Por alguna razón que nunca he acabado de comprender, el cine español se ha resistido en mi opinión de forma incomprensible a sacar buen partido de la tan rica como variada obra de los magníficos escritores del Siglo de Oro tal y como si han hecho – con no poca fortuna en muchos casos por cierto – nuestros vecinos franceses, ingleses e incluso italianos con sus ilustres autores. Si exceptuamos aquel tan valiente como desigual intento que realizó Pilar Miró con El Perro del Hortelano , la muy olvidable adaptación que Vicente Aranda hizo de Tirante el Blanco, la versión de La Celestina adaptada por Azcona y dirigida por Gerardo Vera y corremos un discreto velo sobre aquella nadería llamada Miguel y William en la que Inés París fantaseaba con la idea de que Shakespeare y Cervantes se conocieran cortejando a una misma dama, choca sobremanera encontrar tan pocos referentes literarios en el reciente cine español.
Resulta evidente que hay todo un universo de piezas teatrales e incluso novelas de autores esenciales como Lope de Vega, Quevedo, Tirso de Molina o Calderón de la Barca que ningún productor se atreve a llevar a la gran pantalla. Y eso pese a que el éxito en taquilla de películas ambientadas en aquella época como Alatriste o las tres temporadas de la serie televisiva Águila Roja podrían hacer pensar que existe un mercado propicio para ello.
Desde esa extrañeza, resulta saludable y a priori interesante que se estrene una película de las características de Lope que, sin tratarse de una adaptación de ninguna de las obras del llamado Fénix de los Ingenios sino más bien una ilustración con no pocas libertades de los primeros años de su tumultuosa e interesante vida, en buena lógica permitiría albergar ciertas esperanzas de que su presumible éxito en taquilla – se trata de una superproducción que viene precedida de una tan aparatosa como efectiva campaña publicitaria – pudiera servir para superar de una vez en un futuro cercano esa especie de extraño pudor que tenemos a la hora de adaptar a algunos de nuestros más laureados autores.
Primer problema: el trailer miente. Si uno acude a ver Lope pensando que se va a encontrar con una película de acción y aventuras trufadas de batallas y duelos a espada al estilo Alatriste, como aquél parece sugerir, puede ver sus expectativas ampliamente defraudadas al toparse con algo que tiene mucho más que ver con una especie de comedia romántica protagonizada por Lope de Vega pobre de solemnidad y sin oficio tras abandonar el ejército que intenta hacerse un nombre como autor teatral de comedias, mientras se debate entre el amor de dos mujeres: la hija del dueño de la compañía y el Corral de Comedias que le tiene sometido a una servidumbre contra la que Lope acabará por rebelarse y una noble en principio fuera de su alcance y pretendida por un poderoso marqués que para colmo contrata a Lope como su poeta particular para que le abastezca de versos con los que conquistar el corazón de tan apetecible moza.
Segundo problema: pese a que el trío protagonista compuesto por un resultón Alberto Ammán que da vida a ese Lope tan apasionado como rebelde, una Pilar López de Ayala que mezcla las dosis justas de dulzura y manipulación a Elena Osorio y una Leonor Watling entregada con devoción a hacer creíble a su enamorada Isabel de Urbina funciona de forma bastante decente, esto no se extiende al resto del reparto. Descoloca no poco ver de nuevo compartir plano tras Celda 211 a Amman y a Luis Tosar aquí trasmutado en un improbable fraile bonachón y comprensivo.
No sé a que iluminado director de casting se le ocurriría la idea ni si ésta precedió al éxito de la estimable película de Daniel Monzón, pero uno se pasa gran parte de la película esperando en vano el sobresalto de escuchar de nuevo la cavernosa voz de Malamadre, en especial si tenemos en cuenta que se pasa toda la película dando ejerciendo de padre confesor del joven Lope. Aun peor es lo de Juan Diego, que sin duda es un gran actor, pero que aquí se encuentra en un tono francamente desacertado, yendo completamente a su aire, como desconectado del resto del reparto de forma estridente.
A ambas pegas hay que sumar el lastre de un guión que no tiene reparo alguno en plagiar alegremente pero sin demasiada sutileza ni gracia los recursos de filmes tan reconocibles como Shakespeare Enamorado o Cyrano de Bergerac - a esta segunda le debe sin lugar a dudas la mejor escena de la película, aquella en la que Lope improvisa sus versos para demostrar su talento y poner en ridículo a la vez a sus detractores - mientras desarrolla una historia de una linealidad sonrojante, previsible y carente de clímax final.
Por si fuera poco el desconocido realizador brasileño Andrucha Waddington (Por cierto ¿alguien me puede explicar a qué peregrinas razones obedece la necesidad de contratar a un director extranjero para contar una historia tan castiza como ésta, sobre todo si es para hacerlo de forma tan impersonal?) se muestra del todo punto incapaz de sacar partido de la, eso sí, excelente dirección artística e impecable ambientación del filme para demostrar un mínimo de creatividad que insufle vida a la puesta en escena, con lo que este Lope queda en poco más que un producto correcto, resultón a ratos, que se deja ver con la misma facilidad que se olvida una vez concluida.
Ni molesta ni ofende, pero tampoco convence o seduce como debería para estar a la altura de las expectativas y ni mucho menos para cumplir esa función de la que les hablaba al principio. Una pena desperdiciar semejante oportunidad. Sobre todo porque la interesantísima vida de Lope de Vega podría haber dado para una película apasionante. Que se haya quedado en este simple sainete es hacerle un muy flaco favor a su legado.
Este artículo, levemente modficado, se publicó el lunes 06 de Septiembre en el periódico Voz Emérita.
Resulta evidente que hay todo un universo de piezas teatrales e incluso novelas de autores esenciales como Lope de Vega, Quevedo, Tirso de Molina o Calderón de la Barca que ningún productor se atreve a llevar a la gran pantalla. Y eso pese a que el éxito en taquilla de películas ambientadas en aquella época como Alatriste o las tres temporadas de la serie televisiva Águila Roja podrían hacer pensar que existe un mercado propicio para ello.
Desde esa extrañeza, resulta saludable y a priori interesante que se estrene una película de las características de Lope que, sin tratarse de una adaptación de ninguna de las obras del llamado Fénix de los Ingenios sino más bien una ilustración con no pocas libertades de los primeros años de su tumultuosa e interesante vida, en buena lógica permitiría albergar ciertas esperanzas de que su presumible éxito en taquilla – se trata de una superproducción que viene precedida de una tan aparatosa como efectiva campaña publicitaria – pudiera servir para superar de una vez en un futuro cercano esa especie de extraño pudor que tenemos a la hora de adaptar a algunos de nuestros más laureados autores.
Primer problema: el trailer miente. Si uno acude a ver Lope pensando que se va a encontrar con una película de acción y aventuras trufadas de batallas y duelos a espada al estilo Alatriste, como aquél parece sugerir, puede ver sus expectativas ampliamente defraudadas al toparse con algo que tiene mucho más que ver con una especie de comedia romántica protagonizada por Lope de Vega pobre de solemnidad y sin oficio tras abandonar el ejército que intenta hacerse un nombre como autor teatral de comedias, mientras se debate entre el amor de dos mujeres: la hija del dueño de la compañía y el Corral de Comedias que le tiene sometido a una servidumbre contra la que Lope acabará por rebelarse y una noble en principio fuera de su alcance y pretendida por un poderoso marqués que para colmo contrata a Lope como su poeta particular para que le abastezca de versos con los que conquistar el corazón de tan apetecible moza.
Segundo problema: pese a que el trío protagonista compuesto por un resultón Alberto Ammán que da vida a ese Lope tan apasionado como rebelde, una Pilar López de Ayala que mezcla las dosis justas de dulzura y manipulación a Elena Osorio y una Leonor Watling entregada con devoción a hacer creíble a su enamorada Isabel de Urbina funciona de forma bastante decente, esto no se extiende al resto del reparto. Descoloca no poco ver de nuevo compartir plano tras Celda 211 a Amman y a Luis Tosar aquí trasmutado en un improbable fraile bonachón y comprensivo.
No sé a que iluminado director de casting se le ocurriría la idea ni si ésta precedió al éxito de la estimable película de Daniel Monzón, pero uno se pasa gran parte de la película esperando en vano el sobresalto de escuchar de nuevo la cavernosa voz de Malamadre, en especial si tenemos en cuenta que se pasa toda la película dando ejerciendo de padre confesor del joven Lope. Aun peor es lo de Juan Diego, que sin duda es un gran actor, pero que aquí se encuentra en un tono francamente desacertado, yendo completamente a su aire, como desconectado del resto del reparto de forma estridente.
A ambas pegas hay que sumar el lastre de un guión que no tiene reparo alguno en plagiar alegremente pero sin demasiada sutileza ni gracia los recursos de filmes tan reconocibles como Shakespeare Enamorado o Cyrano de Bergerac - a esta segunda le debe sin lugar a dudas la mejor escena de la película, aquella en la que Lope improvisa sus versos para demostrar su talento y poner en ridículo a la vez a sus detractores - mientras desarrolla una historia de una linealidad sonrojante, previsible y carente de clímax final.
Por si fuera poco el desconocido realizador brasileño Andrucha Waddington (Por cierto ¿alguien me puede explicar a qué peregrinas razones obedece la necesidad de contratar a un director extranjero para contar una historia tan castiza como ésta, sobre todo si es para hacerlo de forma tan impersonal?) se muestra del todo punto incapaz de sacar partido de la, eso sí, excelente dirección artística e impecable ambientación del filme para demostrar un mínimo de creatividad que insufle vida a la puesta en escena, con lo que este Lope queda en poco más que un producto correcto, resultón a ratos, que se deja ver con la misma facilidad que se olvida una vez concluida.
Ni molesta ni ofende, pero tampoco convence o seduce como debería para estar a la altura de las expectativas y ni mucho menos para cumplir esa función de la que les hablaba al principio. Una pena desperdiciar semejante oportunidad. Sobre todo porque la interesantísima vida de Lope de Vega podría haber dado para una película apasionante. Que se haya quedado en este simple sainete es hacerle un muy flaco favor a su legado.
Este artículo, levemente modficado, se publicó el lunes 06 de Septiembre en el periódico Voz Emérita.
2 comentarios:
Lo suscribo de punta a cabo, David.
Y añado que el recurso del epistolario con la madre en el arranque de la película, donde el fingimiento del literato barroco se hace patente, le hubiera podido servir al guionista para bastante más. Por ejemplo, para poner al espectador en situación de entrada sobre el talento precoz de Lope en el idioma, el verso y el género teatral antes incluso de hacerse soldado. Lo que, de paso, justificaría su posterior embeleso por el oficio de comediógrafo/comediante sobre las tablas de la corrala (¡qué puesta en escena más desafortunada la de la dichosa cámara giratoria videoclipera...!)
Por otra parte, el amor hacia Isabel de Urbina, el que se presenta como desinteresado en paralelo a la pasión con la Osorio, no se justifica con la suficiente claridad ni razones, y es lástima, porque ella moriría pocos años después, lo que podía haber dotado al romance del empaque que está lejos de tener.
Lo que tu dices, nueva oportunidad que se frustra, que me sabe peor que otras porque se diría que la mayoría de elementos que se necesitaban están ahí, pero no terminan de encajar.
¿Otro "quiero y no puedo"? Es una lástima, como tú dices, pero la verdad es que no me sorprende. Con el poco tiempo que tengo últimamente, ¿crees que merece la pena ir a verla?
Enhorabuena por tus artículos, te leo habitualmente y es un placer.
Un saludo
Publicar un comentario