martes, septiembre 22, 2009

SAN SEBASTIAN 2009 JORNADA 4: La Cinta Blanca, City of Life and Death, Making Plans for Lena, Nadie Sabe Nada de Gatos Persas

El horror en blanco y negro.

Los azares de la programación han querido que casi de forma consecutiva dos películas pertenecientes a dos secciones distintas del Festival nos hayan servido dos surtidas raciones del horror que es capaz de provocar la especie humana. Y las dos en un majestuoso blanco y negro, cosa entendible en una pero no en otra, ya que contiene abundantes zonas grises. Empecemos con Haneke, cuya La Cinta Blanca no solo fue la ganadora de la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes sino que también ha conseguido el premio Fipresci de la Crítica internacional a la mejor película del año. Ahí es nada.

Estamos en 1913, en un pueblecito de Alemania. Sus habitantes viven a la sombra del poder del barón, propietario de las tierras que trabajan y empleador directo del maestro, el médico y su comadrona, el administrador e incluso el pastor protestante que dirige con mano firme la vida espiritual de su rebaño. Pero algo sucede en ese apacible pueblo: empiezan a tener lugar una serie de extraños accidentes que alteran la vida de sus habitantes. Pueden parecer bromas, pero no lo son en absoluto: algunas tienen consecuencias mortales. Poco a poco, de la mano de la afilada cuchilla de la cámara de Haneke, penetramos en lo más profundo de los hogares de ese pueblo, seguimos en especial a los niños y adolescentes que, en una idea harto inquietante, parecen empezar a rebelarse ante el estricto – e hipócrita a más no poder – sistema en el que son educados, donde la autoridad ejercida de forma brutal está a la orden del día. No hay estridencias, pero si una tensión soterrada, una ira acumulada a punto de desbordarse, una actitud que genera un caldo de cultivo de odios, brutalidad, ignorancia y apatía que en realidad está incubando el huevo de la serpiente. Y es que esos encantadores infantes, con su aire angelical, sus secretos e interiorizando de forma brutal una educación cuyo eje es el autoritarismo que impone un principio o un ideal como algo absoluto, son los que apenas veinte años después integrarán alegremente los cuadros del Tercer Reich cuando Hitler llegue al poder.

Una vez que uno cae en la cuenta de esa conclusión esencial, ya no hay vuelta atrás. Puede que Haneke no esté hablando abiertamente del nazismo, ya que como suele ser costumbre en él, su cine plantea muchas más preguntas que respuestas, pero cuesta mucho no tratar de analizar muchas de las situaciones planteadas por Haneke a la luz del horror que asolará Europa en el futuro. Hay tanto que alabar de una película tan inteligente y a la vez tan deliciosamente perversa que es obligado dejar su análisis para mejor ocasión, pero no quiero dejar pasar la ocasión de destacar algo que me parece esencial: la puesta en escena y los planos de esta película son tan perfectos en su estética, de una belleza tan sobrecogedora, que el contraste con lo que se cuenta ofrece un resultado magnético, fascinante. No en vano es una de las grandes películas del año.

CITY OF LIFE AND DEATH, Tan brillante como maniquea.

Frente a la amplia zona de grises de la película de Haneke, la visión del horror que ofrece la producción china dirigida por Lu Chuan puede resultar en comparación mucho más burda, si bien hay que reconocer que los hechos históricos que recoge – la matanza en 1937 de más de 300.000 chinos en la ciudad de Nanking a manos de las invasoras tropas japonesas – no dejan demasiado espacio para interpretaciones subjetivas. La cosa empieza bien: durante los primeros 40 minutos asistimos a un filme bélico de gran presupuesto, espléndida factura visual y muy entretenida, con una esplendida fotografía en blanco y negro que sabe como atrapar la atención del espectador mientras desarrolla la toma de la ciudad.
De inmediato comienzan las matanzas y Lu Chuan no nos ahorra el más mínimo detalle: la brutalidad con la que se comportan los nipones, su cosificación de seres humanos para exterminarlos sin el menos asomo de culpa, la terrible forma en la que esclavizaba sexualmente a las mujeres chinas para mantener la moral de los soldados… el rosario de atrocidades es de tal calibre que por un lado llega un punto en el que uno casi se inmuniza en defensa propia (y venga a morir chinos, como decía el gran Gila) vaciando de sentido tal desfile de los horrores; por otro, pese a que los hechos históricos hablan por sí solos, no basta con adoptar el punto de vista de un soldado japonés algo más sensible para evitar la molesta sensación de que estamos ante un panfleto que deja en evidencia su condición de superproducción china con todos los parabienes de los responsables. Y es una lástima, porque es una cinta irreprochable desde el punto de vista técnico – por momentos, incluso brillante en el encaje de muchos de los elementos que componen la calidad de un filme, como la música, el montaje o las interpretaciones – y que afronta sin tapujos una vez más los niveles de horror que puede llegar a alcanzar el ser humano en determinadas circunstancias.

MAKING PLANS FOR LENA, Histerismo sin fin.

El año pasado, Christophe Honoré tuvo el dudoso honor de ser uno de los autores que más nos aburrió con La Belle Personne, una infumable adaptación de la trama de un clásico de la literatura francesa a los institutos actuales que no funcionaba nada bien y que provocó sonoros bostezos por toda la platea. Al mismo tiempo, Oliver Assayas presentó en otra sección Las Horas del Verano, una interesante película sobre el eterno tema familiar que giraba en torno a los problemas de tres hermanos y una incómoda herencia. Será casualidad, pero viendo Making Plans For Lena, uno podría pensar que Honoré se dijo a si mismo “eso también lo hago yo” y el resultado es esta película tan tediosa como lamentable que gira en torno a los problemas generados por una mujer que abandona su trabajo y su marido y cuyo irritante comportamiento histérico crispa los nervios del espectador desde el primer minuto hasta el punto, fíjense bien, que hace que uno llegue a odiar bastante a la siempre apetecible Chiara Mastroianni, que carga con el marrón de insuflar vida a tan detestable y caprichoso ser.

Dice Honoré que le gustaría que el espectador acabase, pese a todo, poniéndose un poco del lado de Lena y comprendiéndola. Va dado. Lo que uno no acaba de entender es por qué ese ex-esposo evidente alter ego del director – astutamente interpretado por un Jean Marc Barr que lo convierte en un dechado de virtudes – no la ha mandado a la mierda mucho antes. Y tampoco tienes ganas de entender ni a los relamidos padres ni a la hermana en crisis que han de adaptarse a la nueva situación e intentar hacerla feliz, cuando lo más sensato sería mandarla una temporadita a algún sanatorio de reposo. En fin, la peli es una de esas de las que sales pensando que es demasiado francesa para su propio bien y que se merecía aun menos que La Belle Personne el año pasado estar en la Sección oficial de un Festival clase A como éste.

NADIE SABE NADA DE GATOS PERSAS, Escena musical iraní

Fuera de la Sección Oficial, el doblemente premiado con la Concha de Oro a la Mejor Película Bahman Ghobadi ha presentado una película insólita sobre la música que se hace clandestinamente en Irán y lo putas que las pasan los músicos que se buscan la vida para hacer sus proyectos bajo la sombra amenazante de un régimen autoritario que no se corta un pelo a la hora de repartir latigazos o poner a la sombra a cualquiera por el simple hecho de interpretar o escuchar música prohibida. Con una levísima trama argumental sobre dos músicos que quieren dar un último concierto antes de huir del país que no es otra cosa que la excusa para, un poco al estilo de lo que hizo Fatih Akin con su Crossing the Bridge y los sonidos de Estambul, dar al espectador una surtida muestra de lo que por allí se cuece.
El resultado es una película a la que de vez en cuando se le va la mano videoclipera pero que es insólita en el sentido de que no se parece a nada que se haya podido ver anteriormente en la cinematografía iraní. Por sus imágenes desfilan desde apasionados de la música kurda tradicional hasta gente que sueña con ver a Sigur Ros, metaleros enganchados al rock duro y prodigiosos raperos que no se cortan un pelo en sus incendiarias rimas. Todos ellos expresando el mismo deseo: libertad para escuchar y sobre todo hacer la música que les gusta, libertad que por desgracia parece que hoy en día solo puede conseguirse más allá de las fronteras de su propio país, presa de un régimen insufrible que mata la creatividad y oprime el alma de estos artistas. Y la de todo aquel que asiste impotente desde la butaca a tan necesaria denuncia.

3 comentarios:

Mow dijo...

Haneke es un director interesante, y esta película promete. Intentaré verla.

tupolev dijo...

La única película que valía la pena de la Sección Oficial es la de Dumont. La otra gran película vista en San Sebastían ha sido Yuki&Nina y quedó la última en la votación del público (afortunadamente se estrenará comercialmente en España)

David Garrido Bazán dijo...

Uf, Tupolev, no podemos estar más en desacuerdo... Debes estar cerca de la línea dura de Cahiers du Cinema, que son muy devotos de Dumont y Suwa...

A mi la de Dumont me pareció un truño insufrible y pretencioso a más no poder, por más homenajes a Bresson y a su Mouchette que me quiera colar el muchacho. El tema y sus tesis pueden resultar interesantes, su forma de plantearlo no, o al menos a mi no me llega por ninguna parte: creo que hay que ser mucho más riguroso a la hora de empezar siquiera a plantearse el describir una deriva personal de la índole que sufre la protagonista de Hadewijch. Directamente, hay demasiado en esa película que no me resulta creíble, no puedo con ella y sobre todo, no puedo con las ínfulas que se gasta el tal Dumont.

Yuki & Nina me pareció algo más interesante pero teniendo en cuenta lo que había este año en las perlas de Zabaltegui y quitando el desastre de la peli de Jarmusch, pues también me pareció un peldaño por debajo del resto. Se lleva muy bien durante su primera hora: la mirada naturalista de esas niñas al desgarro del divorcio de los padres de una de ellas seguido por el terror al traslado a un país extranjero está narrado con tacto y sutileza. Pero el pasote que se marca el Suwa con lo del agujero espacio-temporal en esa especie de Bosque del Luto de Kawase donde se pierde Yuki puede ser un recirso narrativo sorprendente, pero no me añade nada en cuanto a la emoción de lo que me está narrando. Descoloca un poco, si, pero tampoco me parece una genialidad. Y la peli deriva en su ritmo mortecino hacia un final en el que, francamente, se me hizo bastante pesadita. No me extrañó demasiado que el público le diera la espalda... yo también acabé por hacer lo propio, tanto que ni me molesté en incluirla en estas crónicas aunque ahora ya tiene su huequito.

Gracias por tu comentario.