Dice Guillermo del Toro que El Laberinto del Fauno conforma con la notable El Espinazo del diablo y su próximo proyecto 3993 su trilogía sobre la Guerra Civil Española, una serie de películas que tienen como elementos comunes el estar ambientadas en aquellos años oscuros y contar con la fuerte presencia de un elemento fantástico que, en cierta manera, se contrapone a la terrible realidad. Sin embargo y pese a que estoy de acuerdo en que El Laberinto del Fauno bien podría considerarse en muchos sentidos una prolongación temática y estilística de El Espinazo del Diablo en la que vuelven a darse cita todos los elementos reconocibles del particular universo del cineasta, uno de los pocos directores de hoy en día capaz de utilizar desprejuiciadamente el género fantástico para confeccionar poemas visuales con una enorme capacidad de sugerencia, hay una sutil diferencia que permite pensar que estamos ante una propuesta mucho más madura que refleja su evolución como cineasta sin dejar por ello de ser arriesgada y ambiciosa.
El Espinazo del Diablo y El Laberinto del Fauno comparten la descripción de una realidad cruel y dolorosa, un momento histórico muy determinado y una descripción de unas condiciones de vida sumamente duras que hacen de la irrupción del mundo fantástico casi una necesidad para que los jóvenes protagonistas de ambos relatos tengan un resquicio al que agarrarse, un punto de apoyo que, por extraño que pueda parecer, sirve para enfrentarse a un mundo real tan incontrolable y desconocido en sus reglas como el sobrenatural y, quizás por ello, mucho más terrorífico. Sin embargo, si en El Espinazo lo sobrenatural imponía su presencia de forma activa sobre la realidad y los fantasmas descritos por Del Toro eran ecos del mundo real fuertemente vinculados con éste y con los vivos, El Laberinto del Fauno va mucho más lejos y propone todo un universo feérico cuya existencia transcurre de forma paralela al nuestro y cuyo único nexo de unión es una niña de trece años con una debilidad manifiesta por los cuentos de hadas solo comparable a sus deseos de huir de una realidad que percibe como un peligro cada vez más creciente. Dicho de otro modo, Del Toro invierte los términos: no es el elemento sobrenatural quien viene al mundo real a recordarnos su existencia – como sucedía en Sleepy Hollow de Tim Burton o en la más reciente La Joven del Agua de M. Night Shyamalan – sino una niña soñadora la que corre al encuentro de ese mundo quien cree, necesita creer, firmemente en él para poder encontrar sentido a su propia existencia o un refugio seguro.
El Laberinto del Fauno se configura pues como un tenebroso cuento de hadas para adultos fuertemente enraizado en una realidad terrible cuyas consecuencias padecen todos sus protagonistas: Ofelia (una muy solvente Ivana Baquero) asiste impotente a la destrucción de su mundo seguro cuando su madre, enferma y embarazada, acude a reunirse con su nuevo esposo el capitán franquista Vidal (tremendo e intenso Sergi Lopez, al que Del Toro le ha dado un rol terrorífico casi inédito en su carrera), un hombre cruel e implacable cuyas únicas preocupaciones son salvaguardar la vida del heredero que viene en camino y sofocar los focos de rebelión en forma de maquis que pueblan los bosques cercanos sin detenerse en la brutalidad de los métodos que deba utilizar para ello o sus consecuencias. Por su parte, Mercedes (una Maribel Verdú muy cerca de su mejor registro, el de La Buena Estrella, aunque ambos papeles tengan poco que ver entre sí) y el Doctor (acertado Alex Angulo) sirven a sus principios a la vez que se someten a Vidal, sabiendo en el fondo que poco pueden hacer para detener a los vencedores de la contienda, pero tratando de conservar su dignidad.
Del Toro es tan minucioso y preciso en la descripción de esa realidad como en la del mundo mágico en el que Ofelia descubre al Fauno y su misión. Lo interesante es que el realizador mexicano recupera la crueldad intrínseca de los cuentos de hadas para proponernos un mundo fantástico que pese a funcionar para Ofelia como una vía de escape, es fiel reflejo de la negrura del mundo real y, por lo tanto, igual de peligroso. Así, las hadas no aparecen como tales, sino que son insectos-palo que transforman su aspecto; el Fauno, pese a la amabilidad de sus palabras, provoca con su aspecto de ente antiguo y su actitud cambiante una inquietante sensación ambigua que lleva a Ofelia a cuestionarse sus motivaciones; la primera prueba de Ofelia la lleva literalmente a enterrarse en el pútrido tronco de un muy burtoniano árbol en descomposición y superar su aversión al lodo, a los bichos y a un repugnante sapo; la mandrágora que le proporciona el Fauno para aliviar a su madre funciona pero resulta tan repulsiva como perturbadora y así sucesivamente. Dista mucho de ser un mundo luminoso y seguro donde refugiarse.
Cuanto más vamos descubriendo los límites de maldad en estado puro a los que puede llegar Vidal en la persecución de sus objetivos, más inquietante y oscuro se hace el mundo al que Ofelia acude una y otra vez para huir de esa realidad asfixiante, casi como si más allá de la forma paralela en la que se mueven ambas realidades, una se alimentara de la otra. No hay pues un refugio seguro, parece decir Del Toro, ni escapatoria posible al Mal que amenaza con devorarlo todo: ni la bondad natural de Mercedes o la lealtad a sus principios del Doctor son garantía suficiente contra la determinación salvaje de Vidal ni la inocencia y la voluntad de creer de Ofelia sirven, por más que ésta vaya superando las pruebas, para que el mundo mágico la proteja de la oscuridad que va rodeándola de forma poco menos que implacable. Del Toro ofrece un desolador panorama en el que las pequeñas victorias solo parecen retrasar lo inevitable.
Lo mejor de El Laberinto del Fauno reside, más allá de la arriesgada propuesta que contiene, en la ya conocida capacidad visual de Del Toro para recrear con multitud de detalles brillantes ambos mundos. Sirvan como ejemplos la magnífica y perturbadora secuencia del hombre pálido, un inquietante monstruo ciego de claras reminiscencias lovecraftianas cuyos ojos se insertan en las manos y que persigue a su víctima enfocándola con las palmas o la escena en la que Vidal se afeita y simula degollarse en el espejo, que deja a las claras el desprecio que siente por si mismo y el terrible peso – ese reloj omnipresente – del pasado con el que carga.
Como siempre, el autor de Hellboy sigue reflejando en sus historias la fuerte influencia que tiene sobre él el mundo del cómic y, en este caso en particular, de los ilustradores de libros a los que tanta admiración profesa: ya sean monstruos, faunos, hadas o simplemente decorados que remiten a mitologías largo tiempo olvidadas en el tiempo, es exquisita la forma en la que la película recrea y hace cercano ese universo, al que ayuda no poco la evocadora música de Javier Navarrete y una magnífica fotografía repleta de claroscuros de Guillermo Navarro. Pero por encima de todo, Del Toro demuestra una coherencia indiscutible llevando hasta las últimas consecuencias la construcción de ese mundo terrible en el que habitan sus personajes y esquivando hábilmente, por más que en un momento pueda parecer lo contrario, la tentación de un final acomodaticio. Será en última instancia el espectador, como destinatario de la oscuridad que destila tan tenebroso cuento, quien según su propia visión de la realidad aprecie en su justa medida una obra, en mi opinión, tan arriesgada como magnífica.
El Espinazo del Diablo y El Laberinto del Fauno comparten la descripción de una realidad cruel y dolorosa, un momento histórico muy determinado y una descripción de unas condiciones de vida sumamente duras que hacen de la irrupción del mundo fantástico casi una necesidad para que los jóvenes protagonistas de ambos relatos tengan un resquicio al que agarrarse, un punto de apoyo que, por extraño que pueda parecer, sirve para enfrentarse a un mundo real tan incontrolable y desconocido en sus reglas como el sobrenatural y, quizás por ello, mucho más terrorífico. Sin embargo, si en El Espinazo lo sobrenatural imponía su presencia de forma activa sobre la realidad y los fantasmas descritos por Del Toro eran ecos del mundo real fuertemente vinculados con éste y con los vivos, El Laberinto del Fauno va mucho más lejos y propone todo un universo feérico cuya existencia transcurre de forma paralela al nuestro y cuyo único nexo de unión es una niña de trece años con una debilidad manifiesta por los cuentos de hadas solo comparable a sus deseos de huir de una realidad que percibe como un peligro cada vez más creciente. Dicho de otro modo, Del Toro invierte los términos: no es el elemento sobrenatural quien viene al mundo real a recordarnos su existencia – como sucedía en Sleepy Hollow de Tim Burton o en la más reciente La Joven del Agua de M. Night Shyamalan – sino una niña soñadora la que corre al encuentro de ese mundo quien cree, necesita creer, firmemente en él para poder encontrar sentido a su propia existencia o un refugio seguro.
El Laberinto del Fauno se configura pues como un tenebroso cuento de hadas para adultos fuertemente enraizado en una realidad terrible cuyas consecuencias padecen todos sus protagonistas: Ofelia (una muy solvente Ivana Baquero) asiste impotente a la destrucción de su mundo seguro cuando su madre, enferma y embarazada, acude a reunirse con su nuevo esposo el capitán franquista Vidal (tremendo e intenso Sergi Lopez, al que Del Toro le ha dado un rol terrorífico casi inédito en su carrera), un hombre cruel e implacable cuyas únicas preocupaciones son salvaguardar la vida del heredero que viene en camino y sofocar los focos de rebelión en forma de maquis que pueblan los bosques cercanos sin detenerse en la brutalidad de los métodos que deba utilizar para ello o sus consecuencias. Por su parte, Mercedes (una Maribel Verdú muy cerca de su mejor registro, el de La Buena Estrella, aunque ambos papeles tengan poco que ver entre sí) y el Doctor (acertado Alex Angulo) sirven a sus principios a la vez que se someten a Vidal, sabiendo en el fondo que poco pueden hacer para detener a los vencedores de la contienda, pero tratando de conservar su dignidad.
Del Toro es tan minucioso y preciso en la descripción de esa realidad como en la del mundo mágico en el que Ofelia descubre al Fauno y su misión. Lo interesante es que el realizador mexicano recupera la crueldad intrínseca de los cuentos de hadas para proponernos un mundo fantástico que pese a funcionar para Ofelia como una vía de escape, es fiel reflejo de la negrura del mundo real y, por lo tanto, igual de peligroso. Así, las hadas no aparecen como tales, sino que son insectos-palo que transforman su aspecto; el Fauno, pese a la amabilidad de sus palabras, provoca con su aspecto de ente antiguo y su actitud cambiante una inquietante sensación ambigua que lleva a Ofelia a cuestionarse sus motivaciones; la primera prueba de Ofelia la lleva literalmente a enterrarse en el pútrido tronco de un muy burtoniano árbol en descomposición y superar su aversión al lodo, a los bichos y a un repugnante sapo; la mandrágora que le proporciona el Fauno para aliviar a su madre funciona pero resulta tan repulsiva como perturbadora y así sucesivamente. Dista mucho de ser un mundo luminoso y seguro donde refugiarse.
Cuanto más vamos descubriendo los límites de maldad en estado puro a los que puede llegar Vidal en la persecución de sus objetivos, más inquietante y oscuro se hace el mundo al que Ofelia acude una y otra vez para huir de esa realidad asfixiante, casi como si más allá de la forma paralela en la que se mueven ambas realidades, una se alimentara de la otra. No hay pues un refugio seguro, parece decir Del Toro, ni escapatoria posible al Mal que amenaza con devorarlo todo: ni la bondad natural de Mercedes o la lealtad a sus principios del Doctor son garantía suficiente contra la determinación salvaje de Vidal ni la inocencia y la voluntad de creer de Ofelia sirven, por más que ésta vaya superando las pruebas, para que el mundo mágico la proteja de la oscuridad que va rodeándola de forma poco menos que implacable. Del Toro ofrece un desolador panorama en el que las pequeñas victorias solo parecen retrasar lo inevitable.
Lo mejor de El Laberinto del Fauno reside, más allá de la arriesgada propuesta que contiene, en la ya conocida capacidad visual de Del Toro para recrear con multitud de detalles brillantes ambos mundos. Sirvan como ejemplos la magnífica y perturbadora secuencia del hombre pálido, un inquietante monstruo ciego de claras reminiscencias lovecraftianas cuyos ojos se insertan en las manos y que persigue a su víctima enfocándola con las palmas o la escena en la que Vidal se afeita y simula degollarse en el espejo, que deja a las claras el desprecio que siente por si mismo y el terrible peso – ese reloj omnipresente – del pasado con el que carga.
Como siempre, el autor de Hellboy sigue reflejando en sus historias la fuerte influencia que tiene sobre él el mundo del cómic y, en este caso en particular, de los ilustradores de libros a los que tanta admiración profesa: ya sean monstruos, faunos, hadas o simplemente decorados que remiten a mitologías largo tiempo olvidadas en el tiempo, es exquisita la forma en la que la película recrea y hace cercano ese universo, al que ayuda no poco la evocadora música de Javier Navarrete y una magnífica fotografía repleta de claroscuros de Guillermo Navarro. Pero por encima de todo, Del Toro demuestra una coherencia indiscutible llevando hasta las últimas consecuencias la construcción de ese mundo terrible en el que habitan sus personajes y esquivando hábilmente, por más que en un momento pueda parecer lo contrario, la tentación de un final acomodaticio. Será en última instancia el espectador, como destinatario de la oscuridad que destila tan tenebroso cuento, quien según su propia visión de la realidad aprecie en su justa medida una obra, en mi opinión, tan arriesgada como magnífica.
2 comentarios:
Magnífica crítica como siempre Maestro, y sino fuese pq el género de ésta es el fantástico (tan denostado por una parte de la crítica) estaríamos hablando de una de las 5 mejores del año. Y espera a ver la impresionante cinta del otro Mexicano, Alfonso Cuarón, vas a flipar también. IMPRESIONANTE.
Un abrazo!
PD de pesao: Has visto ya Serenity???
Me alegro que te haya gustado, Dani. La verdad es que espero que la Seminci y el Festival de Cine de Sevilla me carguen las pilas, pues este es el primer año en muchos que mi nivel de producción escrita ha bajado considerablemente... se notan las nuevas obligaciones y la falta de tiempo.Children of Men se estrena precisamente el primer día de la Seminci asi que igual tardo un poco en verla. Pero caerá fijo (¿te has dado cuenta que los tres grandes directores mexicanos, Del Toro, Cuarón e Iñarritu estrenan peli este año? Y además hay que sumar el otro guión de Arriaga, la estupenda Los Tres Entierros de Melquiades Estrada? Mexico Rules!!
Ya se, ya se, ya se que tengo una deuda pendiente con Serenity (A este paso me voy a tener que ver de nuevo todo Firefly para acordarme de la historia). En mi defensa diré que tengo tal pila de películas pendientes que apenas doy abasto. Te doy mi palabra que cuando la vea, las primeras líneas que escriba sobre ella te las enviaré a tu mail personal ¿ok?
Gracias por pasearte por aqui y por tus palabras, amigo
Un abrazo
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