AMREEKA: Palestinos en la Tierra de las oportunidades
Siempre he pensado que uno puede perfectamente hablar de sí mismo y de su circunstancia y conseguir pese a ello o quizás gracias a ello contar historias universales con las que cualquiera puede identificarse. Cherien Dabis fue la primera integrante de su familia, palestina de origen, que nació en los EE.UU, criándose a caballo entre Ohio y Jordania. Y en Amreeka se ha decidido a contar una historia que sin duda tiene que ser en gran parte la de su propia familia, la de una mujer divorciada y madre de un adolescente que abandona la tensión cotidiana de los territorios ocupados y aprovecha un visado para ir a los EE.UU en busca de una vida mejor para ella y su hijo. Allí se reúne con su hermana, que abandonó Palestina quince años atrás y que disfruta de una posición acomodada gracias al trabajo de médico de su marido. Sin embargo, el momento no puede ser menos oportuno: EE.UU acaba de invadir Irak, ha declarado la guerra a Sadam Hussein y el mensaje del miedo a todo lo que huela a árabe parece haber calado muy adentro en la población, incapaz por lo general de distinguir entre un palestino, un afgano o un iraquí y, en consecuencia, recelosa y desconfiada ante todo lo que desconoce y teme.
Esta es una de esas películas que bien podría adscribirse al género del “cine de los buenos sentimientos”, una obra interesante en su planteamiento pero demasiado complaciente en su desarrollo y su resolución. Apunta ideas valiosas sobre los contrastes entre la mentalidad estadounidense, a veces de un infantilismo atroz, y la palestina, tan asentada en un inquebrantable principio de lealtad a la familia como en ese orgullo que impide reconocer los errores propios o pedir más ayuda de la necesaria pero le falta la emoción y el riesgo que la podrían haber convertido en algo más que una película agradable. El periplo de Mouna, una mujer que pasa de disfrutar en Palestina de un buen trabajo en un banco a servir hamburguesas para salir adelante porque eso es lo único que América tiene para ofrecerle, es previsible de principio a fin: los choques culturales, las tensiones familiares, los problemas con los cambios de comportamiento de su hijo Fadi según éste empieza a empaparse de la cultura de su país de adopción, la lucha contra la incomprensión y los prejuicios, el redescubrimiento de uno mismo… estamos bastante lejos de ese canto al entendimiento lleno de sensibilidad e inteligencia que era, por ejemplo, The Visitor. Amreeka consigue su objetivo de tocar la fibra al espectador por el camino más directo y aunque sin duda la película no carece de algún que otro momento logrado, buenas interpretaciones – al trabajo de Nisreen Faour hay que sumar la magnética presencia de la siempre fiable Hiam Abbass – y una mezcla de naturalidad y autenticidad sin demasiadas imposturas, tampoco es que se arriesgue lo más mínimo ni explore terrenos verdaderamente peliagudos, quedándose pues en una propuesta amable que se deja ver con grado y cierta complicidad pero que funciona mejor en su primer tramo, en las escenas rodadas en esa Palestina ocupada, vejada y dividida por un vergonzoso muro, que allí donde debería dar lo mejor de sí misma.
PACO, La droga es mala, mu mala
Era inevitable que la buena racha se rompiera en algún momento. Paco, argot que se refiere a la sustancia que se rasca de las ollas donde se cocina la pasta base que da lugar a la cocaina, sustancia que se destina a las clases más pobres porque resulta mucho más barata y por supuesto, mucho más adictiva y destructiva, es la película efectista y brutal con la que nos hemos desayunado hoy domingo. Hubiera sido ideal si me hubiera dado por salir de marcha toda la noche y enganchara la primera película del día tras salir de un alter puestito hasta las cejas de jugosas sustancias, pero como no es el caso, el resultado es que me he hartado a más no poder de una película falsaria, moralista e insufrible en lo visual que trata con poquísimo rigor un tema bastante serio como es el de las diversas adicciones y la forma que tienen distintos personajes de diversas procedencias sociales de enfrentarse a ellas, usando como excusa un inenarrable grupo de ayuda basado en la terapia y el acompañamiento donde se dan cita una decena de personajes cuyas vidas se han visto afectadas por la droga.
Diego Rafecas abusa de una estructura desordenada que no parece perseguir objetivo dramático alguno y se pierde en un montaje acelerado y videoclipero que busca en vano conmocionar al espectador bien a través de sus imágenes impactantes, bien con un uso bastante inadecuado de una música atronadora y desigual que mezcla alegremente los más diversos estilos creando un cóctel de lo más indigesto para el espectador, que a ratos sigue las cuitas del personaje principal, un físico cuántico (!) hijo de una senadora (!!) que se lía con una limpiadora que lo lleva por el mal camino y de forma vertiginosa y sin que se explique demasiado bien se hace adicto al dichoso Paco (¿?) y a ratos sigue a los otros ocho o diez personajes que pululan por la trama, adictos o terapeutas, que van desgranando sus pequeñas miserias.
Hasta alguien tan fiable como Norma Aleandro parece perdida en un caos narrativo brutal que tan pronto adopta los códigos del drama o la denuncia social como de repente y sin venir mucho a cuento se desplaza hacia el thriller o el género de acción, lo que sumado a su caprichosa estructura narrativa, la hace carecer por completo de la más mínima tensión dramática. Y bueno, mejor corramos un tupido velo sobre la forma en que está tratado el tema de la terapia. Baste con decir, con cierto conocimiento de causa, que tiene mucho más de tópico que de realidad, llegando a extremos francamente sonrojantes. En fin, el primer patinazo serio de la Sección Oficial.
CASTILLOS DE CARTÓN Si la cosa funciona…
Salvador García Ruiz, autor de Mensaka, El Otro Barrio y Las Voces de la Noche ha puesto palote a media Seminci y ha dejado perpleja a la otra mitad con una película arriesgadísima en la que, a las primeras de cambio, inunda la pantalla de sexualidad mostrando con toda naturalidad un trío bien subido de tono que es el eje de su propuesta. Alucinados nos hemos quedado mientras asistíamos al despelote (en más de un sentido) protagonizado por Adriana Ugarte, Nilo Mur y Biel Durán que no es sino el arranque de Castillos de Cartón, un guión de Enrique Urbizu que adapta la novela homónima de Almudena Grandes en la que se narra la relación a tres bandas entre Mª José, una estudiante de Bellas Artes atraída por Marcos, un compañero de clase que sufre de impotencia, circunstancia que aprovecha con notable descaro y no poca picaresca un tercer compañero, Jaime, que mete baza y haciéndose un favor a sí mismo (y según él, a sus dos compañeros de cama) suple el problemilla de Marcos finiquitando la tarea para pasmo del respetable y de los propios colegas.
Esta escena, que así descrita parece sacada de cualquier película porno al uso, está narrada con tal inteligencia y naturalidad que uno, más allá del choque inicial, consigue creérsela por completo. A partir de aquí, Salvador Garcia Ruiz se lanza a desarrollar una de esas historias que juegan de forma constante al borde del precipicio en la que los tres implicados se dedican en primer lugar a lidiar con tan compleja situación. Conviene apuntar que estamos a principios de los años 80 y, a pesar de toda la Movida, un trío no debía ser en aquel entonces nada común. En realidad tampoco ahora, aunque nadie se rasgue las vestiduras. El primer tercio del filme describe todo el proceso de fascinación, descubrimiento (además del impotente Marcos, Mª Jose tiene problemas para llegar al orgasmo, con lo que el trío parece el protagonista de un mal chiste) y aceptación de la situación planteada, mientras que el segundo se centra en el surgimiento de los inevitables desequilibrios que, por más que haya buena voluntad, siempre surgen en un triángulo amoroso de ese tipo y el tercero obliga a todos los implicados a afrontar el futuro de su relación. De forma paralela a esto también se describe la trayectoria artística de los tres implicados, todos ellos autores que entienden de forma muy diversa y a veces contrapuesta su trabajo con lo que la película da pie a una situación muy curiosa: mientras los problemas de Marcos y el papel activo que juega Jaime pueden remitir a La Buena Estrella de Ricardo Franco, la búsqueda del equilibrio personal y artístico a tres bandas recuerda a la planteada por Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona pero por suerte Castillos de Cartón tiene su propia personalidad y no se parece nada ni formal ni en sus resultados a las obras antes mencionadas.
La película funciona gracias al talento de Salvador García Ruiz detrás de la cámara y sobre todo por la estupenda química y la absoluta entrega de tres actores en estado de gracia: Nilo Mur tiene el papel menos agradecido pero cumple con su papel de chico retraído y traumatizado mientras que en un registro completamente opuesto, Biel Durán dota a su simpático caradura del necesario desparpajo y carisma para convertirse en el complemento ideal del primero. Pero es una maravillosa Adriana Ugarte quien se convierte en el alma de la película con una interpretación magnífica, una auténtica revelación. Su Mª José, el vértice que mantiene unido contra viento y marea el triángulo sin querer renunciar a ninguno de sus otros dos lados arroya en un papel complejo capaz de mantener en pie una propuesta que por su propia naturaleza quizás para algunos se agote demasiado pronto pero que para el que escribe estas líneas consigue mantener un nivel bastante notable hasta su inevitable resolución, mucho más abierta al parecer en su traslación a la pantalla que en la novela original, pero que no deja demasiado lugar a dudas sobre el destino de sus personajes. La recreación de los años 80, mucho más importante de lo que pudiera parecer a simple vista, el inteligente uso de la música de Pascal Gaigne que acompaña a las imágenes solo cuando es necesario como deben hacer las buenas BSO (ojo asimismo al uso del silencio en el filme) y la creíble evolución y lucha interna desde el guión de los tres protagonistas hacen de Castillos de Cartón una de las películas más estimables vistas hasta el momento en la Sección Oficial, por más que su acogida en el pase de prensa haya sido, a juzgar por el silencio de la sala al finalizar la proyección, bastante fría. La rueda de prensa posterior a la misma, muy interesante, dio buena cuenta de la pasión y el grado de implicación de sus autores con este, insisto, muy arriesgado proyecto que tenía sobre el papel muchos papeles para estrellarse y que, lejos de eso, se ha revelado como una obra bastante notable que dará bastante que hablar cuando llegue a las salas de cine.
1 comentario:
De nuevo en la brecha.
No podré comentar mucho pues ando muy liado, pero sigo fielmente tus crónicas.
Me lo he pasado muy bien con la crítica a Castillos de cartón.
Abrazos.
Publicar un comentario