precedentes.
EL CORREDOR DE SEGUROS, Vacío existencial y cinematográfico
La segunda película de hoy tiene hasta la fecha el muy dudoso honor de ser la obra más pateada en el Teatro Calderón en lo que va de Seminci. Y eso, créanme, en una Sección Oficial tan flojita como la que estamos teniendo, tiene su mérito. Der Lebensversicherer, título impronunciable para los que no somos duchos en la lengua germana, cuenta la historia de un hombre atrapado tanto por su desarraigo emocional como por su desesperada necesidad de cumplir con una promesa hecha a si mismo de vender las suficientes polizas de seguro como para volver a su hogar con una suma importante de dinero. Mientras está en ello, tratando de convencer diariamente a cuanto incauto se cruza en su camino - ya podrán imaginar lo pesadito que llega a ponerse este hombre que para colmo, cuando quiere hacerse el gracioso, tiene una de las risas más insoportables que he escuchado en mucho tiempo - Bukhard Wagner conduce de forma interminable por las autopistas alemanas, come malamente en locales de carretera e incluso pernocta dentro de su propio coche, es de suponer que para ahorrar un poco. Sus continuas y desesperadas llamadas a casa, que no tienen respuesta por parte de su esposa, van revelando su agotamiento mental de tal forma que este hombre queda atrapado en una celda que el mismo se ha construido a su gusto y de la que, no se sabe en principio muy bien por qué, parece incapaz de escapar.
La idea, en sí, no es mala. La forma de ponerla en práctica es simplemente desastrosa. Bülent Akinci, director de origen turco que firma aquí su opera prima, se empeña en contarnos el vacío existencial de este un tanto desquiciado personaje a base de aburrirnos con un ritmo que más que mortecino es comatoso, una puesta en escena mareante, un guión del todo punto caprichoso que salta de un punto a otro sin que parezca haber demasiada coherencia o que se siga un plan determinado y laaargos planos fijos del personaje limitándose...a no hacer nada. La rutina solo se rompe con unas incomprensibles escenas de karaoke de canciones francesas (!) que precipitan a la película por el más espantoso de los ridículos y con una extrañísima y desaprovechada relación con la dueña de una pensión cercana a la autopista con la que nuestro protagonista no aprovecha la mano que se le tiende para reconducir su existencia, lo que le hace a ojos del espectador aun más inaccesible. Tal es el hastío que provoca el filme que les juro que cuando en un momento dado se revela que lleva un revolver en su maletín, servidor deseó por un momento tener otro para poner fin a tanto desatino. O pegarle un tiro al director llegado el caso, que también anda por aquí. Creo que el cine en general no le echaría de menos.
Goran Paskaljevic, que ya se llevó de Valladolid una Espiga de Oro en 1995 por La Otra América, bien podría repetir en el palmarés de este año por la película que cierra su muy particular trilogía sobre los últimos años de su país Serbia, con cuyas autoridades mantiene una relación de lo más tirante por la sencilla razón de que siempre ha sido un autor algo insobornable en sus planteamientos y porque sus películas apuntan al sitio donde más suele dolerle a los dirigentes de cualquier país, señalando sus habituales miserias. Si El Polvorín era una contundente denuncia de la violencia que estaba instalada hasta en los más nimios aspectos de la sociedad serbia y la durísima Sueño de una Noche de Invierno era una evidente metáfora del autismo en el que quedó sumido una parte del país tras el asesinato de su presidente electo Zoran Djindjic, Los Optimistas es el retrato amargo, irónico y punzante de la Serbia que ve hoy en día Paskaljevic, un lugar donde contrariamente a lo que opina la mayor parte de sus habitantes, muchos de los que tenían el poder en la época de Milosevic han vuelto por sus fueros, pero ahora bajo la confortable protección de un sistema democrático que legitima sus desmanes.
La película, compuesta por cinco historias independientes cuyo único nexo de unión es el actor Lazar Ristovski, que hace cinco roles diferentes y que es una apuesta bastante segura para el premio de interpretación masculina se inicia con un largo plano-secuencia que os muestra un pueblo completamente devastado por una inundación (una obra que se llama Los Optimistas y empieza así da una buena idea de por donde van las intenciones del director ¿no les parece?) al que llega un hombre dispuesto a ayudar a los que lo han perdido todo... mediante la hipnosis, que les ayudará a evitar el dolor y coger fuerzas para la dura tarea que tienen por delante. La segunda historia la protagoniza un hombre que pretende vengar el honor de su hija, violada por el dueño de la fundición en la que trabaja. En la tercera, un chaval ludópata y bastante corto de luces que se funde en las tragaperras el dinero del entierro de su padre trata de unirse a una enferma anciana tocada por la suerte para escapar de la vida que lleva. La cuarta es una historia hilarante sobre un médico que es contratado por el dueño de un matadero de cerdos porque su hijo de once años, llevado por la pasión del negocio familiar, se ha convertido en una especie de psicópata que degüella cuanto bicho se cruza en su camino. Por último, en una historia muy buñeliana, Paskaljevic nos cuenta los avatares de un grupo de enfermos y discapacitados que van de camino a manantial con supuestos poderes milagrosos que curará todos sus males como si de un Lourdes agnóstico se tratara. Si tienen fe, por supuesto.
Como pueden ustedes observar, Los Optimistas es una colección de cuentos en los que se insiste una y otra vez en la misma idea: por mal que parezca que están las cosas, siempre hay alguno o algunos dispuestos a decir bien alto y claro que todo va bien o que todo va a mejorar, optimistas bienintencionados a los que la dura realidad les pone en su sitio una y otra vez, a veces de forma sangrante - la conclusión de la segunda historia es puro Paskaljevic, dura, descorazonadora e insoportable - y a veces de forma cómica - hay que ver para creérselo a ese niño obsesionado con la muerte que va por ahí intentando degollar todo lo que se le pone a tiro y siendo a la vez orgullo y quebradero de cabeza de su padre o la gloriosa frase "Yo, a diferencia de todos vosotros, tengo un plan" que suelta en un momento dado uno de los personajes más idiotas del filme, por no mencionar a ese hilarante comisario de policía con dolor de pies de la primera historia - pero siempre con una cosa en común: la estupidez humana, capaz de llevarnos a hacer o al menos intentar las cosas más absurdas para tratar de mejorar las situaciones planteadas.
El único lastre de esta película es su estructura, ya que cinco historias que conforman cinco estupendos cortos no funcionan de la misma forma que un largometraje tradicional por más que la habilidad de Paskaljevic, un señor que además de saber sacarle mucho partido al humor (negrísimo, como es por otro lado muy habitual en la zona balcánica) de las situaciones planteadas, sabe narrar de maravilla, con soluciones de puesta en escena inteligentes y sin excesivos alardes - alguno tiene, pero perdonable - lo que permite sacar todo el partido a la, insisto, estúpida humanidad de sus criaturas. De lo visto hasta ahora en la Sección Oficial, puede que Los Optimistas sea la obra más coherente y redonda, aunque esté lejos del nivel de sus notables obras precedentes.
EL CORREDOR DE SEGUROS, Vacío existencial y cinematográfico
La segunda película de hoy tiene hasta la fecha el muy dudoso honor de ser la obra más pateada en el Teatro Calderón en lo que va de Seminci. Y eso, créanme, en una Sección Oficial tan flojita como la que estamos teniendo, tiene su mérito. Der Lebensversicherer, título impronunciable para los que no somos duchos en la lengua germana, cuenta la historia de un hombre atrapado tanto por su desarraigo emocional como por su desesperada necesidad de cumplir con una promesa hecha a si mismo de vender las suficientes polizas de seguro como para volver a su hogar con una suma importante de dinero. Mientras está en ello, tratando de convencer diariamente a cuanto incauto se cruza en su camino - ya podrán imaginar lo pesadito que llega a ponerse este hombre que para colmo, cuando quiere hacerse el gracioso, tiene una de las risas más insoportables que he escuchado en mucho tiempo - Bukhard Wagner conduce de forma interminable por las autopistas alemanas, come malamente en locales de carretera e incluso pernocta dentro de su propio coche, es de suponer que para ahorrar un poco. Sus continuas y desesperadas llamadas a casa, que no tienen respuesta por parte de su esposa, van revelando su agotamiento mental de tal forma que este hombre queda atrapado en una celda que el mismo se ha construido a su gusto y de la que, no se sabe en principio muy bien por qué, parece incapaz de escapar.
La idea, en sí, no es mala. La forma de ponerla en práctica es simplemente desastrosa. Bülent Akinci, director de origen turco que firma aquí su opera prima, se empeña en contarnos el vacío existencial de este un tanto desquiciado personaje a base de aburrirnos con un ritmo que más que mortecino es comatoso, una puesta en escena mareante, un guión del todo punto caprichoso que salta de un punto a otro sin que parezca haber demasiada coherencia o que se siga un plan determinado y laaargos planos fijos del personaje limitándose...a no hacer nada. La rutina solo se rompe con unas incomprensibles escenas de karaoke de canciones francesas (!) que precipitan a la película por el más espantoso de los ridículos y con una extrañísima y desaprovechada relación con la dueña de una pensión cercana a la autopista con la que nuestro protagonista no aprovecha la mano que se le tiende para reconducir su existencia, lo que le hace a ojos del espectador aun más inaccesible. Tal es el hastío que provoca el filme que les juro que cuando en un momento dado se revela que lleva un revolver en su maletín, servidor deseó por un momento tener otro para poner fin a tanto desatino. O pegarle un tiro al director llegado el caso, que también anda por aquí. Creo que el cine en general no le echaría de menos.
YURERU, Un muy interesante film japonés.
El cine nipón no tiene excesiva suerte en Valladolid en los últimos años. En la 49 Edición la notable Nadie Sabe de Kore-Eda se fue de vacío y suerte pareja corrió La Espada Oculta de Yoji Yamada al año siguiente. No es probable que Yureru, tercer largometraje de la realizadora Miwa Nishikawa, vaya a recuperar ese honor, pero desde luego es la película de la Sección Oficial que más discusiones ha provocado a la salida del cine entre la prensa especializada, con defensores bastante entusiastas y detractores también bastante empeñados en demostrar que estábamos ante poco más que un filme pretencioso y alargado. Pero las discusiones suelen ser en este festival un buen indicativo, y sino recuerden lo que escribía hace un año a propósito de En La Cama, la irregular película chilena que se llevó la Espiga de Oro al agua.
Yureru (Indecisión) cuenta la historia de dos hermanos. Uno, Takeru, es un fotógrafo de éxito que lleva un vida de lo más placentero en Tokyo. El otro, Minoru, mayor que él, se quedó en la pequeña localidad natal de ambos a cuidar el negocio local propiedad de sus padres, una gasolinera, junto a una amiga de la infancia de ambos, Chieko, que tuvo en su momento la oportunidad de irse con Takeru y no la aprovechó, aunque siempre ha sentido algo especial por él. Chieko es a su vez el objeto del amor de Minoru quien, consciente de que Chieko no le corresponde, se limita a ser cortés con ella y esperar que eso cambie con el paso del tiempo. El fallecimiento de la madre de ambos hermanos precipita la vuelta al pueblo de Takeru, que llega algo así como un elefante en una cacharrería, haciendo ostentación de su bien ganada fama para presentarse como un triunfador ante su padre y hermano y llevándose de calle a la deslumbrada Chieko a las primeras de cambio, aunque en realidad le importe un pito. Una excursión a un desfiladero cercano que ambos hermanos visitaban de pequeños desembocará en una tragedia que cambiará las vidas de todos.
La película de Nishikawa es una obra sin duda interesante que contiene multitud de referencias cinéfilas que cualquier buen aficionado debería conocer: la distinta reconstrucción de los hechos según se van revelando los detalles del mismo nos remiten de forma irremisible al clásico Rashomon, mientras que la profesión de fotógrafo que capta la realidad a través de su cámara de Takeru (y ciertas películas caseras tomadas en su infancia que juegan su papel en el filme) podrían hacernos pensar en Blow-Up de Antonioni. Nishikawa aporta a la película una cuidada construcción de personajes que, siguiendo referencias de algunos maestros japoneses, juega con la sutilidad y la sugerencia de forma que obliga al espectador a realizar cierto esfuerzo para comprender no ya las motivaciones de los personajes sino la verdadera reconstrucción de los hechos, que la directora, jugando un poco con las convenciones del cine de juicios más tradicional, deja deliberadamente abierto durante buena parte del relato. No es una película fácil de entrar y sin duda se le ha indigestado a más de uno, pues si ya es difícil lidiar con ciertos convencionalismos en las relaciones de una cultura tan opuesta a la nuestra como la nipona, que ya de por sí implica cierta dosis de extrañamiento en las reacciones de los dos hermanos, jugar a conseguir 'la verdad' de los hechos con los datos que se nos proporcionan es una tarea ardua y motivo de discusiones a la salida. Eso a pesar de que esto último sea poco más que un McGuffin de libro para que la directora haga sus tesis sobre lo que verdaderamente le interesa, que no es otra cosa que la evolución de las relaciones entre los personajes.
Es cierto que el ritmo, lento y algo pesado incluso sabiendo de antemano que estamos ante una película japonesa, hace que el metraje de dos horas se antoje algo excesivo para una historia muy interesante a la que no le hubiera venido mal algo más de vivacidad. Es cierto también que la película juega acaso demasiado con las percepciones del espectador, distrayéndole de lo que a mi juicio más interesa. Pero también es cierto que Yureru tiene un magnifico estilo narrativo, atento al detalle sutil y con cierto gusto para el encuadre - la fotografía de Hiroshi Takase no está nada mal, por cierto - que las interpretaciones cumplen y que un servidor entró de lleno en la propuesta sin mayores problemas sacando una sensación muy positiva en líneas generales de un filme sin duda imperfecto, pero interesante.
HOMBRES TRABAJANDO, Más estupidez masculina
Un grupo de hombres circula en coche por las nevadas montañas de Irán, en la vispera de un importante partido de clasificación para el Mundial contra Japón que están deseosos de ver y de camino a reunirse con sus mujeres en una estación de esquí. Todos son urbanitas de Teherán, hombres de una cierta educación, media-alta clase social y con los problemas propios de los hombres alrededor de la cuarentena. De repente, se paran en un recodo de la montaña para echar una meadita y se topan con una especie de monolito enclavado en el borde de un precipicio de enorme altura, sobre un precioso lago. La conclusión - masculina - está clara: Ya que parece que lo está pidiendo a gritos ¿Por qué no tiramos la roca por el precipicio a ver como cae sobre el lago? Y claro está, se ponen a ello. Pero lo que parecía una tarea fácil no lo es tanto y de repente ese grupo de hombres supuestamente inteligentes y con estudios se enfrentan a un problema porque, claro está, esto no se va a quedar así...
Tan delirante planteamiento, ideado nada más y nada menos que por el propio Abbas Kiarostami en persona, es el argumento de Kargaran Mashhoule Karand (Hombres Trabajando) segunda película del director iraní Mani Haghighi que se ha presentado hoy en Punto de Encuentro y que, pese a sus muchas debilidades y flaquezas, me ha relajado a modo las neuronas tras un largo día de cine trascendente, con una peliculita sencilla con la que te puedes reir a gusto solamente comprobando una vez más que los hombres somos iguales de idiotas aquí en España como en Irán - una idea tan estúpida como la que se le ocurre a estos cuatro sujetos estoy convencido que jamás se le ocurriría a ninguna mujer del planeta - y que, puestos a la faena, acaba por convertirse en una cuestión de honor que lleva al enfrentamiento entre los amigos, al cabreo sordo con uno mismo, a que se junte un montón de gente que, como aquellos que seguían sin motivo alguno a Forrest Gump en sus carreras por los Estados Unidos, aportan lo que mejor les parece y a que los protagonistas, tropezando una y otra vez en la misma piedra (nunca mejor dicho, por cierto) no parezcan ser capaces de conseguir su objetivo. A todo esto por allí se dejan caer algunas de las esposas y amigas de los tipos, que acaban dejándoles por imposibles - con buen criterio - y que intercambian confidencias (que no interesan un pito no ni aportan nada esencial, sino que sobran) e incluso un pastor que protagoniza la que sin duda es la mejor secuencia de toda la peliculita, aquella en la que los cuatro tratan de convencerle de que les alquile su burro para tirar la dichosa piedra. Por supuesto, habrá algún iluminado que les dirá que esta es una película es una metáfora en la que la inamovible piedra simboliza el regimen iraní y los hombres al pueblo que trata de moverla y tal. Ni puñetero caso, oigan. Esta es una peli que va de cuatro tipos que, llevados por su ego masculino, se pelean contra una enorme piedra. No le pidan más, porque eso es lo que hay. A mi me valió.
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