El cine de Rodrigo Sorogoyen
podrá gustar más o menos, pero hay algo que es difícil negarle tanto a él como
a su co-guionista habitual Isabel Peña y es su afán de meterse en charcos o,
dicho de otra forma, esa saludable tendencia que tienen sus películas a
contradecir, soslayar y también, por qué no decirlo, defraudar a veces las
expectativas del espectador. Cualquiera que viera en su momento su angustioso
cortometraje Madre tendería a pensar que un posterior largometraje homónimo que
además tiene la audacia – otros hablarían de impostura – de partir del mismo
cortometraje hasta el punto de colocarlo como la escena inicial de la película,
se dedicaría a resolver algunas de las múltiples interrogantes que dejaba
suspendidas en el aire, como el destino de ese hijo de seis años abandonado en
una playa francesa a miles de kilómetros de una madre impotente para ayudarle,
si finalmente fue secuestrado y, si ese fue el caso, qué ocurrió después.
Pues bien, Sorogoyen y Peña
plantan una elipse temporal de diez años y nos presentan una historia
completamente diferente, pues Madre, el largometraje, no tiene la más mínima
intención de recorrer esos caminos. Muy al contrario, la película es algo así
como el intento de captar el estado de ánimo de una mujer compleja, encerrada
en sí misma, devastada por semejante tragedia que, varada en el paraje de
playas donde desapareció una década atrás su hijo Iván, trabaja en un
restaurante turístico e intenta salir adelante. Hasta que un día se cruza por
la playa con un adolescente de dieciséis años, la edad que tendría Iván en el
presente, y algo se enciende en Elena. A partir de ese momento, se establece
una relación entre ellos marcada por la ambigüedad, la obsesión y quizás el
deseo. Terreno muy espinoso éste pero que nadie que haya visto el cortometraje
– o que lo descubra ahora como punto de partida de la película – esperaría,
pues el cambio de tono y hasta de género resulta brutal. Y arriesgado, sin
duda.
Es interesante destacar en este
punto que el habitual virtuosismo técnico del que hace gala Sorogoyen, poblando
su película de planos secuencia, movimientos ampulosos de su steady cam y planos de gran angular
extremadamente abiertos, están al servicio de contar la historia de un personaje
esencialmente hermético y errático como es el de Elena, lo que provoca una
interesante sensación de extrañamiento en el espectador, pues se diría que
cuánto más abre el plano su director, más se cierra Elena sobre sus
sentimientos o su intento de comprender los mismos como detonante de sus actos.
Hay un cierto ejercicio de funambulismo suicida en esta decisión narrativa, lo
que sumada a la ya conocida tendencia de Sorogoyen a crispar las situaciones
hasta generar estallidos de cierta violencia, provocan que Madre sea una
película que se mueve siempre en el alambre. Por momentos, el triángulo que
forman Elena y Jules con Joseba – un por una vez luminoso Alex Brendemühl,
pareja de Elena, que trata de todas las formas posibles de rescatarla del
tenebroso mundo donde habita – puede remitir a referentes clásicos en la mente
de cualquier cinéfilo, como Pasolini, Bergman o Malle. Pero también la película
es un tanto esclava de su virtuoso despliegue visual, que puede provocar la
sensación de que no siempre se corresponde con el vehículo narrativo más
adecuado para la historia en el fondo muy íntima y delicada que está contando,
algo que ya le ha sucedido a sus autores en películas anteriores de su
filmografía y que juega un tanto en su contra.
Sea como fuere y más allá de estos
reparos, Madre se sostiene sobre todo en el monumental trabajo de una
excepcional Marta Nieto capaz de hacer creíble en todo momento a su herido
personaje, por el brillo de algún momento de gran cine – la secuencia en la que
Elena va al encuentro de otro personaje de su pasado, que rompe por completo
con la narrativa visual de la película hasta ese momento, algo que tiene pleno
sentido – y por el atrevimiento de llegar a un final abierto para una película
que puede resultar incómoda para ese espectador que busque respuestas o
certezas que esta Madre desde luego no está nada interesada en darle.
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