martes, octubre 30, 2007

SEMINCI 2007 Crónica 5: LEJOS DE ELLA, TRES DE CORAZONES, LO MEJOR DE MI

LEJOS DE ELLA de Sarah Polley. Maldito Eisenhower

Les voy a confesar algo: hay pocas cosas que me den más pánico en este mundo que caer víctima de las garras del Alzheimer o cualquier enfermedad por el estilo que implique una pérdida o menoscabo severo de mis preciadas facultades mentales. Creo que hay pocas cabronadas más gordas en este mundo que uno sea derribado por ese monstruo del olvido que destruye paulatinamente todos los recuerdos y la identidad de uno, no tanto por el que la padece, que al fin y al cabo y aun siendo consciente de su situación poco puede hacer por evitar su deterioro, sino por el terrible sufrimiento que implica para los seres queridos de esa persona, que no solo han de asumir su próxima pérdida sino prepararse para un lento y doloroso proceso de desaparición paralela al deterioro físico, una desaparición paulatina e inexorable que imagino debe ser una de las pruebas más duras a las que enfrentarse.

Tratándose de un tema tan delicado y arriesgado, sorprende no poco que a pesar de su rico bagaje como actriz, la canadiense Sarah Polley haya tenido la increíble audacia de afrontar este asunto en su primera película como directora, pero no tanto como tema central de la misma sino como parte de una hermosa historia de amor maduro, ternura, sacrificio y entrega que en sí misma tampoco carecía de un buen puñado de riesgo. Por eso resulta aun más impresionante el más que notable resultado conseguido por esta mujer que a sus 27 años demuestra una madurez, una inteligencia y un conocimiento de la vida que a priori parecerían impropios de su juventud. Claro que hay que tener en cuenta que Sarah Polley ya ha trabajado con gente tan seria y que sabe tanto de estos temas como Atom Egoyan o Isabel Coixet, dos autores sobre los que volveré más tarde ya que su huella es perfectamente perceptible en Lejos de Ella sin que eso implique ni mucho menos la falta de personalidad de esta ópera prima.

Lejos de Ella es la historia de un matrimonio formado por Grant (Gordon Pinsent) y Fiona (Julie Christie) que llevan 44 años juntos, están sumamente enamorados el uno del otro y a estas alturas de la vida poseen una complicidad, una ternura y un sentido del humor que les permite vivir un amor sereno y apacible. Sin embargo, Fiona empieza a sufrir los primeros embates de esa bestia llamada Alzheimer y el miedo se instala en sus vidas: la dificultad de enfrentarse solos al inevitable proceso degenerativo hace que se planteen seriamente la conveniencia de que Fiona ingrese en una residencia especializada en su enfermedad, algo que ella considera necesario y a lo que Grant se enfrenta con tanta desconfianza como, en el fondo, pánico por separarse de la mujer amada. Las reglas de la residencia obligan a un periodo de separación durante el cual Grant no puede visitar a Fiona para facilitar la adaptación de ésta a la misma. Pero dicho periodo tendrá imprevistas consecuencias. Sarah Polley debió tener muy claro desde el primer momento que el éxito o el fracaso de su propuesta pasaba por dos aspectos esenciales. El primero era construir un guión sólido que permitiera sortear las múltiples trampas que amenazan a una propuesta de estas características, ya sea la sensiblería o superficialidad con la que suelen abordarse las películas que tratan de frente temas relacionados con la enfermedad o la cursilería en la que suelen caer a menudo las historias de amor maduro, generalmente poco rigurosas y demasiado ancladas en recurrir al pasado con fáciles flashbacks para hacer el filme más accesible al espectador. Viendo Lejos de Ella, con su modélica construcción de personajes, su riquísimo guión repleto de sutilezas y deconstruido narrativamente o su insobornable determinación de respetar la inteligencia del espectador, uno no puede sino llegar a la conclusión de que Polley ha encontrado la forma de salir airosa y escapar limpiamente de todas esas trampas.

El segundo aspecto era, como no, el trabajo de los actores. Y ahí se demuestra sin lugar a dudas que Polley es no solo una estupenda actriz sino que como directora de su reparto ha sabido extraer del mismo unas interpretaciones memorables tanto de una Julie Christie esplendida en su madurez que borda su personaje con un ejercicio de contención admirable como ese desconocido Gordon Pinsent que está a la altura del reto sacando adelante a un personaje a través del cual el espectador vive la mayor parte del filme y que se enfrenta con horror al vacío de perder al ser amado de una de las formas más dolorosas posibles.
A todo lo dicho añadiré que es fácil descubrir en las imágenes de Lejos de Ella que el tiempo pasado con Atom Egoyan – a la sazón productor del filme – e Isabel Coixet no ha sido en vano ya que la estructura temporal desordenada del comienzo de la historia y los planos de esos paisajes helados donde transcurre la historia parecen directamente inspirados en el autor de El Dulce Porvenir y que la sutileza del retrato de personajes y algún retazo de humor ocasional (el enfermo ex-locutor deportivo que retransmite su vida de forma constante en voz alta) recuerdan a la realizadora catalana, sin que, insisto, eso sea un ejercicio de imitación o apropiación de un modelo sino herramientas útiles al servicio de un estilo personal.

Pero lo que más sorprende agradablemente de esta película es la sensibilidad, inteligencia y madurez que derrocha. Bien es cierto que su esplendida primera hora es mucho mejor que su resolución, en la que Polley, quizás demasiado embelesada con el material que tiene entre las manos, fuerza un poco las cosas con lo que sucede con el personaje que interpreta Olimpia Dukakis – en un feliz regreso, por cierto -, un defecto comprensible en una ópera prima, pero es admirable la forma en la que Polley retrata todo el proceso, ese viaje en el que no faltan las alusiones a un pasado de la pareja menos idílico que el presente, un acertado retrato de las condiciones de vida en esas residencias especializadas (tremenda escena aquella en la que Grant observa con pavor como los ancianos, una vez pasada la hora de visita de sus seres queridos, se quedan desoladoramente solos en un salón) y un calculado ejercicio de ambigüedad que lleva al espectador a preguntarse, al igual que lo hace Grant, donde empieza la enfermedad y donde termina un posible ejercicio de simulación de la misma para escapar del dolor. En el fondo, uno de los temas más interesantes de la película de Sarah Polley es la importancia de la memoria en cualquier relación de pareja, la construcción a golpe de recuerdos de la realidad de la misma. Sin aspavientos, estridencias ni recursos fáciles, Polley ha construido una película notable que está entre lo mejor visto en esta Seminci.

TRES DE CORAZONES de Sergio Renán. Un Tony Soprano porteño.

Posiblemente no fuera la intención del veterano realizador de La Tregua que esta película sobre los desencuentros entre dos jóvenes sin rumbo que se conocen en un autobús y cuyas vidas se encuentran de nuevo gracias a un tercer vértice del triángulo interpretado por un mafioso que los reúne a ambos fuera robada por la poderosa presencia de éste último personaje, muchísimo más interesante que los dos pretendidos protagonistas y cuya en todos los sentidos inmensa presencia invade hasta el último hueco de la película. Pero así ha sido. Y como quiera que la intención de Renán no era esa, sino hablar de pasiones primitivas, del instinto, del poder, del supuesto intercambio de roles entre el joven apocado que se crece y es capaz de superar su servidumbre según se afianza su amor por la chica y el gángster que deja entrever su parte más emotiva según se engancha por ella, pues la triste consecuencia es que Tres de Corazones no funciona en el sentido buscado.

El problema reside en que el triángulo está desequilibrado: si uno de los vértices es un joven algo lento de entendederas que acaba de taxista y otro es una joven que sueña con ser enfermera y bailarina pero que acaba de puta cuyo primer encuentro deriva en una seudoviolación que marca toda su relación posterior y los dos acaban al servicio de un mafioso claramente inspirado en el mítico personaje creado por David Chase para la serie Los Soprano, gordo, atemorizante, violento, con sentido del humor y del honor y tierno con su madre, con el chico que toma a su cargo o con la puta a la que en el fondo le gustaría convertir en su esposa (por no mencionar sus inenarrables veleidades artísticas, que cobran forma en una desconcertante secuencia de karaoke capaz de descolocar al más pintado y que entra por pleno derecho entre las escenas más marcianas y atrevidas vistas en esta Seminci) al espectador no le queda más opción que desconectar de los dos pazguatos tortolitos incapaces de sacar adelante su incipiente amor y esperar a que vuelva a aparecer en pantalla ese salvaje Tony Soprano porteño que monopoliza toda la atención del mismo.

No es pues que el objeto de deseo Mónica Ayos (por cierto presente en Valladolid para, permítanme la frivolidad, disfrute de todos nosotros ¡que pedaso de mina, ché!) no cumpla en su primer papel protagonista en el cine o que la nada sugerente realización de Renán lastre el conjunto. No, el problema de base reside en un guión mal estructurado que no sabe dosificar de forma apropiada los distintos elementos que lo conforman y que deviene un batiburrillo de situaciones que desembocan en un desenlace incluso sorprendente para el espectador algo despistado y como ha quedado dicho, en la estupenda composición de Luis Luque como el mafioso Coria, un personaje que domina el conjunto de la película cuando su función nunca debería haber sido esa. A la luz de lo visto, parece que este año el habitual romance entre la Seminci y el cine argentino, que siempre ha cosechado aquí muy buenos resultados, no va a tener continuidad. Bueno, eso si no lo remedia mañana Lucía Puenzo y su esperada XXY, claro está.


LO MEJOR DE MÍ de Roser Aguilar: El Amor puesto a prueba

Parte de lo expuesto más arriba sobre la película de Sarah Polley podría muy bien aplicarse a esta peculiar producción española que ya fue premiada de manera sorpresiva - pero justa, como luego veremos - en Locarno y que es el primer largometraje realizado por un equipo técnico compuesto en su totalidad por alumnos salidos de la ESCAC (Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya) siendo además la ópera prima de su directora Roser Aguilar.
Lo Mejor de Mí cuenta la historia de Raquel, una joven bondadosa, cándida e ingenua, enamorada más de la idea del amor misma que de Tomás, su pareja, con el que acaba de irse a vivir juntos en un apartamento tras poco tiempo de relación. Sin tener apenas tiempo de empezar esa nueva e ilusionante etapa, Tomás sufre una crisis hepática y enferma de gravedad. Su estado empeora con rapidez y se hace necesario empezar a considerar seriamente la posibilidad de un trasplante de hígado. El problema es que los donantes son pocos y la lista de espera mucha. Pero hay otra opción: el trasplante de un donante vivo, que puede cederle una parte de su hígado para regenerarlo después. Raquel tendrá que plantearse que está dispuesta a hacer de verdad por amor y explorar los límites de esa relación antes de llevar a cabo una decisión sumamente díficil de tomar.

Si analizamos detenidamente los elementos que componen esta película – un presupuesto modesto, una realización novel, un equipo técnico igualmente debutante, ausencia de nombres conocidos en el reparto salvo algunos secundarios y una temática relacionada con el amor, la enfermedad y los transplantes, susceptibles todos ellos de caer en los más bochornosos tópicos – era bastante lógico pensar a priori que nos íbamos a encontrar con una propuesta que naufragara por alguna parte, ya que como ven los riesgos eran numerosos. Por ello tiene aun más valor la solidez de la película de Roser Aguilar, que no solo consigue sortearlos sino que además nos presenta una película emocionante, cercana, repleta de situaciones y sentimientos con los que resulta extremadamente fácil identificarse (¿Quién no ha pasado una temporada en un hospital cuidando de algún ser querido?¿quién no ha visto alguna vez una relación de pareja puesta a prueba cuando la enfermedad se cruza en el camino?) y en el que sorprenden de forma muy agradable varios aspectos.

Para empezar hay que destacar la portentosa interpretación de toda una desconocida, Marian Álvarez, una actriz menuda capaz de conjugar con aparente facilidad una desamparada sensación de fragilidad con la ternura y bindad que irradia su personaje Raquel, a la vez que es capaz de mostrar cuando la ocasión lo requiere una determinación y una dureza desconcertantes, registros todos ellos creíbles que le sirven para contar de manera muy clara la evolución emocional y personal de un personaje que comienza la película viviendo el amor de una manera absolutamente idealizada y a lo largo del duro proceso que implica la estancia en el hospital de Tomás, así como los descubrimientos que va haciendo sobre éste y sobre si misma, acaba por alcanzar un punto de vista completamente distinto sobre el amor, la vida y las relaciones de pareja. La intepretación de Marian, que ya fue reconocida con el Premio a la Mejor Actriz en Locarno, es la columna vertebral sobre la que se sustenta la credibilidad de la propuesta y es de justicia reconocer que hace un trabajo tan soberbio que debería, si una pequeña película como ésta pudiera alcanzar el reconocimiento y la difusión que merece, lanzarla de cabeza no solo al Goya a la Mejor Actriz Revelación de este año sino a un buen puñado de agendas de los productores españoles.

El resto del reparto, con un Juan Sanz en el mejor papel de su carrera (no se pierdan la escena de la crisis en el hospital, que pone los pelos de punta) y unos más que correctos Lluis Homar, Carmen Machi y Alberto Jiménez, tan bien como acostumbran en pequeños pero importantes papeles secundarios, cumplen sobradamente con la función principal de sus personajes que no es otra que otorgar una enorme credibilidad a la historia.
El guión es insospechadamente sólido tratándose de una temática en la que hay que andarse con pies de plomo para no caer ni en el tópico ni en el sentimentalismo extremo. Da el espacio suficiente a los protagonistas para que desarrollen sus personajes y sus razones y evita cuidadosamente los siempre temibles maniqueísmos, especialmente en lo que se refiere al personaje masculino al que da vida Juan Sanz, que a pesar de que como suele suceder en este tipo de historias contadas desde el punto de vista femenino es retratado en algún momento de una forma muy poco favorable, resulta bastante creíble en sus actitudes tanto respecto a Raquel como frente a su enfermedad.

Roser Aguilar realiza asimismo un cuidado trabajo de dirección en el que prima la claridad expositiva y una puesta en escena predominantemente funcional que consigue sacar buen partido de un espacio tan restringido como la habitación de hospital o los otros espacios cerrados donde transcurre la mayor parte del metraje. De igual forma, se cuida muy mucho de manipular o guiar al espectador, que puede encontrarle o no sentido a la forma de proceder del personaje de Raquel e igualmente aceptar o no sus razones en función de su propia experiencia personal o incluso de sus creencias al respecto de las relaciones de pareja o la vida en general, pero en cualquier caso nunca es aleccionado ni se subraya en modo alguno o se emiten juicios de valor sobre los personajes de la historia, manteniendo un escrupuloso equilibrio con respecto a la multiplicidad de factores – en una decisión así jamás pude haber una única causa – que llevan a Raquel a actuar de la forma en la que lo hace, en lo que sin duda es tanto un rasgo de inteligencia como uno de los mejores valores de la película.

Les digo una cosa: sería una lástima que cuando esta película pequeña en intenciones pero bastante grande en resultados se estrene dentro de unos meses pase desapercibida o desaparezca rapidamente de las pantallas en medio del habitual maremagnum de estrenos de cada semana. Sobre todo porque creo sinceramente que estamos ante una película más que digna que podría crecer sobremanera con el boca/oído de rigor. Si le dan tiempo a ello.

Anecdotário: En el habitual cóctel de la Sala de los Espejos del Teatro Calderón – si, lo confieso, me he vuelto un adicto al buen vino de Ribera del Duero y a los agradables tentenpies que sirven en dicho acto diario – me junto con el ilusionadísimo equipo casi al completo de Tres de Corazones. Digo casi porque no, el Tony Soprano porteño que responde al nombre de Luis Luque no ha venido, pero sí la despampanante Mónica Ayos (¡uf!).

Afortunadamente no me preguntan por la película y así me ahorro tener que confesarles que no me gusto demasiado ni dar explicaciones. En cambio, se les ve muy interesados en cuestiones tanto de política nacional como de la Argentina y si juntamos eso al hecho de que un servidor vió hace unos días la Argentina Latente de Pino Solanas, pues ya pueden imaginarlo: la conversación se animó considerablemente. Tanto que cuando me quise dar cuenta me había quedado practicamente a solas con el equipo de la peli y un tal Juan Carlos Frugone – director de la Seminci – que pasaba por allí. Pues ya que estamos nos hacemos una fotos ¿no? Y así quedo la cosa... Unos tipos de lo más majos estos argentinos: lo mejor de todo era la desbordante ilusión con la que hablaban de sus cosas. Así da gusto. La Seminci también son estos ratitos...

1 comentario:

Anónimo dijo...

y hoy... Grimaldi y que dios reparta suerte, que no pase nada y que no se nos muera de un infarto cuando se entere de lo que está pasando... pobriño.