EL EDIFICIO YACOUBIAN, Fresco del Egipto actual.
Se temía un poco a la primera proyección de la mañana. Y no era para menos: aparte del incordio que suponía sentarse en la butaca a las 08:30, media hora antes de lo habitual, que te esperara la producción egipcia más cara de la historia con una duración de 165 minutos era algo capaz de desanimar a cualquiera. Gran parte de la prensa acreditada, temiéndose lo peor, debió preferir apagar el despertador ya que el Teatro Calderón estaba un poco menos lleno que de costumbre. Sin embargo, El Edificio Yacoubian es una película que, sin ser ninguna maravilla, no aburre en ningún momento e incluso que demuestra una madurez un tanto inusual para ser el primer largo de un debutante, Marwan Hamed, que, eso sí tiene a sus espaldas una larga carrera como realizador de spots publicitarios y trailers para infinidad de películas.
El Edificio Yacoubian retrata la vida de varios de los habitantes de dicho inmueble, una enorme edificación colonial enclavada en pleno centro de El Cairo que sin duda conoció tiempos mejores pero que alberga multitud de pequeñas grandes historias tanto de los dueños de los pisos como aquellos que los sirven o de más baja clase social a secas que ocupan las azoteas del mismo. En él residen desde un acomodado playboy perteneciente a lo que podríamos denominar la aristocracia local, un señor entrado en años cuya mayor debilidad son las mujeres; el editor de un periódico francófono que debe ocultar constantemente su condición de homosexual en una sociedad en la que, pese a ser una de las más avanzadas del mundo árabe, aun no se toleran ciertos comportamientos; una guapa joven que busca la manera de salir adelante y ganar algo de dinero sin que tenga que verse obligada a realizar favores sexuales a sus sucesivos jefes o el novio de ésta, un chico de clase muy humilde que sueña con ser policía y con ganar el respeto que ahora nadie le tiene o el propietario de una próspera tienda de coches que desea casarse en secreto por segunda vez con una esposa más joven y medrar en la vida política.
La película es un melodrama de corte más bien clásico, narrada con una fluidez sorprendente y muy bien interpretada por un reparto ajustado en el que sobresale el trabajo del veterano Adel Iman, un tipo que parece la versión egipcia del actor de cine clásico Edward G. Robinson, que se luce con ese personaje que añora la gloria de los viejos tiempos que nunca volverán y que se ve obligado por las circunstancias abandonar la acomodada vida de crápula que siempre ha llevado. Pero sin duda lo más valioso de una película mainstream destinada al masivo consumo interno y que a la vez guiña los ojos al público occidental gracias a su factura visual es su condición de gran fresco de la vida del Egipto de hoy. Marwan Hamed, con un guión que se basa en un libro de enorme éxito escrito por Alaa El-Aswany, no deja asunto polémico por retratar: represión policial, fundamentalismo islámico, difícil condición de la mujer en la sociedad egipcia actual, pervivencia de cierto clasismo, homosexualidad, corrupción en las altas esferas políticas, hipocresía de la doble moral... No es de extrañar que esta obra haya levantado sus ampollas en los más diversos ámbitos de la sociedad egipcia, porque abarca la suficiente cantidad de temas espinosos como para cabrear a la suficiente gente.
Pero al mismo tiempo hay que decir que El Edificio Yacoubian esconde en el fondo un mensaje bastante conservador (a veces escandalosamente reaccionario: véase al respecto ciertas inadmisibles 'explicaciones' de la homosexualidad y lo que ocurre con los dos hombres que han mantenido una relación gay) que no casa bien con la evidente denuncia de sus autores sobre los temas que toca. Basta con analizar un poco lo que ocurre con los personajes y como el guión castiga o premia a los mismos en función de su evolución y especialmente su comportamiento en el último tramo del filme. Así la contundencia con la que se retrata la tortura policial, la corrupción política o un proceso de conversión de un chaval idealista hacia el fundamentalismo islámico más temido y fanático - parecido a los que hemos visto en Paradise Now o Syriana, que relacionan dicho fenómeno directamente con la pobreza o la falta de expectativas - es rebajada por la un tanto previsible historia de amor en la que, atención, solo los personajes que se comportan de una forma políticamente correcta o se arrepienten de sus excesos ven recompensado dicho comportamiento. Serán las reglas del melodrama, pero al que escribe estas líneas le parece una concesión comercial que, sinceramente, la película no necesitaba. En cualquier caso, estamos ante una estimable película con más virtudes que defectos, lo que no es poco tal y como está el patio en esta Seminci.
EL CICLO DREYER, El escándalo de este año.
Lo confieso: yo soy uno de los periodistas que, llegado un determinado momento no pudo soportar más la increíble estupidez de la segunda película española de la Sección oficial y rió a carcajada limpia las increíbles (y surrealistas) líneas de diálogo que salían de las boquitas de los protagonistas de El Ciclo Dreyer, participando activamente en el desmadre en el que los periodistas convertimos el pase de prensa de este filme inclasificable, una obra de la que me atrevo a afirmar que con el paso de tiempo se convertirá en película de culto, entre otras cosas porque a Alvaro del Amo le ha salido de forma totalmente inintencionada la mejor comedia que ha dado el cine español en mucho tiempo y, como pasa con algunas obras de serie Z o las pelis de Ed Wood, puede ser una pasada vérsela en compañía de unos colegas tras tomarse unos porritos y con abundantes dosis de alcohol de por medio.
Les explico. El Ciclo Dreyer va de una parejita de niños bien del Madrid de mediados de los 60: Elena (Elena Ballesteros, guapísima y aguantando el tipo en un papel imposible) es una pijita de Serrano y Carlos (Pablo Rivero, haciendo de zangolotino despistado al más puro estilo Gabino Diego en sus primeros años) un apasionado del cine que ha montado en compañía de Julia (Ruth Diaz) un ciclo sobre, pásmense, Carl Dreyer, en uno de esos cineclubs que tanto abundaban en aquella época. A casa de Elena llega un improbable cura que va camino a las misiones (un horrible Fernando Andina al que se le nota claramente que no se cree una palabra de lo que le ha tocado interpretar) que, cual Richard Chamberlain en El Pájaro Espino, se enamora como un becerro de Elena, que por su parte e intuimos que pelín harta de la pasión cinéfila del imbécil de su novio - que por no enterarse, ni se entera de que Ruth bebe los vientos por él como otra tierna enamorada - le va el rollito trascendente y de fruta prohibida que supone el curita, con lo que ya tenemos el pollo montado.
A tan básico argumento de infidelidades y vocaciones puestas a prueba hay que sumarle las pelis de Dreyer, un señor tan serio y trascendente en sus planteamientos de la vida, el amor, la fe y la comprensión del mundo que sus películas rara vez permitían un atisbo de sonrisa. Pues a Álvaro del Amo - recordemos co-autor de guiones tan serios como La Buena Estrella - no se le ha ocurrido mejor cosa que plantear la crisis que se establece entre los tortolitos como un remedo de los filmes de Dreyer, que a menudo tratan el tema de la infidelidad, con lo que en tan pedante y pretencioso intento le ha salido una película delirante en la que sus criaturas acartonadas e impostadas hasta la nausea recitan frases imposibles - hay que ver a los participantes que intervienen en los coloquio post-película del cineclub, todos ellos asesinables - alguna escena pretende nada menos que imitar el estilo Dreyer en su concepción visual (con dos cojones) y bueno, hay en los diálogos perlas surrealistas dignas del mejor episodio de La Hora Chanante (cfr. "Yo se que la enfermedad de mi amor por ti no tiene cura, pero conozco una churrería donde ponen unas porras fritas estupendas" o la que le suelta el cura a Carlos después de haberse beneficiado a Elena "Tu Novia es un regalo del cielo") que provocaron que el pase de prensa se convirtiera en un descontrol al que este cronista jamás había asistido en todos los festivales a los que ha acudido. Los últimos veinte minutos de película debieron resultar una tortura para los integrantes del equipo, que debieron asistir impávidos al cachondeo generalizado que montamos los allí presentes, que en el paroxismo creado y pensando en parte que aquello era tan desastroso y descojonante que tenía que haber sido hecho así a propósito, nos dejamos llevar por completo por nuestros excesos, celebrando incluso con aplausos cada nuevo desbarre que aparecía en pantalla.
La rueda de prensa posterior tenía la atmósfera de una pandilla de fieras salvajes a punto de despedazar a una pieza, de tan afiladas que llevábamos los colmillos. Pero nos acabó conmoviendo no la actitud un tanto cobarde de Álvaro del Amo, capaz de ir esquivando la inevitable cuestión de lo que habia pasado en el Teatro Calderón hasta que alguien le interpeló directamente al respecto ("¿De verdad que no lo ha hecho usted a propósito? ¿Ese sentido del humor no estaba pensado así?" Los periodistas somos muy cabrones cuando queremos...) sino el desahogo de una Elena Ballesteros que, sin motivo personal alguno para sentirse partícipe del desastre de la película (su trabajo es lo único salvable de la misma) defendió con uñas y dientes y una profesionalidad admirable que se trataba de un intento de hacer un cine diferente y que quizás, vistos los resultados, a lo mejor la gente no había podido conectar con lo que ellos habían intentado, pero que al menos era una película arriesgada y que (en esto llevaba mucha razón) al menos nadie se había dormido y habíamos disfrutado con la película. Lo cierto es que estaba afectada (se la vio llorar antes del photocall y de la rueda de prensa) pero mostró una entereza digna de todo elogio. Pablo Rivero se sumó a su defensa en un tono parecido - incluso atacando un cine español que, según él, está repleto de planos hermosos pero vacíos e historias que se pierden en desvaríos que no se concretan en nada, lo que en parte es verdad aunque no venía al caso - y la cosa terminó más o menos bien, aunque con todos pensando que buen cine no habíamos visto ni de coña, pero herirnos, joer que si nos habíamos reído. Lo dicho: la comedia involuntaria del año.
DAS FRAÜLEIN (La Señorita) Emigración y solidaridad femenina
La última película de la Sección Oficial de hoy ha sido otra producción alemana, pero dirigida por una suiza de origen balcánico, Andrea Staka que siempre hace películas que retratan los problemas de la comunidad del área de lo que una vez fue Yugoslavia repartida por el mundo. La Señorita narra la historia de amistad de dos mujeres, una que abandonó Belgrado cuando era joven y que regenta con mano firme un comedor de Zurich donde proporciona trabajo a las emigrantes que llegan de aquella zona, con muy buenos resultados económicos. La otra es Ana, una joven de veintidós años que acaba de llegar de Sarajevo cargada de energía vital y deseosa de apurar la vida hasta el límite, entre otras cosas porque el tiempo que le queda es limitado: tiene un cáncer devorándola por dentro, algo que lleva en secreto. Ruza reconoce en Ana la enorme vitalidad con la que ella llegó a Zurich hace décadas y eso la atrae y la repele a un tiempo, pues le recuerda de forma constante el vacío de su propia vida, ya que le resulta imposible abrirse a otras cosas que no sean encargarse de su negocio. Ana, una mezcla de Amelie con la protagonista de Mi Vida sin Mi de Isabel Coixet, se dedica a hacer que Ruza vea la vida de otra forma y la disfrute como ella lo hace, consiguiendo que ésta última pierda poco a poco la enorme rigidez con la que se conduce. Pero claro, ni Ana se sincera del todo con Ruza contándole lo que le ocurre, ni Ruza es capaz de abrirse por completo o aceptar la alocada forma de ver la vida de Ana. Es un poco como un remake encubierto de aquella película, La Vida Secreta de los Ángeles, salvando la distancia en edad que separa a las protagonistas.
Les reconozco que sin ser una propuesta tan deleznable como otras que hemos visto desfilar por la Sección Oficial, la película dirigida por Andrea Staka me pareció de lo más anodina, sin conseguir interesarme gran cosa en ningún momento. Todo me pareció de lo más previsible, resolución incluida, y como quiera que la puesta en escena más bien convencional de la directora, naturalista y predominando la cámara en mano, aunque por fortuna sin demasiados aspavientos tampoco es que me despertara un mayor interés, el resultado fue que la cabecee un poco, llegando a dormitar placidamente - espero que sin roncar mucho - en algún que otro pasaje, lo que es algo que ustedes quizás deberían tener en cuenta a la hora de dejarse influir por mis palabras, en ualquiera de sus dos sentidos: o bien consideran que si la durví un poco igual no puedo tener una idea objetiva lo suficientemente formada de lo que estoy hablando y en consecuencia no deberían hacerme caso o bien deciden que si la película es la primera de las 22 que llevo hasta el momento pa'l cuerpo que me ha hecho dormitar en la sala, igual es que el problema es de la película, que no ha sabido engancharme lo suficiente y no mío. O igual es la mala vida nocturna que llevo. En fin, piensen lo que quieran, pero a mi esta La Señorita me dejó igual que estaba, aunque pudiera ser que alguna de sus protagonistas tengan opciones a entrar en el palmarés vía premios de interpretación femenina, aunque es un poco lo de Thelma y Louise, premia a una sin la otra como que no...
Para terminar, señalar el ridículo espantoso que supuso para la Seminci en general y para Esther García, productora de El Deseo, en particular, el homenaje a uno de los miembros del Jurado, el director Mexicano Paul Le Duc, que presentó anoche a ultima hora Cobrador (In Good we Trust) una insufrible y pretenciosa película que se pretende sea una lectura profunda de las causas de la violencia en el mundo post 11-S y que no es sino una enrevesada forma de encubrir la nada mas absoluta en una película en la que prima lo visual por encima de cualquier guión y en la que solo se salvan las escenas de sexo - que poco sexo hemos visto en esta ediciòn comparada con la del pasado año - de la perturbadora Antonella Costa y los divertidos (y gratuitos) asesinatos que comete a base de atropellos un maduro psicópata interpretado por el veteranísimo Peter Fonda. El ridiculo de debió a un hecho demasiado habitual en muchas secciones de esta Seminci: a falta de una copia en 35 mm, tuvimos que ver esta Cobrador en un infumable DVD que hacía aun más insoportable la experiencia. A lo mejor la película no es tan mala: estoy quemado de tanto cine pésimo como el que he visto en los últimos días y ya no paso una, pero este Cobrador me pareció un filme de lo más pretencioso que no tenía nada nuevo que decir sobre la violencia. Salvo que su visionado la provocaba.
Se temía un poco a la primera proyección de la mañana. Y no era para menos: aparte del incordio que suponía sentarse en la butaca a las 08:30, media hora antes de lo habitual, que te esperara la producción egipcia más cara de la historia con una duración de 165 minutos era algo capaz de desanimar a cualquiera. Gran parte de la prensa acreditada, temiéndose lo peor, debió preferir apagar el despertador ya que el Teatro Calderón estaba un poco menos lleno que de costumbre. Sin embargo, El Edificio Yacoubian es una película que, sin ser ninguna maravilla, no aburre en ningún momento e incluso que demuestra una madurez un tanto inusual para ser el primer largo de un debutante, Marwan Hamed, que, eso sí tiene a sus espaldas una larga carrera como realizador de spots publicitarios y trailers para infinidad de películas.
El Edificio Yacoubian retrata la vida de varios de los habitantes de dicho inmueble, una enorme edificación colonial enclavada en pleno centro de El Cairo que sin duda conoció tiempos mejores pero que alberga multitud de pequeñas grandes historias tanto de los dueños de los pisos como aquellos que los sirven o de más baja clase social a secas que ocupan las azoteas del mismo. En él residen desde un acomodado playboy perteneciente a lo que podríamos denominar la aristocracia local, un señor entrado en años cuya mayor debilidad son las mujeres; el editor de un periódico francófono que debe ocultar constantemente su condición de homosexual en una sociedad en la que, pese a ser una de las más avanzadas del mundo árabe, aun no se toleran ciertos comportamientos; una guapa joven que busca la manera de salir adelante y ganar algo de dinero sin que tenga que verse obligada a realizar favores sexuales a sus sucesivos jefes o el novio de ésta, un chico de clase muy humilde que sueña con ser policía y con ganar el respeto que ahora nadie le tiene o el propietario de una próspera tienda de coches que desea casarse en secreto por segunda vez con una esposa más joven y medrar en la vida política.
La película es un melodrama de corte más bien clásico, narrada con una fluidez sorprendente y muy bien interpretada por un reparto ajustado en el que sobresale el trabajo del veterano Adel Iman, un tipo que parece la versión egipcia del actor de cine clásico Edward G. Robinson, que se luce con ese personaje que añora la gloria de los viejos tiempos que nunca volverán y que se ve obligado por las circunstancias abandonar la acomodada vida de crápula que siempre ha llevado. Pero sin duda lo más valioso de una película mainstream destinada al masivo consumo interno y que a la vez guiña los ojos al público occidental gracias a su factura visual es su condición de gran fresco de la vida del Egipto de hoy. Marwan Hamed, con un guión que se basa en un libro de enorme éxito escrito por Alaa El-Aswany, no deja asunto polémico por retratar: represión policial, fundamentalismo islámico, difícil condición de la mujer en la sociedad egipcia actual, pervivencia de cierto clasismo, homosexualidad, corrupción en las altas esferas políticas, hipocresía de la doble moral... No es de extrañar que esta obra haya levantado sus ampollas en los más diversos ámbitos de la sociedad egipcia, porque abarca la suficiente cantidad de temas espinosos como para cabrear a la suficiente gente.
Pero al mismo tiempo hay que decir que El Edificio Yacoubian esconde en el fondo un mensaje bastante conservador (a veces escandalosamente reaccionario: véase al respecto ciertas inadmisibles 'explicaciones' de la homosexualidad y lo que ocurre con los dos hombres que han mantenido una relación gay) que no casa bien con la evidente denuncia de sus autores sobre los temas que toca. Basta con analizar un poco lo que ocurre con los personajes y como el guión castiga o premia a los mismos en función de su evolución y especialmente su comportamiento en el último tramo del filme. Así la contundencia con la que se retrata la tortura policial, la corrupción política o un proceso de conversión de un chaval idealista hacia el fundamentalismo islámico más temido y fanático - parecido a los que hemos visto en Paradise Now o Syriana, que relacionan dicho fenómeno directamente con la pobreza o la falta de expectativas - es rebajada por la un tanto previsible historia de amor en la que, atención, solo los personajes que se comportan de una forma políticamente correcta o se arrepienten de sus excesos ven recompensado dicho comportamiento. Serán las reglas del melodrama, pero al que escribe estas líneas le parece una concesión comercial que, sinceramente, la película no necesitaba. En cualquier caso, estamos ante una estimable película con más virtudes que defectos, lo que no es poco tal y como está el patio en esta Seminci.
EL CICLO DREYER, El escándalo de este año.
Lo confieso: yo soy uno de los periodistas que, llegado un determinado momento no pudo soportar más la increíble estupidez de la segunda película española de la Sección oficial y rió a carcajada limpia las increíbles (y surrealistas) líneas de diálogo que salían de las boquitas de los protagonistas de El Ciclo Dreyer, participando activamente en el desmadre en el que los periodistas convertimos el pase de prensa de este filme inclasificable, una obra de la que me atrevo a afirmar que con el paso de tiempo se convertirá en película de culto, entre otras cosas porque a Alvaro del Amo le ha salido de forma totalmente inintencionada la mejor comedia que ha dado el cine español en mucho tiempo y, como pasa con algunas obras de serie Z o las pelis de Ed Wood, puede ser una pasada vérsela en compañía de unos colegas tras tomarse unos porritos y con abundantes dosis de alcohol de por medio.
Les explico. El Ciclo Dreyer va de una parejita de niños bien del Madrid de mediados de los 60: Elena (Elena Ballesteros, guapísima y aguantando el tipo en un papel imposible) es una pijita de Serrano y Carlos (Pablo Rivero, haciendo de zangolotino despistado al más puro estilo Gabino Diego en sus primeros años) un apasionado del cine que ha montado en compañía de Julia (Ruth Diaz) un ciclo sobre, pásmense, Carl Dreyer, en uno de esos cineclubs que tanto abundaban en aquella época. A casa de Elena llega un improbable cura que va camino a las misiones (un horrible Fernando Andina al que se le nota claramente que no se cree una palabra de lo que le ha tocado interpretar) que, cual Richard Chamberlain en El Pájaro Espino, se enamora como un becerro de Elena, que por su parte e intuimos que pelín harta de la pasión cinéfila del imbécil de su novio - que por no enterarse, ni se entera de que Ruth bebe los vientos por él como otra tierna enamorada - le va el rollito trascendente y de fruta prohibida que supone el curita, con lo que ya tenemos el pollo montado.
A tan básico argumento de infidelidades y vocaciones puestas a prueba hay que sumarle las pelis de Dreyer, un señor tan serio y trascendente en sus planteamientos de la vida, el amor, la fe y la comprensión del mundo que sus películas rara vez permitían un atisbo de sonrisa. Pues a Álvaro del Amo - recordemos co-autor de guiones tan serios como La Buena Estrella - no se le ha ocurrido mejor cosa que plantear la crisis que se establece entre los tortolitos como un remedo de los filmes de Dreyer, que a menudo tratan el tema de la infidelidad, con lo que en tan pedante y pretencioso intento le ha salido una película delirante en la que sus criaturas acartonadas e impostadas hasta la nausea recitan frases imposibles - hay que ver a los participantes que intervienen en los coloquio post-película del cineclub, todos ellos asesinables - alguna escena pretende nada menos que imitar el estilo Dreyer en su concepción visual (con dos cojones) y bueno, hay en los diálogos perlas surrealistas dignas del mejor episodio de La Hora Chanante (cfr. "Yo se que la enfermedad de mi amor por ti no tiene cura, pero conozco una churrería donde ponen unas porras fritas estupendas" o la que le suelta el cura a Carlos después de haberse beneficiado a Elena "Tu Novia es un regalo del cielo") que provocaron que el pase de prensa se convirtiera en un descontrol al que este cronista jamás había asistido en todos los festivales a los que ha acudido. Los últimos veinte minutos de película debieron resultar una tortura para los integrantes del equipo, que debieron asistir impávidos al cachondeo generalizado que montamos los allí presentes, que en el paroxismo creado y pensando en parte que aquello era tan desastroso y descojonante que tenía que haber sido hecho así a propósito, nos dejamos llevar por completo por nuestros excesos, celebrando incluso con aplausos cada nuevo desbarre que aparecía en pantalla.
La rueda de prensa posterior tenía la atmósfera de una pandilla de fieras salvajes a punto de despedazar a una pieza, de tan afiladas que llevábamos los colmillos. Pero nos acabó conmoviendo no la actitud un tanto cobarde de Álvaro del Amo, capaz de ir esquivando la inevitable cuestión de lo que habia pasado en el Teatro Calderón hasta que alguien le interpeló directamente al respecto ("¿De verdad que no lo ha hecho usted a propósito? ¿Ese sentido del humor no estaba pensado así?" Los periodistas somos muy cabrones cuando queremos...) sino el desahogo de una Elena Ballesteros que, sin motivo personal alguno para sentirse partícipe del desastre de la película (su trabajo es lo único salvable de la misma) defendió con uñas y dientes y una profesionalidad admirable que se trataba de un intento de hacer un cine diferente y que quizás, vistos los resultados, a lo mejor la gente no había podido conectar con lo que ellos habían intentado, pero que al menos era una película arriesgada y que (en esto llevaba mucha razón) al menos nadie se había dormido y habíamos disfrutado con la película. Lo cierto es que estaba afectada (se la vio llorar antes del photocall y de la rueda de prensa) pero mostró una entereza digna de todo elogio. Pablo Rivero se sumó a su defensa en un tono parecido - incluso atacando un cine español que, según él, está repleto de planos hermosos pero vacíos e historias que se pierden en desvaríos que no se concretan en nada, lo que en parte es verdad aunque no venía al caso - y la cosa terminó más o menos bien, aunque con todos pensando que buen cine no habíamos visto ni de coña, pero herirnos, joer que si nos habíamos reído. Lo dicho: la comedia involuntaria del año.
DAS FRAÜLEIN (La Señorita) Emigración y solidaridad femenina
La última película de la Sección Oficial de hoy ha sido otra producción alemana, pero dirigida por una suiza de origen balcánico, Andrea Staka que siempre hace películas que retratan los problemas de la comunidad del área de lo que una vez fue Yugoslavia repartida por el mundo. La Señorita narra la historia de amistad de dos mujeres, una que abandonó Belgrado cuando era joven y que regenta con mano firme un comedor de Zurich donde proporciona trabajo a las emigrantes que llegan de aquella zona, con muy buenos resultados económicos. La otra es Ana, una joven de veintidós años que acaba de llegar de Sarajevo cargada de energía vital y deseosa de apurar la vida hasta el límite, entre otras cosas porque el tiempo que le queda es limitado: tiene un cáncer devorándola por dentro, algo que lleva en secreto. Ruza reconoce en Ana la enorme vitalidad con la que ella llegó a Zurich hace décadas y eso la atrae y la repele a un tiempo, pues le recuerda de forma constante el vacío de su propia vida, ya que le resulta imposible abrirse a otras cosas que no sean encargarse de su negocio. Ana, una mezcla de Amelie con la protagonista de Mi Vida sin Mi de Isabel Coixet, se dedica a hacer que Ruza vea la vida de otra forma y la disfrute como ella lo hace, consiguiendo que ésta última pierda poco a poco la enorme rigidez con la que se conduce. Pero claro, ni Ana se sincera del todo con Ruza contándole lo que le ocurre, ni Ruza es capaz de abrirse por completo o aceptar la alocada forma de ver la vida de Ana. Es un poco como un remake encubierto de aquella película, La Vida Secreta de los Ángeles, salvando la distancia en edad que separa a las protagonistas.
Les reconozco que sin ser una propuesta tan deleznable como otras que hemos visto desfilar por la Sección Oficial, la película dirigida por Andrea Staka me pareció de lo más anodina, sin conseguir interesarme gran cosa en ningún momento. Todo me pareció de lo más previsible, resolución incluida, y como quiera que la puesta en escena más bien convencional de la directora, naturalista y predominando la cámara en mano, aunque por fortuna sin demasiados aspavientos tampoco es que me despertara un mayor interés, el resultado fue que la cabecee un poco, llegando a dormitar placidamente - espero que sin roncar mucho - en algún que otro pasaje, lo que es algo que ustedes quizás deberían tener en cuenta a la hora de dejarse influir por mis palabras, en ualquiera de sus dos sentidos: o bien consideran que si la durví un poco igual no puedo tener una idea objetiva lo suficientemente formada de lo que estoy hablando y en consecuencia no deberían hacerme caso o bien deciden que si la película es la primera de las 22 que llevo hasta el momento pa'l cuerpo que me ha hecho dormitar en la sala, igual es que el problema es de la película, que no ha sabido engancharme lo suficiente y no mío. O igual es la mala vida nocturna que llevo. En fin, piensen lo que quieran, pero a mi esta La Señorita me dejó igual que estaba, aunque pudiera ser que alguna de sus protagonistas tengan opciones a entrar en el palmarés vía premios de interpretación femenina, aunque es un poco lo de Thelma y Louise, premia a una sin la otra como que no...
Para terminar, señalar el ridículo espantoso que supuso para la Seminci en general y para Esther García, productora de El Deseo, en particular, el homenaje a uno de los miembros del Jurado, el director Mexicano Paul Le Duc, que presentó anoche a ultima hora Cobrador (In Good we Trust) una insufrible y pretenciosa película que se pretende sea una lectura profunda de las causas de la violencia en el mundo post 11-S y que no es sino una enrevesada forma de encubrir la nada mas absoluta en una película en la que prima lo visual por encima de cualquier guión y en la que solo se salvan las escenas de sexo - que poco sexo hemos visto en esta ediciòn comparada con la del pasado año - de la perturbadora Antonella Costa y los divertidos (y gratuitos) asesinatos que comete a base de atropellos un maduro psicópata interpretado por el veteranísimo Peter Fonda. El ridiculo de debió a un hecho demasiado habitual en muchas secciones de esta Seminci: a falta de una copia en 35 mm, tuvimos que ver esta Cobrador en un infumable DVD que hacía aun más insoportable la experiencia. A lo mejor la película no es tan mala: estoy quemado de tanto cine pésimo como el que he visto en los últimos días y ya no paso una, pero este Cobrador me pareció un filme de lo más pretencioso que no tenía nada nuevo que decir sobre la violencia. Salvo que su visionado la provocaba.
1 comentario:
El edificio Yacoubian es una película excelente. La ví en septiembre en París y la guardo como una de las mejores que he visto en todo el año. Por cierto, ¿se ha estrenado ya en España, aparte de en los festivales?
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