lunes, febrero 16, 2009

SLUMDOG MILLIONAIRE, Un cuento chino, digo indio

Reconozco que tenía unas muy altas expectativas ante el último trabajo de Danny Boyle, autor irregular al que conviene reconocerle cierto mérito en su esfuerzo constante de cambiar de género casi con cada nuevo proyecto que acomete, si bien los resultados rara vez están a la altura de lo que se espera de ellos. Slumdog Millionaire, favorita según todos los indicios a salir triunfante de la próxima edición de los Oscars y multipremiada en los recientes Globos de Oro y Bafta, es una producción ciertamente exótica en su concepción pero que a estas alturas no debería llamarnos demasiado la atención. Al fin y al cabo que una producción occidental dirigida por un inglés se ruede en la India con un reparto y un equipo mayoritariamente hindú y que se atreva a estar hablada en hindi en su mayor parte no es sino un síntoma más de que eso tan difuso y tan presente que algunos dan en llamar globalización llega a todas las áreas. Por desgracia la globalización no deja de ser una peligrosa arma de doble filo: con el cuento de la multiculturalidad buenrollista a menudo nos pueden dar gato por liebre y vendernos como exótica innovación de largo alcance lo que es poco más que una superficial apropiación y estandarización de códigos culturales ajenos para consumo propio que puede resultar tan deslumbrante en su aspecto exterior como vacía de contenido.Veamos. Slumdog Millionaire parte de una premisa tan original como irresistible: la lógica curiosidad que produce que un chaval analfabeto procedente de un mísero barrio de Mumbay participe en la versión india del conocido concurso ¿Quién Quiere Ser Millonario? (versión malévola de nuestro Carlos Sobera incluido) y, respuesta tras respuesta, esté a punto de alzarse con el mayor premio del programa. ¿Cómo es posible? Desde el principio, la película se fragmenta en tres niveles temporales y narrativos con los que Boyle y su magnífico montador Chris Dickens juegan con enorme habilidad, enlazando pasado y presente de forma continua y otorgando al conjunto un interesante dinamismo que se apoya tanto en el estupendo trabajo de fotografía de Anthony Dod Mantle como en una potente banda sonora a cargo de A. R. Rahman que aunque a veces bordea el videoclip de diseño no pierde nunca de vista la historia que está contando.
Reconozco que en la descripción de la tremebunda infancia del protagonista por momentos me produce cierta incomodidad la utilización de la miseria al servicio del entretenimiento – sería curioso saber, como escribe Javier Tolentino en su blog, que pensaría un Ken Loach de esta forma de hacer cine - pero creo que a pesar del colorido general, Boyle consigue esquivar casi siempre los peligros del preciosismo de postal, de ese paternalismo que cabría esperarse de la vieja potencia colonial o el inadmisible regodeo en la miseria. Al contrario, tengo la sensación de que Boyle intenta desaparecer en el interior de una sociedad fascinante y desquiciada, llena de contrastes brutales y que la película trata por todos los medios de contagiarse de ese desenfrenado vitalismo.No, mis problemas con Slumdog Millionaire tienen que ver con algo tan fundamental como es la historia que me está contando y los personajes que la protagonizan. En el instante que la película entra en su segunda hora y se centra en la historia de amor que une los destinos de Jamal (un acertado Dev Patel) y Latika (una deslumbrante Freida Pinto) que debiera ser el motor de la película, tengo la sensación constante de asistir a un canibalismo feroz e indiscriminado por parte de Boyle y su equipo de muchas de las peores señas de identidad de los guiones de Bollywood: esquematismo en las relaciones entre personajes, simplificadas hasta límites sonrojantes, un maniqueísmo injustificable en el tratamiento de los mismos, exaltación del amor, por inocente e improbable que sea, como valor supremo capaz de superar todos los obstáculos... en fin, que el guión de Simon Beaufoy se despeña obligándonos a comulgar con situaciones cada vez más y más increíbles mientras Danny Boyle hace un tremendo despliegue de pirotecnia visual que se parece mucho a un denodado esfuerzo por distraer al espectador del fondo de lo que se le está contando y como un hábil prestidigitador, dejarles con el bonito y colorido envoltorio del vacío más insospechado.Me encontraba removiéndome incrédulo en mi butaca durante el tramo final de la película, preguntándome cómo era posible que una película tan imperfecta hubiera conseguido convencer a tanta gente y acaparar tantos premios en las últimas semanas, cuando en los títulos de crédito finales la pareja protagonista acometió el inevitable número de baile made in Bollywood a los sones de la pegadiza Jai Ho. Entonces comprendí que quizás el motivo último del éxito de Slumdog Millionaire tenga que ver con su simple condición de cuento de hadas romántico con el toque exótico justo para parecer diferente y novedoso, sin serlo en el fondo. Y recordé que fue en la época de la Gran Depresión cuando mayor auge alcanzaron aquellos musicales clásicos que te vendían sueños, ilusiones y un mundo mejor que el de ahí fuera. Imagino que entonces la gente salía reconfortada del cine y más dispuesta a enfrentarse con sus miserias cotidianas. A lo mejor es la simple necesidad de que nos vendan un cuento chino, digo indio.

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