Siempre he defendido que es muy importante para cualquier Festival contar en su programación con una película que rompa con la monotonía. Incluso para aquellos de nosotros curtidos en el arte de chuparse cinco películas diarias del más variado pelaje, encontrarse con un filme que proponga algo radicalmente nuevo y atrevido, en especial si resulta divertido, es todo un aliciente. Louise Michel, la muy delirante película francesa que abría hoy la Sección Oficial nos ha permitido reirnos a mandibula batiente con algunos de los gags más descacharrantes vistos por este cronista en mucho tiempo. Y es que Louise Michel es una película que hará las delicias de los amantes del absurdo en la mejor tradición de las películas de los Monty Python, Jacques Tati o incluso Aki Kaurismaki, un filme ácrata y destroy que basa toda su propuesta en una incesante acumulación de sketches y situaciones a cual más surrealista ante la que solo quedan dos opciones: o uno entra en el juego con el mejor espiritu chanante y se dispone a reirse a mandibula batiente del absurdo de la propuesta o se abandona la sala entre aspavientos en busca de algún alimento más serio para el espiritu cinéfilo entre las muchas secciones del festival. Servidor, claro está, optó abiertamente por la primera opción. Y aunque en algunos instantes no podía dar crédito al saludable atrevimiento de la pareja Benoit Delepine y Gustave Kervern y tampoco podía obviar del todo que no estaba ante una comedia construida de forma coherente sino a un desaguisado argumental que no era sino una excusa para enlazar un gag con otro, no podía dejar de agradecer al programador que había metido aquella rara avis entre tanto drama serio y concienciado. Louise Michel cuenta la historia de una fábrica textil que cierra sus puertas de un día para otro dejando a todas sus trabajadoras en la calle. Con la misera indemnización que recien, las trabajadoras se reunen para poner el dinero en común... y contratar a alguien que le pegue un tiro al hijo de puta de su antiguo jefe. Asi que encargan a Louise buscar a un asesino que se encargue del tema. Y Louise, analfabeta y con no demasiadas luces, da con Michel, un tipo cutre y patético incapaz de pegar un tiro a una mosca pero que acepta el encargo.
Louise Michel es una comedia negra en la que sus autores no se paran en barras ante nada ni ante nadie para conseguir la sopresa y la sonrisa del espectador. Sus bromas incluyen mofarse del 11-S, del tráfico ilegal de inmigrantes, de la identidad sexual y las perversiones más extrañas del ser humano y por supuesto, celebrar la estupidez como un arma de defensa ante un mundo incoherente y carente la mayor parte de las veces de sentido. ¿Es una buena película? Hombre, depende: conmigo consiguió plenamente su objetivo y por más que sea un desastre en muchos aspectos, estoy bastante convencido que recordaré y celebraré muchos de sus gags como alguno de los momentos más divertidos pasados en San Sebastián. Eso si, si una película con semejante espiritu libre es capaz de llevarse algún premio en el palmarés por encima de los Winterbottom, Kim Ki Duk, Makhmalbaf, Levring, Rosales y compañía, estoy convencido que alguien puede pegarle fuego al Kursal ante tal sacrilegio. Pero sería el triunfo definitivo de una obra tan saludablemente ácrata como irresistiblemente divertida. Con semejante compañía, no es de extrañar que la segunda propuesta del día, la notable Still Walking del director japonés Hirokazu Kore-Eda, creciera hasta convertirse en la que probablemente sea la mejor película vista hasta ahora no ya en la Sección Oficial sino en todo el Festival de este año. El director de Nadie Sabe compone un magnífico fresco familiar que transcurre en un solo día gracias a una extraña reunión con motivo del aniversario de la muerte en un accidente del hijo mayor de la familia quince años atrás. En la residencia familiar de los ya ancianos padres se reunen el segundo hijo varón, casado con una divorciada con un hijo de su anterior pareja y la hija menor, también casada y con dos niños que pretende trasladarse a vivir con sus padres para cuidar de ellos, aunque a éstos tal perspectiva no parece hacerles demasiada gracia. El autor de la impresionante Nadie Sabe consigue en esta historia rescatar y poner al día el espiritu del mejor Ozu para narrar con una precisión y una facilidad envidiable los secretos, reproches y enfrentamientos soterrados de los miembros de esta familia, ese relato subterraneo que jamás aflora al exterior – y menos en una sociedad en la que se cuidan tanto las apariencias como la japonesa – pero que va quedando progresivamente claro en la mente del espectador sin que jamás haya que subrayar nada, sin dar una sola voz. Puede parecer fácil, pero no lo es en absoluto y alcanzar ese nivel de perfección narrativa no está al acance de todos: Kore Eda consigue que absolutamente todos los personajes que desfilan por la pantalla queden retratados con sus virtudes, sus miserias y sus contradicciones mientras coreografía una puesta en escena extremadamente inteligente para conjugar los muchos elementos con los que juega a la vez en una obra brillante, redonda, madura, sutil y a la postre enormemente bella. Still Walking es una de esas películas deslumbrantes que justifican por si solas un Festival. Sería un gran error que semejante despliegue de inteligencia y sensibilidad se fuera de vacío en el palmarés, sobre todo vistas las compañías con las que navega hasta ahora. Fuera ya de la Sección Oficial, la sección Perlas de Otros Festivales de Zabaltegui nos trajo otra película que hablaba desde una óptica completamente distinta de un cuadro familiar destrozado por la falta de uno de sus miembros. Claro que nada de eso cabe esperarse cuando Fernando Eimbcke situa la acción de su película a partir de un accidente automovilistico y la deriva de Juan, un chaval de 16 años por una ciudad fantasmal a la búsqueda de alguien que pueda repararle su coche. En una peripecia que a ratos se diría una versión sosegada del Jo, que Noche de Scorsese, Juan se va encontrando progresivamente con una serie de personajes que tratan de ayudarle en su empeño y que van de lo tierno a lo surrealista, mientras Eimbcke, con no poca inteligencia, va desgranando ante el espectador de forma tan sutil la historia que verdaderamente le interesa contar y que marca a Juan y a su familia. Rodada con una insobornable decisión de estilo que se limita al plano fijo y a dejar que los personajes desarrollen la acción dentro del plano, quedándose en él o entrando y saliendo del mismo sin mayor concesión que algún que otro mínimo travelling lateral, el autor de la estimable Temporada de Patos firma una película que descolocará a más de uno y que a buen seguro no despertará pasiones precisamente por esa apuesta formal que a veces se diría más interesada en lograr el reconocimiento crítico que dar con la mejor opción para narrar lo que cuenta, pero de la que no cabe duda que resulta de lo más interesante. Si además sumamos que hay algunos momentos francamente divertidos – el personaje del chico obsesionado con las artes marciales y Bruce Lee es esplendido – y otros en los que la emoción se abre paso con facilidad hacia el espectador gracias al saber hacer del director, Lake Tahoe resulta en una película de lo más estimable que cuanto menos, conseguirá que sigamos pendientes de futuros trabajos del aun muy joven Fernando Eimbcke.
Louise Michel es una comedia negra en la que sus autores no se paran en barras ante nada ni ante nadie para conseguir la sopresa y la sonrisa del espectador. Sus bromas incluyen mofarse del 11-S, del tráfico ilegal de inmigrantes, de la identidad sexual y las perversiones más extrañas del ser humano y por supuesto, celebrar la estupidez como un arma de defensa ante un mundo incoherente y carente la mayor parte de las veces de sentido. ¿Es una buena película? Hombre, depende: conmigo consiguió plenamente su objetivo y por más que sea un desastre en muchos aspectos, estoy bastante convencido que recordaré y celebraré muchos de sus gags como alguno de los momentos más divertidos pasados en San Sebastián. Eso si, si una película con semejante espiritu libre es capaz de llevarse algún premio en el palmarés por encima de los Winterbottom, Kim Ki Duk, Makhmalbaf, Levring, Rosales y compañía, estoy convencido que alguien puede pegarle fuego al Kursal ante tal sacrilegio. Pero sería el triunfo definitivo de una obra tan saludablemente ácrata como irresistiblemente divertida. Con semejante compañía, no es de extrañar que la segunda propuesta del día, la notable Still Walking del director japonés Hirokazu Kore-Eda, creciera hasta convertirse en la que probablemente sea la mejor película vista hasta ahora no ya en la Sección Oficial sino en todo el Festival de este año. El director de Nadie Sabe compone un magnífico fresco familiar que transcurre en un solo día gracias a una extraña reunión con motivo del aniversario de la muerte en un accidente del hijo mayor de la familia quince años atrás. En la residencia familiar de los ya ancianos padres se reunen el segundo hijo varón, casado con una divorciada con un hijo de su anterior pareja y la hija menor, también casada y con dos niños que pretende trasladarse a vivir con sus padres para cuidar de ellos, aunque a éstos tal perspectiva no parece hacerles demasiada gracia. El autor de la impresionante Nadie Sabe consigue en esta historia rescatar y poner al día el espiritu del mejor Ozu para narrar con una precisión y una facilidad envidiable los secretos, reproches y enfrentamientos soterrados de los miembros de esta familia, ese relato subterraneo que jamás aflora al exterior – y menos en una sociedad en la que se cuidan tanto las apariencias como la japonesa – pero que va quedando progresivamente claro en la mente del espectador sin que jamás haya que subrayar nada, sin dar una sola voz. Puede parecer fácil, pero no lo es en absoluto y alcanzar ese nivel de perfección narrativa no está al acance de todos: Kore Eda consigue que absolutamente todos los personajes que desfilan por la pantalla queden retratados con sus virtudes, sus miserias y sus contradicciones mientras coreografía una puesta en escena extremadamente inteligente para conjugar los muchos elementos con los que juega a la vez en una obra brillante, redonda, madura, sutil y a la postre enormemente bella. Still Walking es una de esas películas deslumbrantes que justifican por si solas un Festival. Sería un gran error que semejante despliegue de inteligencia y sensibilidad se fuera de vacío en el palmarés, sobre todo vistas las compañías con las que navega hasta ahora. Fuera ya de la Sección Oficial, la sección Perlas de Otros Festivales de Zabaltegui nos trajo otra película que hablaba desde una óptica completamente distinta de un cuadro familiar destrozado por la falta de uno de sus miembros. Claro que nada de eso cabe esperarse cuando Fernando Eimbcke situa la acción de su película a partir de un accidente automovilistico y la deriva de Juan, un chaval de 16 años por una ciudad fantasmal a la búsqueda de alguien que pueda repararle su coche. En una peripecia que a ratos se diría una versión sosegada del Jo, que Noche de Scorsese, Juan se va encontrando progresivamente con una serie de personajes que tratan de ayudarle en su empeño y que van de lo tierno a lo surrealista, mientras Eimbcke, con no poca inteligencia, va desgranando ante el espectador de forma tan sutil la historia que verdaderamente le interesa contar y que marca a Juan y a su familia. Rodada con una insobornable decisión de estilo que se limita al plano fijo y a dejar que los personajes desarrollen la acción dentro del plano, quedándose en él o entrando y saliendo del mismo sin mayor concesión que algún que otro mínimo travelling lateral, el autor de la estimable Temporada de Patos firma una película que descolocará a más de uno y que a buen seguro no despertará pasiones precisamente por esa apuesta formal que a veces se diría más interesada en lograr el reconocimiento crítico que dar con la mejor opción para narrar lo que cuenta, pero de la que no cabe duda que resulta de lo más interesante. Si además sumamos que hay algunos momentos francamente divertidos – el personaje del chico obsesionado con las artes marciales y Bruce Lee es esplendido – y otros en los que la emoción se abre paso con facilidad hacia el espectador gracias al saber hacer del director, Lake Tahoe resulta en una película de lo más estimable que cuanto menos, conseguirá que sigamos pendientes de futuros trabajos del aun muy joven Fernando Eimbcke.
Por lo demás y a la espera de que aparezca Meryl Streep para recoger su Premio Donostia, continua el goteo de caras conocidas y el carrusel de cocktails y galas de presentación en los salones del Hotel Maria Cristina y en algunos señeros restaurantes de una ciudad que sigo sin disfrutar todo lo que quisiera por una agenda de lo más cargadita. Pero no cabe duda que la experiencia está siendo de lo más interesante, pese a que uno se quede siempre con la sensación de estarse perdiendo demasiadas cosas. Claro que no queda otra que resignarse ya que por un lado es literalmente imposible estar en todo y por otro a pesar de estar muy bien acompañado por veteranos del Festival, ya he pagado alguna que otra novatada al tomar decisiones erroneas que me han costado no poder ver alguna que otra película que me hubiera interesado. Supongo que es inevitable sentir cierta dosis de frustración ante la pérdida de tiempo que supone programarse (y rezar por acertar) cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario