jueves, junio 09, 2011

CINES DEL SUR 2011 J04: El Invierno de los Raros, Microphone

EL INVIERNO DE LOS RAROS Vidas Pequeñas

No sé si es algo prematuro o incluso atrevido por mi parte utilizar el calificativo de cine cordobés para diferenciar una tendencia o movimiento que viene surgiendo en los últimos años dentro del cine argentino que se caracteriza por cierto gusto por el naturalismo – entendido en una acepción bastante amplia – y por su afán de marcar distancias respecto del cine más o menos mainstream creado en Buenos Aires y protagonizado por sus habitantes, arquetipos urbanos con los que a estas alturas estamos bastante familiarizados aunque solo sea por el hecho de que el cine argentino que llega a nuestras pantallas comerciales sea ese y no otro. En Córdoba, en el interior del país, está ambientada El Invierno de los Raros, primer largometraje del director no por casualidad cordobés Rodrigo Guerrero, que responde en mi opinión a esas señas de identidad: historias ambientadas en el medio rural, con personajes silenciosos o crípticos de los que no se ofrecen demasiadas pistas, primando el naturalismo y los tiempos muertos más que la narrativa tradicional a la hora de contar la historia (que a veces puede incluso ser inexistente) y cierta experimentación formal que parece buscar más la complicidad de los festivales y la crítica que la comprensión del público.


El Invierno de los Raros sigue las vidas de seis personajes que habitan un pequeño pueblo del interior siguiendo sus pequeñas rutinas y viviendo existencias algo monótonas: una chica con cierto retraso mental, su madre desequilibrada que sufre accesos de rabia, una misteriosa recién llegada, una profesora de danza que quiere huir del pueblo y de su insufrible madre, un tímido obsesionado con ésta incapaz de confesar lo que siente ni retenerla, un campesino solitario que vive una especie de enamoramiento con la chica retrasada, etc. Todos estos personajes van y vienen por la pantalla, cruzándose e influyéndose unos a otros de forma que sus comportamientos van cambiando de forma casi imperceptible. Rodrigo Guerrero tiene claro que no conocemos de las personas más que aquello que vemos en el instante que las tenemos delante y se afana en construir un universo en torno a esa idea en el que el espectador acompaña a sus criaturas y sus historias mientras espera de forma paciente a que éstas crezcan en algún sentido. Lo que a veces sucede. Y a veces, pues no.


Resulta curioso: El Invierno de los Raros es una de esas películas que según te coja el día y el estado de ánimo, se puede o bien disfrutar enormemente y parecer que te está contando algo muy trascendente o bien traértela completamente al pairo porque sus protagonistas te importen lo mismo que los peces de un acuario, que puede ser entretenido mirarlos un rato pero tampoco es que aporten algo fundamental a tu existencia. A favor del jovencísimo Rodrigo Guerrero hay que decir que la historia está bien contada y que tiene algunos momentos logrados, casi todos protagonizados por Paula Lussi, que hace de su entrañable Marcia la columna sobre la que pivota la película aunque probablemente ésta no fuera su primera intención. La necesidad de afecto y de cubrir carencias común a todos los personajes está especialmente bien reflejada en su historia de ¿amor?, si bien es una lástima que en la escena cumbre de la misma el director sucumba al tópico “momento Magnolia” y rompa con el estilo de su puesta en escena de manera abrupta, recurriendo a un montaje paralelo que, lejos de enfatizar la importancia del momento, solo consigue que el espectador se distancie de la película por la artificialidad del mismo. Más allá de eso, El Invierno de los Raros es menos rara y arriesgada de lo que pretende, se deja ver con facilidad y logra en algún que otro momento aislado (en mi caso, en la preciosa escena del paseo a caballo y el inicio de la escena clave de sexo) conectar con el espectador. Tiene su puntito, vaya.



MICROPHONE, Los Sonidos de la Revolución

El otro día les contaba, a propósito de Pegasus, que algo se debía estar moviendo en Marruecos cuando hay cineastas que fuerzan los límites de lo que hasta ahora se ha podido o no representar en el cine árabe y salir airosos del intento. Pues bien, resulta imposible abstraerse viendo las imágenes de Microphone y no relacionarlas con la mecha que prendió en las plazas de Egipto a finales de enero y del fuego que se convirtió una hoguera hasta provocar la caída de Mubarak – su régimen es otra historia – y propagarse por diversos países del norte de África. En principio, Microphone era un documental más o menos ficcionalizado (un género recurrente en esta quinta edición de Cines del Sur, recuerden Precious Life y Paraísos Artificiales) que buscaba retratar la escena musical contemporánea que de forma clandestina crean y viven los jóvenes de Alejandría. Un poco al estilo de lo que hizo Fatih Akin con Estambul en Cruzando el Puente o, aun más cercano, al retrato de Bohman Ghobadi de la escena musical underground iraní en Nadie Sabe Nada de Gatos Persas que llevaba implícita una contundente crítica a la represión del régimen. Como en ésta última, el director Ahmad Abdalla ofrece a los autores el espacio para que se expresen con su propia voz y sobre todo con su música sus ansias de libertad y creatividad mientras construye una leve línea argumental – la vuelta a casa de Khaled, un emigrado bastante tiempo en Estados Unidos que se da de bruces con esta nueva realidad artística y dedica todos sus esfuerzos a apoyarla y defenderla – que vertebre la película.

Microphone resulta una película más lograda que las dos precedentes mencionadas. Y eso es así porque en ella la historia de ficción está mucho más cuidada tanto en lo que se refiere a la vida personal de Khaled - con esa ruptura con su antigua novia decidida a abandonar Egipto contada de atrás adelante, como si de un descarte de Memento se tratara, sirviendo cada una de sus escenas como una introducción al siguiente bloque narrativo – como al afán de Abdalla de retratar no solo los distintos movimientos musicales y su lucha contra la intolerancia a menudo absurda del régimen sino también de otras manifestaciones de la contracultura – los skaters, los graffittis – que ofrecen un retrato muy interesante de una realidad burbujeante y que exige a gritos sus vías para expresarse libremente.

Claro, si todo esto lo examinamos a la luz de los recientes acontecimientos, las protestas en la plaza de Tahrir y esa incipiente revolución de incierto destino, resulta imposible no ver en Microphone al caldo de cultivo de una sociedad harta de sus corruptos gobernantes y de la falta de libertad que acabó estallando de forma tan significativa. También permite una reflexión crítica sobre la imagen, sin duda incompleta, que se nos ha venido ofreciendo en las últimas décadas de Egipto y de cómo se ha agitado con la complicidad de unos medios occidentales el espantajo del terrorismo islamista para encubrir una realidad mucho más compleja, rica y variada.

Por eso al espectador occidental puede chocarle descubrir en Microphone esta realidad mostrada con la potente energía que da la inmediatez – es una película independiente no ya de bajo sino casi de inexistente presupuesto que lleva a sus últimas consecuencias los preceptos del cine guerrilla, un cine orgánico cuyo guión iba cambiando según se rodaba y los artistas se expresaban a su manera, sin diálogos previamente preparados – capaz de descubrirnos un mundo de una creatividad insólita y fascinante. No cabe ninguna duda que hay cambios muy significativos que se propagan con extraordinaria rapidez por los países árabes. Películas como esta estimable y simpática Microphone ayudan más a empezar a entenderlos que una docena de libros y cientos de sesudos artículos.


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