“Lo siento mucho. No conozco a Jaime Rosales ni tampoco eso de la polivisión. Tendrías que darme más datos” – se excusó amablemente Ben Stiller con un sonriente Robert Downey Jr enarcando una ceja a su lado. Servidor, sin embargo, se estaba cabreando. La rueda de prensa más esperada del día había ido como la seda hasta ese momento y ambos actores habían hecho gala de una inteligencia y buen rollo considerable, entreteniendo al personal con multitud de divertidas anécdotas del rodaje de Tropic Thunder. No se merecían que aquella individua hubiera jugado a pillarles con semejante pregunta mamporrera. En fin, más allá de la anécdota, lo cierto es que Stiller y Downey Jr supieron ganarse por completo a la multitud de periodistas allí congregados. Y es que la profesionalidad también se demuestra sabiendo cómo manejarse en semejantes compromisos y tablas estos dos geniales cómicos demostraron tener un rato. Mucho antes de eso la Sección Oficial se había beneficiado considerablemente de la proyección de Frozen River, el más que interesante debut de la estadounidense Courtney Hunt que venía con el Premio Especial del Jurado de Sundance bajo el brazo y que también huele a material premiable en Donosti, aunque no negaré que resulta aventurado afirmar tal cosa con tan pocas películas vistas en competición. Frozen River narra la peripecia de Ray Eddy - excepcional Melissa Leo, el lector la recordará como la mujer de Benicio Del Toro en 21 Gramos – una mujer a la que un marido demasiado aficionado a las apuestas acaba de dejar colgada con sus dos críos fugándose con la pasta destinada a adquirir la casa prefabricada de sus sueños, provocando la ruina económica de la familia. Mientras le busca Ray conoce a una chica mohawk de una reserva cercana que se gana la vida pasando ilegalmente inmigrantes a través de la frontera canadiense cruzando el rio helado que da título al filme. La relación entre ambas mujeres, la forma en la que ambas se ven obligadas a buscarse la vida con semejante negocio para tratar de sacar algo de pasta que les permita salir del bache que atraviesan, el intercambio de dolorosas experiencias personales de una y otra y la forma en la que ambas anteponen por encima de cualquier otra cosa su deseo de que los hijos de ambas no se vean arrastrados por la difícil situación que aprovechan está narrado con enorme solvencia gracias a un guión tan sólido como por momentos bastante desolador que no pone el acento en el drama sino en una cuidada recreación de personajes y situaciones que engancha al espectador y le hace participe en todo momento de la peripecia vital de estas dos mujeres unidas por la necesidad de salir adelante a toda costa, aunque sea a base de ensuciarse las manos con el indeseable tráfico de seres humanos. Frozen River es una obra seca y contundente, un filme que sabe hacer cálidos a sus personajes de carne y hueso en un ambiente tan congelado como los parajes donde transcurrían historias tipo Fargo, La Cosecha de Hielo, Un Plan Sencillo o Aflicción a la que solo cabe reprocharle alguna que otra veleidad manipuladora con las expectativas del espectador en sus coqueteos con la tragedia pero que a la postre resulta un detalle menor en una película más que notable que sabe perfectamente lo que quiere contar y la mejor forma de hacerlo, una película no redonda pero sí notable que contiene algún jugoso apunte sobre la forma de pensar de cualquier americano de clase baja (lo que sucede con los paquistaníes es más revelador de toda una mentalidad que cualquier sesudo ensayo al respecto) y que si se lleva algún premio no será porque, como algún malintencionado apuntaba ayer a la salida del pase de prensa, su apasionada defensa de la maternidad como argumento de peso para jugarse la libertad y los principios pudiera conmover a alguna de las dos embarazadas miembros del jurado, Leonor Watling y Nadine Labaki, sino por sus muchos méritos propios. La segunda propuesta del día vino de la mano de Michael Winterbottom, uno de esos raros directores con tendencia a reinventarse en cada nuevo trabajo que presenta. Génova es su incursión en el drama a través de la dolorosa historia de superación por parte de un profesor universitario y sus dos hijas de la pérdida en accidente de tráfico de la madre de ambas, un desgraciado suceso que provoca que toda la familia se establezca en la ciudad italiana con el objetivo de reiniciar sus destrozadas vidas. Winterbottom, a diferencia de lo que hizo Woody Allen en su Vicky Cristina Barcelona, no muestra una imagen excesivamente amable de la ciudad que ha acogido su proyecto. Más bien al contrario, las asfixiantes callejuelas genovesas por las que deambulan a menudo perdidos el padre, la hija pequeña y la adolescente contribuyen a acentuar su confusión en medio de una situación que les supera y a la que cada uno de los miembros de esa familia se enfrenta a su manera. Es muy de agradecer que Winterbottom no cargue demasiado las tintas regodeándose en el dolor que podría generar un drama de hechuras semejantes así como que huya de los aspectos más facilones de una historia de superación que se diría propia de un telefilme y también hay que destacar que el realizador británico vuelve a sacar partido de su evidente talento a la hora de rodar con ese particular estilo fragmentado que tan buen resultado le ha dado en títulos como Wonderland. Sin embargo, Winterbottom se ve lastrado, como la niña protagonista, por la constante presencia no ya del fantasma de la madre muerta sino de aquella estimable película de Nicolas Roeg, Amenaza en la Sombra cuyas huellas parece querer seguir en todo momento pero sin atreverse al tiempo a entrar del todo en aquella arriesgada propuesta. Así, la tendencia al subrayado en un cineasta que ha dado en el pasado sobradas muestras de saber sugerir antes que mostrar y de dominar el arte de lo sutil se traduce en una manipulación del espectador – a la inversa, de forma anticlimática, pero manipulación al fin y al cabo – que dejó a este cronista cierta sensación de incredulidad y no poco regusto amargo. No basta el buen trabajo de su elenco – están muy bien tanto Colin Firth como Catherine Keener y las dos hijas del primero – y el una vez más excelente trabajo de fotografía de Marcel Zyskind para sostener una película fallida que pese a algún momento aislado logrado (la desaparición de la niña en la montaña y su posterior encuentro en la estación de tren) nunca consigue alzar de todo el vuelo y se queda en una lamentable tierra de nadie, lo que sin duda resulta una lástima. En un Festival de cine, tan tendente siempre a poblar su programación de plomizos dramas capaces de saturar al más cinéfilo, siempre es de agradecer una comedia para desengrasar un poco. De ahí que el pase en Zabaltegui del último trabajo de los Hermanos Coen, la disparatadísima comedia Quemar Antes de Leer, fuera un soplo de aire fresco muy bien recibido. La publicidad del poster de la película reza una frase, “la inteligencia es relativa”, con la que uno no puede sino estar de acuerdo más allá de que sea aplicable a bastantes más productos que a este divertimento poblado de personajes extremadamente estúpidos que han firmado los Coen tras su arrolladora No Es País Para Viejos. Los Coen se aplican en la alambicada construcción de una historia por la que desfilan un encabronado ex analista de la CIA despechado por su despido y que pretende publicar unas incendiarias memorias, la zorra sin escrúpulos de su triunfadora mujer que le pone los cuernos con un hipocondríaco y algo paranoico agente federal adicto al sexo, una empleada de un gimnasio obsesionada por pagarse unas cuantas operaciones de cirugía estética, su enamorado director del gimnasio, un aun más estúpido monitor del mismo y un buen puñado de perplejos funcionarios de la CIA y de la embajada rusa y los enreda en una alambicada trama alrededor de diversas infidelidades y jugueteos alrededor del mundo del espionaje en el que nadie parece tomarse demasiado en serio, empezando por los mismos actores. Sin ser ninguna maravilla, lo cierto es que la película de los Coen ofrece algún que otro momento inspirado y estupendas interpretaciones por parte de su elenco, especialmente por parte de un antológico Brad Pitt que borda su papel de idiota con pretensiones y un genial JK Simmons que con solo dos escenas magníficamente escritas consigue fijarse a la mente del espectador como uno de los mayores atractivos de esta enrevesada comedia. Por supuesto habrá quien prefiera quedase a los Coen de propuestas más sesudas de su filmografía que este divertimento ligero mucho más cercano a Crueldad Intolerable o su remake de El Quinteto de la Muerte pero de lo que no cabe duda es que el sentido del humor negro de los Coen es de lo más saludable y que ésta es una de esas películas que cumplen sobradamente con su sana intención de hacer reír al espectador de forma inteligente. Como decía al principio, siempre es de agradecer. Mucho más que te caiga encima el sambenito de ser el sucesor de Bergman, creerte semejante gilipollez y fabricar un seudo remake de Escenas de un Matrimonio como el que ha perpetrado el director sueco Simon Staho en su pesadita Heaven’s Heart en la que desgrana las interioridades de una pareja de aburridos matrimonios que juguetean con las infidelidades y las dudas propias de los que pasan demasiados años juntos. No le demos más vueltas, que Bergman solo hay uno y si uno pretende acercarse a su universo, mejor que lo haga como hizo Liv Ullman en Infiel con su beneplácito y con un guión del mismo. Lo demás son ganas de enredar.
1 comentario:
Hola David, ¿qué tal? Veo que estás disfrutando a base de bien de tu primer festival A, ¿eh? Me alegro por ti. Sigo tus crónicas y, aunque discrepo en algunas apreciaciones como en el filme de Allen (a los pijillos, también en cuestiones sentimentales, les daría pico y pala para que se les acabase la tontería), me parecen de lo más enriquecedoras, como siempre. Je, habría dado algo para ver la cara de mi admirado Downey Jr. ante tal pregunta mamporrera y fuera de onda. Esto de los cronistas graciosetes es un virus, las distribuidoras se tendrían que poner las pilas.
Un abrazo!
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