Tras Los Limoneros, hoy hemos vuelto en la Sección Oficial a fijar la mirada en el conflicto palestino-israelí con la película El Cumpleaños de Layla, dirigida por Rashid Masharawi (Ticket to Jerusalem) y protagonizada por un Mohammed Bakri que encarna a un personaje curioso: un juez que a la espera de que la lenta administración palestina le devuelva el estatus que tenía antes de regresar a su país desde el exilio no tiene más remedio que sacar adelante a su familia conduciendo por las calles de Jerusalen el taxi de su cuñado. A lo largo de unos escasos 71 minutos acompañamos a este personaje en su periplo por la ciudad el día del cumpleaños de su hija, mientras transporta viajeros de un lugar a otros, encadena situaciones más o menos interesantes y se esfuerza por volver a casa a tiempo con un regalo y una tarta para la fiesta de su hija. La intención de Masharawi es componer a través de este paseo una mirada sobre la vida de la palestina de hoy en día y aquellos que lo habitan y tratan de salir adelante como pueden, enfrentados a los problemas cotidianos derivados de la ocupación israelí, de los enfrentamientos entre las distintas facciones que pugnan por liderarles y en fin, de la falta de perspectivas de un pueblo estrangulado por tantas cosas desde hace tantos años. Las intenciones son loables y la película no carece de cierto interés, configurándose como una curiosa mezcla entre un Taxi Driver diurno y aquella película de Joel Schumacher en la que a Michael Douglas acababa por írsele la pinza, Un Día de Furia. Y es que por mucho que este personaje – un estupendo Mohammed Bakri - que trata en todo momento de mantener intacta su dignidad pese a que no lleva demasiado bien esa especie de inversión de roles en su paso de juez a taxista, la acumulación de problemas en ese caos cotidiano que es la Palestina de hoy en día puede hacer perder la calma hasta al más paciente y educado. Sin embargo el principal problema de El Cumpleaños de Layla es precisamente que sus intenciones no acaban de cuajar en una propuesta de cierto fuste, conformándose con encadenar una situación tras otra en un esfuerzo por ilustrar esa vida cotidiana sin ofrecer en realidad una mirada original demasiado profunda sobre una situación que a estas alturas ya nos resulta dolorosamente familiar. Es una película pequeña, simpática y que no tiene nada que moleste, pero tampoco consigue conquistar al espectador por su propia falta de ambiciones. Eso si, hay un par de trucos de guión simpáticos en su resolución y algún que otro momento logrado que cuenta mucho acerca de la mentalidad de los palestinos, como esa cola en la que todo el mundo se pone sin que se sepa a ciencia cierta que se reparte allí – la posibilidad de conseguir comida es lo suficientemente atractiva como para ponerse sin más – o esa explosión ante la cual los personajes barajan toda una serie de posibilidades (un atentado, un misil israelí, un enfrentamiento entre Hamás y Al Fatah... ), buena prueba de aquello a lo que se enfrentan diariamente con resignado estoicismo.Reconozco que sentía un miedo considerable ante Camino, la esperada tercera película de Javier Fesser tras sus deslumbrantes El Milagro de P. Tinto y Mortadelo y Filemón. Y es que claro, saber que el autor de esas películas en las que su peculiar estilo visual cercano al cartoon más descacharrante se había lanzado a ilustrar la historia de una niña de once años aquejada de una enfermedad terminal y que se enfrenta a su destino con la mentalidad propia de los valores y principios morales de una familia perteneciente al Opus Dei daba cierto pánico. Y lo cierto es que durante la primera hora de película Fesser daba rienda suelta a su imaginativo mundo a través de las ensoñaciones y pesadillas de su protagonista y empezaba a dar forma a una película tan abigarrada que por momentos pensé que aquello tenía trazas de terminar muy mal ya que parecía que el estilo de Fesser parecía estar en las antípodas a una historia que parecía pedir a gritos sobriedad y contención.
Sin embargo, Camino es una sorpresa mayúscula: no solo consigue salir adelante según va avanzando su metraje, sorteando esa impresión inicial, sino que consigue convertirse por derecho propio en una de las películas más interesantes de la Secció Oficial y me atrevería a decir que de la cosecha del cine español de este año. Su descripción de personajes es magnífica, desde esa terrible madre a la que interpreta una magnífica Carmen Elías capaz de llevar hasta el límite las únicas armas que tiene para enfrentarse a lo que se le viene encima, su fe en Dios y los principios de Obra hasta ese padre carcomido por la duda, un inconmensurable Mariano Venancio, que no es sino el sitio donde Fesser se posiciona en la película, un hombre superado en todo momento por la tragedia que empieza a cuestionarse todo, pasando por ese descubrimiento que supone la joven Nerea Camacho, una niña que lleva sobre sus hombros con gran entereza gran parte del peso de le película y que conquista al espectador con un papel complicadísimo del que sale mucho más que airosa.
Camino es una película que no dejará indiferente a nadie: levantará no pocas ampollas su brutal representación de la forma de vida de aquellos que someten sus vidas a los dictados del Opus Dei, causará debate su abigarrada forma de colocarse de forma constante al borde del abismo – y caerse unas cuantas veces para siempre volver a levantarse – al contar esta historia tan a contraestilo con las armas de las que Fesser dispone, polemizará un guión que juega con una idea extremadamente brillante y subversiva capaz de cambar de arriba abajo la perspectiva del que ve la película según la interpretación que quiera darle al tramo final del filme... Vamos, que Fesser la ha liado bastante gorda con una obra que por momentos es casi una desasosegante y angustiosa película del terror más genuino y que contará con apasionados defensores y mucho me temo que con aun más detractores, a los que no les faltan argumentos para atacar un filme que aborda sin complejos el camino del exceso y a la que sin duda le faltaba la presencia de alguien con la ascendencia necesaria sobre Fesser como para señalarle las partes en las que su sin duda esplendida propuesta flaquea de forma evidente. En cualquier caso, no cabe duda que resulta de lo más saludable el atrevimiento de Fesser: hay que tenerlos muy pero que muy bien puestos para atreverse a contar una historia tan tremenda como ésta de la forma en la que lo ha hecho, sí señor.Para que el día polémico fuera completo, tuve asimismo ocasión de recuperar por fin Tiro en la Cabeza, la película que ha hecho circular por el Festival la frase “¿Tú eres Rosalista o no eres Rosalista?” para posicionar a defensores y detractores de la última propuesta del director de La Soledad. La cosa es como sigue: una hora y diez minutos de película filmada a distancia, como con un teleobjetivo, asumiendo el punto de vista de un voyeur cualquiera mientras seguimos la vida cotidana de un tipo anodino: le vemos despertarse, comer, comprar el periódico, pasear por el parque, hablar con una mujer, escuchar música en la FNAC, irse de copas con unos amigos, hacer el amor con una mujer distinta a la primera, reunirse con dos personas, viajar a Francia... Todo esto sin que podamos escuchar una línea de diálogo aunque sí el sonido ambiente: coches pasando, gente, ruidos cotidianos... Ni una sola cosa de las cosas antes descritas ofrece la más mínima información valiosa sobre el personaje al que seguimos, con lo cual la paciencia del espectador se ve llevada hasta límites insoportables: no hay quien aguante semejante radicalidad. Eso sí, a partir de esa hora y diez minutos de película, la cosa cambia: en un restaurante la mirada del protagonista se cruza con las de dos jóvenes que parecen reconocerle, un esplendido e inquietante plano en el que el ojo izquierdo del protagonista se fija en ellos, dando comienzo a la verdadera historia. Los siguen al aparcamiento, los encañonan y tras un breve intercambio de palabras, los ejecutan con sendos tiros en la cabeza. Es la representación de los hechos acaecidos hace unos meses en Capbreton, cuando el encuentro fortuito entre unos etarras y unos guardias civiles de paisano acabo con la muerte de éstos. Tras el incidente, seguimos al protagonista en su huida, su abandono del coche en el que viajaban, el robo de otro secuestrando a su dueña a punta de pistola, el abandono de ésta en un bosque atada a un árbol y la desaparición de los etarras. Fin.
Se habrán dado cuenta que les he contado la película por completo. No me pongan una demanda todavía y déjenme que me explique. El interés de Tiro en la Cabeza no está en lo que cuenta sino en cómo lo cuenta y si he procedido de esta forma tan aparentemente poco profesional es porque creo que la única forma de defender lo poco salvable de esta propuesta inviable comercialmente es decir que la película solo cobra vida cuando empieza a contar de verdad una historia con imágenes, es decir, a partir del encuentro en el restaurante una hora y diez minutos después del primer fotograma. Y esa película sí reviste interés, y soy consciente de que para llegar ahí era necesario que Rosales nos hiciera un seguimiento del personaje pues no puede empezar la película en ese punto. Pero por otro lado resulta inadmisible que estire ese planteamiento durante casi setenta minutos: eso no hay quien lo aguante y confieso que yo lo hice porque, como ahora ustedes, sabía de antemano lo destacable que me esperaba después. En caso contrario habría abandonado el cine y Rosales habría fallado por completo con su experimento narrativo. Esto no es ni mucho menos la esplendida La Soledad o la interesante Las Horas del Día, obras que sí contaban una historia pese a la radicalidad formal de sus propuestas y con las que descubrimos a un autor personal y con una voz diferente, capaz de llegar al interior del espectador. Tiro en la Cabeza podrá tener toda las buenas intenciones que se quieran respecto al conflicto (aunque confieso que yo no veo en que ayuda esto al mismo), y tendrá interés para aquellos que gustan de la innovación del lenguaje cinematográfico, pero a mi no me llega semejante radicalidad: aun reconociendo la brillantez formal de su tramo final, me parece una salvajada y un duro ejercicio de ombliguismo autoral que no cuenta con el espectador. Ya saben lo que hay. Ustedes mismos.
Sin embargo, Camino es una sorpresa mayúscula: no solo consigue salir adelante según va avanzando su metraje, sorteando esa impresión inicial, sino que consigue convertirse por derecho propio en una de las películas más interesantes de la Secció Oficial y me atrevería a decir que de la cosecha del cine español de este año. Su descripción de personajes es magnífica, desde esa terrible madre a la que interpreta una magnífica Carmen Elías capaz de llevar hasta el límite las únicas armas que tiene para enfrentarse a lo que se le viene encima, su fe en Dios y los principios de Obra hasta ese padre carcomido por la duda, un inconmensurable Mariano Venancio, que no es sino el sitio donde Fesser se posiciona en la película, un hombre superado en todo momento por la tragedia que empieza a cuestionarse todo, pasando por ese descubrimiento que supone la joven Nerea Camacho, una niña que lleva sobre sus hombros con gran entereza gran parte del peso de le película y que conquista al espectador con un papel complicadísimo del que sale mucho más que airosa.
Camino es una película que no dejará indiferente a nadie: levantará no pocas ampollas su brutal representación de la forma de vida de aquellos que someten sus vidas a los dictados del Opus Dei, causará debate su abigarrada forma de colocarse de forma constante al borde del abismo – y caerse unas cuantas veces para siempre volver a levantarse – al contar esta historia tan a contraestilo con las armas de las que Fesser dispone, polemizará un guión que juega con una idea extremadamente brillante y subversiva capaz de cambar de arriba abajo la perspectiva del que ve la película según la interpretación que quiera darle al tramo final del filme... Vamos, que Fesser la ha liado bastante gorda con una obra que por momentos es casi una desasosegante y angustiosa película del terror más genuino y que contará con apasionados defensores y mucho me temo que con aun más detractores, a los que no les faltan argumentos para atacar un filme que aborda sin complejos el camino del exceso y a la que sin duda le faltaba la presencia de alguien con la ascendencia necesaria sobre Fesser como para señalarle las partes en las que su sin duda esplendida propuesta flaquea de forma evidente. En cualquier caso, no cabe duda que resulta de lo más saludable el atrevimiento de Fesser: hay que tenerlos muy pero que muy bien puestos para atreverse a contar una historia tan tremenda como ésta de la forma en la que lo ha hecho, sí señor.Para que el día polémico fuera completo, tuve asimismo ocasión de recuperar por fin Tiro en la Cabeza, la película que ha hecho circular por el Festival la frase “¿Tú eres Rosalista o no eres Rosalista?” para posicionar a defensores y detractores de la última propuesta del director de La Soledad. La cosa es como sigue: una hora y diez minutos de película filmada a distancia, como con un teleobjetivo, asumiendo el punto de vista de un voyeur cualquiera mientras seguimos la vida cotidana de un tipo anodino: le vemos despertarse, comer, comprar el periódico, pasear por el parque, hablar con una mujer, escuchar música en la FNAC, irse de copas con unos amigos, hacer el amor con una mujer distinta a la primera, reunirse con dos personas, viajar a Francia... Todo esto sin que podamos escuchar una línea de diálogo aunque sí el sonido ambiente: coches pasando, gente, ruidos cotidianos... Ni una sola cosa de las cosas antes descritas ofrece la más mínima información valiosa sobre el personaje al que seguimos, con lo cual la paciencia del espectador se ve llevada hasta límites insoportables: no hay quien aguante semejante radicalidad. Eso sí, a partir de esa hora y diez minutos de película, la cosa cambia: en un restaurante la mirada del protagonista se cruza con las de dos jóvenes que parecen reconocerle, un esplendido e inquietante plano en el que el ojo izquierdo del protagonista se fija en ellos, dando comienzo a la verdadera historia. Los siguen al aparcamiento, los encañonan y tras un breve intercambio de palabras, los ejecutan con sendos tiros en la cabeza. Es la representación de los hechos acaecidos hace unos meses en Capbreton, cuando el encuentro fortuito entre unos etarras y unos guardias civiles de paisano acabo con la muerte de éstos. Tras el incidente, seguimos al protagonista en su huida, su abandono del coche en el que viajaban, el robo de otro secuestrando a su dueña a punta de pistola, el abandono de ésta en un bosque atada a un árbol y la desaparición de los etarras. Fin.
Se habrán dado cuenta que les he contado la película por completo. No me pongan una demanda todavía y déjenme que me explique. El interés de Tiro en la Cabeza no está en lo que cuenta sino en cómo lo cuenta y si he procedido de esta forma tan aparentemente poco profesional es porque creo que la única forma de defender lo poco salvable de esta propuesta inviable comercialmente es decir que la película solo cobra vida cuando empieza a contar de verdad una historia con imágenes, es decir, a partir del encuentro en el restaurante una hora y diez minutos después del primer fotograma. Y esa película sí reviste interés, y soy consciente de que para llegar ahí era necesario que Rosales nos hiciera un seguimiento del personaje pues no puede empezar la película en ese punto. Pero por otro lado resulta inadmisible que estire ese planteamiento durante casi setenta minutos: eso no hay quien lo aguante y confieso que yo lo hice porque, como ahora ustedes, sabía de antemano lo destacable que me esperaba después. En caso contrario habría abandonado el cine y Rosales habría fallado por completo con su experimento narrativo. Esto no es ni mucho menos la esplendida La Soledad o la interesante Las Horas del Día, obras que sí contaban una historia pese a la radicalidad formal de sus propuestas y con las que descubrimos a un autor personal y con una voz diferente, capaz de llegar al interior del espectador. Tiro en la Cabeza podrá tener toda las buenas intenciones que se quieran respecto al conflicto (aunque confieso que yo no veo en que ayuda esto al mismo), y tendrá interés para aquellos que gustan de la innovación del lenguaje cinematográfico, pero a mi no me llega semejante radicalidad: aun reconociendo la brillantez formal de su tramo final, me parece una salvajada y un duro ejercicio de ombliguismo autoral que no cuenta con el espectador. Ya saben lo que hay. Ustedes mismos.
2 comentarios:
Amigo David. Tienes mucha razón en tu argumentación sobre la última jornada del festival de cine. Es verdad que un nombre tan venerado por cierta parte de la cinefilia te decepcionase. Esta vez, a mi juicio, porque a la estupenda historia no le corresponden una cronología de imágenes a la altura del planteamiento y porque el guión pierde fuerza al no lograr interesar -por evidente desvarío- al espectador con la interelación entre el soñador y la sonámbula. Premisa de mucha fuerza y cargada de fantasía que no se traduce como tal en la pantalla. Y eso que están casi todas las señas de identidad del cine del coreano, la fascinación por las relaciones más allá de la realidad más cotidiana y la autoflagelación de los personajes cuando encuentran obstáculos a su amor.
Te lo he dicho y lo mantengo que eres un enviado especial a festivales de cine mejor dotados para el rápido análisis de las películas. Entras con facilidad en las tramas y en los vericuetos del guión y si por mí fuera te propondría como "comentarista cinematográfico" para cualquier agencia de prensa. Si tienes oportunidad o necesitas firmas, no dudes en pedir la mía. Sabiendo que trazo mi garabato para una función que te va como anillo al dedo. Suerte.
Hola, Arturo
Ante todo, muchas gracias por tu interesante aportación. Tocas un tema extremadamente delicado y que no puede ser dejado de lado al tratar esta película - de hecho, es algo que yo también tengo pensado hacer una vez vea por segunda vez la película a lo largo de esta semana y le dedique un comentario algo más extenso y razonado, que Camino bien lo merece - pero aprovecho la ocasión que me brindas para plantear mi posición al respecto.
Estamos de acuerdo en que Fesser parte de la vida de Alexia y como cineasta que es, manipula los hechos para contar su historia como mejor le parece. Eso exactamente es la diferencia entre decir que la película está basada en la vida de Alexia o inspirada por ella: Camino es un guión que parte de esos hechos para contar una historia que sin duda se aparta en muchos aspectos de la experiencia de Alexia, es la visión que Fesser tiene sobre el tema.
De la misma forma y siguiendo el mismo razonamiento, entiendo que los personajes cinematográficos del padre, la madre y la hermana de Alexia no se correspondan con los padres y hermana de Camino: esto no es un documental sobre la vida de Alexia, sino una historia que parte de unos hechos para contar la visión de Fesser sobre otros elementos.
Precisamente por eso, de haber estado en la piel de Fesser, yo no habría dedicado la película a Alexia sino que hubiera tratado de mantener las mayores distancias posibles con ella. El piensa sinceramente que su película refleja en algunos aspectos parte de lo que Alexia debió vivir y sentir y por eso lo hace, pero no puede asegurarlo. Solo la propia Alexia podría. De ahí que, por bienintencionado que me pueda parecer, creo que es un error.
Sin embargo, estoy en total desacuerdo con tu conclusión: dices que una película es un empeño humano que puede hacerse dentro o fuera de los límites de la ética y que Fesser se ha situado fuera. En realidad, Fesser está dentro de los límites de sus principios, su moral y su ética.
El problema es que su ética y sus valores no concuerdan con los tuyos: desde su visión no creyente del mundo denuncia lo que le parece una insoportable (y denunciable) invasión del ámbito religioso dentro de las vidas de personas que por edad aun no tienen la capacidad de formarse una opinión al respecto. Y nunca la tendrán pues al estar inmersas en ese ámbito desde la infancia carecen de la oportunidad de vivir un criterio distinto.
Podemos entrar a discutir todo lo que quieras si Fesser se excede más o menos en la prepresentación de la vida de estas personas y mucho más si las oponemos a las personas reales en las cuales esta película está inspirada. Pero lo que si te digo es que yo si tengo amigos muy cercanos que han estado en el ámbito del Opus Dei. Conozco a sus familias y conozco sus maneras de proceder y no me parecen comportamientos demasiado alejados de los que se muestran en Camino.
Y, como por otra parte nos puede pasar a todos con otros aspectos de la vida, creo que cuando se les coloca delante un espejo, hay veces que esa imagen que nos devuelve ese espejo no nos gusta o nos parece distorsionada. Pero hay que preguntarse por la parte de verdad que tienen, Y desde luego, creo que hay que defender el derecho de Fesser a hacer esta película según sus propias creencias y principios, de la misma forma que defiendo el derecho a la gente de la Obra a vivir su vida según los principios religiosos, morales y éticos que mejor les parezca. Siempre que no traten de imponermelos y me dejen la libertad suficiente para seguir mi propio criterio, algo que no sé si es posible en lo que se refiere a los hijos...
En cualquier caso, Arturo, de nuevo muchísimas gracias por tu comentario. Espero que sigas aportando cosas cuando vuelva sobre la película en próximas fechas.
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