Carlos Boyero, El Mundo “Reconozco la notable y perversa personalidad del guión que ha escrito Pinter, el capricho del director Branagh en cambiar aquella mansión victoriana por una casa de hiperdiseño y tecnológica hasta el mareo, la autoridad que imprime Michael Caine a su vengativo clasista demostrándonos que puede dar vida con idéntica verosimilitud a un cockney con ambiciones y a un aristócrata resentido y cruel. Law, a pesar de sus esfuerzos histriónicos, no me convence, no da la medida, no tiene la fuerza suficiente para plantarle cara a un monstruo como Caine. Y, aunque nada de lo que veo y escucho me parece mal, no logro quitarme de la memoria ni en una sola secuencia el imborrable recuerdo del producto original que creó Mankiewicz (…) Esta versión se merecería un aprobado alto por si misma, pero si la enfrentas al modelo primitivo no aguanta la comparación, se convierte en una cosita olvidable.”
Enric González, El País “Vaya a ver esta película y no despegue la vista de Caine (…) A Caine debió gustarle el guión de Harold Pinter, Premio Nobel de Literatura. Caine y Pinter se conocen desde la escuela primaria y ambos, surgidos de las calles castizas del East End londinense, gozan, cada uno en su género, de una capacidad similar: la de infundir en las frases más banales una carga sustancial de amenaza y burla (…) Jude Law encargó la dirección a K. Branagh, un hombre de gran talento para actuar, escribir y dirigir, lastrado por una tara lamentable: en un momento u otro acaba aflorando el niño repipi que lleva dentro. Como Law disponía de un presupuesto limitado, hubo que firmar Sleuth en poco más de un mes. Eso impuso a Branagh un ritmo expeditivo y favorece, posiblemente, el resultado final (…) En Sleuth el mal encarnado por Caine es juguetón, ambiguo, cortés y, sobre todo, divertido: un mal peligrosamente atractivo”
Oti Rodríguez Marchante, ABC “Cualquiera que recuerde «La huella» se dará cuenta de que lo más fácil es borrarla al intentar rehacerla. No llega a tanto: la película tiene estilo y personalidad, el guión de Pinter le ha puesto algunas gotas de curare al texto original de Shaffer; la puesta en escena de Branagh es engolada pero efectiva, incluso un punto teatral tanto en el modo de enfocarla como en la de interpretarla sus actores, y en eso consiste la función, en un pulso interpretativo: Michael Caine está magnífico en los dos personajes (en el que hizo hace cuatro décadas y en el que hace ahora); Jude Law, en cambio, le proporciona al suyo unos perfiles demasiado afectados, artificiosos. El hecho de que los saltos mortales de la trama se conozcan ya de antemano tampoco le beneficia a ese limitado constructor de climas que es Branagh.”
Sergi Sánchez, La Razón “Harold Pinter es el responsable de esta nueva lectura, que deriva la misantropía de la obra de Shaffer hacia una marcada misoginia, y que, simplemente, convierte al texto en, esta vez sí, un «remake» de «El sirviente», película que el Nobel de Literatura escribió para Joseph Losey en 1963. Como en aquella, el deseo se nos ofrece como una representación de teatro de marionetas dirigida, a cuatro manos, por hombres que intercambian constantemente su papel. Uno tortura, el otro es torturado; uno es rico, otro pobre; uno es el demiurgo, el otro el pelele. Las tornas cambian, y la rebelión de las clases dominadas adquiere, según la curiosa (¿pero necesaria?) versión de Pinter, un cariz sexual. Michael Caine borda su papel de escritor cínico y desalmado, pero Jude Law, que parecía el actor ideal para recoger su testigo, no está a la altura. Frente a Caine, que pronuncia cada línea de diálogo como si llevara treinta años respirando su ritmo, Law patina, grita, exagera, se sobreexpone. Una de dos: o le ha sentado mal producir e interpretar a la vez, o le ha intimidado tomar el relevo de Caine teniéndolo delante de sus narices.”
Caution, Lust (Se, Jie. Ang Lee, USA/Taiwan)
Enric Gonzalez, El País “Lust, Caution es una superproducción. Lujosa, potente, rica y exageradamente larga. Los 156 minutos no se justifican. Tanto metraje acaba dañando un relato que carece de escenas corales y evita la opción de tejer un gran tapiz sobre la China de la época. El alma de la película se esconde en las habitaciones cerradas sonde transcurre la mayor parte de la acción: mujeres que juegan obsesivamente al mahjong y una pareja de amantes, el jefe de la policía secreta japonesa y una espía de la Resistencia que fornican no menos obsesivamente (…) En cuanto Tony Leung aparece en pantalla, cariacontecido, embargado por la perenne tristeza poscoital que caracteriza a los torturadores de raza, uno se pone de su parte. Este tipo es un actor sensacional. El papel de malvado suele ser agradecido, pero Leung, sin apenas alzar una ceja, hace de su personaje un héroe. Lúcido, cruel, desesperado. (…) Lust Caution no alcanza el nivel de Brokeback Mountain (…) Hay algo de relamido, de coreografiado, en esas dos horas y media. Incluso en las escenas de sexo, abundantes y realistas, asoma a veces el cartón del mal cine porno (…) Un asesinato, ciertos rasgos de humor y la esfinge desasosegante de Tony Leung redimen una película imperfecta.”
Oti Rodríguez Marchante, ABC “No se ha llegado a estampar Ang Lee, aunque «Lust, Caution» se queda larga y algo fofa por momentos, aunque tiene otros de una tensión, pasión y obsesión que deja en poco aquello de los vaqueros de «Brokeback Mountain». (…) Los personajes los encarnan Tony Leung y Tang Wei, desconocida pero fácilmente reconocible por algún que otro par de detalles de su anatomía, y entre ellos tienen al menos tres o cuatro escenas de gimnasia sexual no apta para vertebrados y que lo dejan a uno en la duda de donde termina lo implícito y empieza lo explícito. Pero lo más explícito de la película de Lee es que podría haberle quitado minutos y lastre, o haberse centrado algo más en ese personaje que Tony Leung deja implícito, semioculto en la pantalla, una especie de Michael Corleone desconfiado y cauteloso hasta casi el ridículo (…) Lo que es indudable de ésta y de todas las películas de Ang Lee es que el buen gusto no abandona nunca su estilo haga lo haga y diga lo que diga, sea en las montañas o en los valles, en Estados Unidos o en China.”
Sergi Sánchez, La Razón “La elegancia de la puesta en escena de Lee, que nunca cede terreno al decorativismo exótico de este tipo de películas, parece adaptarse como un vestido de cretona a la trágica piel de sus personajes. Trágica porque, por encima de las circunstancias políticas que les empujan a actuar, tanto Wong Chia Chi (Tang Wei) como el señor Yee (Tony Leung) emprenden un viaje de no retorno a los abismos de su propio y autodestructivo deseo. Lee filma sus rostros en obsesivos primeros planos, desprendiéndolos de su contexto histórico, ahogando su relación con el espacio. Su espacio es el de la desesperación; es el que ocupaban Marlon Brando y Maria Schneider en «Último tango en París» o los protagonistas de «El imperio de los sentidos», de ahí que las escenas de sexo parezcan asesinatos, pequeñas muertes necesarias para que sus protagonistas puedan sobrevivir. Lee transmite la intensidad de esa pasión desde su acostumbrada contención, escuchando a quien debe escuchar sin levantar la mano.”
Carlos Boyero, El Mundo “Ang Lee opta por el riesgo e intenta demostrarnos que esa militante revolucionaria con la misión de enamorar al brutal enemigo y poder tenderle una trampa que acabe con su invulnerabilidad puede, gracias a la química abrasiva que se produce en algunas relaciones sexuales, olvidarse de su sagrada misión y dejar escapar vivo al monstruo. Lee nos convence de que el sadomasoquismo puede convertirse en una fortaleza inexpugnable, nos describe el lacerante combate entre lo que pide el cuerpo y lo que aconseja la razón. El problema de esta interesante película es que es demasiado larga, que hincha abusivamente lo que resulta diáfano, que, aunque la historia sea turbia y fascinante, no es suficiente para impedir que de vez en cuando le eches una buena mirada al reloj para ver si se acaba de una puñetera vez y te permite acceder a la tan merecida cena.”
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