Elegir la película de inauguración de todo festival es un trabajo ciertamente difícil. Más que nada porque con la apretadísima agenda que uno tiene para ver cosas y lo imposible que resulta en consecuencia recuperar películas si fallas al pase de prensa, la apertura del festival resulta fundamental no solo por su calidad, sino porque es la primera de todas y a veces hay que hacer verdaderos malabarismos para llegar a tiempo de verla. Como levantarse a una hora intempestiva, coger el coche y hacer unos cuantos cientos de kilómetros. Claro, si todo ese esfuerzo se hace para ver una película mediocre, te puedes agarrar un cabreo considerable con los responsables de haberla elegido. Y eso es exactamente lo que ocurrió con la de este año, la mexicana Chicogrande. Paso por el hecho de que una película tan poco interesante como ésta hubiera encontrado su sitio en la Sección Oficial - ocurre con más de una y más de dos que te preguntas sobre sus méritos para formar parte de un Festival clase A como éste – pero me parece directamente una cabronada que se nos obligue a hacer estos sacrificios para ver tan poquita cosa.
En fin. Chicogrande está dirigida por un veterano, venerable y venerado director, Felipe Cazals, que se ganó su puesto en los años 70 con una serie de películas comprometidas y bastante cabreadas con el sistema. Uno de esos inconformistas, vaya, que con el paso de los años parece mantener intacto su cabreo con el mundo y al que le sigue gustando usar el cine como munición tanto para mandar mensajes más o menos evidentes al espectador. Su película, con aire de western épico y grandilocuente, escoge un oscuro fragmento de la vida del libertador Pancho Villa, que tras haber realizado una descubierta por un recóndito paraje del imperio (USA, se entiende) despertó las iras de los yanquis, que ni cortos ni perezosos se embarcaron en una especie de expedición punitiva en el interior del territorio mejicano – con la complicidad de las autoridades locales – para dar caza al escurridizo bandido por los escarpados montes. A ver, hagan un pequeño ejercicio de abstracción: un ejército americano con unos mandos tan temibles como caricaturescos en su uso de la violencia y su desprecio de la población civil para conseguir sus objetivos, un enemigo que se esconde en las montañas, colaboracionistas, autoridades locales corruptas o que los ven con cierto recelo, tácticas guerrilleras…¿no les resulta vagamente familiar?
Bin Laden, perdón, Pancho Villa, no pinta demasiado en la historia, más allá de ser el objetivo que mueve a unos y a otros personajes en su caza o en su defensa. Cazals elige a uno de esos leales y sufridos seguidores, el Chicogrande del título, para hacer una especie de homenaje a esos olvidados de la historia que sin embargo resultan esenciales para que sus jefes pasen a engrosar con letras de oro los libros, un tipo recto, cabal, valiente y sin gran cosa que perder que se enfrenta a un catálogo de tópicos con patas: el coronel yanqui con vena sádica, un médico bueno con problemas de conciencia, un inconsciente compañero de correrías, un puñado de soldados sin demasiado cerebro… Todo ello servido además con una estructura de manual en la que a Cazals le pierde el tono grandilocuente que pretende darle a la historia, trufada de situaciones heroicas y sentencias inapelables que más que inspirar respeto al espectador provocan en el espectador un cierto hartazgo tanto por la obviedad y reiteración del mensaje como por la cansina forma de plasmarlo en imágenes. Dicho de otro modo: no basta plantarle a Damián Alcazar el mismo look que Warren Oates en las películas de Peckinpah para conseguir un western como Grupo Salvaje. Hacía falta mucho, pero que mucho más.
Santiago Segura es uno de esos actores dotados de talento para interpretar cierto tipo de personajes. Como su inenarrable Torrente, Segura se mueve con seguridad en los registros que antaño recorrieran ídolos confesos como Tony Leblanc y otros en las películas de Pedro Lázaga. Y es que personajes políticamente incorrectos, vividores, caraduras y profesionales del engaño, capaces de vender a su propia madre para conseguir salir adelante, incluso aunque en el fondo tengan buen corazón, son terreno más que abonado para un cómico tan eficaz en lo suyo como Segura. Y no cabe duda que Manuel Vázquez es uno de esos personajes de los que, si uno no supiera que lo que se cuenta en la película pertenece a la realidad, resultaría poco creíble por exagerado.
Hace algunos años, en sus recomendables historietas de Los Profesionales que narraban los comienzos de los dibujantes de comics – entonces tebeos – en la España de los 60, Carlos Jiménez creó un personaje, Menéndez, que hacía cosas increíbles con tal de conseguir sacarle dinero a las propias editoriales para las que trabajaba, como mentir varias veces sobre la muerte de su propio padre. Ese Menéndez no era sino un trasunto de Vázquez, el creador de personajes míticos como Las Hermanas Gilda, Anacleto Agente Secreto o La Familia Cebolleta, que llegó al extremo de convertir su propia vida de moroso y caradura, continuamente acosado por los acreedores, en una fuente de ingresos con los Cuentos del Tío Vázquez. Siguiendo ese mismo espíritu, Oscar Aibar ha llevado a la pantalla la vida de este tipo irrepetible, un profesional del engaño sin el menor escrúpulo, dotado de un talento sobrenatural para caer bien a la gente y convencerle de lo que mejor sirviera a su necesidades, amante de los pagos a plazos (que por supuesto casi nunca satisfacía) y vividor a tiempo completo hasta el punto de que llegó a mantener, en la España de aquella época, dos esposas y dos familias a la vez. Como poco.
Segura, hay que reconocerlo, está estupendo en una película por momentos divertida, cuyo mejor acierto, más allá de su saludable falta de pretensiones, es una estética que mezcla de forma desprejuiciada los reconocibles tebeos con los que todos hemos crecido – un poco al estilo de lo que Fesser hizo con su Mortadelo y Filemón – y esa visión entre cutre y entrañable de esa España gris y sin embargo vitalista por la que con tanta habilidad sabía moverse un tipo tan peculiar como Vázquez, al que le plantan a un antagonista con hechuras de caricaturesco villano de tebeo (un Alex Angulo de lo más repulsivo), un jefe comprensivo hasta al aturdimiento (acertado Enrique Villén) e incluso algún coetáneo reconocible (esforzado aunque improbable Manolo Solo como Francisco Ibáñez). El resultado es una película que se ve con facilidad, incluso con agrado, que más allá del abuso de unas animaciones en mi opinión bastante desacertadas y ciertas reiteraciones, puede considerarse resultona. Otra cosa es si una película de estas características merecería o no formar parte de la Sección Oficial de un Festival clase A como San Sebastián, pero eso es harina de otro costal. Lo que sí es cierto es que en cualquier festival, repleto de dramas sesudos y películas con afán de trascendencia, relaja una barbaridad encontrarse con una película como El Gran Vazquez que lubrique la maquinaria para que no se atasque.
Fuera ya de la Sección Oficial, las Perlas de Otros Festivales de Zabaktegui (tradicional salvavidas de Donosti) arrancaron con la coreana Poetry, Premio al Mejor Guión en Cannes. La historia de Poetry es la de un delicado proceso de redescubrimiento, el que vive con intensidad Mija (fabulosa Yun Junghee) una señora mayor que cuida de un nieto tarambana que es un genuino representante de esos especimenes tan abofeteables que últimamente han dado en llamar generación Ni-Ni – al parecer, uno de los efectos perniciosos de la globalización es que abundan en todas las culturas – y que se gana la vida cuidando de un anciano discapacitado. Mija es una mujer llena de vitalidad y optimismo pero a la que su nieto la mete sin comerlo ni beberlo en un marrón considerable, con lo que tendrá que enfrentarse a una realidad mucho menos amable de lo que piensa.
Poetry me provoca sentimientos encontrados. Por un lado reconozco que la película no carece de momentos maravillosos y de algunas ideas bien desarrolladas – en ambos campos destaca con luz propia la delicada, elegante y a la vez algo perturbadora relación que establece con el anciano al que cuida – pero también me pasa que no acabo de conectar del todo con esos brotes de lirismo que pretenden resultar conmovedores pero que me resultan de un relamido y un cursi considerables. Y es una lástima que ese proceso de crecimiento personal no acabe de llenarme, porque lo cierto es que Poetry maneja a ratos un material que se me antoja sumamente interesante: la utilización de un hecho luctuoso – un suicidio – como detonante del cambio de actitud de Mija al tiempo que sirve como afilada descripción de los comportamientos de una sociedad, la coreana, tan ensimismada en mantener las apariencias y en asegurar las carreras profesionales de sus retoños que obvian una muy necesaria educación moral. Desde ese punto de vista el planteamiento de Poetry es irreprochable, pues lo que le interesa no son las causas de dicho hecho, sino la alarmante falta de responsabilidad, rayana en lo deshonesto y desde luego condenable, de aquellos que deberían asegurar en primer lugar esa educación moral.
Sin embargo, esa lectura queda algo aparcada a favor del melodrama que domina el filme según se va desarrollando la peripecia en la que se ve envuelta Mija. La sobredosis de buenos sentimientos que exhibe Lee Changdong consigue, al menos en mi caso, un distanciamiento que ni todo el buen hacer de la estupenda actriz principal (que es mucho) consigue superar. Eso sí, merece la pena ver Poetry aunque solo sea por una escena absolutamente maravillosa, aquella que resuelve de forma prodigiosa la naturaleza de la relación entre Mija y el discapacitado al que cuida, un puñetazo de sensibilidad, elegancia y profunda perturbación servida a partes iguales que posiblemente se quede entre las escenas más hermosas que podamos ver en este San Sebastián.
Me queda hablarles de Blog, sorprendente y muy estimulante opera prima de la directora Elena Trapé realizada bajo el paraguas de Escandalo Films, que ya nos ha regalado en los últimos años películas tan interesantes como Lo Mejor de Mi o Tres Dias en la Familia, ambas también de directoras noveles. Blog parte de un real conocido – el pacto que establecieron un grupo de adolescentes de 15 años de clase media-alta para quedarse a la vez todas embarazadas – para articular un retrato muy interesante de esas jóvenes y a la vez completamente alejado de los modelos adolescentes que imperan hoy en día gracias a series televisivas tipo El Internado o Física y Química. Blog resuelve con gran habilidad una de las principales dificultades a la que se enfrenta cualquier película que quiera reflejar con cierto grado de fidelidad las relaciones adolescentes de hoy en día, como las web sociales y el chat. La naturalidad y frescura que exhibe Blog se debe a que gran parte de su metraje se compone tanto de imágenes rodadas por las propias chicas como por material procedente de las distintas cámaras web instaladas en sus ordenadores, lo que permite al espectador asomarse literalmente al mundo de una chica de 15 años cualquiera, con todo su saco de hormonas, dudas, temores, deseos, sueños e inseguridades.
Algunos pueden argüir en contra que Blog no ofrece nada especialmente novedoso y que incluso ese collage de imágenes digitales da cierto aire desmañado al filme. Puede que tengan razón pero la película remonta el vuelo a partir de la prodigiosa (e hilarante) escena del visionado conjunto de la peli porno y ya no deja de crecer hasta el final, consiguiendo crear algunos momentos mágicos por el camino y llegando a un final no por esperado menos desolador y confuso como la vida misma a esas edades, asimismo alejado de cualquier trasunto moralizante. A mi me ha parecido una película muy interesante, pero aun más interesante sería comprobar – en el pase de prensa, claro está, no había nadie a quien preguntar al respecto – que piensan de Blog las propias adolescentes de edades similares a las que protagonizan el filme. Yo al menos siento curiosidad por saberlo.
En fin. Chicogrande está dirigida por un veterano, venerable y venerado director, Felipe Cazals, que se ganó su puesto en los años 70 con una serie de películas comprometidas y bastante cabreadas con el sistema. Uno de esos inconformistas, vaya, que con el paso de los años parece mantener intacto su cabreo con el mundo y al que le sigue gustando usar el cine como munición tanto para mandar mensajes más o menos evidentes al espectador. Su película, con aire de western épico y grandilocuente, escoge un oscuro fragmento de la vida del libertador Pancho Villa, que tras haber realizado una descubierta por un recóndito paraje del imperio (USA, se entiende) despertó las iras de los yanquis, que ni cortos ni perezosos se embarcaron en una especie de expedición punitiva en el interior del territorio mejicano – con la complicidad de las autoridades locales – para dar caza al escurridizo bandido por los escarpados montes. A ver, hagan un pequeño ejercicio de abstracción: un ejército americano con unos mandos tan temibles como caricaturescos en su uso de la violencia y su desprecio de la población civil para conseguir sus objetivos, un enemigo que se esconde en las montañas, colaboracionistas, autoridades locales corruptas o que los ven con cierto recelo, tácticas guerrilleras…¿no les resulta vagamente familiar?
Bin Laden, perdón, Pancho Villa, no pinta demasiado en la historia, más allá de ser el objetivo que mueve a unos y a otros personajes en su caza o en su defensa. Cazals elige a uno de esos leales y sufridos seguidores, el Chicogrande del título, para hacer una especie de homenaje a esos olvidados de la historia que sin embargo resultan esenciales para que sus jefes pasen a engrosar con letras de oro los libros, un tipo recto, cabal, valiente y sin gran cosa que perder que se enfrenta a un catálogo de tópicos con patas: el coronel yanqui con vena sádica, un médico bueno con problemas de conciencia, un inconsciente compañero de correrías, un puñado de soldados sin demasiado cerebro… Todo ello servido además con una estructura de manual en la que a Cazals le pierde el tono grandilocuente que pretende darle a la historia, trufada de situaciones heroicas y sentencias inapelables que más que inspirar respeto al espectador provocan en el espectador un cierto hartazgo tanto por la obviedad y reiteración del mensaje como por la cansina forma de plasmarlo en imágenes. Dicho de otro modo: no basta plantarle a Damián Alcazar el mismo look que Warren Oates en las películas de Peckinpah para conseguir un western como Grupo Salvaje. Hacía falta mucho, pero que mucho más.
Santiago Segura es uno de esos actores dotados de talento para interpretar cierto tipo de personajes. Como su inenarrable Torrente, Segura se mueve con seguridad en los registros que antaño recorrieran ídolos confesos como Tony Leblanc y otros en las películas de Pedro Lázaga. Y es que personajes políticamente incorrectos, vividores, caraduras y profesionales del engaño, capaces de vender a su propia madre para conseguir salir adelante, incluso aunque en el fondo tengan buen corazón, son terreno más que abonado para un cómico tan eficaz en lo suyo como Segura. Y no cabe duda que Manuel Vázquez es uno de esos personajes de los que, si uno no supiera que lo que se cuenta en la película pertenece a la realidad, resultaría poco creíble por exagerado.
Hace algunos años, en sus recomendables historietas de Los Profesionales que narraban los comienzos de los dibujantes de comics – entonces tebeos – en la España de los 60, Carlos Jiménez creó un personaje, Menéndez, que hacía cosas increíbles con tal de conseguir sacarle dinero a las propias editoriales para las que trabajaba, como mentir varias veces sobre la muerte de su propio padre. Ese Menéndez no era sino un trasunto de Vázquez, el creador de personajes míticos como Las Hermanas Gilda, Anacleto Agente Secreto o La Familia Cebolleta, que llegó al extremo de convertir su propia vida de moroso y caradura, continuamente acosado por los acreedores, en una fuente de ingresos con los Cuentos del Tío Vázquez. Siguiendo ese mismo espíritu, Oscar Aibar ha llevado a la pantalla la vida de este tipo irrepetible, un profesional del engaño sin el menor escrúpulo, dotado de un talento sobrenatural para caer bien a la gente y convencerle de lo que mejor sirviera a su necesidades, amante de los pagos a plazos (que por supuesto casi nunca satisfacía) y vividor a tiempo completo hasta el punto de que llegó a mantener, en la España de aquella época, dos esposas y dos familias a la vez. Como poco.
Segura, hay que reconocerlo, está estupendo en una película por momentos divertida, cuyo mejor acierto, más allá de su saludable falta de pretensiones, es una estética que mezcla de forma desprejuiciada los reconocibles tebeos con los que todos hemos crecido – un poco al estilo de lo que Fesser hizo con su Mortadelo y Filemón – y esa visión entre cutre y entrañable de esa España gris y sin embargo vitalista por la que con tanta habilidad sabía moverse un tipo tan peculiar como Vázquez, al que le plantan a un antagonista con hechuras de caricaturesco villano de tebeo (un Alex Angulo de lo más repulsivo), un jefe comprensivo hasta al aturdimiento (acertado Enrique Villén) e incluso algún coetáneo reconocible (esforzado aunque improbable Manolo Solo como Francisco Ibáñez). El resultado es una película que se ve con facilidad, incluso con agrado, que más allá del abuso de unas animaciones en mi opinión bastante desacertadas y ciertas reiteraciones, puede considerarse resultona. Otra cosa es si una película de estas características merecería o no formar parte de la Sección Oficial de un Festival clase A como San Sebastián, pero eso es harina de otro costal. Lo que sí es cierto es que en cualquier festival, repleto de dramas sesudos y películas con afán de trascendencia, relaja una barbaridad encontrarse con una película como El Gran Vazquez que lubrique la maquinaria para que no se atasque.
Fuera ya de la Sección Oficial, las Perlas de Otros Festivales de Zabaktegui (tradicional salvavidas de Donosti) arrancaron con la coreana Poetry, Premio al Mejor Guión en Cannes. La historia de Poetry es la de un delicado proceso de redescubrimiento, el que vive con intensidad Mija (fabulosa Yun Junghee) una señora mayor que cuida de un nieto tarambana que es un genuino representante de esos especimenes tan abofeteables que últimamente han dado en llamar generación Ni-Ni – al parecer, uno de los efectos perniciosos de la globalización es que abundan en todas las culturas – y que se gana la vida cuidando de un anciano discapacitado. Mija es una mujer llena de vitalidad y optimismo pero a la que su nieto la mete sin comerlo ni beberlo en un marrón considerable, con lo que tendrá que enfrentarse a una realidad mucho menos amable de lo que piensa.
Poetry me provoca sentimientos encontrados. Por un lado reconozco que la película no carece de momentos maravillosos y de algunas ideas bien desarrolladas – en ambos campos destaca con luz propia la delicada, elegante y a la vez algo perturbadora relación que establece con el anciano al que cuida – pero también me pasa que no acabo de conectar del todo con esos brotes de lirismo que pretenden resultar conmovedores pero que me resultan de un relamido y un cursi considerables. Y es una lástima que ese proceso de crecimiento personal no acabe de llenarme, porque lo cierto es que Poetry maneja a ratos un material que se me antoja sumamente interesante: la utilización de un hecho luctuoso – un suicidio – como detonante del cambio de actitud de Mija al tiempo que sirve como afilada descripción de los comportamientos de una sociedad, la coreana, tan ensimismada en mantener las apariencias y en asegurar las carreras profesionales de sus retoños que obvian una muy necesaria educación moral. Desde ese punto de vista el planteamiento de Poetry es irreprochable, pues lo que le interesa no son las causas de dicho hecho, sino la alarmante falta de responsabilidad, rayana en lo deshonesto y desde luego condenable, de aquellos que deberían asegurar en primer lugar esa educación moral.
Sin embargo, esa lectura queda algo aparcada a favor del melodrama que domina el filme según se va desarrollando la peripecia en la que se ve envuelta Mija. La sobredosis de buenos sentimientos que exhibe Lee Changdong consigue, al menos en mi caso, un distanciamiento que ni todo el buen hacer de la estupenda actriz principal (que es mucho) consigue superar. Eso sí, merece la pena ver Poetry aunque solo sea por una escena absolutamente maravillosa, aquella que resuelve de forma prodigiosa la naturaleza de la relación entre Mija y el discapacitado al que cuida, un puñetazo de sensibilidad, elegancia y profunda perturbación servida a partes iguales que posiblemente se quede entre las escenas más hermosas que podamos ver en este San Sebastián.
Me queda hablarles de Blog, sorprendente y muy estimulante opera prima de la directora Elena Trapé realizada bajo el paraguas de Escandalo Films, que ya nos ha regalado en los últimos años películas tan interesantes como Lo Mejor de Mi o Tres Dias en la Familia, ambas también de directoras noveles. Blog parte de un real conocido – el pacto que establecieron un grupo de adolescentes de 15 años de clase media-alta para quedarse a la vez todas embarazadas – para articular un retrato muy interesante de esas jóvenes y a la vez completamente alejado de los modelos adolescentes que imperan hoy en día gracias a series televisivas tipo El Internado o Física y Química. Blog resuelve con gran habilidad una de las principales dificultades a la que se enfrenta cualquier película que quiera reflejar con cierto grado de fidelidad las relaciones adolescentes de hoy en día, como las web sociales y el chat. La naturalidad y frescura que exhibe Blog se debe a que gran parte de su metraje se compone tanto de imágenes rodadas por las propias chicas como por material procedente de las distintas cámaras web instaladas en sus ordenadores, lo que permite al espectador asomarse literalmente al mundo de una chica de 15 años cualquiera, con todo su saco de hormonas, dudas, temores, deseos, sueños e inseguridades.
Algunos pueden argüir en contra que Blog no ofrece nada especialmente novedoso y que incluso ese collage de imágenes digitales da cierto aire desmañado al filme. Puede que tengan razón pero la película remonta el vuelo a partir de la prodigiosa (e hilarante) escena del visionado conjunto de la peli porno y ya no deja de crecer hasta el final, consiguiendo crear algunos momentos mágicos por el camino y llegando a un final no por esperado menos desolador y confuso como la vida misma a esas edades, asimismo alejado de cualquier trasunto moralizante. A mi me ha parecido una película muy interesante, pero aun más interesante sería comprobar – en el pase de prensa, claro está, no había nadie a quien preguntar al respecto – que piensan de Blog las propias adolescentes de edades similares a las que protagonizan el filme. Yo al menos siento curiosidad por saberlo.
2 comentarios:
Te lo has currado, David
dale duro
¡Qué cercano pareces! Me encanta oirte hablar con ese deje extremeño, esa prisa por no dejar nada en el tintero y esa sonrisa de pasártelo muy, pero muy bien.
Gracias por compartir tu entusiasmo y tu buen hacer.
De la fotografía, ya hablaremos...ya...
Publicar un comentario