Santiago vuelve a repetir con Tejero en esta muy libre adaptación del relato corto de Robert L. Stevenson y lo cierto es que aunque la película que le ha salido está aun muy lejos de poder considerarse satisfactoria, sí hay en ella algunos aciertos que permiten abrigar ciertas esperanzas de recuperar la ilusión que generó este director con sus dos primeros trabajos. El punto de partida engancha, aunque los materiales que maneja Santiago son peligrosos, tanto por la parte cruel y puñetera que encierran en sí mismos como por lo fácil que resulta despeñarse si se abusa de el lado cómico con el que el director pretende enfocarlos. Hay dos cosas que no se le pueden negar. La primera es que es un buen observador de la vida cotidiana, de las miserias y tragedias diarias que se esconden entre las inseguridades, las soledades y los traumas de una buena parte de aquellos que pululan por la vida sin dejar más huella que su propia insignificancia o su incapacidad de lidiar con ella. La segunda es que Santiago es un buen constructor de diálogos, incluso por encima de la un tanto simple construcción de personajes, algo que le sirve para disimular la falta de entidad y profundidad de los mismos. Ambas virtudes permiten al espectador reconocer y quizás reconocerse en sus miserias, que los personajes y sus cuitas le resulten familiares y, en fin, aceptar el juego al que se les invita.
Para una película como ésta, en la que se aborda con notable humor negro un tema tan serio como lo que lleva a alguien a desear quitarse del medio o buscarse la vida para que alguien te quite si te falta el valor para hacerlo por tu mano, hace falta una habilidad y una inteligencia muy especial para hacerlo bien, pues la mezcla entre el drama y la comedia precisa de unas dosis muy exactas para evitar que todo se descontrole. Santiago sale airoso de esta prueba solo a medias, pues si bien es cierto que el planteamiento inicial está bien urdido y que los primeros intentos de hacer funcionar ese peculiar club en el que por azar puedes llegar a ser víctima o verdugo tienen cierta gracia, la verdad es que la película pierde coherencia y fuerza según avanza la trama y Santiago se pierde en el chascarrillo facilón y en los vaivenes emocionales del omnipresente Fernando Tejero.
Dicho de otro modo: la película gana en la medida que Santiago explota la baza del juego macabro que obliga a tipos con aire de no haber roto un plato en su vida a liquidar a otros – una fórmula en la que el director, con buen criterio, no deja nunca de tener un ojo puesto en las lecciones que en su día nos dio Michael Palin en Un Pez Llamado Wanda – y pierde en la medida que abandona este planteamiento, por más que la elegante forma de eludirlo sea introducir la muy apropiada canción de Joaquín Sabina Contigo (ya saben, aquella de “…Y morirme contigo si me matas/y matarme contigo si te mueres”) mientras se van sucediendo las bajas en el club, y Santiago trata de fijar nuestra atención en otras cosas.
Porque claro, es natural y muy comprensible que si a uno le echa un polvo esa descomunal mujer llamada Lucía Jiménez se le quiten de golpe los ramalazos suicidas hasta el punto de querer olvidarte del club y revivir, con matices, la paradoja que ya nos hicieron en su día Kaurismaki con Contraté un Asesino a Sueldo o Warren Beatty con Bulworth, pero el problema es que lo que hasta entonces era un comedia simpática teñida de humor negro transita por los caminos más reconocibles de ciertas telecomedias que todos tenemos en mente. Y, al menos para el que suscribe, pierde toda la gracia.
En fin, que pese a reconocer el esfuerzo interpretativo de Tejero (¡Por fin un personaje con algo de carga dramática que nos hace olvidar de una puñetera vez al pesao de Emilio!), la siempre estimulante presencia de Lucía Jiménez y al buen hacer de actores de reparto tan efectivos como Luis Callejo o el incombustible Joan Dalmau, la película no acaba de funcionar por culpa de su deriva final y por algunos recursos pretendidamente cómicos como los chistes facilones sobre el obeso Juanma Cifuentes y su relación con la improbable terapeuta a la que da vida Cristina Alcázar, que están fuera de lugar no por políticamente incorrectos sino simplemente por no tener ni puñetera gracia.
No se qué será de Roberto Santiago en el futuro. Prefiero pensar que en esa especie de lucha que parecen sostener en su interior su vena más negra y salvaje y su lado más dócil y comercial – hay muestras de ambas partes en su última película – la primera acabará por imponerse a la segunda. Pero solo él lo sabe. Yo solo espero que alguna vez vuelva a ser capaz de erizarme el pelo de la nuca como lo hizo en muchos pasajes de Hombres Felices y en su descomunal Ruleta. Si no conocéis este último corto, tomaros diez minutos de vuestro tiempo y disfrutadlo: merece la pena.
1 comentario:
Ya está aquí, el típico gordo sin vida social que ve muchas películas y se cree que sabe mucho. Se llama a sí mismo crítico de cine... En fin, tiene que haber gente para todo. Mientras te masturbabas en la butaca viendo la peli, y se te ocurrían esas memeces que publicas en este blog, se te olvidaba pensar la trayectoria de este director y de estos actores. Sólo mira eso, que por poco que sea, ya es muchísimo más de lo que tendrás tú jamás. Un respeto por la gente. Si me quieres contestar (persepolis_1912@hotmail.com) porque yo no voy a pasarme más por aquí.
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