martes, junio 07, 2011

Cines del Sur 2011 J02: Paraisos Artificiales, The Thief of Light

PARAÍSOS ARTIFICIALES: En el límite

Delimitar las fronteras entre lo que es ficción y lo que es documental es algo que cada vez se me hace más y más complejo a la vista de la forma en que está evolucionando el cine de los últimos años. La verdad, tampoco es que me importe mucho. Lo cierto es que ya no llama la atención encontrarse en las secciones a concurso de los festivales documentales compitiendo en igualdad de condiciones con las películas de ficción: lo que de verdad cuenta es la calidad de la misma y lo demás es como ponerse a discutir el sexo de los ángeles o por qué los valencianos votan a Camps. En el fondo no tiene demasiada utilidad práctica. Viene todo este rollo de introducción a cuenta de Paraísos Artificiales, película de la mejicana Yulene Olaizola que nos dejó los ojos como platos ayer y cierta sensación de perplejidad pues aunque era más o menos evidente que estábamos ante una ficción, su tratamiento visual con los inconfundibles modos del documental y la desarmante naturalidad de uno de sus protagonistas principales - que básicamente se interpretaba a sí mismo con notable acierto – hacía resurgir una vez más la vieja cuestión.

Paraísos Artificiales narra la relación entre dos personajes destinados a entenderse: una es Luisa, una joven adicta a la chiva (heroína) que se encuentra en un paradisíaco paraje de playa y montaña al sur de Veracruz, un enclave aislado y casi despoblado donde poco más hay que hacer salvo drogarse día sí y día también y soñar cuando se está de bajona en desengancharse del humo del papel de plata de una maldita vez mientras las provisiones se van agotando de forma lenta pero inexorable. El otro es Salomón, viejo peón de la finca donde Luisa se aloja que a sus 65 años no tiene el más mínimo conflicto con su adicción a esa mota (marihuana) que fuma con suma fruición todos los días y que, según cuenta él mismo con sencillez, le ayuda a sobrellevar su trabajo y su vida cotidiana. Cuando se llega a cierta edad uno se ha ganado el derecho a drogarse con lo que más le apetezca sin que importen demasiado las consecuencias. Como el personaje de Alan Arkin en Pequeña Miss Sunshine pero en la vida real.

Porque esa es la cuestión de Paraísos Artificiales: aunque Luisa esté interpretada por una actriz – fantástica Luisa Pardo – y funde características de varios personajes de la vida real (una heroinómana amiga cercana de la directora, la propia directora, el guionista Fernando del Razo y hasta de la misma Luisa Pardo) y la historia de su estancia allí esté construida desde la ficción, Salomón Hernández es básicamente él mismo, se expresa en sus propias palabras y aquello que cuenta, bien a Luisa, bien directamente a la cámara y a los espectadores, son sus propias experiencias y reflexiones vitales, lo que le da a la película una fuerza irresistible. El choque vital entre esos dos personajes, una queriendo deshacerse sin saber cómo conseguirlo de la adicción que condiciona su existencia y otro perfectamente cómodo en su condición de apacible fumeta pero lo suficientemente sensible como para darse cuenta del doloroso proceso de Luisa resulta un motor poderoso para un filme excelente, conmovedor por momentos y dotado de una extraña y personal poética, quizás no apta para todo tipo de sensibilidades, pero más que capaz de conquistar al espectador si se entra de lleno en su propuesta.


Yulene Olaizola maneja con mucha habilidad los tiempos de una historia cuyo ritmo ha de acomodarse a esa especie de limbo que habitan sus personajes, exigiendo cierta paciencia a los espectadores. Contrasta la belleza de los parajes por los que transitan, esas montañas plenas de vegetación y esas preciosas playas, un verdadero paraíso terrenal, con los paraísos artificiales que Luisa y Salomón, cada uno a su manera, construyen para sí mismos y suavemente da forma a un relato alrededor de esos dos personajes que encuentran alivio a su soledad en su mutuo y tácito entendimiento. La película consigue algunos logros extraordinarios, ya sea por la naturalidad de ese fascinante Salomón que llena de verdad la pantalla, la forma en la que Luisa interactúa con algunos niños – hay una escena antológica en la que ella se droga mientras a su lado una niña disfruta de un caramelo como si tal cosa que tiene una inusitada capacidad de conmoción – o la sospecha permanente del espectador (nada se explicita demasiado, ni falta que hace) que ese mundo aislado resulta mucho menos atrayente y mucho más problemático de lo que su paradisíaca apariencia podría sugerir. En cualquier caso, Paraísos Artificiales es una de esas películas que por desgracia raramente pueden verse más allá del circuito de festivales y que justifican sobradamente la existencia de los mismos.

THE LIGHT THIEF Kirguistán también existe

No sé ustedes, pero yo estoy convencido que si algún día mi vida dependiera de poder o no señalar con exactitud en un mapa donde se encuentra Kirguistán, ya puedo darme por perdido. Si, es una de esas repúblicas surgidas tras el desmoronamiento de la Unión Soviética. Si, está en algún lugar de Asia Central. Aun más: ha sufrido dos revoluciones y es uno de los pocos países de su entorno que apuesta abiertamente por mantener un sistema democrático que, mal que bien, parece que les va funcionando. Y poco más. Bueno, ahora gracias a Cines del Sur, que siempre presta una especial atención a las filmografías de estos países – recordemos The Other Bank, esplendida película georgiana que venció aquí hace dos ediciones -, sabemos que también hacen cine. O al menos que hay un director, el simpático Aktan Arym Kubat, que es capaz de ganar premios en Locarno, participar en Cannes y que refleja de forma bastante perspicaz la realidad actual de su país, lo que no deja de resultar interesante para ignorantes como un servidor.

Aktan interpreta también el papel principal de The Thief of Light (El Ladrón de Luz) un entrañable electricista que vive en un pequeño pueblo rural y que dedica su sencilla existencia a hacer más fácil la vida de los demás, trucando los contadores de electricidad para que no cueste dinero a aquellos de sus conciudadanos que no pueden permitirse pagarla, inventando formas de convertir la energía eólica en electricidad para conseguirla aun más barata y a hacer todo tipo de favores a su comunidad. Uno de esos hombres sencillos, esencialmente buenos en el mejor sentido de la palabra bueno que diría Machado, que vive por y para los demás y al que solo le frustra un poco no tener un hijo varón – aunque tiene tres preciosas niñas, no es lo mismo – y, tras un traspiés con la policía por sus apaños, haber perdido el trabajo que le daba su sustento.


A su alrededor, la vida no resulta tan amable: hay pocas perspectivas de futuro, mucho especulador con ganas de hacer dinero fácil siguiendo el modelo ruso de negocio capitalista exacerbado, ese modelo que hace que los nuevos ricos con pinta de haberse escapado de un episodio de Los Soprano proliferen como setas y un amigo íntimo de no muchas luces que sufre la ausencia de su esposa, emigrada a Italia años antes en busca de un futuro. La vida debería ser mucho más sencilla, piensa Papá Luz: no hacer a los demás lo que no te gustaría que te hicieran, ayudar cuando se pueda al prójimo y pensar siempre en la comunidad antes que en uno mismo.


Pero semejante idealismo no tiene demasiada cabida en un país en parte cada vez más oscuro y despiadado. Con los nuevos tiempos, hay poco espacio para la esperanza y cuando Papá Luz va comprobando con tristeza que todo está en venta y que no hay lugar para los principios, la fábula que se desarrolla en pantalla se dirige de forma inexorable a una resolución trágica que poco tiene que ver con el estilo amable, casi de comedia, con el que Aktan ha construido un retrato en el fondo bastante poco optimista de la situación actual de su país. Eso es quizás lo más destacable en una película que no es ninguna maravilla pero que sirve para acercarnos a la realidad de este país remoto. Aunque sigamos sin tener ni puñetera idea de donde está en el mapa… Algo es algo.

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