Recuerdo a la perfección la Copa del Mundo de Rugby de 1995. Por aquella época me frotaba los ojos ante el descubrimiento de una fuerza de la naturaleza, el jugador más dominante y poderoso que ha dado ese hermoso deporte en los últimos años, Jonah Lomu, integrante de los All Black de Nueva Zelanda que a lo largo de una competición espectacular había destruido con sus ensayos a Irlanda, Gales, Escocia e Inglaterra, casi el Cinco Naciones al completo. Nada parecía poder parar a aquel animal de casi dos metros, velocísimo y casi imposible de placar. En la final esperaba Sudáfrica, los Springboks, anfitriones del torneo, sorprendentes finalistas contra todo pronóstico, en un estadio abarrotado en el que blancos y negros mezclados esperaban un milagro, una imagen impensable solo unos años antes cuando el Apartheid aun existía y los Springboks eran uno de los símbolos más reconocibles del poder que oprimía el país, orgullo de los blancos y odiados por los negros. Y en estas apareció Nelson Mandela vestido con la camiseta de los Springboks, una imagen aun más inconcebible. Sudáfrica, aun muy convaleciente de las heridas del Apartheid, se aglutinaba alrededor de su figura y de ese equipo de rugby, convertido en símbolo del nuevo país.
Lo interesante de una película de las características de Invictus, que narra los hechos que condujeron a aquel partido histórico, es que sea precisamente Clint Eastwood su director. Si reflexionamos un poco sobre la filmografía del realizador, nos daremos cuenta que la venganza es un elemento esencial y recurrente en la misma. Invictus es una historia que por el contrario habla sobre el poder redentor del perdón, la necesaria reconciliación, el olvido de las afrentas y daños sufridos en aras de construir un futuro mejor. Morgan Freeman afirma que Eastwood necesitaba hacer esta película. Probablemente sea cierto: no caben dudas sobre el enorme mérito de Mandela, pero el retrato tan embelesado que hace de su figura, apoyándose para ello en el carisma de un Freeman sin duda predestinado a encarnar este papel, es un acercamiento tan puro y carente de claroscuros – apenas se apunta el sacrificio de su propia familia que llevó a cabo para convertirse en el padre de la nueva patria – que uno podría concluir que Eastwood diviniza esa grandeza que admira de forma tan profunda porque aquellos que protagonizan habitualmente sus historias suelen carecer de ella.
Invictus es una película tan eficaz como plana, tan bien rodada como previsible. Resulta complicado encontrar argumentos contra ella, salvo el hecho de que todos pueden esperar más por el simple hecho de ser una película de Eastwood. El protagonismo absoluto de Mandela desdibuja cualquier otro personaje de la historia que le pudiera servir de contrapunto – Matt Damon no consigue llegar a serlo por la simpleza con la que su Pienaar está perfilado – y el idealismo campa por sus anchas sin que haya espacio alguno para la disensión: la causa de Mandela es tan pura y su justificación tan evidente que Eastwood apenas se detiene en los mínimos obstáculos que surgen una vez Mandela tiene clara su determinación para hacer realidad su visión. Incluso apuntes que podrían resultar de interés como la evolución de las relaciones entre su equipo de guardaespaldas o la forma de pensar de los Springboks, con sus visitas a la barriada negra y a la prisión donde Mandela pasó 27 años, no superan nunca el esquematismo de lo puramente funcional.
Lo que salva a Invictus, más allá de la habitual claridad expositiva de Eastwood, es el pretexto, la recreación de esa final contra los All Black que imagino que puede desesperar a los que no amen el rugby pero en la que se consigue reflejar con inusitado realismo y poderío visual todos los elementos que hacen grande a este deporte: hay épica, sacrificio y compañerismo en el esfuerzo para detener a Lomu y los suyos. Las repercusiones de aquella especie de milagro cuya importancia trascendió lo deportivo para convertirse en un fenómeno sociopolítico al igual que el peso del mito de Mandela quedan claras para el espectador. Sin embargo, todo en Invictus resulta fácil y acaba por sabernos a poco. Será que Clint nos tiene demasiado malacostumbrados.
Os dejo con un video con los mejores momentos de ese portento llamado Jonah Lomu al frente de los All Black durante aquella Copa del Mundo de Rugby de 1995. Impresiona ¿no?
Lo interesante de una película de las características de Invictus, que narra los hechos que condujeron a aquel partido histórico, es que sea precisamente Clint Eastwood su director. Si reflexionamos un poco sobre la filmografía del realizador, nos daremos cuenta que la venganza es un elemento esencial y recurrente en la misma. Invictus es una historia que por el contrario habla sobre el poder redentor del perdón, la necesaria reconciliación, el olvido de las afrentas y daños sufridos en aras de construir un futuro mejor. Morgan Freeman afirma que Eastwood necesitaba hacer esta película. Probablemente sea cierto: no caben dudas sobre el enorme mérito de Mandela, pero el retrato tan embelesado que hace de su figura, apoyándose para ello en el carisma de un Freeman sin duda predestinado a encarnar este papel, es un acercamiento tan puro y carente de claroscuros – apenas se apunta el sacrificio de su propia familia que llevó a cabo para convertirse en el padre de la nueva patria – que uno podría concluir que Eastwood diviniza esa grandeza que admira de forma tan profunda porque aquellos que protagonizan habitualmente sus historias suelen carecer de ella.
Invictus es una película tan eficaz como plana, tan bien rodada como previsible. Resulta complicado encontrar argumentos contra ella, salvo el hecho de que todos pueden esperar más por el simple hecho de ser una película de Eastwood. El protagonismo absoluto de Mandela desdibuja cualquier otro personaje de la historia que le pudiera servir de contrapunto – Matt Damon no consigue llegar a serlo por la simpleza con la que su Pienaar está perfilado – y el idealismo campa por sus anchas sin que haya espacio alguno para la disensión: la causa de Mandela es tan pura y su justificación tan evidente que Eastwood apenas se detiene en los mínimos obstáculos que surgen una vez Mandela tiene clara su determinación para hacer realidad su visión. Incluso apuntes que podrían resultar de interés como la evolución de las relaciones entre su equipo de guardaespaldas o la forma de pensar de los Springboks, con sus visitas a la barriada negra y a la prisión donde Mandela pasó 27 años, no superan nunca el esquematismo de lo puramente funcional.
Lo que salva a Invictus, más allá de la habitual claridad expositiva de Eastwood, es el pretexto, la recreación de esa final contra los All Black que imagino que puede desesperar a los que no amen el rugby pero en la que se consigue reflejar con inusitado realismo y poderío visual todos los elementos que hacen grande a este deporte: hay épica, sacrificio y compañerismo en el esfuerzo para detener a Lomu y los suyos. Las repercusiones de aquella especie de milagro cuya importancia trascendió lo deportivo para convertirse en un fenómeno sociopolítico al igual que el peso del mito de Mandela quedan claras para el espectador. Sin embargo, todo en Invictus resulta fácil y acaba por sabernos a poco. Será que Clint nos tiene demasiado malacostumbrados.
Os dejo con un video con los mejores momentos de ese portento llamado Jonah Lomu al frente de los All Black durante aquella Copa del Mundo de Rugby de 1995. Impresiona ¿no?
1 comentario:
A mí me pareció que intentó mezclar demasiadas cosas y se notaba que era un encargo con cierto tipo de directrices.
Técnicamente me parece muy buena, haciendo algunas apuestas en cuanto a planos bastante atrevida para lo que es Clint y la foto como dices muy buena, tanto por los paisajes de Sudáfrica como por cierta escena "nocturna".
Por cierto, en realidad no hay un buen retrato ni político ni humano de Mandela, porque como político sólo se centra en su utilización como vehículo de unificación el Rugby pero de las medidas políticas, sociales y económicas no se habla en ningún momento, y sobre el apartado humano también falla porque se le presenta como un "semi-dios" sólo hacíendole humano con algunos clichés como "el hombre abandonado por su familia", "su familia es el pueblo de Sudáfrica", etc..
Un saludo.
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