domingo, noviembre 24, 2019

DE REPENTE, EL PARAÍSO La Mirada Desarmante - XIV Festival de Cine Inédito de Mérida


Hay un momento especialmente brillante dentro de la ingente cantidad de instantes inspirados que componen ‘De Repente, El Paraíso’ (It Must Be Heaven) que tiene lugar en la oficina en París de un productor francés al que Elia Suleiman ha acudido presumiblemente con la intención de conseguir financiación para su próximo proyecto. El productor le informa, muy amablemente, que en efecto siente una especial afinidad y simpatía por la causa palestina y que suele trabajar en esa línea de películas ‘útiles’ a dicha causa… pero que el proyecto que Suleiman les ha presentado ‘no es lo suficientemente palestino’ y que, de hecho, ‘podría estar ambientado en cualquier parte, incluso fuera de Palestina’ por lo que no va a participar en el mismo. De inmediato vemos el contraplano de un silente Elia Suleiman, que con apenas media sonrisa que asoma por su amable pero hierático rictus, provoca de nuevo la hilaridad y la infinita complicidad con el espectador que a esas alturas lleva ya un buen rato paseando con él por las calles de París.

Un productor occidental diciéndole al director palestino más importante de la historia que sus películas no son lo suficientemente palestinas es una contundente declaración de intenciones – además de seguramente algo que el propio Suleiman habrá tenido que vivir en sus carnes más de una vez y más de dos – que resume a la perfección la esencia de su cuarto largometraje tras las irresistibles (por favor, búsquenlas si no las conocen) Crónica de una Desaparición, Intervención Divina y El Tiempo que Nos Queda con las que cimentó su bien merecida fama de digno heredero de grandes como Buster Keaton, Charles Chaplin o Jacques Tati en las que contrapone una mirada entre perpleja, socarrona y humanista al mundo generalmente absurdo que le rodea, riéndose sin disimulo de la autoridad en todas sus formas y cultivando el gag visual sin necesidad de palabras para construir un discurso a la vez profundamente humanista y, aunque no lo parezca, rabiosamente político. Porque el humor es una forma de resistencia.


En efecto, Suleiman comienza su película en su Nazaret natal, pero rápidamente abandona Palestina para llevar esa mirada curiosa, tierna, inquisitiva y en fin, desarmante, primero a París y después a Nueva York y descubrir si allí las cosas tienen tan poco sentido como en su casa. Si las primeras películas de Suleiman trataban de explicar lo que era Palestina y lo que significa ser palestino al mundo sin necesidad de salir de su tierra pero utilizando unas armas de la comedia absurda y sobre todo un tono que se sitúa en las antípodas de las películas más ‘concienciadas’ el proceso es ahora a la inversa: Suleiman sale de su país y recorre París y Nueva York paseando su mirada lúcida e inquisitiva para demostrarnos por la vía rápida que la insensatez, la falta de identidad propia, lo contradictorio, lo absurdo no es ni mucho menos patrimonio de ese país y no-país a la vez al que pertenece, sino que es un fenómeno global: todos somos Palestina y su circunstancia, todos estamos rodeados de injusticia, de abusos de autoridad, de muros que no podemos franquear, de desigualdades dolorosas y, por supuesto, del más completo de los absurdos ¿Cómo se quedan? 


Por supuesto todo esto nos cala como una suave lluvia de la forma más entrañable y a la vez divertida, con Suleiman paseando – y paseándonos – por los distintos espacios que habita, siempre observando, nunca interfiriendo, jamás hablando (salvo en una ocasión, que también se convierte en toda una declaración con solo dos palabras pronunciadas) y desarmando con su simple mirada todo ese absurdo que hay a nuestro alrededor: su estilo es tan depurado que Suleiman pertenece por derecho propio no solo a la hermosa tradición de aquellos gigantes del cine clásico que nombraba antes, sino a esos otros coetáneos suyos como Roy Andersson o Aki Kaurismäki que hacen lo que les da la real gana con su cine sin encomendarse ni a Dios ni Amo, pero tampoco al espectador, al que se limitan a invitar amablemente para que compartan su viaje en sus propios términos y si les parece bien, estupendo. Y si no, pues también.


Por ese delicioso camino, una miríada de gags maravillosos y otros quizás no tanto, pero todos disfrutables en lo que valen, un leve hilo conductor que no es otro que el propio Suleiman guiándonos, una magnífica selección musical que entremezcla de forma harto desprejuiciada temazos árabes con Leonard Cohen o Nina Simone, un hilarante guiño a Extremadura y una carga de profundidad a las imposturas del cine globalizado en el cameo de Gael García Bernal en la otra productora neoyorquina que Suleiman también visita y un plano final que nos recuerda que la esperanza del pueblo palestino y tal vez la futurible solución del conflicto (“Habrá Palestina” le dice en una escena anterior una y otra vez un vidente a Suleiman mientras le lee las cartas “Pero no será en su tiempo de vida. Ni en el mío” precisa) reside en sus jóvenes… aunque igual éstos estén de momento a otras cosas tal vez más importantes.


Soy plenamente consciente que muchos de los que me lean no compartirán mi desmesurado entusiasmo por esta pequeña maravilla del cine que nos ha regalado Elia Suleiman y que hemos tenido la suerte y el privilegio de disfrutar en Mérida, pero si les soy sincero, no es algo que me preocupe. Si no le preocupa al propio director ¿Quién soy yo para preocuparme? Ojalá que la vean y la disfruten tanto como yo lo he hecho. Sin más.




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