LITTLE SOLDIER Improbable redención
En las primeras escenas de la nueva película de la realizadora danesa Annette K. Olsen, se bosqueja a la perfección a la protagonista de la misma, Lotte, una soldado profesional de vuelta a su país tras servir en Irak tan traumatizada por lo allí vivido que se halla embarcada en un proceso de autodestrucción a base de alcohol, vive de forma desordenada y ni siquiera ha avisado a la única familia que tiene, su padre, de su regreso. En ningún momento explicará la realizadora cuales son las terribles experiencias por las que ha pasado esta mujer dura, chicazo de papá, para desertar de aquello y volver en ese estado. No hace falta. Podemos imaginarlo. Sin dinero y sin recursos, Lotte no tiene más remedio que aceptar, de mala gana, un trabajo de chófer para su padre, del que pronto descubriremos que anda metido en el negocio de la prostitución. Es uno de esos desalmados que se justifica a si mismo diciendo que “hace un favor” al traer a Europa a las chicas nigerianas sobre las que ejerce de proxeneta porque, a diferencia de otros mucho peores que él, las trata bien. Incluso ha hecho de una de ellas su novia.
En cualquier caso, Little Soldier es una película estimable en la que conviene destacar que sus personajes están muy bien trabajados a base de pequeños detalles: tanto en la desastrosa relación de Lotte con ese vecino bienintencionado que trata de acercarse a ella como en la construcción del personaje de Lily, sumamente creíble en sus motivaciones o incluso en esa extraña y a ratos brutal relación filial, Olsen consigue deslizar de forma constante pistas que nos ayudan a comprender sus actos, su necesidad de soltar el enorme dolor y el desgarro interior que arrastran, su condición de personajes a la deriva en un mundo sórdido en el que un buen cliente puede ser aquel que no te pega o que, para satisfacer su necrofilia, es capaz con el consentimiento previo de Lily y mucha pasta de por medio, de drogarla hasta la inconsciencia para después follársela como mejor le apetezca. Ya saben que por Dinamarca las películas no son precisamente la alegría de la huerta.
EL ERIZO, Poesía y humor, inteligencia y tristeza
Un Festival de cine ha de ser, si se hace bien, terreno abonado para el descubrimiento. Es aquí donde deben darse a conocer al mundo autores desconocidos con universos personales e historias interesantes que contar, directores de los que apenas tienes la más mínima referencia y que, de repente, consiguen ese momento mágico de descubrirte una película notable que consiga conmoverte, tocarte la fibra o, simplemente, sorprenderte. No pueden ustedes imaginarse la cantidad de películas infumables a las que uno acude día tras día en las distintas Secciones Oficiales de los festivales esperando encontrar esa sensación familiar de estar ante algo nuevo que merece la pena. Y después, claro está, compartirlo.
Es un hecho tan infrecuente que aun faltando mucho para que termine, estoy convencido que la película sorpresa de esta edición de la Seminci es la opera prima de Mona Achache El Erizo, un filme que adapta la exitosa novela homónima de Muriel Barbery y que es una irresistible mezcla de lirismo, melancolía, cinismo existencial, humor y ternura servido con una inteligencia y un saber hacer impropio de una realizadora novel que da lugar a una película por momentos desconcertante pero poseedora de un encanto muy particular capaz de desarmar al espectador más exigente. Puede que no sea plato para todos los gustos, pero no cabe duda que estamos ante una verdadera exquisitez.
Veamos. El erizo se articula alrededor de dos personajes que conviven en el mismo edificio de vecinos de una calle de París. Uno es Paloma (Garante Le Guillermic) una niña demasiado clarividente para su tierna edad que, habiendo descubierto la trampa que supone al aburguesamiento de las comodidades materiales y la falta de calidez en las relaciones familiares, ha decidido poner fin a su vida no sin antes grabar a todos los miembros de su familia y hacer una película para demostrar su tesis de que la vida es algo tan insustancial y los adultos unos gilipollas incapaces de ver la pecera en la que dan vueltas de forma inútil, que no merece la pena seguir creciendo. Tomen aire que esto acaba de empezar. En la portería del inmueble se esconde Renée Michel –acojonante Josiane Balasko en el que sin duda es el gran papel de su carrera – una mujer discreta, sumamente arisca y solitaria que responde punto por punto al arquetipo de la portera desagradable que todos tenemos en mente pero que, sorpresa, bajo su apariencia de conserje ignorante y vulgar esconde a una mujer autodidacta y cultivada que le da sopa con ondas a todos esos inquilinos que apenas reparan en su existencia. La llegada al inmueble de un tercer personaje, un educado y culto japonés llamado Kakuro Ozu, despertará en la Sra. Michel sentimientos largamente reprimidos y provocará unas cuantas situaciones curiosas que harán reflexionar a todos ellos sobre el sentido de la vida.
Al principio puede que esa niña ciertamente repipi y demasiado cínica para su propio bien que registra todo lo que sucede a su alrededor mientras busca argumentos sobrados para justificar su futuro suicidio haga que algunos espectadores enarquen la ceja ante semejantes cargas de profundidad. No se preocupen y tengan paciencia: en el instante que Mona Achache comienza a asomarnos a la vida del magnífico personaje que interpreta Balasko, uno empieza a intuir que en esta película hay mucho más cinismo y vacío existencial. De hecho, la propuesta está continuamente teñida de una interesante mezcla de ternura y melancolía, sentimientos contrapuestos que en teoría deberían tirar hacia lados opuestos pero que se complementan y que, sumados a un magnífico sentido del humor y a una poesía muy particular, van poco a poco dando forma a una película personal, sugerente y atractiva que guarda en su interior sorpresas que no conviene desvelar y que llevan continuamente de lado a lado a un espectador que, si entra en el juego, a menudo se sentirá desconcertado y fascinado ante una propuesta tan insólita como irresistible. Insisto: no le pierdan la pista al Erizo. Va a dar mucho juego.
ESTIGMAS, Una propuesta tan inusual como fallida
Si yo le cuento a ustedes que en la Sección Oficial de la Seminci hay una película española, opera prima, basada en un cómic italiano, rodada en color pero positivada después en blanco y negro con un estilo bastante a contracorriente de todas (y me refiero a todas) las tendencias actuales del cine español y que está protagonizada por Manuel Martínez, varias veces campeón de España de lanzamiento de peso, es muy probable que piensen, con toda la razón del mundo, que les quiero tomar el pelo. Pero no: eso es Estigmas, primera película del alicantino Adán Aliaga que ha sorprendido – aunque por desgracia no precisamente para bien – a la platea del Teatro Calderón esta mañana.
La cosa es como sigue: Manolo Martínez interpreta a Bruno, un gigantón tipo oso callado, buenazo, algo simple y adicto al alcohol que tras una temporadita en la cárcel trata de ganarse la vida en una taberna de mala muerte, cría gusanos de seda, reside en un cuchitril del que van a desahuciarle por falta de pago y por si todo lo anterior fuera poco, un buen día comienzan a sangrarle las palmas de las manos de manera inexplicable (en plan estigmas, vaya) mientras es víctima de unos extraños sueños. Tras perder trabajo y casa y no encontrar su sitio bajo el ala de la santa madre Iglesia como parecería lógico dado su condición, Bruno acaba formando parte de un circo ambulante donde, por supuesto, ven todas sus posibilidades para sacarle la pasta a la gente explotando esos dichosos estigmas que no dejan de sangrarle.
El problema de Estigmas es que es una película que si bien formalmente puede suscitar algún interés – su director de fotografía se afana en sacarle todo el partido posible a un primoroso blanco y negro, consiguiendo algunos planos francamente logrados – la historia no consigue enganchar en ningún momento al espectador. Al menos a ninguno de los que hemos compartido el pase de prensa esta mañana que yo sepa, vaya. Ni el personaje es lo suficientemente interesante o complejo para provocar la más mínima simpatía con su situación ni ocurre nada especialmente destacable en una peripecia que se desarrolla a un ritmo mortecino que hace la experiencia algo bastante difícil de digerir. En cierto sentido es una lástima, porque algo que si tiene la película de Adán Aliaga es la ambición de encontrar una voz propia, de explorar ciertos códigos narrativos muy distintos a los habituales y ofrecer una experiencia nueva al espectador. Pero Aliaga olvida que antes de todo eso lo más importante es conseguir una historia en la que apoyarse y sin esa base esencial toda su currada estructura se derrumba por más que te pueda caer simpático ese mostrenco buenazo y estigmatizado que interpreta (es un decir) Manolo Martínez. Vamos que si quieren emocionarse con tipos grandes mejor vayan a descubrir esa maravilla de Adrián Bliniez llamada Gigante. Si es que aun está en cartelera, que esa es otra.
3 comentarios:
Esperaba leer tu opinión sobre "El erizo" y me alegro compartir sensaciones. Primero, la de "descubrimiento". Creo que esta es una de las mejores películas que jamás haya visto en un festival "a ciegas", sin referencias. (A decir verdad, creí que el corto de antes era la peli en sí, no tenía idea de la existencia de "El erizo", vaya despiste). Es relativamente fácil disfrutar con lo nuevo de un Haneke, de un Egoyan, de un Scorsese, de cualquier director consagrado. Pero apostar (o caer por puro azar) por un autor desconocido y acertar... tiene algo de quimera.
Y, por otro lado, comparto opinión sobre la historia en sí, que se presenta con un argumento de esos complicados de mantener (niña cuasirepipi con aires trascendentales como protagonista, pero que, asombrosamente, se agarra a la pantalla y a los ojos del espectador. "El erizo" crea situaciones muy logradas de amor, de humor y de reflexión sobre el valor de la vida.
Así que ya hay que empezar a recomendársela a los amigos (estreno 11 diciembre).
Saludos luneros desde Alcobendas a los pucelanos temporales.
Estigamas no es la primera película de Adan Aliaga. Su primera película es "La casa de mi abuela". Hay que informarse un poco antes de hacer los comentarios.
Pues tienes toda la razón, mi anónimo amigo. Debería haber añadido "de ficción" a los de "primera película" referido a Estigmas pues tengo entendido que La Casa de mi Abuela era un trabajo documental, como también lo será la próxima Esquivar y Pegar...
Pero no me tengas el cuenta el traspiés, creo que CineMérida es un blog donde, a pesar de estos pequeños despistes, la información suele estar bien contrastada al menos la mayor parte de las veces. y cuando no, la culpa suele ser mía por fiarme de mi cada vez más precaria memoria. en cualquier caso, gracias por la aclaración.
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