sábado, octubre 24, 2009

SEMINCI 2009 Crónica 1: Looking for Eric, Dust of Time, Petit Indi


Me duele la Seminci. Es una lástima que en los últimos años este festival que siempre será muy especial para mi porque fue el primero de importancia al que acudí cuando empecé a ser cronista de cine sea mucho más noticia en sus últimas ediciones por sus múltiples – y evitables – problemas logísticos que por motivos exclusivamente cinematográficos. La externalización de determinados servicios del Festival, es decir, la concesión a algunas empresas privadas de todo lo que tiene que ver con la venta de entradas, gestión de las acreditaciones y demás cuestiones logísticas propias de un certamen de estas características ha redundado en los últimos años en un increíble caos cuyos principales perjudicados son, curiosamente, los acreditados, ya sean invitados o prensa especializada. La organización ha decidido llevar a cabo un intento de racionalizar los recursos que consiste en imitar a San Sebastián en el sistema de adquisición de entradas por parte de los acreditados: cada día uno ha de acudir a un mostrador a pedir las entradas para los pases que no sean exclusivamente de prensa de ese día y de la jornada siguiente, lo que permite saber de antemano cuantas entradas quedan disponibles para vender al público general. Hasta aquí, todo perfecto. Los problemas llegan como consecuencia de la decisión de algún lumbrera de poner tan solo a una persona a atender a los cientos de acreditados en el mismo espacio en el que conviven la sala de prensa, los mostradores de venta de publicaciones, recogida de acreditaciones y demás aspectos logísticos.

¿Resultado? Un caos total, desinformación generalizada (nadie en la organización parecía tener demasiado claro en un primer momento hasta donde llegaba la nueva medida y si afectaba igualmente a los pases de prensa matinales del Calderón) y unas colas kilométricas que bloqueaban la entrada y producían situaciones tan esperpénticas como surrealistas: este cronista se pasó la hora transcurrida entre los dos pases matinales del sábado 24 haciendo cola para adquirir las entradas del domingo 25 y al final tuvo que ser el mismísimo Javier Angulo, director de la Seminci, quien se personara en medio de aquel infierno y obligara a las voluntariosas azafatas a que nos tomaran nota a mano de las entradas que queríamos para que pudiéramos llegar al pase de las 12, con la promesa de que el embrollo se solucionaría en los días siguientes. Por supuesto, imposible acudir a la rueda de prensa de Marc Recha sobre Petit Indi que tenía lugar al mismo tiempo y una generalizada sensación de maltrato del todo punto injustificado por evitable (¿Tanto trabajo costaba poner a cuatro personas a hacer ese trabajo en lugar de a una sola? ¡Es algo que entendería cualquiera con cierta experiencia en acudir a festivales!) entre los acreditados que, la verdad, no dábamos crédito a como un año más la apetecible propuesta cinematográfica de la Seminci quedaba en segundo plano ante tal avalancha de problemas logísticos. En fin. Recemos porque el tema se arregle y hablemos de cine que es de lo que se trata.



LOOKING FOR ERIC “Yo no soy un hombre. Soy Cantona”

Abrió la Sección Oficial fuera de concurso la última película del incombustible Ken Loach, que según parece tiene su origen en una idea del propio Eric Cantona, magnífico y polémico futbolista del Manchester United y todo un ídolo para miles de admiradores que en su momento vivió una experiencia extraña cuando uno de ellos se acercó a él pidiéndole consejo sobre sus problemas personales y laborales como si de un oráculo se tratara. Partiendo de esa anécdota el guionista y colaborador habitual de Loach Paul Laverty construye la historia de Eric Bishop, un cartero de Manchester que pasa por un momento francamente bajo: abandonado por su segunda esposa que le dejó colgado con sus dos hijastros, un par de angelitos que se dedican a todo tipo de trapicheos en su casa sin guardarle el menor respeto, Eric ha de afrontar además una vieja herida del pasado, el reencuentro forzado con su primera mujer a la que abandonó hace años. Tras una peculiar sesión de autoayuda organizada por sus colegas del curro y bajo los efectos del consumo de sustancias nada recomendables, a Eric se le aparece su ídolo, el mismísimo Eric Cantona en persona, que comienza a ayudarle a retomar el control de su vida a base de consejos.

Loach nunca se ha prodigado demasiado en el territorio de la comedia, si bien es cierto que en casi todos sus filmes, por dura que fuera su temática, hay espacio para el humor, sobre todo si proviene de los amigos, ese último resquicio donde uno encuentra apoyo que siempre está presente en su cine. Laverty y Loach construyen una propuesta curiosa que está a medio camino entre Sueños de Seductor, aquel clásico de Herbert Ross guionizado y protagonizado por Woody Allen con un autoparódico y muy divertido Eric Cantona jugando aquí el papel de consejero que tenía Bogart en aquella y una revisión sumamente edulcorada de una de las mejores películas de Loach, My Name is Joe, de la que retoma la idea del hombre que intenta reconstruir su vida y recuperar a la mujer que amó mientras a su alrededor surgen todo tipo de trabas impuestas por la delincuencia que le rodean a él y a los suyos. Es Looking for Eric una obra desconcertante cuyas dos películas opuestas que tratan de convivir en ella no acaban de cuajar del todo, pero proporcionando apuntes interesantes. Por ejemplo, teniendo en cuenta las malas relaciones históricas que siempre ha habido entre fútbol y cine, puede que, sin ser ni mucho menos una historia de fútbol, sea Looking for Eric una de las películas que mejor explique la pasión que despierta este deporte, capaz de disimular las miserias cotidianas con un gol genial que alimente a un aficionado durante semanas.
La película se ve con tanta simpatía y uno se divierte tanto con la peculiar química que crean ambos Eric que uno se siente tentado de perdonarle ciertas debilidades argumentales – la resolución es tan brillante y divertida como en el fondo improbable – y obviar que estamos ante posiblemente una de las obras más blanditas y complacientes que ha hecho el director de propuestas tan difíciles de digerir como Sweet Sixteen o En un Mundo Libre. Pero, que demonios, hasta Loach y Laverty tienen derecho a darles un respiro de vez en cuando a los problemas del mundo y dejar que sus personajes se salgan con la suya en una comedia amable y un puntito irreverente.

DUST OF TIME, Angelopoulos revisa La Historia a través de su historia.

Hace ahora justo seis años, en mi primera Seminci, tuve ocasión de ver aquí Eleni, la primera parte de una trilogía en la que el realizador griego se embarcaba en un proyecto para contar la historia de su país en el siglo XX a través de la historia de su propia familia. De aquella película de metraje desmesurado que vi en un épico pase a las cuatro de la tarde entre cabezadas, recuerdo algunas imágenes impresionantes, fruto del sentido pictórico de la composición de su director y una elegancia en el movimiento de la cámara que producía un efecto hipnótico, mágico, que se te quedaba grabado al corazón y a las entrañas mucho más que el argumento de la misma. Algo parecido sucede con El Polvo del Tiempo, cuyo enrevesado argumento que reconstruye, mezclando realidad y ficción, la historia de los padres del propio realizador, Eleni y Spiros, dos amantes separados por los acontecimientos históricos: mientras él ha de emigrar a los EE.UU al final de la II Guerra Mundial, ella junto a cientos de refugiados políticos ha de huir tras la guerra civil a la Unión Soviética de donde solo podrá regresar muchos años después.
La historia de los padres de A. se mezcla con la suya propia: en el año de la caída del Muro de Berlín, el director intenta poner en pie en los estudios de Cinecittà la historia de sus padres mientras afronta una grave crisis personal motivada por la separación de su esposa y sus problemas en comunicación con su hija adolescente, que le reprochan su falta de atención. Angelopoulos se muestra especialmente críptico con esta historia que no es sino una prolongación más de su personalísimo estilo plagado de elaborados planos secuencia con leves movimientos de cámara y ritmo mortecino que puede crispar los nervios al más pintado pero que para otros resulta fascinante. Servidor se posiciona justo en el medio: entiendo a la perfección que haya gente que no soporte la puesta en escena de Angelopoulos y su enrevesado argumento, que mezcla tiempos, personajes y estilos hasta provocar cierto despiste o al menos ganas de tener un mapa a mano para entender por completo al realizador.
Pero de la misma forma, defiendo que hay que ver toda obra de Angelopoulos por la sencilla razón de que siempre te regala planos mágicos o elaboradas secuencias de masas hábilmente coreografiadas para conseguir un efecto al alcance de muy pocos realizadores. Cualquiera que vea esta película no podrá evitar conmoverse con la escena del reencuentro en el tranvía entre Eleni (una inspirada Irene Jacob) y Spiros en Moscú el mismo día de la muerte de Stalin, el precioso plano de una interminable escalera que suben pacientemente bajo las inclemencias de la nieve cientos de refugiados, que transmite la desolación de los gulag mejor que cualquier otro plano que este cronista haya visto en su vida; nuevos pasajes en la niebla en varios cruces de fronteras – el desarraigo y el viaje están siempre presentes en la obra de Angelopoulos – o la escena final que protagoniza Jacob (magnífico Bruno Ganz, a ratos conmovedor en su desgarro emocional) tercer vértice de un triángulo amoroso que se convierte en el motor argumental de la historia. En todas ellas y en muchas otras hay destellos de genio que a mi al menos me compensan los tiempos muertos, el ritmo pausado, que no funcione la parte de la trama que atañe al realizador y sus problemas personales o ciertas veleidades ñoñas en su resolución. La belleza formal está a veces por encima de esas consideraciones.

PETIT INDI, La inocencia perdida según Marc Recha

La verdad por delante, nunca he sido un gran fan del cine de Recha. Aunque reconozco que es un autor personal y con estilo, su cine críptico y simbólico nunca ha conseguido atraparme demasiado y solo Pau y su Hermano me parecía hasta el momento una obra con cierto interés. Por eso reconozco que Petit Indi, de lejos la obra más accesible de toda su filmografía, ha supuesto una agradable sorpresa. Cuenta la historia de Arnau, un joven frágil e introvertido que vive en un barrio de la periferia barcelonesa en pleno proceso de reconversión. La vida no resulta fácil para Arnau: su madre está en la cárcel, su hermano hace tiempo que va y viene a su aire sin comprometerse, su tía a duras penas puede mantener la casa y su otro tío vive pendiente de las carreras de galgos. Así las cosas, el único refugio que le queda a Arnau son los pájaros que cría y su posesión más preciada, un jilguero de concurso que no es tanto una esperanza de una vida mejor como su consuelo y el depositario de su cariño incondicional, ese que no puede dar ni recibir de su madre presa a la que quiere pero no puede ayudar.
Recha se afana en construir una fábula sobre la pérdida de la inocencia en la que todos cumplen el papel asignado a la perfección y que no resulta tremendista al estilo de por ejemplo unos hermanos Dardenne aunque tiene mimbres sobrados para ello. Las jaulas de todo tipo que aparecen en la película, ya sean las de los pájaros, la cárcel de su madre, el refugio en el que cura a un zorro que encuentra herido en el río o incluso la casa en la que vive determinarán el paso de Arnau a la vida adulta, a la asunción de responsabilidades y a la toma de decisiones que todos tenemos que afrontar en ese momento delicado de la vida que es la adolescencia. Destacar el protagonismo absoluto del joven Marc Soto, que sostiene con enorme entereza la película sobre su mirada entre inocente y desolada al mundo que le rodea, una decisión arriesgada de la que el realizador sale bien parado gracias en parte al buen trabajo del resto del elenco que le arropa (en especial Eulalia Ramón y Sergi López) y a una puesta en escena naturalista y despojada que se centra en contar la historia de forma simple y sin molestos simbolismos o lecturas morales.
Particularmente, me interesó la descripción de dos mundos que se relacionan en el filme, las competiciones de jilgueros y las carreras de galgos, con elementos similares pero consecuencias opuestas y me sorprendió para bien la estupenda banda sonora de corte jazzístico de Pau Recha, hermano del realizador, que brilla de forma especial en unos hermosos títulos de créditos que son casi un homenaje al maestro Saul Bass y que de lo mejorcito que este cronista ha podido ver en este campo en un cine español que a menudo descuida este aspecto. Lo dicho, para cualquiera que haya tenido malas experiencias anteriores con el cine de Marc Recha, ésta es una excelente oportunidad para reconciliarse con él.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una de las lacras de cualquier Festival son las acreditados. Si pagaras 5 € por la entrada no tendrías que sufrir ninguna cola. Te molesta esperar, a mi me molesta mas quedarme sin entradas para una proyección en la que luego la sala estará medio vacía. Eso es por culpa de gente como tú.