martes, marzo 10, 2009

WATCHMEN, Pasion y fidelidad enfermiza

En noviembre del 2004, en la convención nacional de fantasía y ciencia-ficción (más conocida como Hispacon) celebrada en Cádiz, tuve la enorme suerte de asistir a una muy divertida conferencia a cargo de Guillermo Del Toro[i] en la que éste, con su habitual tono ameno, desgranó todo tipo de divertidas anécdotas acerca de sus experiencias como cineasta en Hollywood. Una vez abierto el turno de preguntas, alguien formuló la inevitable cuestión sobre una posible adaptación de Watchmen, un proyecto que sabíamos que en algún momento le había sido ofrecido. Del Toro se puso serio por un instante y nos dijo “Miren, es verdad que dos veces me han ofrecido hacer Watchmen. Y las dos veces lo he considerado muy seriamente. Pero es que es tan complejo, tiene tantas historias, amo y respeto tanto ese cómic que creo que me resultaría imposible convertirlo en una película tradicional sin traicionarlo por muy buen presupuesto que tuviera” Tras una breve pausa, añadió “Además, yo es que pienso en el Dr. Manhattan y solo de imaginarme en pantalla un tipo azul desnudo de ocho metros es que me cago en los pantalones...”

Sirva esta anécdota para ejemplificar un hecho que ninguna reseña que se haga de esta película debería esquivar: Alan Moore y Dave Gibbons diseñaron a conciencia Watchmen no solo para dinamitar el concepto del cómic de superhéroes tal y como se había conocido hasta entonces[ii] sino para explorar sus posibilidades narrativas hasta dar forma a una obra sombría y compleja que, en palabras de sus autores, solo tuviera pleno sentido en los márgenes del medio que contribuyeron a reinventar de forma definitiva. De ahí que desde siempre Watchmen fuera considerada, además de la obra clave del género – algo así como lo que en su momento supuso 2001 Una Odisea del Espacio para el cine – como un proyecto imposible de llevar a la gran pantalla sin desvirtuar su esencia.

Solo desde la plena conciencia de este hecho puede llegar a entenderse por completo que la principal motivación de Zack Snyder no haya sido otra que satisfacer a las incontables legiones de aficionados que, como si de vigilantes del santo grial se trataran, han mantenido desde el primer momento una actitud desconfiada e incluso agresiva con el proyecto, sustentada tanto en las sucesivas decepciones provocadas por las anteriores adaptaciones de otras obras de Moore – la desangelada From Hell, la desastrosa La Liga de los Hombres Extraordinarios y la interesante aunque en muchos aspectos alejada del carácter ácrata y libertario del cómic original V de Vendetta – como en la propia actitud desdeñosa hacia el cine de su genial autor, que se ha negado a que su nombre apareciera en los títulos e incluso ha cedido a Gibbons la más que sustanciosa cantidad que le correspondía en concepto de derechos de autor.

De la misma forma, al que escribe estas líneas le resultaría en este caso en particular una tarea por completo imposible el ejercicio de abstracción que supondría analizar la película de Snyder dejando de lado el hecho de que Watchmen siempre ha sido una de sus obras favoritas, así que vaya por delante que este artículo por fuerza se verá condicionado por ese conocimiento poco menos que exhaustivo de la misma. Desde esa perspectiva, conviene dejar algo claro: tengo la impresión que Watchmen la película es una obra que si bien puede disfrutarse a la perfección sin haber leído la novela gráfica original, será percibida (y apreciada) de forma distinta en función de ese hecho.

Si en 300 Snyder ya se había aplicado en un denodado esfuerzo por calcar de una forma casi literal las poderosas imágenes surgidas del lápiz de Frank Miller para un argumento sencillo y directo, uno de los retos con Watchmen consistía en ser doblemente fiel a la narrativa gráfica diseñada por Moore y Gibbons sin por ello descuidar el complejo entramado argumental repleto de referencias cruzadas históricas, políticas, humanas, morales y hasta metafísicas que conforman una obra única. Y Snyder solo sale triunfante a medias, porque si bien nadie podrá acusar a su adaptación de no ser extremadamente fiel y respetuoso con la obra original, nuevamente nos encontramos con ese escollo, quizás insalvable, que impide casi siempre a los directores entender que más allá de que todo comic tenga esa cualidad de storyboard prefabricado como una biblia a seguir, cine y cómic son medios narrativos distintos y el primero ha de hacer un sobreesfuerzo por romper esa percepción y llevarse la narración a su terreno porque en el mejor de los casos – como es este Watchmen – lo único que puede conseguir es un brillante a la vez que enfermizo ejercicio de repetición que sin duda contentará de forma notable a los que hemos reproducido esa película en nuestra cabeza mientras leíamos y releíamos el cómic pero que, considerando aisladamente la película, no puede esconder una serie de defectos narrativos y de ritmo que lastran de forma notable sus muchos logros.

No hay mejor ejemplo de eso que los magníficos y muy comentados títulos de crédito iniciales, por una razón muy sencilla: Snyder busca una solución estrictamente cinematográfica a un problema narrativo y, a los sones del inmortal The Times They Are A-Changing de Bob Dylan, resuelve con creatividad e inusitada brillantez ese necesario prólogo para situarnos en esos USA de los 80 alternativos, reconocibles pero sin duda muy distintos. Sin embargo, Snyder le tiene más respeto a los puristas que a su propio talento y no ahonda por ese camino, prefiriendo ceñirse a la literalidad del original en la certidumbre de que ese es el mejor medio posible de enfrentarse al reto que tiene por delante.

La atmósfera, la estética, el barroco diseño e incluso el color del cómic están plasmados con una fidelidad obsesiva. Snyder consigue llevar hasta las últimas consecuencias su propuesta, de tal forma que a menudo nos sorprendemos frente a una película poblada de superhéroes muy poco heroicos, dolorosamente humanos, patéticos, psicópatas y sórdidos, en la que las escenas de acción, por mucho que remitan al inevitable modelo Matrix con su profusión de ralentís y contengan las generosas dosis de salvaje violencia que ya pudimos apreciar en el autor de 300, son casi inexistentes en una obra que se preocupa mucho más de una disección de personajes y situaciones que nos acerca una visión del superhéroe tan adulta, sombría y compleja que es más que posible que alguno se pierda entre sus disquisiciones existenciales.

Obra rica en lecturas y en subtexto, Watchmen navega siempre buscando un equilibrio entre un cierto sentido de lo comercial que se basa en epatar al espectador con una puesta de escena espectacular repleta de imágenes impactantes siempre que la historia lo permite – lo que hasta cierto punto, y por paradójico que parezca, traiciona pese a su fidelidad a la esencia desmitificadora de la obra original, pues por momentos parece una celebración de aquello que pretende destruir desde sus cimientos – y su necesidad de transmitir las terribles cargas de profundidad que la película inflige no ya al género de superhéroes, sino a nuestra propia concepción del ser humano y la moralidad de nuestros actos.

Como no podía ser de otra forma, eso se traduce en una película híbrida, fascinante en su saludable extravagancia a la vez que carente de emoción allá donde debería tenerla; voluntariamente referencial en su calculada BSO en detalles que van de lo redundante (La Cabalgata de las Valkirias y Vietnam) a lo esperpéntico (Hallelujah en la escena de sexo) pasando por lo curioso (Sounds of Silence en el entierro del Comediante) o lo directamente kitsch (99 Luftballoons en la cita de Laurie y Dan) e igualmente desigual en sus interpretaciones: si Jackie Earl Haley saca buen partido de su magnífico Rorschach llevándose de calle la función, Jeffrey Dean Morgan transmite toda la crudeza de ese cabronazo aterrador que es el Comediante y Patrick Wilson compone un más que decente Buho Nocturno atenazado por su propia mediocridad, a Malin Akerman le falta un hervor pese a su innegable belleza y atractivo para encarnar de forma convincente a Espectro de Seda, Billy Crudup desaparece bajo el pixelado e hierático Dr. Manhattan y Matthew Goode es el error más flagrante tanto de casting como de dirección de actores, pues ese Ozymandias que debería ser uno de los pilares de la ambigüedad moral esencial de la obra no podría haberse enfocado desde un ángulo más errado, algo sorprendente si consideramos la enorme fidelidad al resto de los elementos que Snyder mantiene en todo momento.

Tan virtuosa como desigual, tan hipnótica a ratos como errática en ritmo, Watchmen es en cualquier caso toda una experiencia de lo más disfrutable que si bien no consigue salir indemne del enorme reto que suponía estar a la altura de las desmesuradas expectativas que le pedían poco menos que supusiera el cataclismo innovador para el género que su homónima fue para los comics, es una película más que apreciable y sugerente, que sabe adaptarse con ductilidad en su un tanto apresurado tramo final al trauma de un mundo post 11-S cuyas consecuencias consigue reflejar de refilón en ese mundo tan ucrónico como reconocible y que, por encima de todo, consigue plantear en el espectador algunas preguntas inquietantes. Y, lo que es aun mejor, siempre se puede volver a la inconmensurable obra de los visionarios Moore y Gibbons en busca de algunas respuestas.



[i] De hecho, la foto de Guillermo Del Toro que decora este blog fue tomada en aquella Hispacom, inmortalizando un encuentro para mi inolvidable en el que hablamos de su cine, de cómics, de su próximo proyecto – que luego sería El Laberinto del Fauno – y de un buen puñado de cosas

[ii] Es estupenda la lapidaria frase al respecto de Frank Miller, autor de la igualmente emblemática Batman Dark Knight que vio la luz el mismo año que Watchmen “Alan Moore asesinó el cómic de superhéroes con Watchmen. Yo me limité a hacerle la autopsia.”

1 comentario:

Anónimo dijo...

No pude encontrar mejores palabras para describir esta joya cinematográfica, groso mi pana, felicidades, excelente post.

Fernando Rivas

Vzla.