lunes, agosto 20, 2007

EL ULTIMATUM DE BOURNE, Espectáculo coherente

Si de algo no puede acusarse a Paul Greengrass a la vista de este El Ultimátum de Bourne que cierra la trilogía del amnésico y letal personaje imaginado por el novelista Robert Ludlum es de falta de coherencia: tanto su factura visual como su aprovechamiento de los múltiples escenarios europeos y africanos donde transcurre la película – que una vez más nos retrotrae a la esencia de los clásicos de las películas de espionaje de los 70 – nos remite al buen sabor de boca que nos dejó la interesante El Mito de Bourne, también firmada por el mismo director. La verdad es que si echo la vista atrás y releo la reseña que en su momento escribí sobre aquella lograda secuela, podría suscribir de nuevo las mismas virtudes (y defectos) punto por punto.

Empezando por lo positivo El Ultimátum de Bourne es una de esas películas que derrocha inteligencia y respeto por el espectador, algo que debería ser la norma y no la excepción en estos duros tiempos para el cinéfilo de pro – mucho más si las comparamos con las otras más bien horrendas terceras partes estrenadas este verano – sin que por ello renuncie en ningún momento a su condición de espectáculo de acción puro y duro, un cine de palomitas contemporáneo que no se detiene demasiado en los excesos y que procura en todo momento ser fiel a la esencia de un personaje que en cierta forma es la antitesis de todo lo siempre ha representado ese James Bond remozado el año pasado (las mentes malpensantes dicen que con no poca influencia de las pelis de Bourne) en Casino Royale.

La puesta en escena y el empaque visual de Greengrass es innegable: escenas como ese trepidante juego del gato y el ratón de Bourne y unos cuantos agentes de la CIA por la concurridísima estación de Waterloo con la que se inicia el filme, la agotadora persecución por los tejados de Tánger rematada con una intensa pelea con otro agente tan letal y determinado como el propio Bourne – atención al peculiar uso del montaje entrecortado conjuntado con la nerviosa cámara al hombro marca de la casa en ambas, con un resultado cuanto menos estimulante – o las escenas de seguimiento de las distintas operaciones a distancia desde el centro de control de la CIA – Greengrass se sacó un master en este tipo de secuencias en su esplendida United 93, y aquí aprovecha magníficamente su dominio de las mismas – demuestran una vez más que estamos ante uno de los realizadores que mejor domina en la actualidad el arte de narrar en tiempo real varios acontecimientos que suceden de forma simultanea, una disciplina que no todo el mundo maneja con igual brillantez.

A pesar del ya habitual hermetismo de Bourne – Matt Damon le tiene cogido el punto de inexpresividad preciso al papel [1] - y la consecuente dificultad para el habitual proceso de identificación, Greengrass y su guionista Tony Gilroy tratan de profundizar algo más en el drama de un hombre a punto de finalizar la búsqueda de sí mismo, un proceso en el que si bien no se llega a los momentos de intensidad emocional de aquella antológica escena en Moscú en la que Bourne pedía perdón a la hija de una de sus víctimas de El Mito de Bourne, sí que consigue al menos en gran medida su objetivo de implicar emocionalmente al espectador. Ni tan siquiera el evidente y algo torpe abuso de los flashbacks a golpe de fogonazos o el forzado recurso de meter en la peli con calzador al personaje de Nicky (Julia Stiles) molesta demasiado en una película que tiene la virtud de llevarte en volandas gracias a un ritmo endiablado sin que ello signifique necesariamente subestimar o engañar al espectador como ocurre en tantas películas de acción de hoy en día.

De hecho, si algún defecto puede ponerse al filme es precisamente que tanto su estructura dramática como las distintas set pieces que la componen tienen algo de conocido: la sensación de dejà vu es particularmente intensa en todo lo que tiene que ver con las relaciones entre el personaje de Joan Allen y el de David Strathairn, ambos perfectos en sus respectivos roles pero que no hacen sino repetir en otro nivel el enfrentamiento entre la propia Allen y Brian Cox en el filme anterior; la pelea en Tánger recuerda a la que tuvo lugar en el apartamento de Jarda, la persecución en coche remite a la de Moscú y así sucesivamente… Lo que ocurre es que todo está servido con tanta coherencia, inteligencia y sentido del espectáculo que dichas similitudes (o autorreferencias) pueden pasarse por alto, dejándose uno abandonar a la diversión sin mayores pretensiones que entretenerse.

Por último y a modo de anécdota no dejaré de reflejar el malévolo pensamiento que se me pasó por la cabeza mientras asistía a las secuencias del filme que se desarrollan en Madrid: no resulta creíble ni que nuestra Policía Nacional, ay, reaccione tan rápido ni con tanta contundencia a la llamada que Bourne realiza para entretener a los malos y mucho menos que llegue a tiempo y sano y salvo al aeropuerto de Barajas para escapar de sus perseguidores. Cualquiera con experiencia dichas lides sabe que se hubiera quedado atrapado en las obras de la M-30 o retenido en cualquiera de las terminales. Me temo que ningún adiestramiento del mundo puede salvarte de eso.


[1] Por si alguien no lo ha pillado, que alguno habrá, esto es una coña a costa del aludido: lleva un añito entre El Buen Pastor y ésta en el que deberían darle el premio Ben Affleck a la inexpresividad actoral más acusada del 2007

Un par de vídeos para rematar: el primero unas jugosas declaraciones de Paul Greengrass sobre el personaje - atención a sus comparaciones con Bond, no se corta un pelo el inglés -

El segundo, los cinco primeros minutejos de peli. Por cierto, esta es la única aparición de Daniel Brühl en toda el metraje. A falta de ver si hay algo más en los futuribles extras del DVD queda la duda de saber cuanto le habrán pagado por esta única secuencia...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿ mmm, otra vez plagiando critiquillas?...Ayyys, si es que no sé que vamos a hacer contigo.

David Garrido Bazán dijo...

Hombre, puestos a sugerir puedes olvidarte de este Blog e irte a darle la paliza a otro. En cualquier caso diré en mi defensa ante la avalancha de pruebas con las que presentas tus cargos que siempre es mejor plagiar críticas que el nombre del gilipollas que hacía del primo Carlton en la serie del Principe de Bel Air...

Y encima lo escribe con V... si es que no puede ser

Anónimo dijo...

Es que verás, zascandilete, no soy Carlton Banks, por eso me llamo Riveiro con "V", no Ribeiro. No me extraña que te sientas ofendido teniendo en cuenta tu excelente intervención en esa serie interpretando al tío de Will y papaíto de Carlton, Phillip Banks, ¿o eres su doble?