XXY de Lucía Puenzo. Hermafroditas y equilibrio
A lo largo de este festival he tenido que repetir con pequeñas variantes la expresión “Corre demasiados riesgos por el tema que trata, pero consigue sortearlos con habilidad”, pero la verdad es que esa es la sensación que tengo en la Sección Oficial: hay un buen puñado de películas que tratan temas de lo más delicado y que no obstante salen bastante bien parados en su propuesta. XXY, una esplendida película de Lucía Puenzo que narra unos cuantos días en la díficil vida de una adolescente tan singular que posee los dos sexos en su cuerpo y de todos los que le rodean es la prueba viviente de ello. La película que Argentina ha seleccionado para que les represente tanto en los Goya como en los Oscar es un apasionante ejercicio de funambulismo que trata un tema no del todo inédito en el cine – al fin y al cabo y con toda la peculiaridad de su protagonista, es una reivindicación clara por el derecho a la propia identidad, especialmente la sexual – pero que está tratado con una inteligencia y una sensibilidad francamente notables.
La vida no es nada fácil para Alex. A sus quince años sufre el proceso de cambio y el despertar
de los sentidos que siempre atrapa a todo adolescente, pero su caso es único: su apariencia femenina esconde la posibilidad siempre latente y nunca del todo afrontada de elegir, como la sociedad impone, entre los dos sexos que tiene su cuerpo. Sus padres, Valeria Bertucelli y un magnífico Ricardo Darín, fueron incapaces en su momento de tomar una decisión y ahora se ven enfrentados a una situación irresoluble por cuanto Alex es la única que puede decidir que es lo que quiere ser y, como todo adolescente, se ve absolutamente perdida en un mundo al que no se siente pertenecer de ningún modo. A la isla donde se refugia la familia llega un amigo cirujano plástico que ofrece la salida quirúrgica, su mujer y un hijo algo apocado cuyo encuentro con Alex le ayudará a descubrir muchas cosas que incluso desconoce sobre sí mismo, además de aportar un punto más de confusión a la ya de por sí compleja vida de Alex. Mientras tanto, su padre se devana los sesos buscando una respuesta quizás imposible que le sirva para hacer que su hija sea feliz y sobre todo, libre para hacer su elección, incluso si ésta supone la decisión consciente de no elegir nada, lo que al fin y al cabo también es una elección en sí misma.

No me negarán ustedes que la temática de la película da para caer en varias trampas de forma sucesiva: morbo, sensacionalismo, ternurismo, buenos sentimientos, un puñado de las mejores intenciones, desaforados ejercicios de comprensión y aceptación del diferente etc, etc. Pues Lucía Puenzo consigue el milagro de realizar una película extremadamente austera y a la vez entretenida en que todos esos conflictos, todo el tortuoso proceso por el que pasa no solo Alex sino todos los que la rodean, se desarrollan con una pasmosa facilidad ante los ojos del espectador. La directora hace gala de un notable sentido del equilibrio consiguiendo salvar todas las trampas, no resultando ni discursiva sobre las posibles soluciones médicas ni cerrando por completo las distintas cuestiones sobre las que se interroga.
Más bien al contrario, la película deja en el aire y sin resolver muchas de las dudas que se forman tanto en el espectador como el los propios personajes, lo que me parece un ejercicio de coherencia con una película que trata temas morales y hasta filosóficos tan entroncados con la vida que no es extraño que, como ésta, no pueda ni deba ofrecer salidas complacientes. XXY se configura en opinión de este cronista junto con My Blueberry Nights como las dos obras verdaderamente importantes de lo que llevamos de Seminci. Veremos si el Jurado opina igual.
PLAZA DEL SALVADOR de J. Kos-Krauze y K. Krauze
Hace unos años triunfó en San Sebastián una película checa llamada Stetsi – en España fue rebautizada como Algo Parecido a la Felicidad – en la que una serie de personajes de clase baja lidiaban como buenamente podían con los problemas propios de las parejas jóvenes o los padres solteros con hijos jóvenes a su cargo y sin apenas recursos. Enfrentados a la pobreza o a la locura, los personajes de Stetsi salían adelante apoyándose en su instinto de supervivencia o aferrándose al amor como una tabla de salvación que les diera cobijo hasta que el temporal arreciara. Viendo las imágenes de esta muy inferior Plaza Salvador, un espectador despistado podría muy bien llegar a la conclusión que los directores de la misma – que hace un par de años presentaron a concurso otra rareza llamada Mi Nikifor que ganó un premio a la Mejor Actriz para su protagonista – se han empapado bien de la fórmula de Stetsi (en realidad no se han empapado, sino empachado: el resultado es ciertamente indigesto) y han tratado de adaptarla a la realidad de Polonia donde, como pasa en muchas otras partes de Europa, el hecho de que un desalmado promotor inmobiliario robe el dinero pagado por los futuros compradores de sus pisos y se declare en quiebra para evitar su pago, puede acarrear funestas consecuencias para las familias que ponen allí todos sus recursos e ilusiones.
Así le ocurre a la pareja protagonista de la película, dos desheredados de la fortuna con dos querubines de poca edad a su cargo que, sin dinero y sin recursos para hacer frente a su desesperada situación, terminan por refugiarse en casa de la madre de él hasta que soplen mejores tiempos. Como quiera que la madre no solo es una de esas madres castradoras que ve en el hijo los múltiples defectos de su difunto marido sino que además cree que ninguna mujer es lo suficientemente buena para él llegando al extremo de comportarse como una verdadera hija de puta, la situación se va haciando más y más insostenible para la esposa, una simple mujer da campo desbordada por la situación e incapaz de detener un proceso aparentemente irreversible en el que corre el riesgo de perder incluso al hombre que ama y de cuyo amor depende hasta límites insospechados.
Lo narrado hasta el momento podría haber dado un material para una muy interesante película si no fuera por el hecho de que ésta se abre con una escena fuera de contexto que pone al espectador en guardia sobre lo que presuntamente luego va a acontecer, con lo cuál éste se pasa toda la película intuyendo de antemano el previsible desenlace, una salvajada de tal calibre que implica que hay que construir muy bien las motivaciones del personaje que la lleva a cabo para que ésta resulte mínimamente creíble. No solo no es el caso sino que además los directores defraudan por partida doble en cuanto queda en evidencia su intento de engañar y manipular de forma infame al espectador. Si a eso le sumamos una no muy atractiva puesta en escena con una nerviosa cámara al hombro que pretende seguir de cerca a los actores y lo que consigue es asfixiar por completo la narrativa y unas interpretaciones que no pasan de lo simplemente correcto, Plaza del Salvador resulta una de las apuestas menos logradas de la Sección Oficial, que de tan pequeña resulta perfectamente olvidable.
TODAS LAS COSAS INVISIBLES de Jakob M. Erwa
A juzgar por el cine que nos llega últimamente de aquellos lares (aun me tiemblan las piernas cuando recuerdo la tremebunda Hundstage de Ulrich Seidl y recordemos que austriaco es el terrible Michael Haneke) algo debe oler a podrido en Austria en los últimos años. No es normal que tantas películas pinten un panorama tan sórdido en lo que a las relaciones humanas en general y paterno-filiales en particular se refiere si no hubiera una cierta correspondencia con la realidad que obliga a plantearse algunas cuestiones. Viendo esta Heile Welt que comienza siendo como una copia barata del Kids de Larry Clark y que más adelante se configura como una mala copia de la estructura que con tan buen acierto ensayaron Guillermo Arriaga y Gonzalez Iñarritu en aquella sobrecogedora Amores Perros, la sensación es que en esa sociedad algo funciona irremisiblemente mal: adolescentes aspirantes a delincuentes que pasan de todo, se comportan de forma violenta e incluso amenazan a sus padres, padres incosncientes incapaces de asumir sus responsabilidades para con sus hijos, rebotados varios de relaciones siempre insatisfactorias, sufrientes amas de casa maltratadas por sus maridos, una prostituta que se dedica a buscar el amor en los brazos de un invidente asediado por los adolescentes de antes... El panorama es para o bien pegarse un tiro y acabar con tanta miseria de un plumazo o bien decidir directamente que Austria es un país pernicioso para la salud del que conviene pasar de largo.Heile Welt se esfuerza lo suyo en conseguir echar al espectador de la sala en su media hora
inicial. Y a juzgar por el creciente número de periodistas que una vez pasado ese tiempo (o incluso antes) enfilaron la puerta de salida, a fe mía que lo consigue: con una estética deliberadamente feísta y mareante – la cámara no para quieta un instante, que tembleque injustificado – y unos descerebrados como primeros protagonistas de una historia que salta hacia delante y hacia atrás constantemente en el tiempo para mostrarnos los mismos hechos desde perspectivas distintas y conseguir el consabido efecto globalizador enlazando a través de los encuentros entre los personajes sus tres historias extremas, la película es una de esas que aguantas en los festivales con la sana intención de esperar a ver si mejora según pasan los minutos. Pero no. De hecho va a peor cuanto más deudora se muestra del modelo Arriaga/Iñarritu y es que no todos tienen el talento o la inteligencia suficiente para hacer atractivas las historias cruzadas. el mensaje es claro: tan incapaces de comunicarse y de relacionarse con normalidad con el prójimo son esos descerebrados adolescentes como sus no menos irresponsables padres, que de adultos tienen más bien poca cosa. Pos weno, pos fale, pos malegro
No se si Todas las Cosas Imposibles... perdon: Invisibles es la peor película a concurso de la Sección Oficial de este año. Pero si no lo es ahí rondará el título por poco: les aseguro que fue un auténtico ejercicio de heroicidad soportar estoicamente su falsamente compleja estructura y su cansino y extremadamente previsible desenlace. Para olvidar rapidamente.Anecdotario: Cena de alto standing en un céntrico restaurante cercano al Teatro Calderón. La ofrecía la productora de la película Lejos De Mi en apoyo (creo, no me hagan mucho caso) del cine hecho en Cataluña. Servidor se planta allí tras haber cerrado el trato para que la estupenda película de Roser Aguilar cierre con todos los honores el II Festival de Cine de Mérida, algo que me apetecía mucho – ¡una vez más abrimos y cerramos con una peli española! - Comparto mesa entre otros con Conchita Casanovas, Fernando Mendez Leite, una entusiasmada Roser Aguilar, la deliciosa (de cerca, creanme, es aún mucho más hermosa) Marian Álvarez y su pareja Andrés Gertrudix. Hablamos de multitud de películas y de la sempiterna crisis del cine español, de la experiencia de la “Leoparda” en Locarno (los premios en ese certamen son Leopardos de Oro) y de la batalla que se avecina por los próximos Goya (¡Marian Alvarez Goya a Mejor Actriz Revelación Ya!). En esto, aparece en la cena un productor al que nos referiremos por su cariñoso apodo “El Innombrable” debido a la merecida fama de gafe que tiene: fiesta de celebración a la que va, peli a la que no les caen premios. Marian Alvarez viste pantalón negro ajustado y camisa blanca, cual camarera de lujo. Se levanta para ir al servicio. En el umbral se cruza con El Innombrable:
- Por favor, señorita, ¿me puede traer una silla?
- (Respondiendo de inmediato) Por supuesto, señor. Ahora mismo se la traigo.Y se la trae. Estupor y cachondeo generalizado en la mesa. Poses de Marian demostrando sentido del humor con una servilleta cual camarera perfecta. Bromas del tipo “Practica, practica, no sea que te haga falta en el futuro”. El Innombrable que no sabe bien donde meterse. Y un servidor pensando maliciosamente que ya tiene la anécdota del día en la buchaca para la crónica de hoy...

Sarah Polley debió tener muy claro desde el primer momento que el éxito o el fracaso de su propuesta pasaba por dos aspectos esenciales. El primero era construir un guión sólido que permitiera sortear las múltiples trampas que amenazan a una propuesta de estas características, ya sea la sensiblería o superficialidad con la que suelen abordarse las películas que tratan de frente temas relacionados con la enfermedad o la cursilería en la que suelen caer a menudo las historias de amor maduro, generalmente poco rigurosas y demasiado ancladas en recurrir al pasado con fáciles flashbacks para hacer el filme más accesible al espectador. Viendo Lejos de Ella, con su modélica construcción de personajes, su riquísimo guión repleto de sutilezas y deconstruido narrativamente o su insobornable determinación de respetar la inteligencia del espectador, uno no puede sino llegar a la conclusión de que Polley ha encontrado la forma de salir airosa y escapar limpiamente de todas esas trampas.












