martes, febrero 17, 2009

EL LECTOR, Fascinacion, culpa, vergüenza

A veces ocurre que una película te ofrece tantas cosas que uno no sabe muy bien por donde empezar a escribir sobre ella. Podría empezar confesando que un tema que siempre me ha interesado mucho desde que tengo uso de razón y que El Lector aborda de una forma muy concreta es el alcance de la asunción de la culpabilidad por parte de los alemanes cuando se hicieron públicos los horrores del Holocausto cometidos por el régimen nazi. La connivencia con esos hechos, el difícil examen de conciencia que significaba haber vivido bajo ese régimen y demostrar no ya que se desconocía sino que no se participaba de forma activa o pasiva en ese horror, esgrimir la ignorancia o escudarse en la obligación del deber exigido o el cumplimiento de la legalidad entonces vigente para justificarse ante los demás y ante uno mismo es un tema apasionante e inagotable tratado con mayor o menor fortuna en multitud de obras que, sin embargo, no es el tema principal de El Lector.De la misma forma, podría hablar de El Lector como la historia de un hombre vencido por el peso de la primera relación sentimental importante que tuvo en su vida siendo apenas un muchacho; de la forma en la que siendo ya un adulto, se enfrenta al reconocimiento de su propio fracaso existencial, lastrado en lo afectivo por la sombra de aquella mujer madura que le hizo sentir por primera vez la fascinación del amor y el placer para abandonarle sin una explicación y enfrentarle años después a la dura experiencia de la revelación del terrible pasado de la mujer amada, unos hechos que obligan a hacerse la inevitable pregunta de hasta qué punto resulta lícito amar a una persona capaz de hechos abominables, inadmisibles para la propia conciencia. Un dilema irresoluble que ya no le abandonará mientras viva y marcará toda su existencia. Pero aun siendo otro de los elementos importantes de El Lector, tampoco creo que sea ese el tema principal de la película.
Podría, en fin, ceñirme al título del filme y centrarme en la forma en la que Stephen Daldry, director de Las Horas, vuelve a adaptar o quizás sea mejor decir adaptarse a un texto literario para sacar del mismo una muy hermosa reflexión sobre el poder de las palabras, la fascinación que puede ejercer la literatura en su variante oral, el estremecimiento que puede provocar en alguien que ama las historias que la persona que está a su lado le lea libros de Homero, Chejov, Mark Twain, D.H. Lawrence o incluso un cuento de Tintín, la hermosa intimidad que puede fraguarse entre quien lee y quien escucha, intimidad que lleva al sexo, al placer y al amor de forma natural. Y tirando hasta el límite de ese hilo, la terrible cuestión de fondo sobre cómo una sociedad devota del arte en todas sus manifestaciones, culta y brillante, pudo alumbrar a la bestia del nazismo. Pero, de nuevo, tampoco es ese en mi opinión el tema central de El Lector.¿Cuál es entonces el tema principal de El Lector? Esta película resulta tan estimulante en cuanto a la cantidad y a la profundidad de los temas planteados que cuesta encontrar una respuesta clara a esa delicada pregunta. Aun reconociendo la enorme importancia de todo lo hasta ahora descrito, para mí – y aquí el lector es perfectamente libre de discrepar conmigo y no le faltarán argumentos para ello - no es otro que las relaciones entre la vergüenza y la culpa, la angustia ante la obligación de aceptar la enormidad de lo realizado en el pasado y la imposibilidad impuesta de esgrimir la ignorancia como defensa ante esos hechos. No es, como pudiera parecer, una cuestión moral, es el producto de un miedo mucho más profundo.
El motor de El Lector es Hanna Schmitz, complejo ser humano interpretado de forma maravillosa por Kate Winslet en uno de los personajes más hermosos y difíciles de su carrera: ahí es nada salir triunfante en un papel que le exige la casi imposible tarea de hacer dolorosamente humano y cercano a una mujer rodeada de sombras, resultar igualmente creíble cuando se presta decidida al despertar sexual y romántico de su joven enamorado, con medidas dosis de crueldad y ternura, o en la fragilidad que revela su incomprensión ante aquellos que la juzgan por su pasado mientras quizás exoneran a los verdaderos culpables, no digamos ya en todo el hermoso proceso de aprendizaje que vive en el tramo final del filme cuando parece encontrar una ilusión para no dejarse derrotar definitivamente.Todo en El Lector me resulta fascinante. Es una de esas películas sobre cuyos aspectos más relevantes y la forma de ponerlas en pantalla por parte de Daldry y su guionista David Hare podría pasarme varios folios escribiendo, tal es su gusto por el detalle, el encuadre y el inteligente uso de recursos como la música de ese descubrimiento que supone Nico Mulhy. Pero, al igual que hace la película en más de un momento, me contendré y me limitaré a recomendarles que no dejen escapar la oportunidad de disfrutar de una más que notable película. Déjense seducir por su maravilloso arranque, por la calidez de esa fascinada y fascinante historia de amor que intercambia o mejor superpone sexo y literatura. Entren de lleno en la controvertida premisa moral que la película plantea sobre la vergüenza y la culpa. Acompañen a Michael y Hannah en ese improbable acto de doble redención que marca la parte final de la película, tan arrebatadoramente hermoso como en el fondo dolorosamente triste. Y si quieren, luego me cuentan. El Lector es una película mucho más grande de lo que cabe en este puñado de líneas.

2 comentarios:

Crisálida dijo...

Estoy de acuerdo, es raro, es de las primeras veces que no me da asquito la crítica de una película jajaja Me voy a guardar tu blog para leerte más cuando tenga tiempo, porque si escribes tan bien como en esta entrada merece la pena :D

Me rompe el corazón la escena de Hanna llorando en la iglesia cuando el coro canta. Después de saber sobre el pasado de Hanna uno se pregunta sobre esa expresión en su cara. A mí me parece de alivio tras una herida muy profunda, como si se estuviese reconciliando o comprendiendo algo nuevo.

David Garrido Bazán dijo...

Gracias por tus comentarios, Cris

Ahora mismo estoy sufriendo la habitual combinación de falta de estrenos interesantes en agosto con la apatía veraniega, asi que hace tiempo que no actualizo Cinemerida como es debido - soy demasiado inconstante y al cerrar por vacaciones veraniegas el periódico semanal en el que colaboraba ni ese aliciente tengo - pero pronto comenzará septiembre, San Sebastian y el resto de mi periplo festivalero otoñal de todos los años (Sitges, Valladolid, Sevilla, Huelva...) en busca de películas para mi Festival de Cine Inédito de Mérida, con lo que espero recuperar el pulso muy pronto

Siempre es agradable que alguien se tome la molestia de recuperar alguna vieja crítica tuya. Y El Lector es una película muy especial, que creo que se disfruta mucho más si no se ha leído previamente el muy recomendable libro en el que se basa, algo que no pasa demasiado a menudo. Estoy de acuerdo en el análisis que haces de la escena de Kate Winslet en el coro de la iglesia, aunque no creo que sea tanto una cuestión de reconciliarse con uno mismo - creo que, a ese respecto, hay heridas del pasado que no terminan de cicatrizar nunca, especialmente si son tan terribles - como de encontrar un oasis de paz y belleza, algo cada vez más importante en este mundo que vivimos. Buscar la belleza y un momento así es algo que habitualmente olvidamos y que cada vez cobra un mayor sentido.

Gracias por leer el blog y espero que disfrutes con lo que vayas descubriendo

Un Saludo

David Garrido