A todos nos ha pasado alguna vez. Estamos en la butaca esperando a que empiece la película que hemos escogido y vemos los trailers de los próximos estrenos. Y a menudo te acuerdas de la familia del desconocido que ha ideado el trailer, bien porque los presuntos mejores momentos del filme están allí, bien porque – y esto es de lo más habitual – tienes la molesta sensación que el trailer ha revelado demasiado del argumento. Me pasó con Shutter Island. Su trailer ya desvelaba que Leonardo DiCaprio era un agente que investigaba en un siniestro manicomio la insólita desaparición de una paciente peligrosa, que los inquietantes tipos que regían dicha institución parecían conspiradores con algo serio que esconder y que DiCaprio iba a acabar dando vueltas por tenebrosos pasadizos con un traje de interno, atrapado como una rata en el laberinto de aquella isla inhóspita mientras su mente le jugaba malas pasadas con un hecho traumático de su pasado. Demasiada información para mi gusto, pensaba.
Hay varios elementos que se conjugan para dar forma a esta película que sin duda va a dejar muy, pero que muy descolocado a más de uno, especialmente a aquellos que, como un servidor, hayan formado sus expectativas a través del susodicho trailer. Orson Welles, autor de El Proceso, la película basada en la novela homónima de Kafka que tiene bastante que ver con Shutter Island, solía aconsejar a sus espectadores que no se dejaran embaucar por las imágenes que surgen de la pantalla, ya que el cine es en el fondo el arte de la manipulación, el dominio de la suerte suprema del engaño destinado a convencer a la vez que entretener al espectador. Por otro lado Scorsese parecía decidido a hacer una película de género que homenajeara abiertamente al cine negro. Lo consigue. Aun más: el espíritu de los Preminger, Tourneur o Dmytryk tamizados con unas buenas dosis de Hitchcock, la angustia del Fuller de Corredor sin Retorno, las sombras del expresionismo alemán y hasta el mismísimo David Lynch planean sobre un filme que en cierto sentido es una muy ambiciosa revisión de esa historia del cine que Scorsese tiene metida entre sus pobladas cejas. Por último, está la obsesión recurrente del director con la locura, con esos inolvidables personajes paranoicos, violentos y trastornados presentes a lo largo de toda su filmografía. No es de extrañar que tras semejante galería de perturbados Scorsese haya optado directamente por ambientar su película en una institución mental y hacer de la locura la columna central de la misma. Para él debía ser algo así como la última frontera.
Shutter Island provoca en el espectador desde sus primeras imágenes una extraña mezcla de sensaciones que van del desasosiego a la fascinación, pasando por la tensión o la extrañeza que provoca un argumento complejo en el que uno puede tener la errónea impresión de que por momentos hay torpeza o simple capricho en la descripción de ese progresivo acorralamiento del personaje principal en su búsqueda de la verdad. No lo hay. Scorsese no juega con las cartas marcadas y, aunque a menudo no lo parezca mientras vemos el filme, cada plano, cada secuencia real u onírica, por extravagante que nos pueda parecer o por difícil que sea su encaje en el entramado narrativo tiene su razón de ser, como uno descubre con pasmo una vez concluyen las más de dos horas de metraje que por cierto pasan como un suspiro, lo que siempre es señal de que estamos ante una historia que atrapa y engancha pese a su carácter morboso y enfermizo. O quizás por eso.
Hay cierta maestría en una película cuya sucesión de giros imposibles se sustenta en el soberbio trabajo de un casting ajustadísimo en el que sobresale un excelente Leonardo DiCaprio y en el poderío visual de un Scorsese cuya habilidad para mezclar referentes cinematográficos sin perder por ello sus reconocibles señas de identidad es digna de todo elogio. Si algo tiene Shutter Island es que no puede dejar indiferente, imagino que también va a provocar más de un sonoro cabreo. Vayan a verla y escojan bando. Sea cual sea, no les faltarán contendientes.
Este artículo apareció en el periódico local gratuito Voz Emérita el 22 de Febrero del 2010
Hay varios elementos que se conjugan para dar forma a esta película que sin duda va a dejar muy, pero que muy descolocado a más de uno, especialmente a aquellos que, como un servidor, hayan formado sus expectativas a través del susodicho trailer. Orson Welles, autor de El Proceso, la película basada en la novela homónima de Kafka que tiene bastante que ver con Shutter Island, solía aconsejar a sus espectadores que no se dejaran embaucar por las imágenes que surgen de la pantalla, ya que el cine es en el fondo el arte de la manipulación, el dominio de la suerte suprema del engaño destinado a convencer a la vez que entretener al espectador. Por otro lado Scorsese parecía decidido a hacer una película de género que homenajeara abiertamente al cine negro. Lo consigue. Aun más: el espíritu de los Preminger, Tourneur o Dmytryk tamizados con unas buenas dosis de Hitchcock, la angustia del Fuller de Corredor sin Retorno, las sombras del expresionismo alemán y hasta el mismísimo David Lynch planean sobre un filme que en cierto sentido es una muy ambiciosa revisión de esa historia del cine que Scorsese tiene metida entre sus pobladas cejas. Por último, está la obsesión recurrente del director con la locura, con esos inolvidables personajes paranoicos, violentos y trastornados presentes a lo largo de toda su filmografía. No es de extrañar que tras semejante galería de perturbados Scorsese haya optado directamente por ambientar su película en una institución mental y hacer de la locura la columna central de la misma. Para él debía ser algo así como la última frontera.
Shutter Island provoca en el espectador desde sus primeras imágenes una extraña mezcla de sensaciones que van del desasosiego a la fascinación, pasando por la tensión o la extrañeza que provoca un argumento complejo en el que uno puede tener la errónea impresión de que por momentos hay torpeza o simple capricho en la descripción de ese progresivo acorralamiento del personaje principal en su búsqueda de la verdad. No lo hay. Scorsese no juega con las cartas marcadas y, aunque a menudo no lo parezca mientras vemos el filme, cada plano, cada secuencia real u onírica, por extravagante que nos pueda parecer o por difícil que sea su encaje en el entramado narrativo tiene su razón de ser, como uno descubre con pasmo una vez concluyen las más de dos horas de metraje que por cierto pasan como un suspiro, lo que siempre es señal de que estamos ante una historia que atrapa y engancha pese a su carácter morboso y enfermizo. O quizás por eso.
Hay cierta maestría en una película cuya sucesión de giros imposibles se sustenta en el soberbio trabajo de un casting ajustadísimo en el que sobresale un excelente Leonardo DiCaprio y en el poderío visual de un Scorsese cuya habilidad para mezclar referentes cinematográficos sin perder por ello sus reconocibles señas de identidad es digna de todo elogio. Si algo tiene Shutter Island es que no puede dejar indiferente, imagino que también va a provocar más de un sonoro cabreo. Vayan a verla y escojan bando. Sea cual sea, no les faltarán contendientes.
Este artículo apareció en el periódico local gratuito Voz Emérita el 22 de Febrero del 2010
1 comentario:
A mi me defraudó,ya he visto unas cuantas pelis que al paciente lo ponen como poli. Nada nuevo, eso si el médico me gusta.
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