domingo, febrero 07, 2010

LA CARRETERA, Instinto de supervivencia

La Carretera, la novela original de Cormac Mc Carthy, es una de esas obras desasosegantes, líricas y brutales que invita a la reflexión sobre la condición humana, sobre los límites de ese barniz de civilización que esconde la verdadera naturaleza primitiva y terrorífica del ser humano cuando se ve empujado a una situación límite. Te obliga a adentrarte por terrenos resbaladizos mientras describe el Apocalipsis, un verdadero infierno en una tierra devastada en la que apenas hay lugar para la esperanza y lo más valioso que un padre puede tratar de transmitirle a su hijo es una mínima norma moral - comerse a los demás no es aceptable ni siquiera en los casos de extrema necesidad - que sirva como brújula ante la certeza cada vez más inevitable de la imposibilidad de recuperar lo perdido. Es un angustioso tratado de supervivencia en medio de la desolación más extrema, un viaje a ninguna parte de un padre y un hijo que no se tienen más que el uno al otro, acompañados por el hambre, el frío y el desfallecimiento, rodeados de un terreno hostil infectado de peligros y dominado por el miedo, carente de épica alguna salvo aquella que surge de la determinación de seguir adelante cada día, sacrificando todo lo que sea necesario, incluyendo los recuerdos, sabiendo que ese día bien puede ser el último.
La Carretera, la película de John Hillcoat, resulta un extraño milagro en estos tiempos que no se caracterizan precisamente por su sentido del riesgo. Adaptar una obra de temática tan angustiosa y hacerlo con escrupulosa fidelidad parece una opción suicida ya que uno no imagina al espectador medio someterse voluntariamente a semejante trago. Y sin embargo ahí está el universo descrito por McCarthy, tal y como uno pudo imaginarlo mientras devoraba las páginas del libro, en toda su aterradora crudeza, con toda su desesperanza y dureza intactas. Uno intuye que los que están detrás de esta brillante adaptación, desde el director Hillcoat hasta el guionista Joe Penhall pasando por el actor Viggo Mortensen o el director de fotografía Javier Aguirresarobe son gente comprometida hasta la médula con la visión de McCarthy que saben lo que se traen entre manos, que no van a dar el más mínimo resquicio a la complacencia, que tienen muy claro la fuerza de la historia que tienen entre las manos y no les importa la conmoción que puedan causar en el espectador porque de eso precisamente se trata.
Bajo la cuidada fotografía de Javier Aguirresarobe en uno de los trabajos más impresionantes que este cronista ha podido disfrutar en una pantalla en los últimos años - un auténtico prodigio en la que uno puede llegar a saborear las cenizas de ese mundo calcinado y gris - se desarrolla una poderosa historia de supervivencia y amor filial a la que el relativamente desconocido John Hillcoat sabe cómo dotar de fuerza visual y de una profunda emotividad. Resulta conmovedor asistir a la relación que se establece entre ese padre forzado por las circunstancias a ser tan pragmático como precavido, a desconfiar de las intenciones de cualquier otro ser humano que se les acerque y ese niño que no ha conocido otro mundo que el ya destruido y que a pesar de todo el horror que les rodea no ha perdido cierta inocencia. Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee resultan convincentes, tienen química, sientes su vínculo inquebrantable, vives su miedo continuo, acompañas su alegría en los escasos momentos de esperanza, sufres por ellos y su incierto destino. También te crees a Charlize Theron en ese personaje que no consigue reunir la entereza suficiente para enfrentarse a un mundo sin esperanza, al viejo vagabundo al que da vida un casi irreconocible Robert Duvall, al ladrón desesperado por el hambre que protagoniza una de las secuencias más desgarradoras hacia el final del filme. Todo es dolorosamente creíble, estremecedor, admirable.
Es La Carretera una película extraordinaria, de esas a las que uno le lleva tiempo digerir, apuntes melancólicos y extrañamente líricos dentro de una tragedia, una pesadilla cruel y fascinante en la que el fuego de la esperanza, mínimo, se invoca desde una relación filial inolvidable. Película durísima, por supuesto. Pero también imprescindible.

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