lunes, junio 06, 2011

Cines del Sur 2011 J01: Precious Life, Haru's Journey

PRECIOUS LIFE, Dolorosas Paradojas

Aquellos que me conocen y han seguido a lo largo de los años la programación del Festival de Cine Inédito de Mérida saben que siento una debilidad especial por las películas que de una forma o de otra se refieren al interminable conflicto árabe-israelí. Obras como Paradise Now, Vals Con Bashir, Los Limoneros o La Banda Nos Visita entre otras han pasado por Mérida en mi empeño por disponer y ofrecer más elementos de juicio para entender lo incomprensible. Siempre me ha resultado fascinante lo que sucede en aquel país nacido de una injusticia histórica en el que dos pueblos enfrentados y con ríos de sangre derramada entre ambos a lo largo de las últimas décadas están obligados a convivir en un mismo espacio. Mi necesidad de comprender desde fuera lo que hace que un pueblo tradicionalmente perseguido y victimizado como el judío se haya convertido con tanta facilidad en un verdugo implacable capaz de someter a condiciones inhumanas a los sometidos palestinos o que éstos se dejen llevar en su desesperación por un fanatismo intolerante que impide llegar a un consenso de mínimos para alcanzar la deseada paz me hacen volver una y otra vez a ese desdichado rincón del mundo donde hay cineastas que se esfuerzan, desde la ficción o el documental, por aportar su grano de arena bien para revelar verdades incómodas, bien para acercar posturas.

Precious Life es la opera prima de un reputado y prestigioso periodista israelí, Shlomi Elder, que durante dos décadas se ha dedicado desde su posición de reportero y analista del mundo árabe en un canal de televisión a mostrar a la audiencia israelí las historias cotidianas de la gente común que vive atrapada en la franja de Gaza, en un esfuerzo por dotarles de rostro, por humanizar a los palestinos y combatir la continua demonización de los mismos que se practica desde las instancias del poder y los medios. Muy crítico tanto con su propio Gobierno como con los dirigentes de Hamás que dominan Gaza, Eldar sabe por experiencia que una de las mejores formas de alcanzar esa utopía llamada paz es acercar ambos pueblos desde aquello que les une por encima de sus muchas diferencias, su humanidad aunque sea entendida como un sufrimiento con el que cualquiera puede identificarse a través de historias pequeñas del día a día que a veces provocan increíbles paradojas.

Su película sigue el proceso de Mohammad Abu Mustafá, un bebé palestino nacido sin sistema inmunológico (¿recuerdan aquellos famosos niños-burbuja?) que necesita un trasplante de médula ósea para salvar su vida, operación que solo puede llevarse a cabo en el Hospital israelí donde se encuentra ingresado. Una petición de ayuda por parte del médico que les atiende para recaudar el dinero necesario del que Shlomi Eldar se hace eco público a través de su programa desata la implicación personal del periodista en el caso, que se complica cuando pese a conseguir el dinero a través de un donante anónimo – israelí, por cierto y curiosamente padre de un soldado muerto en el conflicto – existen toda una serie de obstáculos a solucionar (las pruebas para encontrar un donante compatible entre los familiares, que éstos puedan cruzar los puestos fronterizos para llegar al hospital, etc.) que se entremezclan con el ruido del creciente conflicto con Gaza debido a la crisis de los misiles lanzados sobre Israel desde Gaza y la desproporcionada y brutal respuesta del Ejército en forma de bombardeos que causaron miles de bajas civiles.

Hay una paradoja dolorosa claramente expresada en el filme: mientras los miembros del hospital y bienintencionados civiles israelíes se afanan por salvar la vida de Mohammad, un único niño, las bombas israelíes siegan cada día decenas de vidas palestinas según se recrudece el conflicto. Pero no es la única paradoja ni la más importante: cuando Raida, madre del niño, confiesa ante la cámara cosas como que todos los palestinos sacrificarían gustosos sus vidas para recuperar el control de Jerusalén o que se sentiría orgullosa de que su hijo sobreviviera y creciera… para convertirse en el futuro en un mártir de la causa palestina, uno de esos terroristas suicidas capaces de inmolarse en un autobús llevándose unos cuantos civiles por delante, la película entra en una nueva dimensión y crece hasta límites insospechados. Imaginen la cara que se le queda al director – que también es el improvisado cámara del filme - ante tal revelación y ahora imaginen la reacción del público. Como si de repente alguien nos hubiera lanzado encima una tonelada de agua helada.

Enfrentados nosotros como espectadores a una realidad mucho más compleja de lo que siquiera podemos empezar a comprender por mucho que nos esforcemos, enfrentados israelíes y palestinos a sus propias contradicciones y sentimientos encontrados, a paradojas insolubles cuyas ramificaciones e implicaciones afectan no solo al sentido común sino a la necesidad de ponerse continuamente en la piel del otro, a dejar a un lado el odio y la venganza por muy humano que sea ese sentimiento, Precious Life, con todas las deficiencias visuales propias de un documental surgido a partir de una historia que iba a ser un reportaje televisivo y que acabó creciendo hasta convertirse en la crónica de un viaje personal que cambiaría definitivamente las vidas de todos los implicados en ella, se configura como una muy estimable y necesaria película, una contundente llamada a la paz y el entendimiento para superar los prejuicios y el abismo aparentemente infranqueable entre ambas posturas enfrentadas. Shlomi Eldar terminó su intervención ayer en el muy interesante debate con el público posterior a la película – tras recibir un merecido y atronador aplauso de un público emocionado y puesto en pie – contando que alguien que aparece en su filme, un médico palestino que sufrió la pérdida de tres de sus hijas durante los bombardeos ha escrito un libro autobiográfico al que ha titulado “No Odiaré” y expresando su deseo de que su película, que por cierto ya ha podido verse tanto en Jerusalén como en Gaza, sirva aunque solo sea un poco para continuar ese viaje necesario a la paz que por cierto insiste que tienen mucho más claro los ciudadanos de a pie de ambos pueblos que sus a menudo ciegos gobernantes. Un arrollador comienzo de la Sección Oficial a concurso.

HARU’S JOURNEY. El peso de las circunstancias

La emoción siguió muy presente en el Teatro Isabel La Católica antes incluso de la proyección de la segunda película a concurso del día. Masahiro Kobayashi, director de Haru’s Journey, nos leyó una carta en la que nos informaba que todos los parajes de la película que estábamos a punto de ver ya no existían, arrasados por la reciente catástrofe del tsunami que asoló Japón hace unas semanas, algo que había arrojado, sin que esto fuera su intención pero de forma inevitable, una luz nueva a su película, dejándola como un testimonio casi documental de una zona que ya no existe como tal. Kobayashi reflexionaba así en voz alta sobre las dolorosas nuevas lecturas que podían surgir de una película ya de por sí bastante emocional y dedicaba la misma a la memoria de los desaparecidos por la catástrofe, entre los que se encontraban muchos miembros del equipo técnico del filme y sus familiares.

Así las cosas, resultaba una tarea casi imposible desligar ese pensamiento y la emoción que provocaba de las imágenes de Haru’s Journey, una historia sencilla que cuenta el viaje de dos personajes, abuelo y nieta, obligados a emprender una especie de road movie cuando ella expresa su deseo de viajar a Tokio en busca de oportunidades para su futuro y él, un viejo pescador viudo y jubilado cuyo huraño carácter le ha mantenido alejado de su familia, ha de buscar entre sus hermanos a los que no ve desde hace años alguien que pueda ocuparse de él, pues su aparatosa cojera y otros problemas de salud le impiden valerse por sí mismo. La película arranca con fuerza, con ese magnífico abuelo interpretado por un gran Tatsuya Nakadai sobreactuando a propósito como si de un actor del cine mudo se tratara mientras es seguido por su nieta y el espectador se pregunta adonde se dirige la historia. El encuentro con el primero de sus hermanos, donde se presenta el conflicto que marca la película, resulta notable y solo la primera parada de un viaje que coquetea abiertamente con las raíces del melodrama clásico mientras describe el progresivo acercamiento entre esos dos personajes principales, abuelo y nieta, condenados a entenderse según van cubriendo etapas de su viaje.

Haru’s Journey es una película que explora la vigencia de ciertos valores tradicionales dentro de la cultura japonesa así como parece reivindicar la importancia de los lazos familiares incluso a través de dos personajes que no despiertan demasiadas simpatías en el espectador pese a lo trágico de su situación. La película navega de forma más que pausada – ésta es una de esas obras de cocción lenta en la mejor tradición de la narrativa clásica japonesa a la que hay que echarle ciertas dosis de paciencia – entre los buenos sentimientos, la ternura y el drama, punteada ocasionalmente por cierto sentido del humor que juega demasiado con el origen rural de ese abuelo que por momentos se convierte en un trasunto japonés del Paco Martínez Soria de La Ciudad no es para Mi. La película se alarga de forma innecesaria en su resolución provocando que sus muchos buenos momentos – la primera noche en un hotel con el sake, el encuentro con la dueña del restaurante en una de sus paradas o todo lo que sucede en el pequeño hotel que regenta la hermana mayor de Tadeo – se diluyan pese al hábil recurso de desplazar el punto de vista del viaje desde el personaje de Tadeo hacia el de su nieta en el tramo final del filme. Tampoco ayuda demasiado una música a todas luces demasiado intrusiva que está de forma constante sugiriendo al espectador lo que debe sentir cuando las imágenes de Kobayashi son más que suficientes a este respecto, malogrando por exceso lo que la minimalista puesta en escena del japonés, poco dado a excesos tras la cámara, consigue con la inmediatez de la misma.

En cualquier caso Haru’s Journey es una película estimable que se deja ver con no poco agrado y que cuenta con excelentes interpretaciones no solo a cargo del veterano Tatsuya Nakadai cuya presencia casi justifica por si sola el visionado del filme sino del resto del reparto. Es posible no obstante que la declaración inicial de Kobayashi y la conciencia por parte del espectador de que todo lo que está viendo en pantalla ya no existe tras el paso del tsunami hagan que éste se proteja ante tal acumulación de emociones, blindándose de forma natural ante las mismas. Pudiera ser que esas circunstancias sobrevenidas imposibles de evitar condicionen la lectura de un filme que en ningún caso pretendía ser aquello en lo que va a convertirse de forma inevitable con el paso del tiempo, huella y memoria de algo perdido para siempre. Demasiado peso emocional para una historia mucho más sencilla que ya de por sí jugaba abiertamente con esa baza.

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