lunes, octubre 23, 2006

SEMINCI 2006 Crónica 3: Zemestán, Derecho de Familia, Middletown

Contra los elementos y los eventos deportivos...

La lluvia ha hecho acto de presencia en el Festival en el día más inapropiado. Si ya de por si resulta complicado seguir las evoluciones del Festival cuando lo primero que piensas por la mañana es si vas a tener que sacrificar alguna película para ver el Madrid-Barça y/o a Alonso hacerse con el título mundial de Fórmula-1 por segundo año consecutivo, nada como una torrencial tormenta de buena mañana en tu camino diario al Teatro Calderón para tratar de persuadirte de que quizás no hubiera sido mala idea ignorar el despertador y acurrucarse de nuevo bajo las sábanas. Pero hay que ser profesional, que demonios y al fin y al cabo el Madrid-Barça no es hasta las nueve de la noche. Mientras tanto...

ZEMESTÁN (ES INVIERNO), pulcro retrato iraní en plano fijo.

Dicen las notas de prensa que Rafi Pitts, director de la primera película de esta mañana, es un caso atípico dentro de su país, ya que tuvo el privilegio de estudiar cine en el londinense Harrow College y formarse de una manera 'occidental'. Sin embargo, su tercera película no parece querer deshacerse ni de la cada vez más pesada sombra del cine de Kiarostami ni de otras influencias del cine reciente que resultan de lo más perceptibles desde las primeras imágenes de esta dura visión del Irán de hoy en día, que según parece ha avanzado muy poco en los últimos años en lo que a la situación de la clase trabajadora se refiere, por más que haya doblado su población en 25 años. Zemestán cuenta la historia de un padre de familia que se queda sin trabajo en lo más crudo del crudo invierno y resuelve, siguiendo el ejemplo de otros muchos, viajar al extranjero para poder traer dinero para su familia. Su partida en tren enlaza con la llegada al pueblo de Marhab, un mecánico que también se busca la vida para salir adelante y que, tras mucho pelearse, consigue un trabajo no remunerado en un taller gracias a la intervención de un joven, Mokthar, del que se hace amigo. Marhab acabará por conocer a Khathoun, la joven esposa y madre de una hija dejada atrás por el primer emigrante, cuya situación se hace cada vez más insostenible y desesperada e intentará conquistarla cuando parezca evidente que su marido no va a volver. Pero antes tendrá que salir adelante en el taller y hacerse respetar en un ámbito en el que, por su condición de extraño, nadie le va a regalar nada.

Zemestán es una película interesante, que se deja ver y que describe el Irán de hoy en día como un laberinto del que resulta complicado escapar como no sea huyendo del país. Construida con una insobornable puesta en escena que se compone única y exclusivamente de sostenidos planos fijos que refuerzan esa sensación de enclaustramiento pero que a la vez revela que los nuevos cineastas iraníes no parecen estar muy por la labor de experimentar con los nuevos lenguajes narrativos, esta a ratos estimable película tiene su punto fuerte en una fotografía de excepcional belleza a cargo de Mohammed Mehdi Dadgoo, que no duda un instante en aprovechar las posibilidades de los hermosísimos parajes nevados de aquellas zonas en las épocas más duras del invierno, siguiendo claramente el camino abierto en su momento por películas como Vodka Lemon de Hiner Saleem o, d forma mucho más deudora, de la notable Lejano (Uzak) de Nuri Bilge Ceylan, película cuyos logros Zemestán trata de emular sin conseguirlo, todo hay que decirlo. El invierno en el que se adentran en interminables planos fijos que muestra a los personajes de espaldas es pues un reflejo de la dureza de las condiciones de vida que soportan los iraníes que no viven al abrigo de una ciudad de grn tamaño tipo Teherán, una población que gracias a la mayor difusión de la radio y la televisión sabe que hay un mundo mucho mejor que el que les ha tocado en suerte vivir pero al que no saben como acceder. En un tramo final bastante desesperanzado, veremos como Marhab parece verse abocado a seguir los pasos de su predecesor y quizás a compartir su destino, mientras que Khathoun - una bellísima Mitra Hadjar, toda una celebridad en Irán - parece no tener más opción que resignarse con el destino que las rígidas costumbres del país imponen a sus mujeres. Probablemente al filme le perjudica esa falta decisión asumida de no correr riesgo alguno en cuanto a la puesta en escena y su lenguaje narrativo y la falta de empaque de un actor principal que en mi opinión está bastante lejos de conseguir transmitir con eficacia el abanico de sensaciones que debería provocar su personaje. Aun así, tiene sus momentos - sobre todo si no se ha visto Uzak puede sorprender su belleza plástica - y no desentona tanto su presencia en esta Sección Oficial como otras obras vistas con anterioridad.

DERECHO DE FAMILIA, relaciones de padres e hijos

Daniel Burman presentó a continuación la película que, de momento, cierra su trilogía - "Jamás tuve la intención predeterminada de construir una trilogía sobre el tema de forma consciente" declararía en la rueda de prensa posterior - sobre las distintas formas que pueden adoptar las relaciones paterno-filiales compuesta por Esperando al Mesías (premio Fipresci aquí en la Seminci hace unos años), El Abrazo Partido y esta Derecho de Familia. Cualquiera que esté familiarizado con las dos películas mencionadas sabe de antemano lo que puede esperarse de ésta su última propuesta: una mirada más o menos irónica a los roles que juegan los padres y los hijos y la forma en la que unos putean a los otros (o los otros a los unos); una crisis existencial constante definida entre otras cosas por la naturaleza de esa relación, la búsqueda inacabable de la propia identidad en función de las raíces familiares, el deterioro de la institución familiar y más concretamente en su variante paternal y, como no, la presencia de Daniel Handler que interpreta a los tres protagonistas de las tres integrantes de esta no-trilogía de películas sumamente parecidas, pero con sutiles diferencias.

Derecho de Familia aborda esa encrucijada que todo hombre ha de cruzar en alguna ocasión en la que deja de ser el hijo para a su vez convertirse en el padre de alguien, lo que casi siempre provoca una reflexión de la propia relación de uno con su progenitor y la necesidad casi patológica de no incurrir en los errores o agravios de los que uno cree haber sido victima en su anterior rol de hijo ahora que ha de afrontar la nueva situación. Burmann opta mucho más abiertamente que en sus dos entregas precedentes por una mirada cargada de mucho más humor - de hecho, tarda bastante en entrar al conflicto que vertebra el filme, ya que dedica gran parte del comienzo del mismo a describir a sus personajes y el proceso por el que Ariel, profesor de Derecho, llega a ser padre tras conquistar a una ex-alumna profesora de Pilates. El padre de Ariel, un abogado peculiar pero de enorme éxito, trata de que su hijo se involucre cada vez más en el negocio familiar, algo a lo que Ariel se niega en redondo, prefiriendo la comodidad de la enseñanza universitaria, con lo que el desentendimiento, siempre muy presente en toda la filmografía de Burmann, es de nuevo inevitable.

Burmann se aplica en la construcción de unos diálogos cargados de ironía y a menudo brillantes que arrancan sin dificultad la carcajada gracias al proceso de identificación que los espectadores masculinos pueden sentir con la perpleja mirada de Ariel, un tipo esencialmente despreocupado aunque no huidizo de sus responsabilidades como padre, pero que no sabe como afrontar el cambio de actitud de su padre hacia él. La mirada de Burmann es sobradamente conocida y, por muy lograda y divertida que sea (que lo es) su propuesta - hay pasajes antológicos como aquel en el que Ariel se percata del tipo de educación que su hijo está recibiendo en un jardin de infancia que depende de una escuela privada suiza que se empeña en que los padres participen en todo momento en la educación de sus vástagos, circunstancia que Burmann aprovecha para hacer unas afiladas reflexiones al repecto - por muy brillante que esté en su papel Daniel Handler y por muy conseguida que sea la química entre él y su hijo de dos años y medio - es su propio hijo en la realidad - uno no tiene la sensación de que esta divertida comedia con algún apunte amargo sea superior a las películas anteriores de su director - especialmente a El Abrazo Partido - ni de que Burmann haya evolucionado de forma esencial (si acaso es un punto más gamberro) por lo que es más que probable que esta historia tan argentina y tan porteña no reciba mayor reconocimiento que un posible premio de interpretación masculino para su protagonista.

MIDDLETOWN Al cura éste se le va la pinza...
Antes de enfilar hacia el bar más cercano en busca de Ronaldinho y compañía, me da tiempo a ver una curiosa peli de la Sección Punto de Encuentro que escondía un pequeño misterio ¿Por qué una pequeña producción irlandesa que contaba en su reparto con Gerard McSorley (inolvidable protagonista de Omagh) y Eva Birthistle (la profe rubia de Solo un Beso, de Ken Loach) no había acabado en la Sección oficial? La respuesta era sencilla: Middletown es una salvajada sumamente divertida que cuenta con un interesante punto de partida, pero a la que resulta imposible tomarse en serio por lo delirante de la progresión de su argumento. Les cuento: en un villorrio de no más de unas decenas de habitantes, un hijo pródigo vuelve a casa tras quince años de ausencia. Es Gabriel, un niño que en su momento fue enviado por su padre y su párroco a convertirse en sacerdote y que vuelve para hacerse cargo de la iglesia local. Es hijo de un hombre muy católico y temeroso de Dios que posee uno de los pocos negocios del pueblo, un taller que lleva Jim, el hermano pequeño de Gabriel, un hombre que trata de ahorrar para proporcionar una casa a su mujer embarazada de ocho meses, que trabaja en el único pub del pueblo. Hasta aquí, todo en orden.

El problema es que Gabriel es un iluminado, un integrista católico que proclama ser la voz de Dios y que una vez asumido su ministerio, se dedica a perseguir con saña toda actividad que, según él, es contraria a los mandatos del Señor. Ya estábamos familiarizados con estos sacerdotes católico/integristas irlandeses gracias a películas como Las Hermanas de la Magdalena, Liam o Los Niños de San Judas, pero esto va un poquito más allá: Gabriel empieza una cruzada que incluye cerrar el pub los domingos (no se sirve alcohol el día del Señor) poco menos que excomulgar a su embarazada cuñada por sugerir que a lo mejor su futuro sobrino no se bautiza y amedrentar a su propio padre por permitir ciertas ilegalidades imprescindibles para que el negocio no se hunda, bajo la promesa de que pronto acabará ardiendo en el infierno. La peli se asemeja entonces un poco a Infierno de Cobardes o El Hombe que mató a Liberty Valance: nadie en el pueblo se atreve a hacer frente al sacerdote empeñado en cumplir una misión de Dios, con lo que pronto Jim y su esposa se ven abandonados por todos y dados de lado, aislados contra un pueblo tan acostumbrado a obedecer a sus curas que ni se plantean que este hombre está un poquito ido de la olla.
Cualquiera que me conozca un poco sabe que estas cosas me divierten sobremanera: servidor asistía con indisimulado regocijo a la escalada de barbaridades que en el nombre del Señor el soberbio Gabriel perpetra, esperando el inevitable momento en el que o bien fuera demasiado lejos o bien alguien le partiera la cara al fanático sujeto, un cura de esos del Antiguo Testamento (ya saben, el Ojo por Ojo, ese que enviaba a su angelitos a fundirse Sodoma y Gomorra por la cara) que cuando revienta violentamente una de las clandestinas diversiones locales - una inocente pelea de gallos de nada - reacciona a la cerveza que le echa encima su cuñada con un delirante "Señor, dame fuerzas para destruir a tus enemigos y someterlos bajo las suelas de mis zapatos". Toma ya, con un par. Era como ver un remake sotanero de Perros de Paja mezclado con El Exorcista (hay un par de planos clavaditos a la famosa peli, oigan) y sazonado con una pizca de integrismo católico de la vieja escuela irlandesa y unas gotas de Guinness. Vaya, que no había forma de tomársela en serio, pero les aseguro que, una vez asumida la propuesta con el talante del que se mete a ver Serpientes en un Avión por ejemplo, no había mejor solución que dar rienda suelta a la vena más gamberra y disfrutar del intercambio de golpes. No les digo más que abandonamos el cine al grito unánime de 'Venga, ya que es domingo, vamos a pecar al bar más cercano y a ver el Madrid-Barça con una cervecita consagrada en la mano'. La tormenta que diluviaba fuera nos hizo pensar que, en efecto, Dios no estaba nada contento con nuestra actitud. Pero nada de nada.

LA ANÉCDOTA DEL DÍA Hoy domingo se celebraba la tradición anual festivalera de la Seminci que consiste en asistir a la recepción que ofrece el Excmo. Ayuntamiento con motivo de homenajear a alguien, en este caso Pedro Olea, director de El Maestro de Esgrima, o El Bosque del Lobo. Básicamente consiste en ir al salón y colocarse estratégicamente para que las bandejas de jamoncito, queso y demás delicatessen varias en forma de entremeses de todo tipo pasen siempre delante de ti, todo ello aderezado con una buena selección de vinos de la Ribera del Duero y, con suerte, una buena conversa con los muchos invitados del Festival. Pues estaba un servidor en plena faena cuando divisó en el acto a un bellezón que responde al nombre de Yoima Valdés, actriz cubana con la que hice muy buenas migas a raíz de su premio a la Mejor Actriz en el pasado Festival de Cine Iberoamericano de Huelva - véanse para más detalles mis crónicas de noviembre pasado de dicho festival - y que estuvo nominada al Goya a la Mejor Actriz Revelación este mismo año por ese papel. Una encanto de actriz y de señora. Pues resulta que Yoima está de Jurado Oficial este año de la Seminci, pues ha venido a última hora en sustitución no se muy bien de qué miembro. Eso que salimos ganando: les prometo que trataré de que me suelte prenda sobre las intenciones del Jurado cuando la Seminci esté mucho más avanzada. Discretamente, claro está.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Acudí con mucho miedo a ver "Es invierno" y no se si por eso, pero a mi no me disgustó del todo. la fotografía es como dices impresionante (y como destacó el jurado), aunque una vez más creo que el hecho de que el protagonista sea un poco cargante y el final acaban estropeandolo todo.

A mi Derecho de familia me horrorizó: se que es dificil decir esto de una película tan amable, pero es que es como seguir un cuatro por cuatro. Predecible hasta la nausea, cargada de buenas intenciones y con un humor facilón toda la película.

Saludos

David Garrido Bazán dijo...

Yo tuve el mismo problema que tu con Zemestán: el protagonista. No em acababa de creer a ese especie de James Dean iraní de pose algo impostada y no me transmitia su angustia lo más mínimo. Pero lo que me acabó de echar del filme por completo fueron sus nada disimulados homenajes/plagios (táchese lo que no proceda según gustos) a Uzak (Lejano).

Entiendo tu sensación con Derecho de Familia y estoy de acuerdo es que es una película sumamente predecible. Pero aunque me parece muy inferior a El Abrazo Partido y hasta a Esperando el Mesías, el cine de Burmann me cae simpático, que le vamos a hacer. Y estarás de acuerdo conmigo en que Daniel Handler cada día es mejor actor de comedia...

Gracias por el comentario, Jose

Un abrazo

Anónimo dijo...

A mí Derecho de Familia me dejó bastante a medias. Facilona, previsible... además, los diálogos no son especialmente interesantes, tampoco los personajes...
Pasé un buen rato en el cine, pero poco más.