Es innegable la vertiente social
de La Hija de un Ladrón, debut como directora de Belén Funes, formada en la
ESCAC y en la escuela de cine de San Antonio de los Baños (Cuba) por cuanto seguimos
muy de cerca la vida de su protagonista, Sara, madre veinteañera de un bebé que
trata de salir adelante como puede con las escasas armas de las que dispone:
vive en un centro de acogida, el padre de su hijo es solidario con Sara pero
renuente a mantener una relación afectiva como la que ella querría, trabaja de
limpiadora en lo que le va saliendo, tiene un hermano pequeño que se encuentra
en otro centro de menores y para colmo de males, un padre recién salido de la
cárcel que le desordena la vida con su simple presencia y cuyo pasado común
desconocemos, pero intuimos a través de lo que se dice – y sobre todo lo que no
se dice – en sus sucesivos encuentros.
Con semejantes mimbres, si
sumamos al cóctel que la puesta en imágenes de Funes apuesta por un estilo
narrativo muy deudor del cine de los hermanos Dardenne, con la cámara siempre
muy pegada al rostro de la protagonista o siguiéndola a pocos centímetros de su
espalda mientras Sara se mueve frenética de un lado a otro sin apenas un
momento de respiro, cualquiera diría que estamos antes una película que reúne
todos los elementos precisos para convertirse en una de esas miradas de
denuncia sobre la crisis económica y los más desfavorecidos de nuestra sociedad.
Y ahí está la brillantez de una de las películas más hermosas que ha dado el
cine español de este 2019, porque la propuesta de Belén Funes va por otro lado
completamente distinto: todos esos elementos están ahí, pero lo que le interesa
a la directora y a su guionista Marçal Cebrían no es tanto ese decorado de fondo, sino el viaje y el estado emocional de
Sara, su protagonista.
En efecto, Sara – una excepcional
Greta Fernández cuyo trabajo está repleto de verdad – sale adelante por sus medios
y porque cuenta a su alrededor con una pequeña pero efectiva red de solidaridad
compuesta de pequeños gestos que le permiten buscar y aprovechar las pequeñas
oportunidades que le van surgiendo por el camino. Ella no se queja ni maldice
su destino, ni mucho menos culpa a un sistema injusto. Sara no tiene tiempo
para eso, sabe cuáles son las prioridades y las cartas que le han tocado en
suerte. Es su estabilidad emocional la que está en juego cuando su padre
aparece de nuevo en su vida – un Eduard Fernández que clava su rol de padre
abandónico y fluctuante - provocando una desestabilización continua ante esa
imposible promesa de futuro, lastrada tanto por el comportamiento errático de
él como por la insobornable determinación de ella a creerle pese a las
numerosas pruebas que acumula en su contra. Porque pese a todo es su padre y no
puede simplemente olvidarse de él sin más (“Lo
llevo en la cara” llega a decir)
“La Hija de un Ladrón” es una
película que juega de forma admirable con el fuera de campo. Hay muchísimas
zonas en esta historia que no conocemos, pero que intuimos, que tienen que ver
con el pasado de los personajes. Funes sabe que no son imprescindibles para la
historia que está narrando y deja ese espacio al espectador para que construya
esa parte como mejor le parezca, centrándose en el presente. Esa determinación
en construir una película en la que los personajes conocen un pasado que es
ajeno a los espectadores, le da a la película una enorme fuerza: hay frases,
gestos, miradas y acciones que nos remiten a algo que tiene que ver con una
complicidad que puede que aún exista o no, pero que provoca que el espectador
sea consciente de las múltiples heridas que arrastran esos personajes, lo que
le ayuda a empatizar con ellos y especialmente con esa Sara que solo quiere ser
“una persona normal”
Ahí es donde se encuentra el
verdadero corazón emocional de la película. Porque resultan conmovedores los
continuos esfuerzos de Sara para conseguir lo que todos ansiamos, que no es
otra cosa que alguien nos quiera, se preocupe por nosotros y no nos deje solos.
Funes construye así, con la inestimable colaboración y entrega absoluta de su
actriz principal, pero también con una realización transparente y un magnífico
ojo para el detalle más rutinario, un retrato complejo y poliédrico de una
mujer capaz de enfrentarse a la dureza del día a día con una naturalidad y una
resiliencia digna de admirarse… pero al mismo tiempo increíblemente frágil en la
parte emocional, siempre al borde de romperse. Una joven sin duda luchadora y
superviviente, pero también herida en lo profundo que busca de forma
desesperada esa ‘normalidad’ inaprensible.
‘La Hija de un Ladrón’ cultiva un
terreno poco proclive a la épica y sin embargo gracias a eso se convierte en el
que posiblemente sea el más certero retrato de esas miles de mujeres que hay en
este país que buscan ser felices con algo tan sencillo como tener un trabajo
digno para salir adelante con su esfuerzo, poder criar a sus hijos sin
sobresaltos y, si además fuera posible, ser de paso felices con una pareja o
algo parecido a una familia, por alejada que pueda estar esa institución hoy en
día de su sentido más tradicional. Es, en suma, esa heroicidad de lo cotidiano
que prácticamente nadie reivindica en el cine actual, mucho más preocupado por
la exaltación de lo extraordinario y un furibundo individualismo que por ese
pequeño gesto de cariño o afecto que todos necesitamos para huir de la soledad
y salir adelante.
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