sábado, noviembre 23, 2019

PARÁSITOS, Mucho más allá de la lucha de clases - XIV Festival de Cine Inédito de Mérida


A estas alturas es difícil sorprender a cualquiera que conozca el cine de Bong Joon Ho sí se afirma que hay pocas cosas que estimulen más al surcoreano que mezclar de forma endiablada la más incisiva crítica social con el entretenimiento, a ser posible teñido este último de un subversivo humor negro (o negrísimo) que haga hervir ferozmente la mezcla hasta conseguir que la dureza de las temáticas que aborda en sus películas sean dócilmente aceptadas por el público bajo los más extravagantes disfraces del cine de género. Solo desde ese doble compromiso personal tanto con el primer mandamiento del cine (“No aburrirás”) como con la necesidad ineludible de darle al espectador algo para procesar una vez salga de la sala, se entienden películas en apariencia tan distintas como Memories Of Murder, The Host, Mother, Snowpiercer u Okja en los que el thriller, el cine de monstruos, el cómic, la ciencia ficción o la fantasía más delirante esconden en su interior venenosas cargas de profundidad que hablan de la falta de libertades y derechos, de la crisis de la familia como institución, del incondicional amor materno capaz de crear mosntruos, de la lucha por la más elemental supervivencia o de la escasez de recursos del planeta y la consecuente pérdida de valores que siendo generosos denominamos ‘humanos’ que obliga a hacerse ciertas reflexiones de calado más allá de su solo aparente ligereza.


Resulta curioso que Parásitos, la séptima película de Bong Joon Ho, la que le ha proporcionado la Palma de Oro en Cannes y que muchos saludan como su mejor obra hasta la fecha, se emparente muy directamente con su ópera prima, aquella Barking Dogs Never Bite, con la que se dio a conocer en San Sebastián y que ya era una comedia negra que en el fondo escondía una visión bastante salvaje sobre la división de clases sociales en Corea del Sur que era fácilmente comprensible incluso fuera de su país. 


Parásitos comienza y prácticamente finaliza con un plano de unos calcetines (¿olerán?) colgados cerca de una ventana que da al firme de la calle, lo que nos coloca en el semisótano donde vive una de las dos familias protagonistas de la historia, buscavidas, supervivientes de la pobreza pero con cierto ingenio que por un golpe del destino, van a encontrar la oportunidad de sus vidas al topar con otra familia, compuesta exactamente por el mismo número de miembros, pero desmesuradamente opulenta, que vive en un enorme edificio modernista en uno de los mejores barrios de Seúl y en cuya vida de lujo se infiltrarán progresivamente a través de varios empleos – profesor de inglés, terapeuta artística, chófer y doméstica del hogar – para lo cual tendrán que persuadir a los señores de ser contratados o deshacerse previamente de quien previamente ocupa esos empleos para poder, en efecto, ‘parasitar’ esa familia y disfrutar de lo que la vida – y su baja posición social – les ha negado hasta entonces.


Con semejantes mimbres, Bong Joon Ho tiene el terreno abonado para, durante el primer acto de la película, hacer un maravilloso despliegue de recursos narrativos tanto visuales como de guión mientras cuenta, con indisimulada sorna, este proceso de parasitación de una familia por la otra. Eso le permite establecer una parábola más sutil y acertada que la del tren horizontal de ‘Snowpiercer’ para hablar de uno de sus temas favoritos, la lucha de clases, no ya entendida desde un punto de vista marxista, sino reducida a una cuestión de ricos y pobres en la que la ascensión, literal y figurada, de la familia pobre por la muy empinada rampa que le conduce a una engañosa sensación de abundancia, resulta irreal por cuanto no es propia, sino tomada prestada de los amos a los que sirven, con sus inevitables condicionantes.


El juego se torna mucho más divertido (y cruel) cuando la película gira sobre si misma e introduce sobre este riquísimo tapiz de personajes, nuevos elementos que permiten aún más sabrosas y complejas lecturas que les afectan a todos ellos tanto en sus comportamientos como en sus múltiples juegos de apariencias, mientras el surcoreano se divierte no poco sometiendo a sus criaturas a un vodevil frenético del que sobre todo salimos beneficiados unos espectadores que seguimos lo que ocurre con los ojos abiertos como platos ante cada nueva vuelta de tuerca de un artefacto realmente endiablado e irresistiblemente divertido, por más que uno sea consciente de la extrema gravedad de algunas de las cosas que Bong Joon Ho nos está contando.


La película desemboca en un formidable tour de force narrativo alrededor de todo lo que sucede en una noche de tormenta que convierte lo que podría ser una simple metáfora en algo dolorosamente real y desdibuja los contornos de un relato que está continuamente saltando entre géneros, noqueando hasta dejar fuera de combate y extenuado al espectador con una película extremadamente brillante en su aspecto formal a la que quizás solo le sobra algún subrayado innecesario pero que ata muy bien todos sus hilos narrativos con una dosis extra de mala leche y un furibundo pesimismo existencial.


Como quiera que Bong Joon Ho por un lado no hace prisioneros y por otro huye de cualquier tipo de maniqueísmo, Parásitos acaba por convertirse en un terrorífico cuento de los que hacen daño de verdad, especialmente cuando uno cae en la cuenta que la brecha entre ricos y pobres no deja de crecer de forma desmesurada en los últimos años no solo en Corea del Sur, sino en todo el mundo conocido, lo que explica el éxito internacional de una película prodigiosa en su concepción y ejecución que no deja sino una sensación de infinito y angustioso naufragio. Una de las películas imprescindibles de este 2019





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