martes, junio 03, 2014

8º CINES DEL SUR J01 - Nobody's Home, Héritages

Prólogo: Cines del Sur sigue siendo imprescindible

Parafraseando a Miguel Ríos, vuelvo a Granada un año más a reencontrarme con la belleza de esta ciudad única y con Cines del Sur, ese festival heroico que se ocupa de las cinematografías emergentes de ese concepto tan difuso y a la vez tan fácil de comprender para cualquiera como “El Sur” y que, como muy bien escribía el desaparecido y añorado profesor Alberto Elena, pilar del mismo desde sus inicios y al cual está dedicada en merecido homenaje esta octava edición, hace su bandera de “la necesidad de acercar posturas que favorezcan el entendimiento cultural, más que el choque de civilizaciones, hace cada vez más urgente la búsqueda de espacios de confluencia capaces de arraigar una cultura del diálogo” Esta frase tan evidente, escrita allá por el 2005, sigue teniendo la misma validez e importancia hoy en día.


Algo que no parecen tener del todo claro los responsables del aspecto presupuestario de esta imprescindible propuesta del panorama nacional de Festivales de Cine, ya que sí bien puede argüirse que gracias a ellos sobrevive un año más, no es menos cierto que las condiciones en las que han de trabajar su director José Sanchez-Montes y su equipo de programación y producción no son ni de lejos las mínimas deseables para uno de los pocos festivales de este país que combina pleno sentido, necesidad y una absoluta coherencia con lo que propone. Desde fuera pero también un poco desde dentro por encontrarme muy cercano tanto a la idea de este certamen como por supuesto al equipo que contra todas las dificultades presupuestarias y de otro tipo consigue hacerlo realidad año tras año, no negaré que resulta un tanto doloroso ser tan consciente de este proceso.


De la misma forma, sigue habiendo motivos más que sobrados para disfrutar de Cines del Sur: no solamente mantienen una Sección Oficial competitiva de diez títulos que se prometen de excepcional calidad – Cines del Sur, no me cansaré de decirlo, cuida de forma excepcional su oferta, con una rigurosidad, sensatez y coherencia digna de todo elogio – procedentes de latitudes tan distintas como Irán, Turquía, Túnez, Líbano, India, Taiwan, Uzbekistán, Kenia, Uruguay o Japón que, huelga decirlo, tienen casi imposible su distribución comercial en nuestro país, a lo que hay que sumar la selección de documentales fruto de la colaboración estrecha con el Festival de Cine documental de Al Jazeera – una ventana al mundo que se oferta de forma gratuita al público que acude al patio del Corral del Carbón –, el miniciclo Amrika: Árabes en América, la pequeña pero esencial retrospectiva dedicada al gran realizador indio Ritwik Ghatak o la recuperación de títulos sí estrenados comercialmente pero no en la ciudad que cuadran a la perfección con la filosofía de Cines del Sur como Pelo Malo, Metro Manila, La Imagen Perdida o Érase una vez en Anatolia del reciente ganador de Cannes Nuri Bilge Ceylan.


Y sobre todo la recuperación por fin este año de un espacio perdido en los tres últimos años: las enormes Pantallas Abiertas al público en la Plaza de las Pasiegas, donde cualquiera que se acerque puede disfrutar en un marco incomparable – aquí SÍ tiene sentido la manoseada frase –de películas como Sigo Siendo, la ganadora del pasado año Nairobi Half Life, la deliciosa Ilo Ilo o una peli tan cercana al corazoncito del Festival de Cine Inédito de Mérida como la india Zindagi Na Milegi Dobara, ¿os imagináis lo que puede ser escuchar (¡y cantar!) Señorita en una plaza con cientos de personas, al aire libre y con la Catedral al fondo? Pocas cosas me hacen más ilusión que ser testigo de ese momento. Pero antes, vayamos con lo que de verdad importa: las películas.




 
NOBODY’S HOME – Descomposición familiar, sutileza e inteligencia


La película de inauguración de esta octava edición que se promete muy dominada – y esto siempre es algo de agradecer – por la mirada femenina fue la producción turca Köksüz (Nobody’s Home, Nadie en Casa) de la realizadora Deniz Akçay, una excelente ópera prima en la que su autora exorciza con habilidad los demonios personales de su propia autobiografía en una obra de ficción en la que nos narra el proceso de descomposición de una familia a la que la desaparición del padre ha sumido en una deriva de autodestrucción difícilmente soslayable: mientras la madre, una obsesa de la limpieza y adicta a los culebrones televisivos, se atrinchera en su casa y renuncia a salir al mundo, la hija mayor asume la responsabilidad de sostener la unidad familiar tanto desde el punto de vista económico como emocional, algo que intuye un callejón sin salida que puede costarle su propia felicidad. El único hijo varón de la familia es un ni-ni traumatizado y a ratos agresivo con el que no pude contar, perdido en su propia espiral de confusión adolescente y su hermana pequeña, es una niña que bastante tiene encima con ser testigo alucinado de las tensiones desatadas en el seno de esta familia cada vez más disfuncional.


Así planteada dirán ustedes que la película tiene todos los mimbres para ser un dramón considerable de esos que hay que ver con el paquete de pañuelos cerca por si urge secar el lacrimal. Pero no. Lo que hace verdaderamente interesante esta notable película de Akçay es su sutileza e inteligencia a la hora de abordar la historia: sin que en ningún momento permita que se le escape al espectador la deriva terrorífica de esa familia sin timón, la realizadora turca consigue desactivar los elementos más melodramáticos de la misma apoyándose en una puesta en escena que nunca carga las tintas y dotándose de un socarrón sentido del humor. Este humor fino e irónico, nunca grosero, es el que permite al espectador se ría abiertamente de algunas escenas impagables en las que aunque la tragedia esté al acecho a la vuelta de la esquina, quede en segundo plano ante la humanidad y la comicidad de las situaciones planteadas y los personajes que los protagonizan, ya sea ese pagafantas pretendiente de la hija, entrañable en su patetismo, running gags como el del reloj que la hija pequeña regala a su madre o esa soberbia abuela como salida de una película de Almodóvar – en realidad la propia abuela de la directora – tan divertida en su afán de arreglarlo todo a base de alimentar a la familia como brutalmente sincera en su visión de las cosas.


Nobody’s Home equilibra así con habilidad su evidente trasfondo dramático y consigue que no lleguemos a cortarnos las venas mientras retrata a esa familia a la que uno mira con la misma fascinación con la que observaría un coche que va camino de estrellarse contra un muro. Deniz Azçay no hace trampas y es coherente hasta el final, pues una cosa es que se sea consciente que el humor cotidiano puede ir de la mano con las cosas más terribles de la vida y otra que convierta estos asuntos en algo trivial. No lo son en absoluto y a nadie debería extrañar, si se está lo suficientemente atento a lo narrado, la forma en la que la directora finaliza su película. Los años de terapia para superar según qué traumas enseñan eso, que uno puede reírse de la tragicomedia que es a menudo la vida, pero que eso no es lo mismo que esquivarla. Un excelente arranque para esta octava edición.



HERITAGES, La importancia de la memoria.

Hay un buen puñado de películas que han ahondado en la tragedia del Líbano. Incendies podría ser una de ellas y Vals con Bashir otra. A poco que uno esté familiarizado con la historia de este país desgajado del Imperio Otomano tras la I Guerra Mundial, protectorado francés hasta su constitución como estado en 1943 y desangrado en diversas Guerras Civiles y por hallarse empotrado entre dos enemigos históricos como Israel y Siria, se es algo consciente de lo doloroso que ha sido – y sigue siendo – para los libaneses sobrevivir en medio de tantas tragedias. El último conflicto con Israel, en el 2006, destruyó de tal forma la infraestructura del país que aun está inmerso en un largo proceso de recuperación, con miles de desplazados y heridas bien abiertas.


Fue precisamente en julio del 2006 cuando el realizador franco-libanés nacido en Beirut Philippe Aractingi se vio obligado a abandonar su país por tercera vez en dirección a Francia, huyendo con su mujer y sus tres hijos de la guerra y buscando la seguridad que su país de adopción podía ofrecerle. Fue la toma de conciencia no solo de su propia repetición del proceso del exilio, sino de esa historia familiar en la que durante cinco generaciones sus antepasados han tenido que recorrer el mismo camino huyendo de todo tipo de guerras y masacres, lo que ha llevado al cineasta a contar la historia de su país a través del prisma de su propia experiencia y la de su familia. La propuesta no se detiene ni mucho menos en la descripción de los sucesivos exilios familiares – para lo cual Aractingi echa mano con suma habilidad de un buen puñado de recursos narrativos, que incluyen grabaciones históricas, videos en Super 8, fotografías o incluso utilizar a su mujer e hijos en la tarea de interpretar a sus antepasados frente a una pantalla verde – sino que (y esto es lo que hace verdaderamente novedosa e interesante la película) Aractingi se embarca en un delicado proceso personal en el cual describe su propio desgarro entre sus raíces libanesas y francesas y la necesidad de mantenerse fiel a su país de origen al tiempo que es consciente que su familia tendrá una vida mucho más segura y llena de posibilidades si se queda en Francia.


Aractingi se abre al espectador de forma casi impúdica, con toda su carga de miedos y contradicciones, mientras intenta transmitir a sus hijos la importancia de la memoria histórica en un estado, Líbano, al que se describe como "un país en perpetuo suicidio mientras lo asesinan" y que huye de todo lo que implica esa memoria. La película contiene así momentos tan fascinantes como aquel en el que el director les cuenta a sus alucinados hijos su infancia en medio del horror de la guerra mientras rescata del pasado su colección de balas de todo calibre o la contraposición de esa vivencia del director con la de su mujer, mucho más luminosa aunque no menos desarraigada en el fondo, que le da a la película un engañoso toque de ligereza que el espectador agradece, como un necesario cambio de tercio en una película que cambia de forma continua de registro, casi como un original experimento narrativo que asume necesarios riesgos pero de los que sale casi siempre triunfante.


Héritages (Herencias, un título de lo más adecuado) se configura así como un relato honesto – incluso demasiado honesto en ocasiones, si es que tal cosa es posible – sobre el exilio y la importancia de la memoria, no solo histórica sino también emocional. El objetivo fundamental del director, transmitir a sus hijos dicha importancia y la plena conciencia de sus raíces parece bastante conseguido a juzgar por la naturalidad con la que estos expresan sus impresiones. Probablemente el realizador también les habrá transmitido sus angustias vitales y eso no evitará que éstos generen las suyas propias. Pero eso será otra historia. Lo que queda entretanto es una película tan valiosa por lo que cuenta como por la novedosa y arriesgada forma narrativa que asume. Y eso que salimos ganando aquellos a los que nos fascina Oriente Medio.

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